El Salvaje De Aveyron: El Caso víctor
lothmau2 de Diciembre de 2012
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El salvaje de Aveyron: el caso víctor
María Elena Dinouchi
«Amo, agua. Amo, mi amo... »
Leopoldo Lugones
Introducción
El capítulo “Naturaleza y Cultura” del libro Las estructuras elementales del parentesco nos introduce al desarrollo que interesa a Claude Lèvi-Strauss llevar a cabo con el fin de aportar una respuesta satisfactoria al interrogante nodular "¿Dónde termina la naturaleza? ¿Dónde comienza la cultura?" (Lèvi-Strauss, 1981: 36). Para ello reflexiona críticamente sobre datos y observaciones que, desde distintos campos del saber, han intentado infructuosamente despejar el enigma. Adelantamos que su análisis riguroso le permite afirmar que la universalidad de la regla de la prohibición del incesto es el movimiento fundamental por el cual se cumple el pasaje de la naturaleza a la cultura. "Opera, y por sí misma constituye el advenimiento de un nuevo orden” (op. cit.: 59), concluye el autor.
Uno de esos datos considerados en el desarrollo argumentativo es el estudio de los “niños salvajes”, cuyos encuentros azarosos -en el siglo XVIII y comienzos del XIX- despertaron él interés y la imaginación de los científicos quienes creyeron haberse topado con testimonios vivientes de un estado natural del hombre. En este sentido, la conclusión de Lèvi-Strauss es taxativa: el caso de los niños salvajes no testimonia de ningún comportamiento natural de la especie humana porque tal comportamiento natural de la especie, al que el hombre aislado pudiera volver por regresión, es inexistente. Es más, invita a ubicar en algún tipo de anormalidad la causa inicial del abandono y no su resultado. "Los «niños salvajes», sean producto del azar o de la experimentación, pueden ser monstruosidades culturales, pero nunca testigos fieles de un estado anterior” (op.cit.: 38), afirma el autor.
Por lo que en ella se despeja de una concepción del hombre y de la naturaleza, tomaremos como referencia la experiencia del encuentro con el salvaje de Aveyron, niño de entre doce y trece años, hallado en la campiña francesa hacia 1800 y a quien su maestro llamó por el nombre de Víctor. El niño presentaba un aspecto lamentable: sucio, feroz, impaciente, con el cuerpo cubierto de cicatrices; la mirada errante, indiferente e incapaz de prestar atención a nada; privado del uso de la palabra sólo emitía sonidos guturales y uniformes; de movimientos espasmódicos y a menudo convulsos, mordía y arañaba a quienes se le acercaban y buscaba constantemente la forma de escapar. Quienes con gran expectativa habían creído encontrarse frente al hombre natural de Rousseau, contemplaban con repugnancia y aprensión la suciedad y el salvajismo del muchacho.
El encuentro del salvaje de Aveyron con el discurso científico de la época
No era el salvaje de Aveyron el primer niño que fuera encontrado en tales circunstancias; hallazgos similares se habían producido ya desde el siglo XV. Lo novedoso del caso residía en que no sólo despertaría la piedad de los aldeanos sino también -y he aquí su valor primordial- la curiosidad de los científicos. Ya a lo largo del siglo XVIII, la ciencia afianzaba sus ideales de autonomía al pronunciar su ruptura con la religión y la filosofía; al proclamar la independencia de la investigación científica y la secularización de la cultura.
Cuando el azar arroja a Víctor, el discurso científico presto a leer las consecuencias de su encuentro ya tenía dispuestos los términos de la polémica que le darían acogida. Para las nacientes ciencias del hombre, el caso Víctor constituyó una experiencia crucial apropiada para la convalidación de una concepción del hombre y de la naturaleza que no debía realizarse por fuera de la observación positiva de los datos proporcionados por la experiencia. En concordancia con esta postura relativa a la ciencia, todo conocimiento resulta ser principalmente fáctico y la ciencia se aplica a sumar y vincular hechos entre sí enunciando proposiciones, que no consisten en la aprehensión de la esencia incognoscible de los seres sino en la enumeración de la suma indefinida de sus propiedades, tal como aparecen a través de la experiencia sensible. El niño salvaje o el idiota del Aveyron constituyó un campo privilegiado de observación, experimentación y validación de hipótesis.
Cuando Louis-François Jauffret, secretario de la Société des Observateurs de I'Homme solicita a las autoridades del Hospital de Rodez el envío del niño a París para su estudio, lo hace acompañado de la siguiente justificación: "Sería muy importante para el progreso de los conocimientos humanos que un observador pleno de celo y de buena fe pudiera, apoderándose del muchacho y retrasando su proceso de civilización, controlar el conjunto de sus ideas adquiridas, estudiar el modo según el que las expresa y ver si la condición humana, abandonada a sí misma, es contraria por completo al desarrollo de la inteligencia” (Montanari, 1978: 9).
Los presupuestos teóricos del empirismo
Etienne Bonnot de Condillac (1714-1780) retomó en Francia los principios del empirismo inglés, principios que fundamentan el origen del conocimiento en la experiencia sensible, a saber: crítica al innatismo cartesiano, sensacionismo, utilitarismo, fenomenismo. El empirismo sensacionista concibe al espíritu en su inicio como una hoja en blanco a la que sólo la experiencia perceptiva va a dar forma proveyéndole la totalidad de su contenido. Su crítica a la concepción que afirmaba la existencia de ideas innatas supone el esfuerzo por demostrar el origen perceptivo de las mismas. El espíritu como tabla rasa de la concepción sensacionista se materializa en las ideas de Condillac, quien imagina una estatua a la que dota sucesivamente de diferentes sentidos cuyo aporte de sensaciones se transforma y complejiza, a fin de demostrar mediante esta abstracción que de tal manera se puede reconstruir el conjunto del funcionamiento mental del hombre. Para Condillac, todas las facultades mentales que componen la facultad de pensar, tanto las del entendimiento (comparación, juicio, reflexión, razonamiento) como las de la voluntad (necesidad, deseo, querer) no son más que sensaciones transformadas.
Médicos-filósofos, observadores del hombre, los Ideólogos discípulos de Condillac, entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, intentaban confirmar los principios fundamentales del sensismo como teoría de la formación de las ideas pero criticaban, a su vez, lo que consideraban la ausencia de una base fisiológica en las ideas de su maestro.
En esta perspectiva, Pierre-Jean-George Cabanis (1757-1808) niega la existencia de toda sustancia pensante que no se confunda con la organización físico-fisiológica del hombre; la analogía que propone es elocuente: así como el estómago segrega jugos gástricos, el cerebro segrega el pensamiento a partir de las sensaciones que llegan a él. Al subrayar la unidad orgánica del ser humano, en el lugar de la tabla rasa abierta a las inscripciones perceptivas, Cabanis ubica todo el peso del organismo vivo y sus determinaciones somáticas e instintivas. Le interesa por sobre todo poner de manifiesto la acción de lo físico sobre lo moral: la edad, el sexo, el tipo físico, el temperamento, las enfermedades, el clima, las bebidas, etc. influyen de manera esencial en el alma, la inteligencia o la voluntad. Así por ejemplo, sostiene que los hombres robustos de cabello oscuro tienen una mayor predisposición a los accesos de excitación y que las mujeres rubias están más inclinadas a la melancolía. El desarrollo del pensamiento depende en gran medida del cerebro en primer término pero también del conjunto de los órganos. Su concepción de una maleabilidad total del psiquismo ante las impresiones externas tenía como efecto el conceder una verdadera omnipotencia a la educación.
En el plan de reeducación que Jean Itard (1774-1838) proyecta para el niño salvaje se encuentran claramente las huellas de esta conceptualización. El planteo de la mente como facultad no innata permitirá concebir la educación no sólo de Víctor sino que dará lugar además al surgimiento de una pedagogía científica. Si la estatua de Condillac viene al lugar de la tabla rasa de John Locke (1632-1704), Víctor se convertirá en su objeto empírico; será el soporte material de los presupuestos teóricos de la Ideología posibilitando de esta manera la validación in vivo de la teoría sensista y los límites de su alcance práctico.
Las preguntas formulables y a la espera de respuesta eran: ¿Cómo se originan las ideas? ¿Cuál es su vínculo con las sensaciones? ¿Cómo se adquiere el lenguaje? ¿Cómo se desarrollan las facultades de la mente? ¿Qué puede dificultar su crecimiento? ¿Cuáles son las posibilidades que la ciencia -pedagogía o psiquiatría- tiene de incidir sobre las determinaciones naturales? ¿Cuál es la influencia del medio y cuál el papel de la sociedad?
Los términos de la polémica: Pinel versus Itard
¿Podría ser Víctor la expresión del hombre natural no contaminado aún por los hábitos de la vida social, con sus sentidos no despiertos frente a los estímulos del mundo exterior? ¿El testimonio de un estado anterior del hombre, manifestación de la primitiva constitución del ser humano? ¿Un ser de facultades disminuidas, un idiota acaso? ¿O tal vez un sordomudo? Tales eran los interrogantes abiertos en la polémica que tuvo sus aristas más representativas en las figuras de Philippe Pinel y de Itard. Pinel, ideólogo, médico-filósofo, amigo íntimo de Cabanis y Desttut de Tracy era director y promotor de reformas en los manicomios de París donde se desarrollaban nuevos métodos para el tratamiento de la locura. Sus observaciones
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