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El autismo

paperezPráctica o problema26 de Febrero de 2013

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El autismo, ¿una causa perdida para el psicoanálisis?

Con nuevos métodos de diagnóstico, se multiplican los casos en EEUU y Europa; en Francia buscan prohibir por ley "las prácticas psicoanalíticas con los autistas", y un documental avala la idea. Encendida la polémica, una diversidad de voces alerta sobre los dispositivos de control de la subjetividad a través del discurso de la ciencia, en una época de la cual el autismo es una perfecta metáfora.

POR PABLO E. CHACÓN

"Relacionarse con el propio cuerpo como algo ajeno es ciertamente una posibilidad que expresa el verbo tener. Uno tiene su cuerpo, no lo es en grado alguno. De aquí que se crea en el alma, después de lo cual no hay razones para detenerse, y también se piensa que se tiene un alma, lo que es el colmo".

Jacques Lacan

El hombre es un animal doméstico. Dependiente hasta entrados los años, no se diferencia demasiado de un perro, un gato, una oveja o una tortuga. Por cierto, la pericia o impericia en el uso del lenguaje lo convirtió en otra cosa, máquina de guerra, artista, pastor de rebaño o experto en la percepción y medida del tiempo y el espacio. Así las cosas, es imposible ocultar para quien escribe cierta simpatía por los autistas, esa especie de homúnculo que prefiere no hablar, no comunicar, que escucha al Otro pero es indiferente, verboso a su pesar, “cultor” de estereotipias y ecolalias. El autista es un intruso con el que las familias no saben qué hacer. Pero no es un activista en potencia, no sabe (como nadie) por qué hace lo que hace, tampoco es autónomo. Es un niño. Y sin embargo, es un niño que puede inventar un modo de soportar ese dolor y con el paso del tiempo transformarlo, transformarse en activista, escuchar, hacerse responsable de sus actos y ganar (como cualquiera) una módica autonomía.

Es una posibilidad abierta si no cae en las orejas y las manos de la medicina, la neurobiología, la biopolítica o el conductismo que hegemonizan el modo de la técnica contemporánea y privilegian, con algún propósito que no viene al caso, su alianza con la industria farmacéutica. El mercado del autista contemporáneo lo quiere educado como muñeco y consumidor, antes que aquel clásico capaz de rechazar todo lazo y mortificarse. El autista es hijo de unos padres desorientados que en casa tienen un problema y que para terminarlo, si es imprescindible, si es por su bien, será objeto de reeducaciones, manipulaciones, invasiones, adiestramientos, tratamientos electroconvulsivos, cargas de neurolépticos. Se fracasará pero se volverá a intentar. Aquellos que se espantaban de los campos de reeducación ideológica de Pol Pot en Camboya no tienen idea de lo que sucede en los laboratorios occidentales. Alguien vuela sobre el nido del cuco y recuerda al Kaspar Hauser de Herzog.

Eso es lo que está pasando en la actualidad, en los tiempos hipermodernos.

Dice el psicoanalista francés Guy Briole: “En la aceleración actual (…) todo es aplicable inmediatamente y sometido al dictado de la evaluación y la rentabilidad. Este desplazamiento del lugar político, sociológico, filosófico y cultural donde se piensan los proyectos para el hombre de mañana hacia la racionalización fría del ingeniero y del economista, es lo determinante. Pretenden remodelar la sociedad y los hombres que la componen a partir de los progresos científicos considerados, ellos mismos, según criterios de rentabilidad”.

Esto es: aplastar la singularidad del autista por una protocolización evaluativa, normativizante, universal y pedagógica. El autista es imposible de pedagogizar hasta cierto punto. Luego, será, como escribió Jean-Luc Milner, una cosa más entre las millones de cosas que lo rodean.

¿Qué buscan los psiquiatras, psicólogos y médicos operadores del mercado? Según Briole, “identificar cohortes biológicas y crear grupos más homogéneos basados en aspectos seleccionados. Entienden por ello criterios bioquímicos, genéticos, histológicos, neuroradiológicos y cognitivos, así como una pertinencia de las comorbilidades del autismo con la epilepsia, las miopatías y otras enfermedades muy poco frecuentes”.

El autismo es manos del cognitivismo, según Eric Laurent, lo único que trajo “es la multiplicación por diez del número de casos en veinte años”, sin olvidar que “dicha categoría se funda en hipótesis que los últimos veinticinco años no han permitido confirmar de ninguna manera”, dice el psicoanalista desde París.

Gabriela Grinbaum, psicoanalista argentina y co-directora de la publicación Registros, en cambio, no cree que haya “más autistas en la actualidad, pero es cierto que bajo la nosografía impuesta por el DSM, el Trastorno general del desarrollo, conocido como TGD, no sólo recae sobre los niños autistas o psicóticos sino que es diagnosticado de la misma manera todo niño con problemas de conducta más severos: de agresividad, cambios de humor, los que no se adaptan al colegio, es decir, los que no encajan, los que salen de la media. Y como el TGD es una etiqueta multiuso, da la impresión que hay más. Y el resto padece ADD, déficit atencional. Y la ritalina es moneda frecuente”.

Su colega, Luján Iuale, autora de Detrás del espejo (Letra Viva), no la desmiente: “Hay un avance cada vez mayor respecto a la medicalización y patologización de los niños. Este problema no es exclusivo de los autistas. Sí, cada vez más se presenta a estos niños, desde la perspectiva del déficit, que trae como correlato la idea de medicar para “regular”, y de re-educar y re-habilitar lo disfuncional con fines adaptativos, desconociendo que más allá de lo que está perturbado en cada ser hablante, estos niños presentan modos particulares de producción subjetiva. Lamentablemente la dupla TCC-fármaco intenta imponerse como paradigma científico, desconociendo la importancia del trabajo psíquico como motor. No me cabe duda que el avance de esta dupla responde además a fuertes intereses económicos. Esto no quiere decir que todos los terapeutas que trabajen con dicha orientación persigan fines de lucro, sino que se montan empresas muy rentables pero que no sacan al niño del aislamiento”.

Como sea, en los Estados Unidos y Europa, la multiplicación de autistas crece, pero muchos suponen que serían más si los psicoanalistas continuaran tratándolos.

En marzo de este año, en una crónica del diario Clarín podía leerse que “según un informe difundido por el Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC), la principal entidad oficial de monitoreo del tema en los Estados Unidos, la cantidad de casos subió un 78% desde el 2000. En la actualidad, uno de cada 88 niños sufre este trastorno neurobiológico (sic)”.

Así y todo, en Francia han puesto manos a la obra: el 26 de enero pasado quedó registrada, en la presidencia de la Asamblea Nacional, una propuesta de ley que apunta a prohibir el acompañamiento psicoanalítico de las personas autistas, en favor de los métodos educativos y conductuales. Pretende también pedir a las universidades la exclusión del psicoanálisis de las asignaturas concernientes a la enseñanza acerca del autismo.

En su momento, el autismo recibió de Francois Fillion, primer ministro del gobierno de Nicolás Sarkozy, la cucarda de “Gran causa nacional 2012”. Y desde ese momento, asociaciones de padres de niños autistas sostienen una guerra: “la guerra está declarada contra el psicoanálisis”.

Esta campaña, preparada por profesionales del periodismo, caricaturiza al psicoanálisis y propone terapias conductistas como única solución al autismo en su conjunto. La operación se apoya en el recurso a la ciencia que habría demostrado la causa biológica. Pero por el momento esa causa es una falacia que nadie ha podido demostrar.

Al respecto, Laurent dijo que “la maniobra está arropada mediante el recurso a la ciencia que afirmaría poder explicar el conjunto de los fenómenos mediante una estricta consideración biológica, sin tener en cuenta la relación que sustenta el sujeto con el mundo, hasta tal punto la apariencia de ciertos autistas permitiría pensar en este corte. El drama de salud pública planteado por estos sujetos coloca sin embargo en primer plano la recepción de estos síntomas en un discurso. Incluso si se explica el sorprendente crecimiento del número de casos mediante artefactos estadísticos, hay que explicar por qué la mirada clínica desvela mejor estos síntomas. Además, es el único ‘trastorno’ psíquico en el que la metáfora de la reducción del trastorno a un ‘desequilibrio químico’ como en la depresión, por ejemplo, es rechazada”.

La psicoanalista argentina Alejandra Glaze, lo dice de otra manera: “Debemos saber que en cualquier ley hay un vicio de estructura: está construida en base al ‘para todos’; la ley está preparada ya desde su origen como rechazo de lo singular. Es por eso que en la educación de los niños hay algo singular que se debe ajustar al ‘para todos’, tarea siempre imposible si seguimos a Freud. Pero la pregunta de interés es qué es lo que hay que homogeneizar en ese juego del ‘para todos’: el encuentro con la lengua. Algo que se pone en juego antes de lo que se enseña y se aprende, antes de los que mandan y obedecen, que constituye lo más singular del sujeto.

“Se debe valorizar al niño autista, no captarlo como un deficiente manipulador, sino como un sujeto inteligente entorpecido por sus angustias. En el tratamiento, se trata de estar allí, presente, para que el niño invente, cada uno, una manera de hacer con eso que lo angustia, no invadiéndolo ni amenazándolo con propuestas que vayan contra sus invenciones sino contando con

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