El componente afectivo en el aula
Carla Tasis QuirogaEnsayo19 de Enero de 2016
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Son muchos los factores que intervienen en el proceso de aprendizaje. Recientemente se ha tenido en cuenta el componente afectivo como uno de los que más pueden influir en el desarrollo de aprendizaje de una lengua. Gardner, el cognitivismo o las inteligencias múltiples están empezando a tener más en cuenta en el aprendizaje de lenguas. Sin embargo, me gustaría centrarme en la motivación del alumnado. Está claro que como alumnos es fundamental una motivación, como con casi todo en esta vida, tenemos que tener un motivo por el que hacemos algo, unos fines o una meta.
Las motivos por los que hacemos algo pueden ser de lo más variado: porque sí, porque nos apetece, porque nos gusta, el placer de hacer algo o, por el contrario, ser un medio, tener un fin específico y concreto, lejos del gozo. Estoy pensando en esto llevado al aula de ELE en que hay alumnos que ven la enseñanza del español como un fin en sí mismo. El hecho es que quieren aprender la lengua por motivos intrínsecos a ellos; o nos podemos encontrar con todo lo contrario, con alumnos que simplemente están ahí por un descarte de optativas, porque se convierte en un medio de su verdadero objetivo, como un complemento, como algo extrínseco a su propia identidad o interés. Es fundamental que, sea como sea su motivación, exista y persista en el aula a lo largo del tiempo y ese interés crezca y no disminuya. Existen numerosos estudios que afirman que el compromiso emocional afecta directamente al desarrollo del bilingüismo. Y, aunque quizá pueda sonar pretencioso querer acceder a este gran concepto, el hecho es que se puede conseguir.
La enseñanza formal de un idioma, restringida a cuatro paredes no es la más aconsejada para el factor motivacional dentro del componente afectivo. Tampoco el hecho de que los sistemas establezcan medidas de control y evaluación que han de pasar. Es decir, la presión que existe bajo el aprendizaje es muy grande y eso puede afectar a su motivación. Además, nos podemos encontrar con que muchos alumnos tienen un perfil mixto de motivación: "lo hago porque me atrae la cultura y además me sirve para pasar un año fuera de mi casa". Nuestra tarea como profesores es compleja, pues debemos tener en cuenta todos los perfiles de nuestros alumnos e integrarlos en nuestros diseños de clases. Pero no somos el único factor que va a hacer que la motivación esté presente en nuestras aulas: la motivación depende de todos los que participan en la acción educativa. Los métodos, las leyes (la política educativa entra también en juego con las continuas evaluaciones, cambios en al tipología de exámenes, etc.), los ejercicios (comunicativos, abiertos, mecánicos, aburridos, monótonos, diversos...), la distribución de las clases y el aula, el papel del profesor (un profesor colaborativo, magistral, inalcanzable, apático, con tendencia a enfadarse, un profesor que destaque los aspectos positivos...), el papel de los compañeros (la unidad entre ellos, la empatía, la afinidad..), la cultura (tanto del país de origen, como de los compañeros como la meta), el fin en sí mismo del aprendizaje (intrínseco o extrínseco) son factores que van a determinar la motivación.
Realmente me resulta bastante paradójico que todo el mundo hable de la motivación. Se ha convertido en la excusa para no aprender, para no dar cuenta de los resultados nefastos o para hacer mil cambios absurdos que son disfraces de lo que había antes. Y lo siento, pero yo me niego a convertirlo en el "pero" de nada. Se recurren a estudios o encuestas donde todo se reduce a un "es que no estoy motivado". La motivación en nuestras aulas empieza en nosotros, en el deseo de encontrar el método perfecto para que nuestros alumnos eliminen esa ansiedad que les pueden producir las dificultades, generen autoconfianza y se vean capaces de todo, para que experimenten y participen.
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