El proceso de transición de los jóvenes a la vida adulta
Pablo LuchetiApuntes17 de Junio de 2019
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INTRODUCCIÓN
Vamos a retomar algunas ideas. Desde la primera clase venimos sosteniendo que los problemas vocacionales están referidos al qué hacer , a la elección de qué hacer, pero al mismo tiempo a la formas que los sujetos tienen que (o quieren) llevar a cabo sus proyectos vitales.
Podemos decir que en las sociedades modernas y para los jóvenes escolarizados la pregunta sobre qué hacer tiene en el momento de finalización de la enseñanza media una intensidad no vivida hasta entonces. Es, por decirlo de alguna manera, el momento paradigmático en el que se juega de manera particular la pregunta por el hacer en términos de futuro.
En esta clase intentaremos ir desmenuzando distintos aspectos vinculados con este período y con el proceso de transición que se abre a partir de él.
Podríamos empezar preguntándonos ¿cómo es en la actualidad el proceso de transición de los jóvenes a la vida adulta?
Las preguntas por la infancia, la adolescencia, la juventud y la adultez nos invitan a promover un trabajo de desnaturalización . Justamente porque las edades de la vida no responden a razones naturales sino a la cultura, es que nos interesa sustraerlas de ese lugar y devolverlas al mundo simbólico de las significaciones históricas.
Hablar tanto de la adolescencia como de la juventud, entonces, nos remite a una construcción histórica, social, política, económica y cultural. Se trata de representaciones que es necesario deconstruir para comprender su compleja configuración.
Podemos decir que la infancia y la adolescencia modernas se constituyeron alrededor de dos instituciones sociales básicas: la escuela y la familia. A través de estas instituciones se moldeó una forma particular de subjetividad que fue delineando trayectorias relativamente previsibles de la vida humana y determinando ciertas pautas de comportamiento asociadas a las diferentes edades de la vida.
La íntima relación sujeto-institución nos lleva a plantear una conjetura centrada alrededor de una evidencia: las instituciones no son eternas. Nacieron en algún momento y morirán en otro. Y, si las instituciones tienen un carácter histórico, mutan, se metamorfosean, podemos suponer que lo propio ocurrirá con la subjetividad.
Los cambios en las instituciones modernas, así como el surgimiento de nuevas instituciones sociales como, por ejemplo, los medios de comunicación masiva producirán pues, cambios en la configuración de la subjetividad. Cambios en las formas de ser niño, adolescente, joven y adulto. Cambios en los procesos de transición, también.
Debemos reconocer entonces, que habrá niños, adolescentes, jóvenes y adultos tan distintos como clases sociales, regiones geográficas, culturas locales existan. Lo propio ocurrirá respecto de los procesos de transición.
Excede a los objetivos de esta clase analizar en profundidad qué subjetividad producen en el presente la familia y la escuela como instituciones sociales. Sí nos interesa revisar cómo se desarrollan los procesos de transición de los jóvenes a la vida adulta.
Hablamos de transición en aquellas circunstancias de la vida social en las que los sujetos “saltan” de una institución a otra. Ese tránsito entraña inevitables riesgos, con intensidades diferentes de acuerdo con la singularidad de cada uno. Sin embargo, son las coordenadas propias de cada época los principales condicionantes en los procesos de transición. Si alguna vez fueron escenarios sociales más fijos y estables, hoy aparecen como más variables y cambiantes.
En las sociedades actuales, la finalización de la escuela secundaria implica un proceso de cambio, de readaptación, de reacomodamiento subjetivo. Un “salto” que para muchos tiene la marca, el estigma, de “salto al vacío”. Son quienes viven este proceso con el temor a caer, en una sociedad que no garantiza la existencia de una red protectora.
Terminar de cursar los estudios de enseñanza media es comenzar a transitar un camino marcado por el pasaje -más o menos rápido, más o menos prolongado- de la adolescencia a la adultez.
La finalización de la escuela marca el inicio de la transición al llamado mundo adulto, representado por dispositivos de formación distintos de los propios de la vida adolescente y, principalmente, por el empleo. La particularidad de este proceso de transición es que el pasaje no está asegurado y que se ve agravado por la amenaza de la exclusión social.
Del mismo modo que el trabajo para los adultos, durante la infancia y la adolescencia la escuela funciona como un ordenador-organizador de la vida cotidiana, estableciendo los tiempos de actividad y descanso. La escuela regula la vida de los niños y de los adolescentes, más allá de la modalidad personal con la que se la encare. Es una institución social cuya principal función es promover procesos de enseñanza y aprendizaje de contenidos significativos para desarrollarse en la vida colectiva, aunque también, en tanto espacio de intercambio social, en su interior se construyen relaciones afectivas que, en ocasiones, perduran toda la vida. Terminar de cursar los estudios de enseñanza media es, entonces, un proceso crítico en cuanto a la reestructuración de la vida cotidiana de los jóvenes y de sus relaciones intersubjetivas.
Por lo dicho, la culminación de la escuela secundaria es, en nuestra sociedad, un hito sobresaliente en el pasaje a la vida adulta. Marca un punto de inflexión. Un antes y un después, producido por una forma particular del contexto social de época.
Podemos decir que los procesos de transición de los jóvenes a la vida adulta tienen, en los sectores medios y altos de las sociedades urbanas, una particularidad que se viene acentuando llamativamente en los últimos años: la dilatación del pasaje a la vida adulta, o dicho de otro modo, la prolongación de la adolescencia . Este fenómeno se asocia con la postergación en la incorporación al mercado de trabajo. Es una dilatación que repercute en la falta de independencia económica, tan decisiva en la asunción de roles sociales adultos.
En cambio, esto no ocurre con los jóvenes que pertenecen a los sectores sociales menos favorecidos. Ellos supeditan la posibilidad de llevar adelante los estudios al hecho de conseguir un empleo que les permita solventarlo.
Como consecuencia de las cíclicas crisis económicas y de las transformaciones que se están sucediendo en diferentes países de la región, la inserción laboral de los jóvenes ha adquirido características particulares.
Es notable la necesidad que tienen los jóvenes de sectores populares de insertarse más tempranamente en el mercado laboral para colaborar en el sustento económico familiar, mientras aumentan las exigencias del mercado laboral hacia ellos. A las competencias específicas requeridas se suma el pedido de mayor flexibilidad para adaptarse a situaciones nuevas, la polivalencia en una misma organización y la capacitación constante. Una verdadera exageración que incluye, en muchas oportunidades, la necesidad de reinsertarse laboralmente cada vez que el mercado así lo demande.
Los jóvenes, por ser quienes protagonizan el ingreso a la vida activa, han sido especialmente afectados por la crisis.
Ellos, en especial los más vulnerables, parecen ser "la punta de lanza" de una crisis en la organización social de los ciclos de vida considerada desde el doble punto de vista de las instituciones y de los individuos. Si durante años determinados ritos y pasajes por distintas instituciones (la escuela, el trabajo, la partida del hogar de origen) configuraban las trayectorias de la juventud a la adultez, hoy esos mecanismos están en cuestión o cambian sin conformar circuitos de inclusión social. De modo que este grupo etario fue identificado como uno de los prioritarios en varios de los programas y acciones sociales” ( Jacinto, Bessega, Jacinto, 2002 ).
TRANSICIÓN Y MORATORIA PSICOSOCIAL
Las diferencias sociales -la condición de clase, fundamentalmente- configuran entonces distintas juventudes. Esto significa que la transición estará fuertemente condicionada por la posibilidad o imposibilidad de gozar de la denominada moratoria psicosocial.
...la moratoria psicosocial es un tiempo que el adolescente necesita para hacer las paces con su cuerpo, para terminar de conformarse y para sentirse conforme con él.
En su libro Identidad, Juventud y Crisis , Erik Erikson sostiene que:
Durante ese tiempo, el adolescente se enfrenta a una lucha entre los objetos viejos que debe abandonar y los nuevos que va a tomar. Así va construyendo su propia subjetividad, a través de pérdidas y nuevas adquisiciones.
La moratoria psicosocial es, ante todo, un período de espera otorgada a los adolescentes, desde el mundo de los adultos. A través de la construcción de espacios y tiempos propios se les permite ser adolescentes . Pareciera que los adultos de las sociedades actuales, lejos de adoptar formas de estimulación o imposición de pasaje a la adultez, les garantizan su estado adolescente.
Desde otra perspectiva, la moratoria psicosocial corresponde a la necesidad que tiene la sociedad para organizar su producción económica, y también cultural. En las sociedades capitalistas modernas, las actividades de producción económica, cultural y social reclaman un tiempo de formación prolongado que se adquiere en instituciones educativas especializadas. Primero fueron las escuelas secundarias y, hoy, son los estudios superiores. Se alarga cada vez más el proceso de capacitación y adquisición de saberes y competencias
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