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Elogio A La Locura

vakiux26 de Septiembre de 2013

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Capítulo I

Diga lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero, aquélla, y precisamente la única que tiene poder para divertir a los dioses y a los hombres.

Mi sola presencia ha podido conseguir, pues, lo que apenas logran los grandes oradores con un discurso lato y meditado que, a pesar de ello, no logra disipar el malhumor de los ánimos.

Capítulo II

Me ha dado hoy por hacer un poco de sofista ante vosotros. Imitaré, en cambio, a los antiguos, que para evitar el vergonzoso dictado de sabios prefirieron ser llamados sofistas. Se dedicaban éstos a celebrar las glorias de los dioses y los héroes.

Capítulo III

Declaro que me asombra la ingratitud o la indiferencia de los mortales, pues aunque todos me festejen celosamente y reconozcan de buen grado mi bondad, jamás ha habido ninguno en tantos siglos que haya celebrado las glorias de la Estulticia en un agradable discurso.

Vais, pues, a escuchar de mí un discurso que será tanto más sincero cuanto es improvisado y repentino.

Capítulo IV

A mí siempre me ha sido sobremanera grato decir lo que me venga a la boca. Que nadie espere de mí, pues, que comience con una definición de mí misma. Y, en fin, ¿a qué conduciría el convertirme con una definición en imagen o fantasma, cuando me tenéis presente ante vosotros mirándome con los ojos? Según veis yo soy verdaderamente aquella dispensadora de bienes llamada por los latinos «Stultitia», y por los griegos, «Moria».

Capítulo V

La cara es sincero espejo del alma. En mí no hay lugar para el engaño, ni simulo con el rostro una cosa cuando abrigo otra en el pecho. Soy en todas partes absolutamente igual a mí misma.

Capítulo VI

Si les faltan palabras de lenguas extranjeras, arrancan de podridos pergaminos cuatro o cinco palabras anticuadas con las cuales derramen las tinieblas sobre el lector, de suerte que los que las entiendan se complazcan más con ellas, y los que no, se admiren tanto más cuanto menos se enteren.

Y basta de este asunto. Vuelvo ahora a mi tema.

Capítulo VII

¿Puede llamar de modo más honroso a sus devotos la diosa Estulticia? No fue mi padre ni el Caos, ni el Oreo, ni Saturno, ni Júpiter, ni otro alguno de esta anticuada y podrida familia de dioses, sino Pluto, es el verdadero padre de los dioses y de los hombres. Si alguien tuviese a Pluto airado contra él, no le valdría ni el auxilio de Palas. Quien le tenga propicio, puede permitirse mandar a paseo al Sumo Júpiter y su rayo. Este fue quien me engendró, no sacándome de la cabeza, sino en la ninfa Neotete, que es la más bella y la más alegre de todas. Soy fruto de un amor furtivo.

Capítulo VIII

Nací en medio de estas delicias y no amanecí llorando a la vida, sino que sonreí amorosamente a mi madre. Puesto que a mí me criaron a sus pechos dos graciosísimas ninfas, la Ebriedad y la Ignorancia.

Capítulo IX

Ésta que veis con las cejas arrogantemente erguidas es el Amor Propio. Con los fieles auxilios de esta familia, todas las cosas permanecen bajo mi potestad y ejerzo autoridad incluso sobre las autoridades.

Capítulo X

Por derecho propio, no me llamaré y seré tenida por alfa de todos los dioses, cuando soy más generosa que todos en cualquier especie de bienes.

Capítulo XI

¿Qué podrá ser más dulce y más precioso que la misma vida? Y en el principio de ésta, ¿quién tiene más intervención que yo?

Si debéis la vida a los matrimonios y el matrimonio a la Demencia.

Capítulo XII

¿Qué día de la vida no vendrá a ser triste, aburrido, feo, insípido, molesto, si no le añadís el placer, es decir, el condimento de la Estulticia? «La existencia más placentera consiste en no reflexionar nada».

Capítulo XIII

La juventud, que sucede a esta edad, ¡cuán placentera es para todos, con cuánta solicitud la ayudan todos, cuán afanosamente la miran y con cuánto desvelo se tiende una mano en su auxilio!

Cuanto más se alejan de mí, menos y menos van viviendo, hasta que llegan a la vejez molesta que no sólo lo es para los demás, sino para sí mismos.

Capítulo XIV

Hombres severos dedicados a estudios de filosofía, o a graves y arduos asuntos, que han envejecido antes de llegar a la plena juventud, por obra de las preocupaciones

«La estulticia es la única cosa que frena el paso de la juventud fugacísima y mantiene alejada la molesta vejez.»

Capítulo XV

¿quién no preferiría ser necio e insulso como éste y estar siempre de fiestas, siempre joven, siempre pródigo en diversiones y placeres para todo el mundo, a ser como ese taimado Júpiter, que infunde temor a todos, o como Pan, que con [39] sus tumultos pánicos todo lo confunde, o como el tiznado Vulcano, siempre sucio del trabajo de su taller, o como la misma Palas, a la que hacen terrible su lanza y el escudo con la Gorgona, y cuya mirada siempre es hiriente?

Capítulo XVI

La sabiduría no es sino guiarse por la razón y, por el contrario, la estulticia dejarse llevar por el arbitrio de las pasiones, Júpiter, para que la vida humana no fuese irremediablemente triste y severa, nos dio más inclinación a las pasiones que a la razón, en tanta medida como lo que difiere medía onza de una libra.

Capítulo XVII

Que se le juntase con una mujer, animal ciertamente estulto y necio, pero gracioso y placentero, de modo que su compañía en el hogar sazone y endulce con su estupidez la tristeza del carácter varonil.

Capítulo XVIII

Yo soy artífice insustituible de las sobremesas, porque aquellas ceremonias de los banquetes, como elegir rey a suertes, jugar a los dados, los brindis recíprocos, el establecer rondas, cantar coronados de mirto, bailar y hacer pantomimas, no fueron inventadas por los siete sabios de Grecia, sino por mí, para bien del género humano.

Capítulo XIX

Cupido, padre y autor de todo afecto, que, por obra de su ceguera, toma lo feo por hermoso, hace que entre vosotros cada cual encuentre hermoso lo que ama, de suerte que el viejo quiera a la vieja como el mozo a la moza.

Capítulo XX

¡Cuántos divorcios y aun accidentes peores que los divorcios ocurrirían si el trato doméstico del varón y la esposa no se viese afianzado y sostenido por la adulación, la broma, la indulgencia, el engaño y el disimulo, que forman como mi cortejo! ¡Ah, qué pocos matrimonios llegarían a cuajar si el novio investigase prudentemente a qué juegos se había dedicado aquella doncellita delicada, al parecer, y pudorosa, mucho antes de casarse! ¡Y cuántos menos permanecerían unidos si muchos de los actos de las esposas no quedasen ocultos gracias a la negligencia y estupidez de los maridos!

Capítulo XXI

Sin mí no habría ni sociedad, ni relaciones agradables y sólidas, ni el pueblo soportaría largo tiempo al príncipe, ni el amo al criado, ni la doncella a su señora, ni el maestro al discípulo, ni el amigo al amigo, ni la esposa al marido, ni el arrendador al arrendatario, ni el camarada al camarada, ni los comensales entre ellos, de no estar entre sí engañándose unas veces, adulándose otras, condescendiendo sabiamente entre ellos, o untándose recíprocamente con la miel de la estulticia.

Capítulo XXII

Si prescindieseis de mí, además de no poder nadie soportar a nadie, todo el mundo sentiría hedor de sí, asco de sus propias cosas y repulsión de su misma persona. Tanto más cuanto que la naturaleza, en no pocas ocasiones más madrastra que madre, ha dispuesto el espíritu de los mortales, sobre todo de los pocos sensatos, de suerte que cada cual se duela de lo suyo y admire lo ajeno, de lo cual viene que todas las prendas, toda la elegancia y todo el atractivo de la vida se echan a perder y se desvanecen

Capítulo XXIII

Cuando se forman en batalla las acorazadas filas de ambos ejércitos y suenan los cuernos con ronco clamor, ¿de qué servirían esos sabios, exhaustos por el estudio, cuya sangre aguada y fría apenas puede sostenerles el alma? Hacen falta entonces hombres gruesos y vigorosos, en los que haya [50] un máximo de audacia y un mínimo de reflexión, a menos que se prefiera como tipo de soldado a Demóstenes, quien siguiendo el consejo de Arquíloco, apenas divisó al enemigo arrojó el escudo y huyó, mostrándose tan cobarde soldado cuanto experto orador.

Capítulo XXIV

Después de todo esto se celebra aún, ¡alabado sea Dios!, aquella famosa frase de Platón: «Las repúblicas serían felices si gobernasen los filósofos o filosofasen los gobernantes». Sin embargo, si consultáis a los historiadores, veréis que no ha habido príncipes más pestíferos para el Estado que cuando el poder cayó en manos de algún filosofastro o aficionado a las letras. Creo que de ello ofrecen bastante prueba los Catones, de quienes el uno alborotó la tranquilidad del Estado con sus insensatas denuncias, y el otro reivindicó con sabiduría tan desmesurada la libertad del pueblo romano, que la arruinó hasta los cimientos.

Capítulo XXV

Añadiré que no puede ser útil en nada ni a sí, ni a la patria, ni a los suyos, porque es inexperto en las cosas corrientes y discrepa largamente de la opinión pública y de los estilos normales de vida, de lo cual, por cierto, preciso es que siga el odio contra él, por ser tanta la disparidad de conducta y sentimientos.

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