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Ensayo Sobre Liderazgo Educativo


Enviado por   •  21 de Julio de 2011  •  1.844 Palabras (8 Páginas)  •  2.246 Visitas

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La Naturaleza etimológicamente hablando, deriva del latín y significaba nacer, todo nace espontáneamente; árbol, lluvia, conjunto de seres, objetos. Comportamientos y luchas en los que no interviene el ser humano, los animales y las plantas.

En la filosofía de la naturaleza la misma intuición del sentido es asumida en el movimiento del espíritu hacia el ser inteligible, y su valor de conocimiento, digo su valor especulativo, llega al máximo. Cuando el filósofo trata de la más humilde realidad sensible, del color por ejemplo, no procede a una medición de una longitud de onda o de un índice de refracción, sino que pide a la experiencia de la vista, a la cual él se refiere, la designación de una cierta naturaleza, de una cierta cualidad, cuya estructura inteligible específica él no puede descubrir. De este modo respeta esa experiencia del sentido y ésta le trae un contenido, el cual sin duda alguna, en cuanto sensible, no es inteligible, pero que posee, por cierto en cuanto sensible, un valor especulativo, y gracias precisamente a este valor especulativo oscuro por él respetado en el sentido, el filósofo puede hacer que el dato proporcionado por éste sirva para la imperfecta inteligibilidad de un objeto de saber. El conocimiento vivido del sentido es respetado en su valor propio de conocimiento, por inferior que éste sea.

Por el contrario, en el análisis empiriológico y sobre todo físico-matemático, es un hecho muy notable que el sentido está presente tan sólo para recoger las indicaciones suministradas por los instrumentos de observación y de medición, y que se le rehúsa en cuanto es posible un valor de conocimiento propiamente dicho, de oscura captación de lo real. ¿Cómo sería de otro modo en el universo sin vida, sin alma y sin carne, sin profundidad cualitativa, de la Cantidad abstracta que filtra a la Naturaleza? Sus razones tenían Descartes para reducir la percepción del sentido a una simple advertencia subjetiva exclusivamente pragmática.

Aristóteles, en cambio, buscaba en el ejercicio de la vista el primer ejemplo del gozo de conocer. He aquí desde el principio dos actitudes de espíritu funcionalmente opuestas, y es, perdonable el observar que la de Aristóteles es la única verdaderamente humana. La verdadera filosofía de la naturaleza honra el misterio de la percepción sensorial, sabe que ésta no acontece sino porque el inmenso cosmos es activado por la Causa primera cuya moción pasa a través de todas las actividades físicas para hacerles producir, en el límite extremo en que la materia se despierta al esse spirituale, un efecto de conocimiento sobre un órgano animado; no están, pues, equivocados el niño y el poeta cuando piensan que en el resplandor de una estrella que llega a nosotros a través de las edades, la Inteligencia que vela sobre nosotros nos hace señas desde lejos, desde muy lejos.

De este modo la filosofía de la naturaleza tiene como objeto, en todas las cosas de la naturaleza sensible, no el detalle de los fenómenos sino el mismo ser inteligible en cuanto movible, o sea en definitiva en cuanto capaz de generación y de corrupción; o también las diferencias del ser que ella puede descifrar, encarando la naturaleza inteligible, pero sin podar los datos del sentido, en el mundo de la mutabilidad ontológica.

Es aquí donde sería conveniente caracterizar el espíritu y el método de la filosofía de la naturaleza. Tocaré un aspecto de esta cuestión. Es evidente que la filosofía de la naturaleza debe usar de hechos también filosóficos, es decir establecidos y juzgados a la luz propia de la filosofía; pues un hecho no puede dar sino lo que contiene, y las conclusiones filosóficas no pueden ser deducidas sino de premisas filosóficas o de hechos que también posean un valor filosófico. Y la observación ordinaria filosóficamente criticada ya puede proporcionar muchos hechos de esta clase.

La ciencia moderna confirma a su manera y con admirables precisiones esta gran idea de la filosofía tomista de la naturaleza que ve en el universo de los cuerpos no vivientes y vivientes una aspiración y una ascensión, en gradación ontológica, hacia formas cada vez más concentradas de unidad compleja y de individualidad, y conjuntamente de interioridad y de comunicabilidad, y en definitiva hacia lo que en el vasto universo ya no significa una parte sino un todo sí mismo, un universo consistente, y abierto sobre los demás por la inteligencia y el amor: la persona, que es, como dice Santo Tomás, lo más perfecto que hay en toda la, naturaleza.

La filosofía de la naturaleza, descifrando la imagen del misterioso universo que le proporcionan las ciencias de los fenómenos, reconoce en él, en el seno de lo que podría llamarse lo trágico de la materia primera, un inmenso movimiento de respuesta, en primer lugar indistinto, después balbuceado, transformado luego, en el ser humano, en palabra, a otra Palabra que la misma filosofía de la naturaleza no conoce.

Gran número de investigadores contemporáneos definen la filosofía como determinan su esencia en función de la idea de cultura.

La palabra cultura fue tomada en las elucidaciones filosóficas de idéntico vocablo latino (cultura culturae). La aceptación general del término, a su vez, fue captada de la expresión cultura agri, cultura del campo, agricultura. Pero el hombre, desde siempre, no sólo cultiva el campo, no sólo se propone obtener productos útiles para conservar su vida; también cultiva otra suerte de productos, cuida y hace prosperar otras elaboraciones de su actividad espiritual. Frente a la cultura agri puede hablarse, como ya lo advirtieron los antiguos, de una cultura animi, de una

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