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11050117310 de Enero de 2014

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Una teoría de la nueva modernidad

El primer teórico que habló de este cambio fue Beck, quien en su libro La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad (1986) expuso una serie de cambios que no estaban siendo advertidos por las ciencias sociales y que afectaban notablemente a las nuevas generaciones.

Beck tomó un hito simbólico que usó para explayarse a otra serie de transformaciones. Se trataba del desastre de Chernobyl, el cual habría mostrado simbólicamente el límite de la modernidad. Posteriormente se anotaría otra fecha: la caída del muro de Berlín.

La nueva sociedad de la información domina de modo destacado las interrelaciones del sujeto con su entorno, pero entendido éste no como su contexto más directo y concreto, sino como el total de las sociedades industrializadas que tienen acceso a dichas telecomunicaciones (no podemos obviar que, aunque extendida a nivel mundial, la transferencia de información no es sino unidireccional ya que el acceso a dicha información se limita en gran medida a los países más industrializados, por lo que todavía no podemos hablar de la culminación del proceso).

A la sombra de dicho proceso globalizador, ha surgido una sociedad en la que la multiplicidad de recursos y opciones se encuentra a la orden del día. No obstante, de igual manera que las potencialidades del sistema se han visto aumentadas de manera sustancial, se ha producido la expansión de los riesgos derivados de ellas.

Hoy en día los riesgos se han convertido en una característica más de la sociedad, no porque antes no existiesen, sino por su propia naturaleza y extensión, ahora sí definitivamente global.

Lo que ocurre es que los riesgos aparejados al avance de la sociedad ya no se circunscriben de ningún modo a los límites ficticios de las fronteras, por lo que no es posible expulsar ni apartar hacia fuera los peligros potenciales de nuestros actos. Cualquier actuación (sea positiva o no) tiene unas consecuencias que son susceptibles de alcanzar a todo individuo del planeta, ya sea para bien o para mal.

Se han eliminado riesgos que anteriormente podían tener consecuencias catastróficas para los individuos, pero al mismo tiempo se han ido creando otros nuevos. A través de los avances tecno-científicos, creamos nuevos factores de riesgo desconocidos hasta la fecha.

La fase actual de la modernidad (o de la post-modernidad) se caracteriza, por lo tanto y a partes iguales, por la creación y proporción del bienestar así como por la producción de unos riesgos cada vez más difícilmente controlables por las instituciones encargadas de su vigilancia.

Lo novedoso de la situación no es ya, como decíamos, la existencia del riesgo, sino su verdadera magnitud y la práctica imposibilidad de mantenerlo, en cierta medida, "bajo control". En las sociedades tradicionales, los riesgos existían y de igual forma eran incontrolables o imprevistos, pero la diferencia consiste en que la previsión de que sucediesen podría situarse en unos márgenes "razonables".

La modernidad, por el contrario, ha traído unos riesgos incalculables aparejados a la toma de decisiones públicas.

Es más, la organización social ya no descansa tan solo sobre la administración y distribución de los recursos. Ahora, más que nunca, tenemos que tener en cuenta la distribución de las consecuencias no deseadas o "colaterales" de los actos que se derivan de la mencionada toma de decisiones de relevancia pública.

Riesgo vs. peligro

Las sociedades modernas, pues, se diferencias de las preindustriales, en función de la distribución de sus riesgos. Fundamentalmente, se trata de la distinción entre "sociedad de riesgo" y "sociedades de peligro".

De esta forma, aquellas colectividades preindustriales se identifican claramente al predominar en ellas las situaciones de peligro frente a las de riesgo. Sin embargo, las sociedades occidentales actuales (post-industriales) se han venido determinando en cuanto al alcance global de sus riesgos.

Pero, ¿cuál es la diferencia entre uno y otro concepto? En ambos casos se trata de la posibilidad futura de recibir daño o perjuicio alguno debido a una situación concreta. El peligro normalmente surge de forma natural y objetiva sin necesidad de intervención humana, además de que, por lo general es susceptible de ser observado directamente, sin mediación alguna.

Aspectos generales del riesgo

La noción de riesgo está caracterizada fundamentalmente por su componente futuro. Los riesgos tienen que ver con "la previsión, con destrucciones que no han tenido lugar pero que son inminentes" (Beck, 1998b: p.39) y esto es, precisamente, lo que los hace totalmente reales; aunque Beck opina, por otra parte, que tienen al mismo tiempo, un doble componente real e irreal. Por un lado, las evidencias previas conforman la realidad del riesgo, pero al estar ineludiblemente supeditado a la confirmación futura, éste se convierte en algo todavía irreal por la imposibilidad de ser palpable.

El ser humano necesita, en muchas ocasiones, "ver para creer", y el caso de los riesgos no es una excepción. Aunque normalmente se suele aceptar la opinión de los expertos, la falta de una experiencia propia que la confirme hará que ésta pierda valor.

En este sentido, es necesario mencionar la naturaleza social del riesgo. Ante todo hay que tener en cuenta que el riesgo como tal es única y exclusivamente una percepción social. El riesgo es creado en sí mismo a partir del momento en que es reconocido socialmente. Se crea, por tanto, cuando identificamos un suceso aparentemente inofensivo como un posible daño futuro.

Al hacerlo, se modifica la anterior visión que teníamos de dicha situación para adaptarla a la idea del posible mal. Se puede afirmar, entonces, que no existe ninguna conducta libre de riesgo precisamente por el carácter social del mismo. Es más, la "no toma" de decisiones es ya una decisión en sí misma fundamentada en la propia idea de riesgo.

En definitiva, la percepción social del riesgo implica necesariamente un juicio de valor: en primer lugar se identifica la situación inicial y después se analiza y se enjuicia para saber si existe riesgo alguno. La estimación de riesgo implica, por lo tanto, la valoración negativa de las posibles consecuencias del hecho analizado.

Todo ello viene a indicar que el riesgo se basa, fundamentalmente, en su componente subjetivo, por lo que no es posible distinguir entre el riesgo y su percepción, ya que viene siendo en cierto sentido lo mismo. De hecho, no existe apenas diferencia entre el riesgo real y el percibido, de tal modo que generalmente las propias percepciones alteran de manera sustancial las probabilidades reales del riesgo. Un hecho inicial y aparentemente inofensivo (o fácilmente solventable), al ser identificado como una posible contingencia futura, se convertirá, con toda seguridad, en un riesgo mucho mayor de lo que era en un principio

En definitiva, el riesgo es eminentemente subjetivo por todo lo que tiene de objeto social. Existe a causa de que los individuos asumen y perciben que existe. Sin esa percepción, la amenaza a la que hace referencia el riesgo seguiría existiendo de forma real, pero nunca sería considerada como tal, por lo que podría decirse que socialmente no existiría.

Es más, el peligro inherente que se encuentra implícito en la idea de riesgo, seguiría estando ahí, por lo que las consecuencias negativas serían iguales o incluso peores que si las hubiésemos identificado como potencialmente perjudiciales.

La apreciación del riesgo provoca que éste exista desde el punto de vista del individuo, pero no así desde el punto de vista real, pues su existencia como peligro no está condicionada a la percepción y al conocimiento humanos.

Así, la percepción del riesgo

La familiaridad y la cercanía generan y crean una confianza que no siempre se corresponde con la situación real de peligro; de esta forma, se ignoran o desestiman aquellos que nos son más comunes, al tiempo que restamos igualmente importancia (incluso hasta ignorarlos) a aquellos que son extraordinariamente infrecuentes (al menos para nosotros). La confianza que subyace al hábito hace que nos consideremos a nosotros mismos como expertos en la materia declarando una inocuidad que no siempre acompaña a los hechos y que a menudo contradice la opinión de los expertos (Douglas; 1996: pp.57-71).

Al ser las entidades humanas y los individuos que las dirigen, a través de sus decisiones, los culpables últimos de la mayoría de los riesgos sociales de hoy, no cabe duda de que el propio concepto de riesgo está íntimamente ligado al de responsabilidad. Todo cálculo y gestión de riesgos tiene como consecuencia una elección, la cual, vistos sus posteriores resultados, debe conllevar necesariamente la asunción de las responsabilidades de dichas consecuencias.

"Si (los daños) son vistos como fortuitos, serán entendidos socialmente como peligros; pero si se perciben como fruto de decisiones, entonces serán entendidos como riesgos que conllevan imputabilidad respecto al responsable de la acción" (López Cerezo y Luján; 2000).

Aún así, surge un problema de cierta magnitud respecto del principio de responsabilidad del riesgo. La sociedad actual ha pasado de un reparto de poderes "centro-periferia", teorizado por Wallerstein, a otro más complejo que ha venido siendo llamado por diversos autores, tales como Ramonet o Beck, "modelo archipiélago". En este nuevo modelo, no existe un único centro, sino que

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