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Histeria De Conversion

c.Ruvalcaba29 de Abril de 2013

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Era un término muy común la palabra histeria, en el siglo XIX, sin embargo poco era el conocimiento que se tenía sobre ella. Con las publicaciones e investigaciones de Freud sobre la neurosis y sus histerias y algunos otros autores destacados, hoy en día es más sencillo el poder entenderlas y verlas desde un plano moderno.

Sigmund Freud nos deja como legado al psicoanálisis y aporta aún más a su creación, nos dejo diversas teorías, no sólo de la composición de la psique y el aparato mental, sus trabajos llegaron más allá rebasando fronteras, y en el presente trabajo nos concentremos en una sola, la cual es la estructura neurótica, hablando específicamente de la Histeria de Conversión.

Primero hay que hablar de la conversión en si, lo cual se denomina como un proceso inconsciente a través de determinados conflictos intrapsíquicos, generadores de ansiedad, alcanzan una representación externa simbólica. Siempre expresa en alguna medida lo reprimido y las fuerzas represoras.

En lo que hay que hacer hincapié es que en las histerias de conversión son predominantemente somáticas, se encuentra con esta predisposición o facilitación a alguna parte del cuerpo, la cual siempre tendrá un simbolismo reprimido. No hay que dejar de lado a la angustia, pieza clave en esta estructura, ya que la angustia en la histeria y en otras neurosis hace responsable al proceso de la represión, es la idea (representación) la que experimenta la represión, por eso el afecto es trasformado en angustia.

Y es aquí en donde nos surge la duda: ¿Es para la histérica consabido la causa de su padecer? sabe que hay angustia en ella, pero ¿sabrá el motivo y porque la hay? Es lo que trataremos de descubrir, basándonos en un caso de Freud, de una señorita llamada Elizabeth von R quien sufría de terribles dolores en sus piernas desencadenados por varias situaciones familiares. Por lo que en este caso vemos un claro ejemplo de una histeria de Conversión de su sintomatología va en la línea de lo somático, como otro ejemplo para mencionar sería el caso de Dora también de S. Freud en donde sus síntomas son también físicos y desencadenados por una vivencia en especial. Y sabemos que detrás de estos síntomas son dados por las vivencias sexuales infantiles

 Caso de “Histeria de Conversión”

Elisabeth Von R., una joven de veinticuatro años de edad y quien llevaba dos años quejándose de grandes dolores al caminar, y de una fatiga que le sobrevenía muy rápido al hacerlo y al estar de pie (hiperalgesia de la piel y de los músculos en las piernas), el dolor era de naturaleza imprecisa. A lo largo de su vida había sufrido algunas pérdidas familiares importantes: la muerte de su padre tras una dolencia cardiaca, una enfermedad en los ojos de la madre y la muerte de una hermana después de dar a luz a su segundo hijo.

La paciente refirió que la cara anterior de su muslo derecho era el foco de los dolores que la asechaban, de donde ellos partían la mayor parte de las ocasiones y alcanzaban su máxima intensidad. Sin embargo, la piel y la musculatura de esa zona, eran particularmente sensibles a la presión y el pellizco; la punción con agujas se recibía de manera más bien indiferente. Esta misma hiperalgesia de la piel y de los músculos no se registraba sólo en ese lugar, sino en casi todo el ámbito de ambas piernas. Quizá esto se deba a que los músculos eran aun más sensibles que la piel al dolor; inequívocamente, las dos clases de sensibilidad dolorosa se encontraban más acusadas en los muslos.

Podemos inclinarnos a decir que, la paciente presenta una histeria de conversión. En primer lugar, era llamativo lo imprecisas que sonaban todas las indicaciones de la paciente, acerca de las características de sus dolores. Una persona que padece de dolores orgánicos, si no sufre de los nervios además de esos dolores, los describirá con mayor precisión y tranquilidad. A diferencia, el neurasténico describe sus dolores de manera exagerada como si estuviera ocupado con un trabajo demasiado difícil intelectualmente, muy superior a sus fuerzas. La expresión de su rostro se torna tensa y como deformada por la influencia de un afecto penoso; su voz se vuelve chillona, lucha para encontrar las palabras, rechaza cada definición posible que el médico le propone para sus dolores, aunque más tarde ella resulte indudablemente la adecuada; es evidente, opina que el lenguaje es demasiado pobre para prestarle palabras a sus sensaciones, y estas mismas son algo único, algo novedoso que uno no podría describir de manera exhaustiva, y por eso no cesa de ir añadiendo nuevos y nuevos detalles; cuando se ve precisado a interrumpirlos, seguramente lo domina la impresión de no haber logrado hacerse entender por el médico. Esto se debe a que sus dolores han atraído su atención íntegra.

Pero más determinante todavía para la concepción de esos dolores era por fuerza un segundo aspecto. Cuando en un enfermo orgánico se estimula la zona de la cual se produce un dolor físico, produciendo un sobresalto. A diferencia de un neurasténico, como la señorita Elisabeth Von R. cuando se pellizcaba la piel y la musculatura hiperálgicas de la pierna, su rostro tomaba una expresión bastante peculiar, daba la impresión de placer en lugar de dolor; lanzaba unos chillidos, su rostro enrojecía, echaba la cabeza hacia atrás, cerraba los ojos, su tronco se arqueaba hacia atrás. Nada de esto era demasiado evidente, pero sí lo bastante nítido, y compatible sólo con la concepción de que esa dolencia era una histeria y la estimulación afectaba una zona histerógena. en pocas palabras, el gesto no concordaba con el dolor que supuestamente era excitado por el pellizco de los músculos y la piel; probablemente concordaba mejor con el contenido de los pensamientos escondidos tras ese dolor y que uno despertaba en la enferma mediante la estimulación de aquellas partes del cuerpo asociadas con ellos. Este tipo de gestos significativos como los de la paciente, los cuales surgen a raíz de la estimulación de zonas hiperálgicas son característicos de un ataque histérico.

Retomando los antecedentes familiares de Elisabeth Von R., entre los cuales destacan que era la menor de tres hijas mujeres, había pasado su juventud, con tierno apego a sus padres, en una finca de Hungría. Durante ese tiempo, la salud de la madre se deterioró en varias ocasiones a raíz de una dolencia ocular y también por estados nerviosos. Por lo cual, la paciente tenia una relación muy estrecha con su padre, lo describía como un hombre alegre y dotado de la sabiduría de vivir, quien tendía a decir que esa hija (Elisabeth) le sustituía a un hijo varón y a un amigo con quien podía intercambiar ideas. La llamaba en broma «impertinente» y «respondona», la ponía en guardia frente a su inclinación a los juicios demasiado tajantes, a decir la verdad a los demás sin consideración alguna; y solía pensar que le seria difícil encontrar marido. De hecho, ella muy satisfecha con su condición de mujer; rebosaba de ambiciosos planes, quería estudiar o adquirir formación musical, se indignaba ante la idea de tener que sacrificar todos sus ideales.

Cierto día trajeron al padre de Elisabeth a la casa inconsciente, tras un primer ataque de edema pulmonar. Durante un año y medio, Elisabeth se aseguró el primer lugar junto al lecho, debido a que era ella quien lo atendía en todo momento. A tal grado que dormía en la habitación de su padre, se despertaba de noche a su llamado, lo asistía durante el día, en tanto que él se resigno a su irremediable estado. Sin duda, el comienzo de su dolencia comenzó con este período de cuidado del enfermo, pues ella recordó que durante los últimos seis meses de ese cuidado debió permanecer en cama por un día y medio a causa de aquellos dolores en la pierna derecha. Pero afirmaba que estos le pasaron pronto y por lo cual no se preocupo ni llamo su atención. Y de hecho, fue sólo dos años después de la muerte del padre cuando se sintió enferma y no pudo caminar a causa de sus dolores.

Trascurrido el año de luto, la hermana mayor casó con un hombre talentoso y trabajador, de buena posición, parecía tener por delante un gran futuro, pero en el trato más íntimo desarrolló una quisquillosidad enfermiza, una egoísta obstinación en sus caprichos, y en el círculo de esta familia fue el primero que se atrevió a descuidar el miramiento por la madre de Elisabeth. Era más de lo que ella podía tolerar; así que asumió una la lucha contra el cuñado en cuanta ocasión se presentara. El más grande reproche que le adjudicaba Elisabeth a su cuñado era que por buscar un empleo más ventajoso se hubiese mudado con su pequeña familia a una lejana ciudad de Austria, acrecentando así la soledad de la madre.

El matrimonio de la segunda hermana pareció más promisorio para el futuro de la familia, pues este segundo cuñado, era un hombre cordial para estas mujeres sensibles y educadas en el cultivo de toda suerte de miramientos; su conducta reconcilió a Elisabeth con la institución del matrimonio y con la idea de los sacrificios a ella enlazados. Además, su hermana y su segundo cuñado permanecieron cerca de la madre y el hijo de este cuñado y su segunda hermana pasó a ser el preferido de Elisabeth. Sin embargo, el mismo año en que este niño nació fue opacado por otro suceso. La dolencia ocular de la madre exigió una cura de oscuridad de varias semanas, compartida por Elisabeth, pero fue necesario de una intervención quirúrgica a su madre, la cual salió triunfante de la operación. Y las tres familias se encontraron en un sitio de residencia veraniega; allí Elisabeth, cansada por los sucesos de los últimos meses,

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