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Inventarios Autodescriptivos De Personalidad

Ferrione112 de Octubre de 2014

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Intervención sobre el informe de R. Loewenstein «El origen del masoquismo y la teoría de las pulsiones»1

Jacques Lacan

21/02/1938

LACAN – Primero agradezco a Loewenstein por su informe, que tiene el mérito de plantear claramente los problemas y muy especialmente el problema de la teoría de la pulsión de muerte, que resuelve a su modo, pero que resuelve.

La complicación extrema de esta discusión sobre el masoquismo viene de una especie de diplopía que nos agarra a todos cada vez que interviene este trasfondo del instinto de muerte. Creo que es difícil eliminar de la doctrina analítica la intuición freudiana del instinto de muerte. Intuición porque, en la elaboración doctrinal, hay mucho por hacer, nuestra discusión lo prueba. Pero ciertamente me parece extraordinario, por parte de algunos, decir que, sobre el tema de los instintos de muerte, Freud hizo una construcción especulativa y estuvo lejos de los hechos. Es más especulativo querer que todo lo que encontramos en nuestro campo tenga un sentido biológico que, siguiendo esta experiencia concreta del hombre – y nadie más que Freud la tuvo en su siglo – hacer salir una noción bastarda, estupefaciente.

Poco me importa que eso constituya un enigma biológico. Es cierto que en el campo biológico el hombre se distingue en que es un ser que se suicida, que tiene un superyó. Se lo ve bosquejarse en el reino animal y desde luego no es cuestión de separar al hombre del plano animal. Pero, sin embargo, podemos observar que lo que más se parece a un superyó humano no aparece en los animales sino en la cercanía al hombre, cuando están domesticados. Para otras sociedades animales, después de un cierto tiempo, apareció una crítica que ponía en tela de juicio las semejanzas, un poco proyectadas, que se habían establecido, entre la supuesta analogía de las sociedades de hormigas y las sociedades humanas; de modo que, sobre su superyó, no podemos decir gran cosa.

El hombre también es un animal que se sacrifica y nos es imposible a nosotros, analistas, desconocerlo, especialmente que sobre este último punto aparecen equívocos. Esta especie de convergencia que hemos subrayado entre la culminación del principio de realidad, de objetalidad y el sacrificio, es algo que no es tal vez tan simple como la teoría parece indicarlo. No es una maduración del ser, es mucho más misterioso. Hay una convergencia entre dos cosas completamente distintas: entre la culminación de la realidad y algo que parece ser el punto extremo de esta relación entre el hombre y la muerte, que por otra parte puede ser precisada fenomenológicamente hablando.

1 10° conferencia de psicoanalistas de lengua francesa, publicada en Revue Française de Psychanalyse, 1938, tomo X, n° 4, pp. 750-752.

2

El sentido de la vida del hombre que está en su vivir intrincado con el sentido de la muerte, lo que especifica al hombre en relación al instinto de muerte, es que el hombre es el animal que sabe que morirá, que es un animal mortal.

Freud, justamente, que partía de una formación, de un espíritu de biólogo y en contacto con la experiencia de los enfermos, pronunciaba estas palabras que debían retornarle a la pluma: «el instinto de muerte es algo que debemos tener en cuenta, que me parece hacer una especie de irrupción feliz en este biologismo que obstruye demasiado».

Nos topamos a todo momento con una suerte de distinción entre los órdenes y los campos, con estas estructuras que son esenciales. No he captado luego lo que quería decir Loewenstein hacia el final de su informe, cuando insistía con que fueran distinguidos los mecanismos de las tendencias. Si quería hablar de la tendencia que tendríamos para hacer que todos los mecanismos sean solo de las tendencias, ¿por qué más bien atribuir todo a las

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