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La Empatia

Woonchito27 de Mayo de 2013

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La empatía

Empatía es una bifurcación de la propia personalidad para proyectarla hacia el otro; es, sencillamente, ponerse en el lugar del otro, escucharle, tratar de comprender sus razones para actuar de tal o cual manera, apartando de nuestra mente la máscara de nuestras propias razones, convicciones o intenciones.

La empatía constituye una habilidad fundamental para el trato interpersonal y es, hoy en día, una de las actitudes psicológicas más valoradas en el área del los recursos humanos. Esto es, principalmente, porque las personas empáticas tienen un elevado nivel de inteligencia emocional que les capacita para ser, no sólo un buen apoyo de grupo, sino también líderes conciliadores y democráticos.

En mi carrea la empatía podría servirme:

• Inteligentes, tanto racional como emocionalmente.

• Sensibles al entorno como a sí mismos. Poseen lo que se ha venido a llamar “radar social”.

• Observadoras, y saben proceder desde la observación atenta a la captación y conciencia del entorno y de los demás.

• Buenas oyentes, una de las claves esenciales de la empatía es la escucha activa.

• Sociables y afectivas, saben oscilar desde la recepción (de señales indicativas de necesidades emocionales de los demás) hasta la entrega.

INTRODUCCIÓN.

Este trabajo tiene la intención de analizar el fenómeno de la corrupción en México desde un punto de vista cultural, con apoyos en la historia y en la tesis del Dr. Guillermo Bonfil Batalla del “México profundo”. Es una primera aproximación, que intenta buscar otro tipo de respuestas, más allá de las moralistas o aquellas que ha producido el colonialismo cultural, para mantenernos en una situación de inferioridad.

La corrupción es un fenómeno universal, que en todos los tiempos y en todas las culturas se ha dado. Sin embargo, en México tiene características diferentes; por una parte es un fenómeno aparentemente general en todos los niveles de nuestra sociedad; y por otra parte, tiene connotaciones muy profundas tanto en las mentes de los ciudadanos como en las estructuras del Estado.

La corrupción en principio es un mal para la sociedad, porque destruye, debilita, desarticula, resquebraja, desintegra un Proyecto Nacional de Estado y de Sociedad. En principio, bajo ninguna posibilidad se puede aceptar la corrupción, porque “lesiona al ente social”. De acuerdo a este principio, generalmente se han hecho muchos juicios sobre la corrupción en México. Sin embargo, creemos que es necesario ir más allá de esta realidad evidente y buscar respuestas más profundas, que nos puedan dar claridad sobre un fenómeno que es constante en los últimos siglos de nuestro país, y que tal parece es el origen de todos nuestros males.

Se dice que México es un país corrupto, que casi todos los mexicanos de alguna forma estamos siendo partícipes de este problema, con el que al parecer hemos podido vivir sin aparentemente mayor conflicto. Para las sociedades no colonizadas, en especial para los países colonizadores de ayer e imperialistas de hoy, la corrupción es en apariencia, uno de los grandes “pecados” que es censurado y castigado con todo el rigor por el Estado. Este sentido de incorruptibilidad es especialmente manejado en los niveles más distantes de los centros de poder; por decirlo de otra forma, en el ciudadano común, aunque en los niveles más altos de poder, sucesivamente se dan escándalos de corrupción en lo político y en lo económico, que sacuden a estas sociedades “puritanas”. En efecto la corrupción menor es intolerada y ferozmente combatida, el “deber ser” de la sociedad y del Estado se han estructurado en un paradigma “moral” en el que se sostienen las estructuras de poder. Por ello cuando se trata de corromper en estos países a las autoridades, instituciones y leyes “menores”, la respuesta de las fuerzas de poder es implacable. Ya que la corrupción a estos niveles sí se permitiera, a mediano plazo afectaría los grandes centros de poder. De esta manera el Estado debe proteger a las estructuras de la corrupción; las leyes, las instituciones y las autoridades, deben mantenerse fuera del alcance generalizado del cáncer que representa la corrupción, fundamentalmente en sus niveles medios y bajos; aunque de alguna manera, el gran poder, por sí mismo, es un acto de corrupción; el poder por naturaleza corrompe. Así pues, en un país colonizador, que por siglos se ha enriquecido corruptamente de la explotación y saqueo de otros pueblos, resulta un acto suicida tratar de corromper a un policía de un crucero o a un burócrata de ventanilla.

Estos juicios sobre la incorruptibilidad de las leyes, las instituciones y las autoridades, generados en los países colonizadores, los hemos importado y como casi siempre, los hemos tratado de aplicar a nuestra realidad. Los resultados son la frustración y un sentimiento creciente de inferioridad frente a las sociedades colonizadoras y sus Estados. En efecto, por la ausencia de un análisis más profundo y descolonizado del fenómeno de la corrupción, la realidad cotidiana se empecina a mantenerse aferrada a este “cáncer” que a pesar de múltiples intentos unos honestos y otros no tanto, por erradicarla de la vida nacional se mantiene vigente. De esta manera tal parecería que estamos condenados a vivir para siempre con este “mal”, que ni nos destruye ni nos permite desarrollarnos. Qué pasa entonces? Los mexicanos somos la encarnación de la corrupción en este planeta o es que la naturaleza de nuestra cultura es corrupta. Existen muchos sitios comunes para dar respuesta inmediata a estas interrogantes pero creemos que es necesario explorar otras alternativas, enfocar el problema desde otros ángulos.

Acaso podríamos presuponer, que si la corrupción ha vivido tanto tiempo entre nosotros, no es un “terrible” mal como siempre lo hemos creído. ¿Acaso, si hiciéramos a un lado el “Deber Ser” de la moral, resultara que la corrupción ha sido un elemento “malo”, que ha sido muy bueno para la supervivencia de nuestra civilización y nuestra identidad?

En este trabajo se pretende iniciar una reflexión descolonizada de este fenómeno, porque entendemos que la sociedad y el Estado están cambiando y no podemos crear la sociedad y el Estado del siglo XXI, sin resolver este lastre centenario que nos ha impedido desaparecer como pueblo y que al mismo tiempo no nos permite en la actualidad, avanzar con pasos firmes en la construcción de relaciones honestas y confiables, para acrecentar la democracia y la justicia en México.

II.- QUETZALCÓATL.

los más ancestrales orígenes.

La historia del México prehispánico que aproximadamente es del año 6000 a.C. (según Miguel León Portilla) hasta el año 1519, terminando con la llegada de los conquistadores. Este periodo de aproximadamente siete mil quinientos años los especialistas lo subdividen en tres partes, el periodo PRECLASICO que inicia 6000 a.C. y termina en el 200 a.C.; el período CLÁSICO del 200 a.C. al 900 D.C. y el período POSTCLASICO que va del 900 D.C. al 1519.

La historia del México antiguo es bastante desconocida, en parte porque los aztecas y después los españoles destruyeron los códices y los testimonios orales, escritos y simbólicos de esta milenaria cultura. En efecto, El período azteca es el más corto y reciente de la época prehispánica, para tener una idea, la ciudad de Tenochtitlán se fundó en el año 1325, apenas 194 años antes de la llegada de los españoles.

La parte histórica más importante del México antiguo, es la época del esplendor, está situado entre el 600 y el 900 D.C. El desarrollo cultural en el Anáhuac estaba en todo su apogeo los centros de conocimiento como Teotihuacán, Monte Alban. Chichen Itzá, etc. vivían sus mejores momentos. Sin embargo, algo misterioso sucedió en todo el Cen Anáhuac , porque casi al mismo tiempo, estos centros de conocimiento fueron destruidos, cubiertos de tierra y abandonados por sus ocupantes y literalmente desaparecieron de la faz de la tierra.

Las antiguas culturas tenían tres círculos excéntricos de conocimiento; en el primer círculo se encontraba el conocimiento directo a través de la palabra; el segundo círculo de conocimiento quedó en piedras y libros o códices; el tercer círculo de conocimiento quedó en religiones.

Así que cuando se dio el fenómeno misterioso del llamado colapso del clásico superior, donde los hombres de conocimiento desaparecieron abandonando los centros de desarrollo, quedó el conocimiento en una religión que había elaborado a través de cientos o acaso miles de años. En efecto, en aquellos momentos del esplendor clásico superior en Anáhuac, no todas las personas eran “hombres de conocimiento”. Existían como siempre han existido los hombres comunes o pueblo que tenían una religión en la que de manera sencilla se difundía el conocimiento y la sabiduría a los campesinos y artesanos. En ésta religión Mesoamericana existían dos figuras fundamentales, una era Quetzalcóatl y la otra Tláloc. El primero como responsable del desarrollo espiritual y el segundo como el responsable del fenómeno de la vida. Tláloc y Quetzalcóatl ya están presentes aquí desde el período PRECLASICO con los Olmecas, cobra toda su fuerza en el clásico con la llamada cultura TOLTECA

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