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La Gente Envejece Cuando Abandona Sus Ideales.


Enviado por   •  29 de Agosto de 2014  •  3.111 Palabras (13 Páginas)  •  243 Visitas

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EL HOMBRE posee una identidad simbólica que lo particulariza respecto de los demás seres vivos: tiene nombre, tiene historia, puede teorizar y crear obras artísticas. Sin embargo, no puede vencer a la Muerte, a la que le teme como un final ineludible, aunque este destino le resulte, así y todo, fascinante.

La idea de la muerte es inherente al pensamiento humano. De acuerdo a Sócrates, "el verdadero filósofo siempre está preocupado por la muerte y el morir". Cicerón decía que "estudiar filosofía es prepararse para morir", y para Montaigne "el perpetuo trabajo de la vida es elaborar los fundamentos de la muerte".

Freud, que durante muchos años de su vida estuvo torturado por la enfermedad y la posibilidad de morir (tuvo que ser operado varias veces del maxilar superior), pensaba, no obstante, que el hombre no tiene una representación de la muerte, y que por lo tanto, no puede temer a algo que puede concebir. El temor a la muerte, sugirió, no es otra cosa que el miedo a la castración o el miedo al abandono. Creemos, sin embargo, que aunque no podamos concebir la idea de estar muertos, si podemos imaginar y temer la experiencia de morir. Más aun: podríamos decir que toda la actividad humana es, en gran medida, un modo de negar la fatal inevitibilidad de la muerte.

Freud estaba, por supuesto, imbuido en general de las ideas de su tiempo, como científico, más específicamente, recurrió a los conceptos de vida, muerte, equilibrio y energía prevalecientes a fines del siglo XIX y comienzo del XX, a los que nos referimos en el capítulo I. Sus trabajos revelan un esfuerzo tenaz para adecuar sus observaciones clínicas y sus modelos teóricos a las concepciones de la biología finisecular. Hoy, casi un siglo después, cuando tenemos nuevas perspectivas acerca de la vida, la muerte, el equilibrio y las restricciones (ver capítulo I) sería oportuno estudiar sus ideas sobre la relación del aparato psíquico con el tiempo y la muerte a la luz de la nueva información.

Los científicos del siglo XIX introdujeron de lleno la variable tiempo en las explicaciones de la naturaleza. Comenzaron entonces a predominar los modelos dinámicos, en los que una causa, mediante un proceso, da origen a un efecto; sólo quedaba buscar las fuerzas que llevaban a cabo dichos cambios. Por su parte, la psicología consideró que el instinto es un esquema de comportamiento heredado, propio de una determinada especie animal, y según el cual una fuerza lleva al organismo a desplegar conductas adecuadas para mantener su vida y la de su especie. Esta idea fue tomada por el psicoanálisis, que introdujo el concepto de pulsión, considerada como la forma humana del instinto.

De acuerdo a la Weltanshauung de su época, Freud definió las pulsiones como factores energéticos que hacen que el organismo tienda a un fin; pensó que tienen su origen en fuentes corporales, y su finalidad es suprimir un estado de tensión. Ahora bien, para lograr ese fin, las pulsiones necesitan de objeto. Veamos un ejemplo: en la pulsión de conservación, la fuente de la tensión es la hipoglucemia o las contracturas gástricas, el fin es apropiarse del alimento para suprimirla, y el objeto es quien proporciona el alimento, en este caso la madre o un sustituto. La pulsión aparece entonces en la psique bajo la forma de deseo.1

En el capítulo I se señaló que a fines del siglo XIX y principios del actual se cometía el error de considerar a los organismos como sistemas aislados y en equilibrio que, por lo tanto, cuando eran perturbados, tendían a reequilibrarse relajando tensiones. La quintaesencia de la salud era el equilibrio. En concordancia con esas ideas, Freud postuló la existencia de un principio2 del placer por el cual, en las distintas situaciones de su vida, el sujeto tiende a relajarse disminuyendo la tensión. Sin embargo, encontró en su práctica clínica una serie de conductas que no se avenían con este principio: la compulsión de repetición, mecanismo que se da típicamente en las neurosis traumáticas, y las situaciones de agresión, sadismo y masoquismo, comunes en las depresiones y neurosis obsesivas. En la neurosis traumática, por ejemplo, el sujeto tiene una y otra vez la misma pesadilla que reitera una situación atormentadora, y Freud no veía cómo explicar este proceso del aparato psíquico en base a un principio del placer. Peor aún, encontraba casos en los que un sujeto se solazaba en autoflagelarse, o en causar dolor a su pareja sexual; pensó que esto estaba más de acuerdo con una tendencia a la destrucción y a la muerte. Pero morir, además de impedir obviamente el proceso tan enormemente delicado de la vida, y hacer regresar al sistema a un nivel orgánico jerárquicamente inferior, es además un regreso a niveles inorgánicos. En aquellas conductas destructivas, repetición traumática, agresión, sadismo y masoquismo, Freud sospechaba entonces la existencia de una pulsión de muerte.

Por eso, en Más allá del principio del placer, Freud afirmó que "si admitimos que el ser vivo aparece después de lo inorgánico y deviene de él, la pulsión de muerte coincide con la noción de que el instinto tiende a regresar a un estado previo". Pero, suponer que los individuos tienen una pulsión de muerte implica aceptar que mueren necesariamente por razones internas. En esa obra, Freud sostenía que la pulsión de muerte tiene un origen autónomo, opuesto a la pulsión de vida, y por lo tanto, empezó a postular desde entonces que existían dos entidades: pulsión de vida y pulsión de muerte, principios universales que regirían los eventos biológicos, sociológicos, psíquicos e incluso cósmicos. Afirmó que las pulsiones son innatas, predeterminadas, sus fines son fijos y tienden a hacer regresar al sujeto a un estado anterior. Pero si bien su postulación de la pulsión de muerte tiene fundamento en razones de orden psicoanalítico, Freud relaciona no obstante ese concepto con las concepciones biológicas y filosóficas de su época.

Las concepciones biológicas de fin de siglo estaban dominadas por la idea dehomeostasis. Los fisiólogos sostenían que los organismos parecen estar dotados de mecanismos que mantienen la constancia de sus parámetros fisiológicos; si los hidratamos entrarán en juego mecanismos que desencadenarán una diuresis, si les restringimos el agua otros mecanismos les producirán oligurias; y así, cuando les subimos experimentalmente la glucemia el páncreas la bajará, y si se la bajamos, las suprarrenales se encargarán de volvérsela a subir. Freud, que por supuesto no ignoraba estas ideas, propuso a su vez un principio, según el cual el aparato psíquico tiende a mantener una cantidad de excitación constante: lo llamó principio de constancia, y estaría regido por una noción económica. A partir de ahí describió al displacer como un

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