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La Vida De Los Hombres


Enviado por   •  28 de Septiembre de 2014  •  3.166 Palabras (13 Páginas)  •  235 Visitas

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1. Las desviaciones religiosas y el saber médico

En cada cultura existen sin duda una serie coherente de líneas divisorias: la prohibición del incesto, la delimitación de la locura y posiblemente algunas exclusiones religiosas, no son más que casos concretos. La función de estos actos de demarcación es ambigua en el sentido estricto del término: desde el momento en el que señalan los límites, abren el espacio a una trasgresión siempre posible. Este espacio, así circunscrito y a la vez abierto, posee su propia configuración y sus leyes de tal forma que conforma para cada época lo que podría denominarse el "sistema de la trasgresión". Este sistema no coincide realmente con lo ilegal o lo criminal, ni con lo revolucionario, ni con lo monstruoso o anormal, ni tampoco con el conjunto compuesto por la suma de todas esas formas de desviación, sino que cada uno de esos términos lo designa al menos tangencialmente y, en ocasiones, permite reflejar en parte ese sistema que es, para todas las desviaciones y para conferirles sentido, su condición misma de posibilidad y de aparición histórica.

La conciencia moderna tiende a otorgar a la distinción entre lo normal y lo patológico el poder de delimitar lo irregular, lo desviado, lo poco razonable, lo ilícito y también lo criminal. Todo lo que se considera extraño recibe, en virtud de esta conciencia, el estatuto de la exclusión cuando se trata de juzgar y de la inclusión cuando se trata de explicar. El conjunto de las dicotomías fundamentales que, en nuestra cultura, distribuyen a ambos lados del límite las conformidades y las desviaciones, encuentra así una justificación y la apariencia de un fundamento.

Estas marcas distintivas no deben sin embargo deslumbrarnos: han sido instauradas en una fecha reciente; incluso la posibilidad misma de trazar una línea de demarcación entre lo normal y lo patológico no ha sido formulada con mucha anterioridad puesto que es preciso reconocer la absoluta novedad de esta separación en los textos de Bichat, a caballo entre los siglos XVII y XIX. Por muy extraño que esto pueda parecer el mundo occidental conoció, y ello durante milenios, una medicina que se basaba en una conciencia de la enfermedad en la que lo normal y lo patológico no constituían los conceptos organizadores de las categorías fundamentales.

Puede servir de ejemplo para ilustrar esto el debate planteado entre la conciencia médica y determinadas formas de desviación religiosa durante el siglo XVI. Nos limitaremos aquí a la creencia en una alteración de los poderes físicos del hombre bajo el efecto de una intervención demoníaca.

Señalemos en primer lugar que entre los partidarios y adversarios de esos poderes múltiples lo que se debate no es precisamente el castigo. La indulgencia, tan aireada por Molitor y Weyer, es algo relativo y bastante parcial. Molitor disculpa a las brujas de cualquier acción real, pero lo hace para condenarlas con mayor seguridad a la pena capital (Des sorciétes et devineresses, 1489, p. 81). Weyer se indigna sin duda de que el magistrado no tenga suficiente confianza en la cólera de Dios y que "a causa de una tempestad que destruyó la cosecha de trigo en los campos antes de ser recogida... haya detenido a varias mujeres locas y de espíritu débil"; pero condena con tanto o más rigor a los magos que hacen pacto con el diablo (Des illusions et impostares des diables, 1579, p. 265, 614). En cuanto a Erastus, quien sostiene "que las brujas no pueden de ningún modo realizar esas maravillas que comúnmente se piensa que son capaces de hacer", pide para ellas la pena capital: "creo haber demostrado suficientemente que las brujas deben ser castigadas, y no tanto por las cosas que hacen o quieren hacer, cuanto por su apostasía y rebeldía negándose a obedecer a Dios, así como por la alianza que han contraído con el diablo" (Dialogues touchant le pouvoir des sorciéres, 1579).

El problema de la indulgencia es algo secundario. Lo esencial es que ni Molitor a finales del siglo XV, ni Weyer o Erastus en el XVI, conceden paz ni cuartel a lo demoníaco. El debate que tiene lugar con Sprenger, Scribonius o Bodino no cuestiona la existencia del demonio ni su presencia entre los hombres, sino que únicamente se plantea sus modos de manifestación, la forma en que su acción se transmite y se oculta bajo las apariencias. No existe pues conflicto entre lo natural y lo sobrenatural sino una difícil polémica sobre las modalidades de verdad de la ilusión.

Veamos algunos puntos de referencia:

1. Ángel malévolo, pero ángel pese a todo, Satán continuó siendo un espíritu, incluso cuando adquirió un cuerpo. Justamente con los espíritus se puede comunicar con mayor facilidad, pues éstos son libres mientras que las cosas de la tierra están sometidas a las leyes que Dios les ha impuesto. Por tanto si Satán puede actuar sobre los cuerpos, se debe sin duda a una especial autorización divina, a una especie de milagro. Si actúa sobre las almas es gracias a esa permisividad general que Dios le ha conferido tras la caída, es en virtud de la consecuencia universal del pecado. Erastus define así las posibilidades de acción del diablo: tiene poco poder sobre las cosas y sobre los cuerpos, menos aún que el hombre a quien Dios ha confiado el cuidado del mundo, pero tiene mucho poder sobre los espíritus a los que puede engañar y seducir y éstos son en la actualidad el terreno propio de sus maleficios, a menos que Dios, por una gracia especial, decida alejarlo de los corazones y de las almas.

2. De entre todos los espíritus Satán elegirá por predilección y facilidad a los más frágiles, a aquellos cuya voluntad y piedad son menos fuertes. En primer lugar a las mujeres: "el diablo, enemigo astuto, engañador y cauteloso, induce con gusto al sexo femenino que es inconstante en razón de su complexión, de creencias poco firmes, malicioso, impaciente, melancólico por no poder regir sus afectos, cosa que ocurre principalmente entre las viejas débiles, estúpidas y de espíritu vacilante" (Weyer, p. 22). A los melancólicos igualmente quienes "por alguna pérdida o cualquier otra cosa se entristecen ligeramente, pues, como dice Crisóstomo, a todos aquellos a quienes el diablo subyuga, los somete mediante irritación o tristeza" (Weyer, p. 218). Por último a los insensatos: "del mismo modo que los humores y vanidades ofuscan el pensamiento, el uso de la razón está embotado entre los borrachos y los frenéticos por lo que el diablo, que es un espíritu, puede fácilmente, con permiso de Dios, conmoverlos, hacerles creer en sus ilusiones y corromper su razón" (Weyer, p. 418). El diablo, sin trastocar en nada ese orden natural sobre el que tiene poco poder, sabe por tanto

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