La esencia del hombre
randisfdgsrfg9 de Abril de 2013
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La esencia del hombre
La religión descansa en la diferencia esencial que existe entre el hombre y el animal -los animales no tienen ninguna religión. Los antiguos naturalistas, careciendo de un criterio científico, atribuían al elefante, entre otras particularidades loableS, también la virtud de la religiosidad; pero la religión del elefante pertenece al reino de las fábulas.
Cuvier, uno de los más grandes conocedores del reino animal, sostiene, a base de observaciones propias, que el elefante no tiene fuerza intelectual mayor que la del perro.
Pero, ¿en qué consiste esa diferencia esencial que hay entre el hombre y el animal? La contestación más sencilla y más generalizada, y también la más popular, es: en la conciencia -pero no la conciencia, en el sentido de una sensación de sí mismo, de una fuerza de distinción sensual, de la percepción y hasta de un juicio de los objetos sensibles según características determinadas y perceptibles, pues semejante conciencia no puede negarse a los animales. En cambio la conciencia, en el sentido estricto, sólo se encuentra allí donde un ser tiene por objeto de reflexión su propia esencia, su propia especie. El animal, por cierto, puede tener como objeto de su observación la propia individualidad y por eso, tiene la sensación de sí mismo, pero no puede considerar esa individualidad como esencia, como especie. Por consiguiente le falta a aquella conciencia que deriva su nombre del saber. Donde hay conciencia, allí existe la facultad del saber, y con ello la ciencia. La ciencia es la conciencia de las especies. En la vida, nosotros tratamos con los individuos; en la ciencia, con las especies. Pero sólo un ser cuyo objeto de reflexión es su propia especie, su propia ciencia, puede tener por objeto de reflexión otras cosas o seres, según su naturaleza esencial.
Por eso el animal tiene solamente una vida sencilla. El hombre, en cambio, posee una vida doble, pues para el animal la vida interior se identifica con la exterior. El hombre, empero tiene una vida interior y una exterior. La vida interior del hombre es la vida en relación a su especie, a su esencia. El hombre piensa, quiere decir, conversa, habla consigo mismo. El animal no puede ejecutar ninguna función propia de su especie sin otro ser fuera de él, pero el hombre puede ejecutar la función propia de su especie, o sea: la de pensar y la de hablar -pues ambas son verdaderas funciones de la especie-, independientemente de otro individuo. El hombre es a la vez para sí mismo el yo y el tú: él puede colocarse en el lugar del otro, precisamente porque no solamente su individualidad, sino también su especie y su esencia, son los objetos de su reflexión.
La esencia del hombre que lo distingue del animal no es solamente la causa, sino también el objeto de la religión. Pero la religión es la conciencia del infinito; es, por lo tanto, la conciencia que tiene el hombre, de su esencia no finita, no limitada, sino infinita. Y no puede ser otra cosa; pues una esencia verdaderamente finita no tiene ni la más remota idea, por no decir conciencia, de un ser infinito; porque el límite del ser es también el límite de la conciencia. La conciencia de una oruga, cuya vida y esencia está limitada a determinadas especies de plantas, no se extiende tampoco hasta más allá de ese terreno limitado: ella distingue estas plantas de las demás; pero más no sabe. A semejante conciencia limitada, que justamente por su limitación es infalible, la llamamos por eso instinto y no conciencia. La conciencia, en el sentido riguroso o propio de la palabra, es inseparable de la conciencia del infinito; la conciencia limitada no es ninguna conciencia: la conciencia es esencialmente de un carácter universal e infinito. La conciencia del infinito no es otra cosa que la conciencia de la propia infinitud. En otras palabras, en la conciencia del infinito el hombre consciente tiene por objeto de su conciencia la infinitud de su propia esencia.
Pero ¿cómo es entonces la esencia del hombre de la cual éste es consciente, o en qué consiste la especie, la humanidad propiamente dicha en el hombre? (1) Consiste en la razón, en la voluntad y en el corazón. Para que el hombre sea perfecto, debe tener la fuerza del raciocinio, la fuerza de la voluntad y la fuerza del corazón. La fuerza del raciocinio es la luz de la inteligencia; la fuerza de la voluntad es la energia del carácter y la fuerza del corazón es el amor. La razón, el amor y la fuerza de la voluntad, son perfecciones, son las fuerzas más altas, son la esencia absoluta del hombre como hombre y el objeto de su existencia. El hombre existe para conocer, para amar y para querer. Pero ¿cuál es el objeto de la razón? Es la razón. ¿Y el amor? Es el amor. ¿Y el de la voluntad? Es la libertad de la voluntad. Nosotros conocemos para conocer, amamos para amar y queremos para querer, esto es, para ser libres. La esencia verdadera es un ser que piensa, ama y quiere. Veraz, perfecto y divino es solamente lo que existe por sí mismo. Pero ése es el amor, ésa es la razón, ésa es la voluntad. La trinidad divina en el hombre que existe por encima del hombre individual, es la unidad de la razón, del amor y de la voluntad. La razón (fuerza imaginativa, fantasía, ideas, opinión), la voluntad y el amor o corazón, no son de ninguna manera fuerzas que el hombre tiene -pues él no puede existir sin ellas; él es lo que es, solamente, por ellas-; ellas constituyen, en calidad de elementos que fundamentan su ser que él no tiene ni puede hacer, aquellas fuerzas que lo animan, que lo determinan y lo dominan -aquellas fuerzas absolutas y divinas a las cuales no puede oponer ninguna resistencia (2).
En efecto ¿cómo podría resistir un hombre sensible al sentimiento, un hombre amante al amor, un hombre razonable a la razón? ¿Quién no ha experimentado la fuerza fascinadora de la música? ¿Pero acaso es la fuerza de la música otra cosa que la fuerza de los sentimientos? La música es el lenguaje del sentimiento -el sonido es el sentimiento en alta voz, es el sentimiento que se comunica. ¿Quién no ha experimentado el poder del amor, o por lo menos no ha oído hablar de él? ¿Quién es más fuerte, el amor o el hombre individual? ¿Es el hombre quien posee al amor o es más bien el amor quien posee al hombre? Cuando el amor determina al hombre hasta a morir con alegría por el ser querido, ¿esta fuerza que vence a la muerte sólo acaso es la propia fuerza individual o no es más bien la fuerza del amor? ¿Y cuál de los que verdaderamente han pensado, no ha experimentado alguna vez la fuerza del pensar, esa fuerza realmente tranquila y silenciosa? Cuando estás absorto en pensamientos profundos, cuando te olvidas de tí mismo y de todo cuanto te rodea ¿eres tú el que domina la razón o es más bien ella la que te domina y absorbe? ¿No es acaso el entusiasmo por la ciencia el triunfo más bello que celebra la razón sobre tí? ¿No es la fuerza del instinto de saber sencillamente una fuerza irresistible que vence a todos los obstáculos? Cuando suprimes una pasión, cuando reprimes una costumbre, en una palabra cuando obtienes una victoria sobre tí mismo, ¿es esa fuerza vencedora tu propia fuerza personal en sí, o no es más bien la energía de la voluntad la fuerza de la moral, que se apodera de tí en forma irresistible y que te llena de indignación contra tí mismo y contra tus debilidades individuales? (3)
Sin tener un objeto, el hombre es una nada. Grandes hombres ejemplares, hombres que nos revelaron la esencia del hombre, confirman esta verdad con su vida. Ellos tenían una sola pasión predominante y fundamental: la realización del objeto cuyo principal fin era lo más esencial de su actividad. Pero el objeto al cual se refiere esencial y necesariamente un sujeto, no es otra cosa que la propia esencia objetivada de ese sujeto, si este objeto es común a varios individuos que según la especie son iguales, pero según la clase diferentes, entonces él es su propia esencia pero objetivada, por lo menos en cuanto es el objeto de aquellos individuos según la diferencia que tienen.
De igual manera es el Sol el objeto común de los planetas; pero no es de la misma manera el objeto para la Tierra como lo es para Mercurio, Venus y Urano. Cada planeta tiene su propio sol, el sol que ilumina y calienta a Urano y tal como lo ilumina y calienta, no tiene ninguna existencia física (sólo una astronómica, científica) para la Tierra; y el Sol no sólo aparece de diferente manera, sino es también realmente para los habitantes de Urano otro sol que para los habitantes de la Tierra. La conducta de la Tierra frente al Sol es, por eso y al mismo tiempo, una conducta de la Tierra frente a sí misma o sea para con su propia esencia, pues la medida del tamaño y de la intensidad de la luz en que el sol es el objeto de la Tierra, es también la medida de la distancia que caracteriza la naturaleza propia de la Tierra. Cada planeta tiene, por lo tanto, en el Sol el espejo de su propia esencia.
De ahí que el hombre sea consciente de sí mismo debido al objeto: la conciencia del objeto es, para el hombre, la conciencia de sí mismo.
Por el objeto se conoce al hombre; en aquél se manifiesta su esencia: el objeto es su esencia manifestada, su verdadero yo objetivo. Y esto, no sólo vale por los objetos espirituales, sino también por los perceptibles. También los objetos más remotos con respecto al hombre, porque y en cuanto le son objetos, son revelaciones de la esencia humana. También la luna, también el sol, también las estrellas le dicen al hombre, conócete a tí mismo. El hecho de que ve aquellos cuerpos y que los ve así como los ve, es un testimonio de su propia esencia. El animal sólo es representado por el rayo de luz necesario para la vida; el hombre en cambio se
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