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¿Legitimar lo grupal? (Hegemonía y contrato público)

mili456Resumen22 de Junio de 2020

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CLASE 1

¿Legitimar lo grupal? (Hegemonía y contrato público) – Ana María Fernandez

En esta introducción, Fernández explica que ese capítulo ya había sido publicado en 1988 (en otro libro). Cuando se lo lee de una forma más actual, se puede ver que siempre hubo un vaciamiento de sentido de las prácticas profesionales en los hospitales, y eso se refleja como antecedente en el estado de los hospitales públicos hoy en día.

Al establecerse corporaciones privadas en lo público, los hospitales quedaron relegados solamente a ser lugares degradados de la atención privada. Por eso, hubo muchísimos recortes de presupuesto y privatizaciones, sin el acuerdo de

Con el comienzo de la democracia se abría la posibilidad de re-inventar los dispositivos específicos del trabajo hospitalario. Esta posición no prosperó. Fernández cree que en este plano, no hay trabajo en equipo, y los sectores pobres y marginales no tienen un buen lugar en este tema.

Desarrollo

Fernández explica que siempre se repite el mismo requerimiento cuando llaman a profesionales de su estilo a trabajar en un hospital o centro de salud. En un primer momento, la llaman a que haga una conferencia, charla o asesoramiento de “grupos”. El equipo siempre se divide entre los que impulsan esa actividad y los que están en contra, porque creen que “grupos” no se trata de psicoanálisis y algunas veces, piden que esté presente algún psicólogo lacaniano. Así, expone un requisito antes de empezar a trabajar (si la situación que se da al llegar es esta): quiere que el grupo no tenga expectativas y ofrece trabajar sobre el análisis de la demanda.

Las preguntas frecuentes de los que van a recibir esta terapia son: ¿Cuál es la eficacia de las psicoterapias grupales? ¿Qué pacientes son agrupables? ¿Es verdaderamente profunda la psicoterapia grupal? ¿Es lo grupal un ámbito verdaderamente terapéutico? ¿Es un ámbito de contención adecuado? ¿Se trabaja sobre el deseo o meramente sobre la demanda del paciente?

Los profesionales preguntan, por ejemplo, “¿por qué aparece en ustedes la inquietud de trabajar con grupos?”, la respuesta suele ser “no damos abasto con los tratamientos individuales, dada la cantidad de pacientes que concurren al servicio”. Otra respuesta encontrada es: “son directivas de la Dirección de Salud Mental de la Municipalidad y no sabemos qué hacer con ellas” (el correlato privado de esta respuesta “porque los pacientes ya no pueden pagar honorarios individuales”).

Otra recurrencia encontrada es que los profesionales en cuestión, en su mayoría muy jóvenes, reconocen no tener formación teórico-técnica en grupos. Cuando se encuentran profesionales de mayor edad suelen reconocer una formación no actualizada en la materia.

Entonces, Fernández menciona que ella misma se plantea ciertas preguntas frente a toda la situación: ¿Por qué se pretende trabajar con conceptos teóricos y bagajes tecnológicos que se desconocen? ¿Por qué tanta desconfianza frente a formas de trabajo que aún no se han aprendido? ¿Por qué la pregunta inicial es un pedido de legitimidad al campo grupal, y no un pedido de aprendizaje?

Se nos interroga por la eficacia de las psicoterapias grupales, pero ¡cuál es la eficacia de psicoterapias individuales, cara a cara, generalmente de media hora de duración y una frecuencia de una vez por semana? Extremando el argumento, cuando trabajamos como psicoanalistas -”comme il faut”- esto es tres veces por semana, diván, honorarios bien estipulados, etc., ¿nos preguntamos por la eficacia? Parecería ser, entonces, que la pregunta por la eficacia se sostiene desde un pedido o cuestionamiento con respecto a la legitimidad del campo de lo grupal. Un pedido o exigencia de legitimidad es siempre, a mi criterio, algo muy saludable para cualquier campo disciplinario, a condición claro está, que se sostenga: a) desde aquel imperativo categórico kantiano por el cual también se problematice -por lo menos cada tanto- la legitimidad del propio campo; b) desde la apertura conceptual por la cual tal pedido no caerá en falacias de autoridad o en evaluar la legitimidad del campo cuestionado, a partir de los paradigmas válidos para el campo propio. Estos dos requisitos suelen estar ausentes en nuestras territorialidades “psi”. En su reemplazo, solemos encontrar que, desde un campo hegemónico, nominado así mismo, se producen: a) los criterios de demarcación de lo pertinente al mismo; y b) los criterios de verdad por consenso, a partir de los cuales se promueve la descalificación, devaluación, denigración o denegación de todo saber o práctica que quede por fuera del campo legitimado. Desde esta operatoria, saberes y prácticas grupales son altamente desconfiables. – no entendí nada de estos párrafos.

Pareciera ser que ampliar las categorías emblemático-profesionales desde donde se define a sí mismo, se transformaría en sinónimo de transgresión o abandono de las mismas, poniendo en duda su idoneidad y/o pertinencia en el consenso profesional de su comunidad. Si la marginación amenaza, la cuestión planteada no se circunscribe al libre debate de las “ideas”, sino que problematiza, incluso, su mercado probable de pacientes. En este sentido, las sinuosidades -por qué no decir bizarrías- de demandas como las aquí relatadas, estarían dadas -a mi criterio- por el forzamiento o violencia simbólica que las atraviesa, en tanto están inscriptas en lo que Bordieu ha denominado las luchas por la hegemonía en el campo intelectual. Tanto las “ideas” como las formas de trabajo, se inscriben, entonces, en los juegos de los poderes científico profesionales. Así, desde un lugar de hegemonía en el campo “Psi”, se constituyen los apriori-roca viva desde donde se deslegitimizarán saberes y prácticas no-hegemónicos.

Fernández dice que, en general, cualquier paciente analizable es agrupable.

Denegaciones: Formación especializada y contrato público.

Fernández cree que descalificar los saberes y prácticas no hegemónicas (como por ejemplo, la terapia grupal, de lo que estamos hablando) trae ciertas consecuencias.

1- Formación especializada: no se exige una formación especializada (ni teórica ni técnica) para trabajar con grupos. La formación teórica psicoanalítica es necesaria e imprescindible pero no es suficiente. La falta de formación especializada en el coordinador de la terapia puede responder a los fracasos que pueda tener, y también a los interrogantes que se mencionaban antes. El coordinador podría no abordar, de forma específica, el dispositivo grupal montado. Estos tratamientos mal abordados, terminan convirtiéndose en tratamientos individuales, que le provocan a todo el grupo una nostalgia por esos exactos tratamientos.

Formación especializada no significa agregar algunas “técnicas” grupales a la formación preexistente, sino adentrarse en la complejidad y especificidad de las circulaciones e intercambios que se producen en tales colectivos humanos, formados por un número de personas.

Creo que lo que sigue es importante pero prefiero esperar la explicación porque no entiendo.

2- Contrato público: ignorar este punto denegaría la necesidad de interrogarse por las eventuales reformulaciones del contrato privado asistencial, cuando se transfiere la actividad laboral al espacio público, o sea, al Estado.

Porque, ¿qué significa ser agente del Estado en el campo de la Salud Mental? Cuando se trabaja en un hospital, centro de salud, etc., ¿puede ignorarse esta dimensión diciendo “yo soy psicoanalista”? ¿Qué contrato se realiza entre el Estado y el profesional? ¿Entre el profesional y el consultante; entre el Estado y el consultante? ¿Se agota esta cuestión en el análisis diferencial de expresiones “me analizo con” o “me trato en”?

Muchas de las dificultades que nos plantean los colegas en el tipo de demanda que tratamos aquí de analizar, podrían ser pensadas desde otro ángulo. Porque, ¿qué dirán cuando dicen “No damos abasto con la cantidad de pacientes”? La excesiva cantidad de pacientes, ¿es un hecho natural o es producida por una particular concepción de la asistencia?

Los profesionales intentan “atender” la mayor cantidad de pacientes. Parece que se piensa desde aquel paradigma que organiza y legitima el espacio privado. Por lo tanto, válido para ese espacio y no para todo espacio. Sin embargo, su lógica interna parecería ser: si la única forma legitimada es el contrato privado, cuanto más se parezca la forma de trabajo en el Servicio a la del consultorio, mejor será la labor profesional realizada en el espacio público.

En fin, todo se resume a que se toma a lo privado como positivo y a lo público como negativo. Por esta razón, se van produciendo prácticas cada vez más restrictivas, dogmatizaciones teóricas, etc., y así van anulando los juegos reversibles de lo uno y lo otro. Lo Uno se transforma así en lo Único.

Cambiar la óptica significaría poder imaginar qué particularidades pueden generarse en el espacio público no pensables en el espacio privado. Poder pensar cómo trabajar allí “en positivo” implicaría analizar tal compleja realidad institucional y, desde allí elaborar colectivamente estrategias asistenciales diversas; ampliar la noción de asistencia de tal manera que, en tanto los servicios realicen abordajes comunitarios previos, trabajen con instancias institucionales intermedias de la zona, produzcan multiplicadores asistenciales, etc., lleguen al mismo la menor cantidad de pacientes. No ya porque no damos abasto, sino porque no necesitan de nuestros servicios.

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