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Melanie Klein

akemidoll15 de Septiembre de 2012

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Melanie Klein fue discípula y continuadora de Freud. A través de su trabajo, realizado en sus inicios principalmente con niños, expandió el campo de conocimiento y comprensión abierto por Freud y dio con nuevas formulaciones que, en ciertos aspectos, desarrollaron las ideas freudianas y, en otros, se apartaron de ellas. Me es imposible presentar su obra sin trazar al menos un esbozo de alguna de las ideas psicoanalíticas en las que basó su tarea. Hacia 1919, cuando Melanie Klein inició su obra, la teoría psicoanalítica había evolucionado ya considerablemente y la teoría

freudiana del desarrollo psíquico se hallaba, en algunos aspectos, completa. Sin embargo, quedaban por aparecer dos nuevas formulaciones teóricas fundamentales. La década de 1920 constituyó un momento decisivo para la teoría psicoanalítica. En 1920 Freud expuso en «Más allá del principio del placer» 1 su teoría sobre la dualidad de las pulsiones de vida y muerte y en 1923, en «El Yo y el ello» 2, elaboró en profundidad la teoría estructural de la mente en términos del ello, el yo y el superyó, avances que también condujeron a un cambio en su visión de la naturaleza del conflicto psíquico, la ansiedad y la culpa. Melanie Klein, quien a través de su trabajo con niños se había convencido de la importancia de la agresión innata, fue, entre los principales continuadores de Freud, la única en adoptar íntegramente su teoría de la pulsión de muerte y elaborar sus implicaciones clínicas. Desarrolló asimismo la teoría estructural, arrojando nueva luz sobre el origen, composición y funcionamiento del superyó. Su enfoque de la ansiedad y

la culpa concuerda más con las formulaciones tardías de Freud que con sus ideas más tempranas. Podría decirse que el psicoanálisis comienza cuando Freud descubre, trabajando con pacientes histéricas, que los síntomas tienen un significado. Esto condujo al descubrimiento de los procesos

inconscientes, la represión y el simbolismo, siendo ambos descubrimientos inseparables el uno del otro. Podría resumirse el punto de vista de Freud en el siguiente esquema: el recuerdo, impulso o

fantasía de carácter doloroso o prohibido tiene vedado el acceso a la conciencia; es reprimido pero permanece dinámico en el inconsciente de la persona y lucha por expresarse; encuentra su expresión simbólica en el síntoma. El síntoma es un compromiso entre las ideas y los sentimientos reprimidos y las fuerzas represoras. Freud pronto observó que los conflictos intrapsíquicos y las soluciones de compromiso no residen únicamente en el terreno de la patología. Descubrió que los

sueños, fenómeno humano universal, tienen una estructura similar a la de los síntomas neuróticos y que la represión y las soluciones de compromiso son parte de la naturaleza y la evolución humanas. Desde una simple aplicación de la hipnosis desarrolló de modo gradual la técnica psicoanalítica de asociación libre e interpretación, que le permitió estudiar los pensamientos y sentimientos reprimidos, las razones de su represión y los diversos mecanismos mentales para

tratarlos. Descubrió que el material reprimido es predominantemente de naturaleza sexual (Freud jamás sostuvo que lo fuera con exclusividad, contrariamente a lo que supone la opinión popular). Esta sexualidad reprimida es distinta de aquella que se considera normal (es decir genital y heterosexual). Es bisexual y de un género polimórfico marcadamente perverso, con inclusión de impulsos sadomasoquistas, orales, anales, uretrales, «voyerísticos» o exhibicionistas que

corresponden a lo que, en la actividad sexual adulta, serían perversiones. Esto es así incluso en personas consideradas sexualmente normales en sus vidas conscientes. Freud llegó a la conclusión de que no hay una pulsión sexual simple, sino que la sexualidad es un compuesto

formado por componentes pulsionales que proceden de distintas zonas del cuerpo y que tienden a diversos fines. En la sexualidad adulta normal predominan la pulsión y el fin genitales. Estos componentes pulsionales polimórficos se originan en la temprana infancia y en la niñez. El descubrimiento de la sexualidad infantil fue revolucionario, porque la sexualidad infantil es el origen de los conflictos y conduce a la represión y a otras defensas, descubiertas por Freud y sus

continuadores con posterioridad. Los síntomas del neurótico o el simbolismo de los sueños no surgen sencillamente de la represión de un conflicto adulto contemporáneo. Son los elementos de la sexualidad infantil inconsciente, expresados en el problema actual, los que movilizan los conflictos infantiles y dan origen a la represión. En el lapso relativamente reducido que transcurre entre los descubrimientos de Freud sobre la naturaleza de la histeria y los hallazgos fundamentales de la década de 1920, Freud, Ferenczi, Abraham, Jones y otros avanzaron de forma considerable en el trazado del desarrollo psicosexual del niño y en el sondeo de sus efectos sobre la personalidad adulta. Aunque es imposible, en una breve introducción, conceder la debida importancia a la suma de los trabajos psicoanalíticos en los que Melanie Klein basó su obra, intentaré señalar el contexto en que ésta evolucionó y volveré sobre algunos de los puntos ya

mencionados cuando examine con mayor detalle de qué manera se valió ella de las referidas ideas y, especialmente, cómo las desarrolló o partió de ellas. Al ordenar históricamente los componentes pulsionales, Freud estableció que su origen se remonta a distintos períodos de la vida del niño. Denominó libido a la energía sexual total y describió las sucesivas

fases del desarrollo libidinal. En su opinión, toda pulsión tiene una fuente, un fin y un objeto. La fuente es siempre una parte del cuerpo, la zona erógena. El fin es la descarga de una tensión sexual. El objeto es el adecuado para proporcionar esta satisfacción. Las zonas erógenas se

hallan conectadas con funciones vitales. Así, el componente pulsional oral surge de la función vital de comer; el anal y el uretral, de defecar y orinar; y el genital, de la función reproductora. La satisfacción de la necesidad vital produce un estímulo erótico y placer, que pasa a ser

buscado por sí mismo. La primera necesidad pulsional vital del bebé es la alimentación, por lo que el componente pulsional oral es el primero en despertar y la boca es la zona erógena inicial. El punto de partida de toda la vida sexual es la succión del pecho materno: «el ideal, jamás

alcanzado, de toda satisfacción sexual ulterior, fantasía a la que a menudo se recurre en momentos de privación» 3. La pulsión oral cede la primacía a la anal cuando el niño comienza a desarrollar el control de esfínteres. Expeler las heces, retenerlas, desear la penetración anal, se

convierte en el centro de la experiencia sexual infantil. En un principio, Freud consideró que la fase genital sucedía directamente a la anal, pero con posterioridad añadió entre ambas la etapa fálica, que se extiende entre las edades de tres y seis años. En esa fase el niño varón descubre

su pene como foco de tensión y placer. Considera el falo como único órgano sexual existente y, al no tener conciencia de los genitales femeninos, en su fantasía concibe a su madre en posesión de un pene, como su padre y él mismo: la «mujer fálica». Por tanto, en la descripción de Freud el desarrollo de la libido infantil atraviesa tres fases: la oral, la anal y la fálica. La fase genital, en la que se alcanza la diferenciación normal de los sexos, no entra en total funcionamiento

hasta la pubertad. Al hablar de la organización de la libido en fases, Freud no sólo piensa que en cada una de ellas predomina un determinado componente pulsional, sino que éste va asociado con los fines y objetos que le corresponden. Así, el fin de la pulsión oral es succionar o devorar, siendo el pecho el objeto apropiado. El componente pulsional anal tiende a expeler o retener, y su objeto adecuado son las heces. La pulsión fálica tiene como fin la penetración, pero es más complejo determinar su objeto ya que, según Freud, la relación con este último se halla sujeta a una larga evolución antes de descubrir el objeto adecuado (la vagina). La frustración de estas tendencias da lugar a la agresión, que busca igualmente manifestarse en modos de expresión

adecuados a las distintas fases. Así, a la agresión oral corresponde el deseo de morder o devorar en forma caníbal; a la agresión anal, el deseo de expeler, quemar o envenenar con heces; a la agresión fálica, el deseo de cortar, penetrar o rasgar. Una característica de la libido es su plasticidad, pudiendo moverse de un fin a otro y de un objeto a otro distinto. Un órgano puede ser

sustituido por otro que asuma sus funciones. En la fantasía, el ano puede ocupar el lugar de la boca; el pene puede reemplazar al pecho como objeto del deseo oral; las heces, sustituir al pene o al niño; el niño, representar al pene, etcétera. Normalmente la libido progresa de la fase oral a la anal, después a la fálica y finalmente a la fase genital. Pero una experiencia insatisfactoria puede provocar un fenómeno que Freud denominó fijación. Una parte de la libido queda fijada en una fase pregenital y unida a los fines y objetos propios de la misma. Cuando esto ocurre, la organización de la etapa genital es débil e insegura y genera fácilmente una regresión a la fase anterior: el punto de fijación. Este retorno a una organización propia de una etapa pregenital es, según Freud, el factor determinante de la neurosis adulta. Las pulsiones sexuales están sujetas a evolución: las pulsiones pregenitales son reprimidas de modo gradual, a medida que aumenta el

predominio

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