Neurologia
caballoloco16 de Abril de 2015
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INTRODUCCIÓN 23
Tradicionalmente, se había venido definiendo la neuropsicología como el estudio de las relaciones entre la conducta y el cerebro. Como ocurre en todas las disciplinas, tanto los planteamientos teóricos y metodológicos de la neuropsicología como sus objetivos han ido evolucionando a lo largo de su siglo y medio de existencia. Esta evolución ha sido más importante en las tres últimas décadas, a tenor de la evolución de los conocimientos que han ido acumulando las otras disciplinas a las que está estrechamente vinculada y que hoy se agrupan bajo la denominación de neurociencia.
El origen de la neuropsicología se relaciona fundamentalmente con el hecho de que, hasta recientemente, no existían técnicas que permitieran observar el cerebro in vivo. Por ello, las lesiones cerebrales no podían ser estudiadas más que directamente, lo que sólo era posible en circunstancias excepcionales como, por ejemplo, heridas por penetración de cuerpo extraño. Esto condujo al intento de encontrar un método que permitiera determinar la existencia de lesiones cerebrales y de su localización, a partir del estudio de las alteraciones conductuales producidas por dichas lesiones. Es el denominado «método de la correlación clínicoanatómica». No obstante, los primeros neuropsicólogos no se limitaron a constatar y describir las relaciones entre esas conductas alteradas y la localización de esas lesiones. Por el contrario intentaron, además, explicarlas desde sus conocimientos y con sus medios rudimentarios. En efecto, los orígenes de la neuropsicología coinciden con un período (desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los años cuarenta del presente siglo) en el que la psicología estaba en sus albores y no disponía de un marco teórico para el estudio de las alteraciones conductuales producidas por las lesiones cerebrales. Para subsanar esta carencia, los primitivos neuropsicólogos idearon unos diagramas constituidos por unos «centros», en cada uno de los cuales residía un componente de la función cognitiva afectada, y unas vías nerviosas que conectaban estos centros entre sí. Estos diagramas implican que las funciones cognitivas son disociables y están constituidas por componentes también disociables. Hoy están considerados como los precursores de los actuales diagramas de flujo, utilizados por los modelos de procesamiento de la información. Sin embargo, no hay que perder de vista que existe una diferencia fundamental entre unos y otros: los primeros, son modelos del cerebro; los segundos, son modelos de la función cognitiva.
Aunque las conclusiones de los autores primitivos son, en parte, compatibles con las actuales formulaciones de la neuropsicología, su metodología clínica escasamente rigurosa (estudio clínico de casos únicos) provocó la reacción de otros neuropsicólogos que buscaban un mayor rigor para la disciplina. Se impuso así, a par- ) tir de los años cuarenta, una neuropsicología psicométrica. Dentro de ella, se desarrolló una actividad científica básica que ha estado restringida a ciertos equipos selectos de investigación. Esta neuropsicología psicométrica trabajaba con diseños de grupo (que incluían siempre, al menos, dos grupos de pacientes complementarios) y con instrumentos de evaluación psicométricos. Su objetivo consistía en determinar qué funciones cognitivas resultan alteradas por el daño en cada hemisferio cerebral o en cada uno de los diferentes lóbulos corticales, dentro de cada hemisferio. Es decir, se trataba de estudios descriptivos de las relaciones entre las diferentes regiones corticales y la conducta. Paralelamente a esta actividad, desarrollada dentro de la neuropsicología, se desarrolló otra actividad complementaria, ya dentro de la psicometría clínica. Esta última actividad tenía por objeto idear o detectar los instrumentos psicométricos de evaluación que permitieran asignar un paciente, a partir de sus puntuaciones en ellos, a un grupo nosológico o al grupo «normal», con el menor porcentaje de error posible; es decir, que permitieran asignar la etiqueta diagnóstica más probable a un individuo que acudía a consultar y acerca del cual se planteaba la sospecha de una lesión cerebral. Esta actividad clasificatoria, tan difundida entonces, y en la que hemos trabajado todos los que hacíamos clínica en aquellas décadas (hasta bien avanzada la década de los ochenta; véase Benedet, 1986), ni siquiera forma hoy parte de la historia de la neuropsicología ya que, al haberse desarrollado al margen de toda teoría neuropsicológica, no ha aportado nada al progreso de esta disciplina.
En cuanto a la investigación básica desarrollada dentro del marco de la neuropsicología psicométrica, debido a las limitaciones inherentes a la metodología que le es propia, sólo logró muy escasa productividad. Esto llevaría a un grupo de investigadores a retornar a los planteamientos que los primeros neuropsicólogos plasmaban en sus diagramas, buscando en otras disciplinas una nueva vía que les permitiera ahondar en ellos, esta vez dentro de un marco conceptual teórico y con una metodología científica.
A finales de los años sesenta se va a producir el encuentro entre la neuropsicología y la ciencia cognitiva. Ésta concibe el cerebro como un sistema de procesamiento de la información y genera modelos de dicho procesamiento para cada función cognitiva. Cada uno de estos modelos permite predecir determinadas alteraciones conductuales en caso de «lesión» virtual de uno u otro de sus componentes. Los modelos de procesamiento de la información, generados en el seno de la psicología cognitiva, ofrecen al neuropsicólogo la posibilidad de formular hipó- tesis que guíen las evaluaciones neuropsicológicas y de explicar (y no sólo describir, como ocurría con la neuropsicología psicométrica) los resultados de estas evaluaciones. Complementariamente, la neuropsicología ofrece al psicólogo cognitivo la posibilidad de verificar con individuos reales, lesionados cerebrales, las predicciones hechas desde sus modelos teóricos. Este encuentro entre ambas disciplinas supuso así un enriquecimiento mutuo. La neuropsicología va a poder ahora contribuir de modo importante a la verificación de los modelos procedentes de la psicología cognitiva. Cuando los modelos generados desde la ciencia cognitiva no permiten explicar la conducta alterada de los pacientes, esos modelos resultan cuestionados. En este caso, la neuropsicología genera modelos propios. Si un modelo permite explicar los datos de los pacientes neuropsicológicos debe permitir, a la vez, explicar los datos procedentes de los individuos con el cerebro intacto. Es decir, debe poder contribuir a determinar, con una base científica, cómo procesa la información un cerebro normal.
Un modelo que ha sido verificado con datos procedentes de la neuropsicología permite explicar las alteraciones conductuales de cada nuevo paciente, lo que constituye un diagnóstico neuropsicológico científicamente fundamentado. Y un diagnóstico neuropsicológico bien fundamentado constituye a su vez una contribución valiosa al diagnóstico neurológico. Además, permite establecer, también sobre unas bases científicas, un programa de rehabilitación basado en la identificación del componente del sistema que está dañado, por un lado, y en el conocimiento del estado de los demás componentes del sistema susceptibles de participar en la rehabilitación del paciente, por otro. Esta fundamentación científica de la práctica clínica en neuropsicología cognitiva está ausente en las metodologías previas (clí- nica y psicométrica) de nuestra disciplina.
En adelante, la neuropsicología va a ser la disciplina que explica las alteraciones conductuales de un paciente neuropsicológico en la vida cotidiana, tras la lesión cerebral, en términos de su patrón de funcionamiento cognitivo, y cómo ese patrón interactúa con las variables psicológicas no cognitivas de ese paciente. Es decir, en términos de qué componentes de su sistema cognitivo están dañados, qué componentes funcionan de modo anómalo como consecuencia del daño en aquellos otros componentes y qué componentes funcionan normalmente. Este conocimiento permite a la disciplina fijarse tres objetivos principales. Un objetivo inmediato consiste en determinar qué componentes del sistema cognitivo del paciente han de ser tratados y cómo pueden participar óptimamente en ese tratamiento los otros componentes del sistema (lo que contribuya al diagnóstico neurológico). Un objetivo a medio plazo consiste en contribuir (junto con las otras disciplinas que integran la ciencia cognitiva) a determinar cómo es y cómo funciona el sistema cognitivo normal. El tercer objetivo, que la disciplina se fija a largo plazo, es el de contribuir (con el conjunto de las disciplinas que integran la neurociencia) a determinar en su día las relaciones entre la conducta y el cerebro. El primero de los objetivos está comenzando a dar un nuevo paso, gracias a los modelos de procesamiento distribuido en paralelo que, por su parte, serán en su día capaces de decirnos cómo podemos rehabilitar un sistema cognitivo dañado.
Vemos así que la cuestión de las relaciones entre la conducta y el cerebro ha dejado de ser la meta específica de la neuropsicología, para pasar a serlo de la actividad pluridisciplinar, coordinada, del conjunto de disciplinas que integran la neurociencia. Hoy se ha comprendido que, tanto las funciones psíquicas como las funciones biológicas del cerebro, son mucho más complejas de lo que se había venido pensando. Debido a que en el presente cada una de las disciplinas que estudian los diferentes tipos de funciones lo hace con un grosor de grano diferente, impuesto por el nivel de desarrollo alcanzado en cada caso, resulta muy prematuro
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