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Profesorado


Enviado por   •  16 de Octubre de 2014  •  26.797 Palabras (108 Páginas)  •  197 Visitas

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Introducción:

Nacemos con la maldad inyectada. Si esto no se acepta, no hay realidad comprensible.- También nacemos con la Bondad incorporada.-

Freud dice que el niño nace como un perverso polimorfo, que guiado por sus instintos de Vida y de Muerte, comete actos criminales y por la educación de sus padres bienhechores no los realiza (“Los Instintos y sus vicisitudes”).-

Juan Jacobo Rousseau en “Emilio o la Educación”: “El niño nace bueno y la Sociedad lo corrompe”.

Y para terciar Aristóteles expresa “no nace ni bueno ni malo, ni lo uno ni lo otro. Actúa según sus circunstancias”.

La Etología, “teoría de los Instintos” nos da la respuesta.-

Y es Konrad Lorenz, Premio Nobel de Medicina y de Histología (1973): que en su libro “Los ocho pecados mortales de la Humanidad” expresa que la mayor esperanza para mejorar o salvar la humanidad radica en seguir el consejo hebraico de buscar pareja en base a la bondad del alma, no a la belleza exterior o a las enfermedades del dinero o el status social.-

“Como si una orquesta compuesta por músicos del MAL interpretase su réquiem en la oscuridad. Cada fogonazo era un tono que se convertía en mortal proyectil”

Profundidades (Henning Mankell, Suecia, 2007)

1

Edgardo Alter dejó atrás la puerta de su casa, ubicada en un barrio de los alrededores de la gran ciudad, y comenzó a caminar por la vereda donde todavía se conservaban algunos plátanos que ponían una nota de verdor en las paredes y baldosas.

Si veían balcones casi a ras de la calle y de este modo el interior de las casas se abría inocentemente a la mirada distraída de los vecinos o de algún ocasional transeúnte que pasaba por el barrio sin intenciones aviesas.

A veces las puertas quedaban entornadas cuando la dueña o algunos integrantes de la familia salían a hacer una compra.

Los vecinos del barrio eran casi siempre amigos entre sí. O en todo caso, antiguos conocidos que pasaron a formar parte del entorno cotidiano y habitual.

Es que en los tiempos en que se habían construido aquellas casas no existía ningún peligro latente. Un aroma de plantas y flores llegaba hasta el que acertara a pasar por allí. Todas tenían un fondo donde se cultivaban flores y a veces, incluso, verduras. Y otras, hasta habían instalado un gallinero.

Algunos balcones tenían macetas antiguas de pesado barro cocido que daban abrigo y humedad a glicinas, malvones y jazmines, cuya tierra reseca en esa época del año, esperaba con ansias la próxima lluvia para recibir a la primavera con la alegría que correspondía. No existían los cerramientos ni los enrejados.

Un escalofrío de añoranza recorrió el cuerpo esmirriado de Edgardo, sin poder evitarlo, pero después procuró esbozar una sonrisa, más bien con un algo de resignación y un mucho de nostalgia por su querido barrio. Y trató de que esos recuerdos no se les mezclaran con otras evocaciones sufrientes de su niñez.

No. Definitivamente. Su barrio también debía formar parte de un presente para que el rencor no pueda destruir el regocijo del reencuentro con la cotidianidad inocente de sus años jóvenes.

Si bien eran pocas las vivencias felices de su niñez, no quería perderlas, necesitaba rescatarlas. Eran como tramos de una existencia en la que habían abundado las espesas sombras y escaseado los días de sol. Cuando pensaba en esa época se decía, sin embargo, que una niñez como la suya, era más o menos común en aquel tiempo…

¿Lo había sido realmente o así lo necesitaba creer?

Alter pensaba en sus amigos del barrio, en aquel entonces, la mayoría eran sus compañeros de colegio.

¿Cómo era el ambiente de las otras casas? ¿Cómo eran las familias de esos chicos con quienes solía jugar a la pelota en la calle? ¿Percibía la diferencia con su hogar cuando sus amigos lo invitaban?

Sí. No se equivocaba. Reverberaba en su mente el clima familiar que se vivía en otras casas, de puertas para adentro, donde todo era tranquilo, relajado… Las madres parecían tener siempre tiempo, a pesar del trabajo a veces intenso, para sonreír y ofrecerle una palabra amable al amiguito de su hijo.

Y después de jugar un rato a la pelota, el llamado habitual, mientras una madre que no era la suya, desde la puerta se asomaba para anunciar:

-¡A tomar la leche!

Y la entrada en tropel buscando una silla o un banquito alrededor de la mesa con mantel de hule, mientras llegaba la infaltable orden.

-¡A lavarse las manos!

Se servía la leche en tazones sin asa, agregándole dos cucharaditas de Toddy, acompañado con galletitas, o tostadas todavía tibias que se comían con manteca y dulce. ¡Todo un clima de fiesta para Edgardo!

-¡Ah… y los días de lluvia!

Creyó haberlos olvidado, pero son huellas que quedan muy adentro, imposibles de borrar.

En la casa de sus vecinos se hacían tortas fritas ¡un manjar que salía de las manos cariñosas de una madre!

No puedo dejar de hacer comparaciones. Quizás esto no lo había pensado nunca con tanta claridad como ahora, pero en lo profundo de su alma de niño, cuando las sombras se abalanzaban sobre su pequeña existencia y la hacían estremecer, se había preguntado por qué en su casa se vivía un clima distinto…

Y como la respuesta lo angustiaba demasiado, trató de no registrarlo y recurrió al olvido, por lo menos en la superficie de su memoria.

A veces, en aquellas épocas buscaba autoconvencerse que en todos los hogares se vivía de un modo similar, y lo que sucedía en la suya era lo común en todas las casas, donde había momentos buenos y momentos no tan buenos que era necesario sobrellevar…

Simplemente porque así es la vida.

Pero algo en el fondo le gritaba con una voz velada de lágrimas, que era una mentira piadosa para no sufrir.

Y con el correr de los años, cuando intento indagar en su memoria, cuando trató de recuperar algún recuerdo nítido, se encontró con las manos vacías, con el espíritu y la memoria ausentes de notas estimulantes, esperanzadoras.

Todo lo referido a su casa paterna, estuvo teñido de sombras y turbulencias. El ámbito donde transcurrieron los primeros tiempos de su vida, no fue un sitio para apoyarse… para detenerse… para descansar. Era más bien como una estación de paso en la que el tren solo se detiene un momento, el indispensable… antes de seguir viaje, y su casa nunca fue una estación de partida ni de llegada.

Edgardo Alter se crió en un hogar muy mal avenido donde el desapego afectivo acompañó su infancia infeliz y solitaria. Su padre fue un hombre violento y ausente y la madre, una mujer irascible y cíclica. Las travesuras eran castigadas cruelmente. Con impiedad.

De todos los años de su infancia, solo había un recuerdo, un querido recuerdo, profundamente rescatable: el amor de su abuelo.

Con los ojos inundados en lágrimas, tantos años después se dijo que “no era poco”. Muchos chicos en el mundo carecían de afecto y atención, sin poder aferrarse y conservar mínimos momentos de amor.

Lo cierto es que todas esas remembranzas estaban tatuadas en su memoria con caracteres indelebles. Y aunque no fue una infancia que pudiera llamarse envidiable, hubiera dado toda su vida actual por recuperar un solo minuto junto a su abuelo; porque en la adultez de sus años comprendió que un solo instante de felicidad se convierte en un tesoro inmensurable. La felicidad a veces dura lo mismo que una estrella fugaz… ¡solo hay que gozarla!

Y es que hubo un antes y un después en su infancia.

No cabía duda que el barrio fue parte de ese entorno y se constituyó desde su nacimiento hasta su adolescencia en el único escenario donde disfrutó, por ejemplo, del carrito del lechero que transitaba y se detenía en cada casa haciendo tintinear el tachito de latón donde se medía hasta arriba, hasta el mismo borde, el litro de leche blanca y espumosa que hacía agua la boca.

Sin duda, era todo un ritual el paso del carro del lechero, con su sonido característico que aún desde lejos, podía distinguirse y entonces, salían a recibirlo con los frascos de vidrio, prestos para ser llamados un momento después.

A Edgardo le gustaba mirar, especialmente, con su andar cansino y dócil. Quién sabe por qué se sentía en cierto modo identificado viendo cómo cumplían su deber diariamente, sin quejas ni reproches, habituados a las riendas de su patrón que le indicaban el camino. Aprendió dónde debía detenerse, cuándo seguir avanzando… en qué momento se terminaba su jornada de reparto.

Alter supo que el potrillo del carro lechero se llamaba Tordillo y nunca dejó de sorprenderse al comprobar que ni siquiera era necesario ajustarle las riendas sobre su lomo brillante de sudor en verano, mientras que en invierno lo cubría con una manta de lana para protegerlo del frio.

Con el tiempo, se preguntó, si realmente se llamaba Tordillo y no era ésa otra de sus ocurrencias, sino que él le inventó el nombre porque su presencia cotidiana le traía alegría a sus días.

Edgardo Alter tuvo una infancia taciturna y esta circunstancia lo llevó a inventar amigos imaginarios para compensar el desasosiego proveniente de su soledad.

Edgardo Alter aprendió de los otros, que era posible vivir en un mundo tranquilo, con gente que se apreciaba y cuyas penas compartían, unidos por la amistad.

Lamentablemente admitió que esas no eran las enseñanzas recibidas de sus padres y que en su hogar no hubo ni diálogo ni entendimiento y fue entonces que buscó sustituir con la calidez de las otras madres el vacío de su familia.

La aflicción de aquella época seguía intacta y tan actual en su corazón como el primer día, dejándole heridas latentes que aún en su vejez no lograba restañar.

Sin embargo, algo en su recorrido, de pronto, lo sacudió. Edgardo percibió con estupor que el aire era otro, distinto al que se respiraba en el pueblo, donde el viento solía soplar calmo, trayendo pureza en derredor.

En realidad, ese cambio, esa alteración, al principio fue imperceptible, pero luego se dio cuenta que era una señal premonitoria, anunciando lo que irremediablemente sucedería después…

Siguió adelante, sin detenerse, imbuido de sentimientos contrapuestos donde el miedo, la incertidumbre y la fuerza interior lo llevaron, finalmente, a tomar una determinación.

Una luz diáfana iluminó su mente y simultáneamente murmuró: -“No hay vuelta atrás, de ahora en más, el reloj de mi vida deberá marcar horas diferentes, proyectadas hacia delante, hacia un futuro donde el Bien será el eje de mi existencia, jalonando el inicio de un genuino cambio…”

¿Esa mutación terrible y desconocida del aire podría expandirse en todas las latitudes del mundo? ¿Hasta dónde podría llegar el alcance de la nocividad de aquel vaho misterioso?...

Hubo una figura trascendental que marcó su niñez quien le brindó su cariño y le enseño a querer más allá el ámbito paternal.

Los días se sucedían lentos y plenos cuando se encontraban y gracias al contacto con su abuelo, quien lo salvó de la desesperanza y quizás de la locura…Vivian puerta de por medio.

En el mundo que él le mostró se podía disponer de un vasto tiempo en el que había espacio para todo… vida de familia –aunque la única familia con la que pudiera contar fuera él-…colegio… amistades… la mirada estaba puesta en un futuro mejor.

Durante muchos años relegó la impronta de sus experiencias traumáticas en el fondo de su memoria, tratando de concentrarse en sus ideales y seguir adelante.

Nada ni nadie pudo reemplazar esa figura maravillosa que le dio lo que necesitaba sin que todavía él hubiera registrado esa necesidad. Era una de esas personas elegidas para querer, dotado de una capacidad profunda para indagar en el alma de los otros, y más todavía en su caso, en el alma infantil de alguien de su sangre, que tanto lo necesitaba.

Imprevistamente, los ojos de Edgardo se llenaron de lágrimas. Y de pronto sintió que esos pensamientos lo habían llevado a aquel lejano atardecer de invierno en que murió su abuelo, al que recurría a menudo para mitigar los solitarios juegos de su infancia.

Aquel día acababa de llegar del colegio, más tarde que de costumbre, porque había ido antes a casa de un compañero a buscar un deber, y el tiempo transcurrió casi sin que se dieran cuenta, entre juegos y charlas compartidas.

Cuando llegó a su casa, ya antes de abrir la puerta de calle, supo que algo grave había ocurrido.

Muchos años después se preguntó cómo puedo intuir de inmediato, apenas traspasó la puerta de su casa, que algo terrible había sucedido.

En un momento dado, su madre se acercó, y antes de decirle nada, se quedó un momento frente a él, sin ser capaz ni siquiera entonces de abrazarlo naturalmente para acompañarlo en un momento tan tremendo. Su enfermedad psíquica añosa la inhibía al punto tal que ni siquiera atinó a tenderle una mano consoladora a su pobre hijo, quien esta vez sí, se quedaba huérfano… huérfano de un abuelo entrañable.

Una vez, ya mayor, al recorrer con sus manos la biblioteca Alter encontró un poema de un autor francés y leyó una frase que reflejaba la génesis de su sentir:

“Un seul etre vous manque

Et tout est dépeuplé”

“Un solo ser os falta y todo se ha despoblado”.

Así fue también para él. Sin duda Lamartine, el poeta romántico, sabia de que hablaba.

Para Edgardo era su abuelo…

2

En tiempos de colegio, cuando podía esperarse que toda la fuerza de la niñez que muy lentamente se iba despidiendo de él, para transformarse en adolescencia, bullera como una fuente de agua debajo de la piel, la escuela ocupaba todos los momentos que no estaban invadidos por los juegos.

En esa época conoció a Silvia, una compañera del colegio muy especial. Esta es una forma simple de expresar que estaban en el mismo curso, puesto que Silvia no fue jamás compañera de nadie.

Bueno será aclarar, antes que nada, que si alguno de los alumnos se hubiera detenido a mirarla objetivamente, debería sospechar o adivinar, que algo extraño se ocultaba tras el rostro de Silvia, porque sólo superficialmente y en apariencia, resultaba ser semejante al de las demás muchachitas.

El apellido de Silvia era Féloca. Pero en verdad, tras su aparente inocencia, se escondía un ser diametralmente opuesto al orden natural de las personas.

Silvia será la figura central de esta historia, quien con el correr del relato mutara en Ego san sosias: Ego, será Silvia, lo cual es igual, sólo que con el correr de los años seguirán transfigurando una y otra vez… ¡Era como el trompo de las cien caras, según donde se detenía cuando dejara de girar!

Ella, invariablemente, se deslizaba en su deambular callejero, siempre por la noche. Caminaba descalza para que no la oyeran. Así también es y será su accionar, teñido de noche cerrada, de murmullos indescifrables y de un inquietante misterio.

Al acecho protegida por la penumbra y en medio de la oscuridad absoluta, solía cada tanto murmurar vocablos indiferenciados e inquietantes, arrancados de algún sitio, no terrenal, formando parte de algún sitio sin nombre, tal vez provenientes de un tiempo infinito.

Un atractivo atroz emergía de su figura entera. Y la expresión de su cara no le iba en zaga.

Era difícil sustraerse al impulso de mirar una y otra vez sus ojos azules, que no eran más que la superficie de otros abismos sin fondo.

Ese azul parecía extraído de los pinceles de Raúl Dufy.

Una mezcla de curiosidad y temor se alojaba en la mente y en el espíritu de quien se le acercara, pues atraía el misterio a la vez que también repelía, ante el temor de hallar un horizonte borroneado por los peores presagios.

Desde que Silvia Féloca llegó al colegio, las cosas cambiaron para todos. Nadie hubiera podido decir exactamente en qué consistía la transformación, pero no dudaban tampoco de que algo se erguía desde las sombras, sin salir a la luz, con la misma solidez de una evidencia y que, seguramente, terminaría por trastocar su cotidianeidad.

Sus compañeros, varones y mujeres, no tardaron en caer bajo su influencia –mejor sería decía, bajo su yugo- y para justificar ante sí mismo eso que por el momento no tenía nombre, preferían imaginarse que estaban enamorados de ella.

Cuando Silvia entraba cada mañana tenía buen cuidado de no formar parte de los grupos de alumnos que se amontonaban ante la puerta de las aulas correspondientes. Por el contrario, más bien elegía entre todas las miradas disponibles, una que la hiciera aparecer como distraída en alguna nebulosa lejana, sumida en quien sabe que misteriosos pensamientos.

Solía vagar por el patio, como si careciera de rumbo, elucubrando pensamientos que no tenían cabida en la cabeza de cualquier chico de su edad.

No había duda de que ella era distinta. Pero lo que la diferenciaba de los otros no era algo superficial, sino que se trataba de un rasgo que emergía de la hondura de su naturaleza.

Si alguien se hubiera atrevido a acercarse a ella lo suficiente, seguramente hubiera escuchado el rumor inquietante de sus pensamientos, bullendo en lo más profundo de algún hueco sin nombre.

Se decía en voz baja que todos sus compañeros estaban en cierto modo enamorados de ella. Pero no era de ninguna manera un amor claro, de ésos que irradian felicidad. Por el contrario, sentían la misma fascinación frente a un precipicio cuando uno se para en el borde para mirar sin mantenerse a distancia, corriendo riesgos, por la atracción que ejerce el peligro del viento.

Sin embargo ¿Cómo liberarse de ese hechizo aunque se tuviera la sospecha de desembocar en una tremenda desdicha? En caso de preguntárselo, ninguno conocía la respuesta. Además, todas sus fibras pasionales estaban en tal tensión que no siquiera les quedaba energía para pensar.

Tanto maestros como alumnos habían caído bajo su yugo. Y no sólo ellos. También los directivos se encontraban envueltos en una especie de velo negro que apenas dejaba entrar algún rastro de luz.

Ellos, los máximos responsables, los que hubieran sido en todo caso los únicos en condiciones de poner orden en el increíble caos que se venía avecinando.

Un día, Silvia Féloca, al pasar, rozó con el brazo la cadera de Edgardo. Un tremendo estremecimiento lo sacudió de pies a cabeza e incapaz de reflexionar, sólo atíno a preguntarse si ese contacto había sido casual o expresamente buscado por ella.

No es que la respuesta revistiera una enorme importancia, pero el hecho en sí para el pobre muchacho ya era algo alentador y le daba pie para soñar durante sucesivas jornadas.

Desde entonces, la asistencia a clase se convirtió sólo en un pretexto para volver a verla.

Con el rabollo del ojo buscaba el sitio donde sabía que estaba, y ansiaba sentir que allá, cerca, a pocos pasos, se encontraba ella, tan ajena como él a lo que el profesor explicaba en ese momento.

No llegó Edgardo a analizar siquiera si su sentimiento era agradable o tremendo. Quizás, inconscientemente imaginaba que la atracción y el amor poseían una química siempre conmocionante, por lo que no percibió que se trataba de algo distinto, en realidad de un sentimiento hipnótico que ella le despertaba.

Así fue como transcurrió la segunda mitad del año.

Los libros seguían abiertos en las primeras páginas… los mapas clavados con tachuelas en un rincón del pizarrón… las tizas sin haber sido usadas… los cuadernos, manoseados, sucios, de tanto llevarlos y traerlos, como si hubieran pasado años desde que se utilizaron por primera vez, pero con las hojas en blanco.

Aunque Silvia no perdía ninguna oportunidad de llamar la atención de Edgardo, este suponía que lo ignoraba del modo más completo. Pero no. Algo buscaba ella, algo muy grande y maléfico que le resultaba altamente positivo, hasta que, por fin, él cayera rendido a sus pies.

Transcurría el mes de Octubre cuando llegó al colegio sin anunciarse, un inspector de escuelas, un hombre de alrededor de cincuenta años que tenía fama de exigente y al que los directivos ya conocían de años anteriores y también algunos alumnos, sobre todo entre los clásicos repetidores.

Se esperaba que recorriera el colegio como solía hacerlo cada vez que venía, acompañado por la directora y el subdirector, un hombre muy enfermo que tenía el acierto de no faltar, en las escasas ocasiones en que ocurrían hechos importantes. Tampoco falto ese día.

Los alumnos de los distintos cursos, inquietos y parlanchines, aunque trataban de mantener la compostura al pasar las horas eran ganados por los nervios y la tensión.

Vieron, al poco rato, a través de las puertas de madera y vidrio de las aulas que el inspector estaba recorriendo las instalaciones del colegio, acompañado por las autoridades.

Finalmente ingresó a la clase donde estaban Alter y Silvia, se le notó una cierta indecisión, pero luego abrió la puerta…

Los directivos hablaban en voz baja y los alumnos vieron, con una buena dosis de asombro, cómo después de un largo momento, la puerta volvía a cerrarse. Los tres permanecieron allí un buen rato, sin moverse, y al parecer sin intención tampoco de continuar su camino para visitar otras aulas.

Transcurrieron así varios minutos.

Los escolares, sumidos en un inusitado silencio… el profesor de geografía, vuelta la cara hacia la puerta, parecía haber perdido la noción del tiempo y del espacio… como si no supiera dónde estaba ni por qué estaba en ese momento, precisamente allí.

Los chicos de la última fila, ésos que se sentaban detrás para no ser vistos y poder entretenerse con juegos distractivos, como si no formaran parte de la clase, ésos, precisamente, habían abandonado su desinterés, curiosos como los otros en saber qué sucedería en ese recorrido.

El inspector miró hacia un lado y al otro mientras los alumnos disimulaban la risa. Lo seguían muy de cerca, la directora y el subdirector, quien entró rengueando, como era su costumbre.

Los tres directivos se pararon frente a ellos y de espalda al pizarrón y así permanecieron varios minutos sin dirigirles la palabra.

Sin embargo, de pronto, en medio del silencio reinante, una voz se abrió paso; y era nada menos que la voz de Silvia Féloca, quien dijo:

-Bueno, ya ha pasado demasiado tiempo…

Las miradas se volvieron hacia ella, con un asombro que no podía expresarse en palabras.

-Tenemos que seguir con la clase de geografía, completo la frase tranquilamente, adueñándose de la atención general.

El inspector, desconcertado, no pudo reaccionar como correspondía en primera instancia: ya sea llamándola a silencio o sancionándola por sus dichos impertinentes con severas amonestaciones.

Pero asombrosamente, nada de eso ocurrió.

Éste la busco a Silvia con la mirada y se quedó embobado, con los ojos fijos en ese rostro impenetrable e indescifrable sintiendo que un rubor intenso lo cubría. No lo pudo evitar…

Los demás se preguntaban intrigados que ocurría ahora. Aturdido por su reacción, le contestó con una voz temblorosa:

-Tiene usted razón, señorita… ¿su nombre si me hace el favor?

-Silvia… Silvia Féloca –respondió ella con una sonrisa que lo hizo estremecer.

Ella levanto las cejas con el gesto altanero y ni se molestó en responderle.

Muy por el contrario, ante el asombro de quienes la contemplaban con sorpresa y con una parsimonia capaz de atacar los nervios más templados, en medio de un pesado silencio, abrió su carterita rebuscando en su interior.

El clima reinante podía cortarse con cuchillo, todos esperaban…

A continuación Silvia Féloca sacó un pequeño espejo, donde se contempló sin prisa mientras sus compañeros atónicos, esperaban algún desenlace.

Difícil calcular el tiempo que eso duró.

En los días finales del curso, al aproximarse el mes de noviembre, un compañero que estaba cerca de Edgardo, casualmente comentaba con otro, que al año siguiente Silvia no estaría allí.

-¿Cómo lo sabes? –le preguntaba de manera insistente

-¿A caso ella te lo dijo?

-No… pero no es una ocurrencia mía. Y por otra parte ya sabes que no habla con nadie,

-¿Entonces de dónde sacaste semejante noticia?

-Bueno tengo entendido que la familia se muda a otro pueblo, entonces necesariamente tendrá que cambiar de colegio.

Al oír la noticia, Edgardo se quedó inmóvil. No podía creerlo, no quería creerlo, pero se contuvo con esfuerzo para no llorar, notando que su cuerpo estaba rígido, pegado al asiento.

-¿Ir al colegio y no verla? ¿No saber dónde está?, pensaba Edgardo, con la respiración acelerada por la emoción.

Una nube roja pasó ante sus ojos y, por un momento, lo encegueció.

No pudo darse cuenta si la noticia lo tranquilizaba o lo desesperaba, todavía era incapaz de distinguir sus sentimientos.

Sin embargo, tuvo la suficiente valentía para reconocer que la seducción de Silvia Féloca lo perturbaba tanto que tal vez su viaje inminente, al poner distancia entre los dos, terminaría por serenarlo.

A esta altura del relato resulta importante explicar que Alter y Ego serán los protagonistas substanciales de un recorrido signado por la Maldad y sus vicisitudes. Y volveremos a encontrarlos a lo largo de este libro, y no sólo en la lectura, sino en la historia veraz del mundo.

Ego, en sus múltiple facetas aparecerá y desparecerá al igual que en los espejos cóncavos y convexos, típicos de los parques de diversiones. Distintas figuras informes la irán enmascarando, despistando a los pocos que le habían visto su rostro joven, un talismán, embelesando a los seres humanos para llevárselos a su redil.

Alter, tras dar muchas vueltas en torno a su antiguo barrio, se sentó en el banco de la plaza y de pronto tuvo una fugaz visión y se vio a si mismo cuando era un niño, luego adolescente, en su adultez, hasta que al final del asiento reconoció su figura actual, inclinado por la vejez, diferente y diferenciadas…

Esa alucinación se desvaneció a los pocos segundos: era él, únicamente él y su nostalgia, mirando el despoblado escenario del atardecer.

3

Al comenzar el curso del año siguiente el asiento vacío que dejó Silvia Féloca parecía crecer cada día, empujando los bancos de los demás hacia las paredes, hacia el techo, hacia el sótano…

Ella flotaba en el ambiente. Ella, su imagen y su sombra recortada entre los bancos.

Edgardo, impresionado, sintió que no se había ido lejos para no volver. Entonces se persuadió que Silvia los miraba desde algún lugar cercano, demasiado cerca, a la espera de que, alguno de sus compañeros bajara la guardia.

El banco que dejó vacío parecía simplemente una burla, uno de los tantos modos, quizás el más adecuado, dada su capacidad de metamorfosearse, de engañar a todos, haciéndoles creer que se había ido.

Lo notable es que ese lugar quedó así, sin ser ocupado por ninguno de los compañeros de curso. Edgardo observaba como todos pasaban por allí y seguían de largo, sin titubear, con intención de hallar otro banco aunque fuera en el fondo de la clase.

Que tremendos momentos vivió durante esos días iniciales. Esto no significa el modo alguno que la cuestión se haya solucionado con el paso del tiempo, si no que él se fue habituando al dolor inicial, a la inquietud que lo avasallo en un primer momento y después, lenta y penosamente, se fue resignando.

Pero si se detenían en su banco, aun sin sentarse, notaban que algo había dejado Féloca… una nube grisácea, un olor como de almendras amargas, que según dicen, es similar al que dejan ciertos venenos. En definitiva, su presencia había quedado intacta, con su delantal blanco y su trenza color castaño oscuro alrededor de su cabeza, con una expresión que delataba que venía de muy lejos, aunque era evidente que no contaba los cándidos dieciséis años del resto de sus compañeros.

¡La secreta realidad era que Silvia, en su portafolio negro que nunca abría, cuidando sus secretos artilugios que palpitaban entre las yemas de sus dedos, pues en su interior escondía los planes para destruir al mundo!

¡Ese era su ominoso destino!

Edgardo no se animó a compartir con nadie sus íntimos sentimientos y los cubrió con un manto espeso pese a que intuía que los demás también padecieron su influjo.

Un silencio sagrado selló sus labios.

No se preguntó tampoco a donde habría ido ella. En realidad, eso era lo de menos, porque estaba seguro de encontrarla donde menos lo esperaba.

Algunos creían que se había mudado a un lugar lejano.

Otros, que el sitio adonde se había ido, quedaba muy lejos, en otro continente.

Otros, afirmaban que a su padre, por cuestiones de trabajo, tuvo que trasladarse a una remota sucursal sin avisar a nadie del pueblo la nueva dirección.

Otros, que al morir una abuela, se fueron a otra provincia para radicarse allí, porque habían heredado su casa, grande y espaciosa.

En conclusión, que al irse Silvia Féloca del colegio, nadie sabía dónde estaba… y todas las posibilidades que se barajaban, eran solamente sospechas.

Muchas conjeturas, ninguna certeza, únicamente disparatadas suposiciones.

Lo concreto –eso sí-era que ella no se parecía a nadie ni a nada conocido.

Silvia Féloca era única… era Ego…

4

Una mañana, al llegar notó Edgardo con sorpresa que las puertas estaban entornadas, no abiertas, como solían estarlo todas las mañanas durante el año lectivo.

Se acercó un poco más. Asomó la cabeza y vio que en el hall se encontraba el director y algunos profesores, con una expresión que en un primer momento le resulto difícil de definir.

Oyó a sus espaldas las sucesivas preguntas de los que iban llegando…

¿Qué pasó? ¿Quién fue? ¿A quién?

¿Avisaron a las autoridades?

Se detuvo, y antes de averiguar qué había ocurrido, una imagen vino a su cabeza y ni siquiera debió esforzarse por adivinar. Su intuición se convirtió en certeza y casi le adelantó la noticia. Estaba seguro de que en cualquier circunstancia que hubiera tenido lugar, estaría el sello de ella.

Silvia tenía algo que ver en lo ocurrido, si es que no era la principal responsable.

Y a partir de este hecho Silvia Féloca inicia el proceso de corporización mimética con Ego.

Por algo Edgardo pensó en ella relacionándola con lo ocurrido, tenía la certeza de no equivocarse. Muy adentro de sí sospechaba, a medida que pasaban los meses desde su mudanza repentina que Silvia, que era Ego, cometía todos esos atropellos de maldad. Una maldad, con la apariencia de una mujer eternamente joven, una criatura inmortal, equiparada con Tánatos, pero remedando al Ave Fénix, quien renace una y otra vez de las cenizas.

Pasaron los años y Alter, aunque conserva una indomable energía vital que le da la posibilidad de seguir luchando con las fuerzas juveniles, sostenidas por sus ideales, sigue dispuesto sin claudicar luchando por el Bien, reparando así las llagas padecidas por castigos y prohibiciones inmerecidas.

Alter representa la contracara de Ego y se esfuerza como un soldado solitario. Se repite a sí mismo, que anhela sobre todo, antes de su finitud y con el resto de sus energías, abatir definitivamente a Ego. Es éste su máximo deseo, más todavía, el proyecto para la vida que todavía tiene por delante.

Alguna vez, su amigo más preciado, que conocía las penurias sufridas en su infancia, le había dicho:

-No hay muchos seres que se te parezcan. Es común que quienes han sufrido, no tengan fuerzas para dejar crecer dentro de sí la semilla de la bondad, y en cambio aspiren a ver sufrir a otros.

-Debería suceder al contrario -decía Alter- Quien ha sufrido sabe lo que es eso, y no desea que nadie tenga que padecer lo mismo.

Su interlocutor sonreía con afecto.

-Tu pasado, en buena medida desdichado, no ha endurecido tus sentimientos, sino que, por el contrario, te ha enseñado a ser más bueno, más solidario, más consecuente con tus principios.

-Es que pretendo ser lo más fiel posible a mi rol, como parte de un conjunto en el que todos debemos apoyarnos, porque todos necesitamos del apoyo de los otros.

La mañana del terrible atropello al ver los rostros graves de las autoridades tuvo la certeza de que Ego seguía tan presente como siempre, haciendo de las suyas… ¿o Silvia?...

A él le contaron la noticia que dos de sus compañeros chicos habían sufrido un accidente de fatales consecuencias.

-¿Cuándo fue eso? – preguntó.

-En las primeras horas de la noche.

-Y lo tremendo… -decía la profesora de música, moviendo la cabeza-es que quien manejaba el vehículo, como ocurre tantas veces, también en esta ocasión se dio a la fuga.

-Será difícil identificarlo, porque ni siquiera se sabe si es hombre o mujer.

Edgardo, a pesar de estar muy consternado, al ver las puertas entornadas, su convencimiento aumentó: Silvia fue la promotora del ultrajante ataque.

5

Silvia se mezcló entre la gente que asistía al velatorio de los compañeros atropellados, procurando por todos los medios de pasar inadvertida. Usaba una peluca de color rojizo y había elegido para esa ocasión un traje sinuoso con estampas modernas, muy diferente a su habitual vestimenta oscura y ninguno de los asistentes dio muestras de reconocerla.

Solamente Edgardo, al aproximarse a ella pensó en el Ave Fénix y pese a su aspecto diferente, descubrió era únicamente ella era capaz de semejantes transformaciones corporales.

Súbitamente su rostro se ensombreció ante la conmoción que le produjo su cercanía y un cúmulo de sentimientos contrapuestos lo invadió. Recordó la atracción de los primeros tiempos, el arrebato que sentía como si estuviera frente a un abismo del que no se desconoce el fondo.

Ego atraviesa su derrotero. De nuevo se cruza en su camino… Silvia, Ego… otra vez multiplicadas…

¿Quizás para atraerlo hacia otro rumbo y hacerlo parte de sus inconfesables planes?

Pero Alter no se rindió. La eludió y retrocedió nuevamente, es que no estaba listo aún, todavía estaba frágil, malherido y no quería caer en la tentación de caer en sus brazos.

Tendrá, pues, que esperar un tiempo suficiente hasta que su meta se consolide.

¿Podré pronto cumplir con mi destino aunque para ello deba enfrentarla?, se preguntó con angustia.

No pudo contestarse. No obstante, el destino ira tejiendo un tiempo futuro y cuando se lo señale hacia allí irá, sin desfallecer.

Silvia hizo su primera reaparición en público vistiendo un cuerpo que estaba lejos de ser el de una simple colegiala adolescente.

Inevitablemente, en su continuo deambular, con esa capacidad de estar en más de un sitio al mismo tiempo, regresara mimetizada con la noche, amparándose en las ambiguas sombras de la “gran ciudad”.

Casi sin pensarlo, y contrariando sus propósitos Edgardo se le aproxima nuevamente y ella, esbozando una sonrisa ingenua busca cautivarlo.

Alter piensa, fortuitamente, que lo más tremendo de soportar fue su sonrisa, porque más que cualquier otra expresión, refleja, sin dobleces, su genuina interioridad, su espíritu…

Y cuando esto no coincide, emerge lo insondable de su condición.

Alter es el único que sabe, por el momento que ella encarna la malignidad inmodificable que se codea con los buenos, fantasmáticamente, en el mundo de hoy y de siempre.

6

Edgardo ha comenzado a diagramar la lucha que emprenderá para enfrentar a Ego. La misma lucha que, siglo tras siglo, la Humanidad no ha podido resolver, porque las fuerzas en pugna entre el Bien y el Mal coexisten en la naturaleza del ser humano.

La mayoría de las personas viven sumergidas en una resignada pasividad y la indiferencia se vuelve negación, tapando la verdad.

Alter se siente solo, necesita encontrar aliados que lo secunden, pero el facilismo de mirar para otro lado levanta muros, impidiéndole emprender su derrotero de paz.

Una minoría lo sigue en su derrotero, pero no tardan en olvidar los nobles propósitos: es que el egoísmo es más cómodo, no duele, para qué complicarse.

Dudan de que esta clase de caminos, tan oscuros como peligrosos los vayan a beneficiar con grandes recompensas y encima derrochar sus energías y el placer diario de la comodidad para emprender la sinuosa ruta de la libertad, al dar un paso más en ese rumbo.

Una extraña mezcla de incertidumbre y miedo se da cita en la mente de Alter.

¡Él no puede ni debe retroceder! Los destructivos planes ocultos en los profundos y cavernosos ojos de Silvia los fue descubriendo, a la manera de un arqueólogo frente a una figura rupestre, trozo por trozo hasta llegar a un todo… Él los está descifrando…

Es una experiencia difícil, riesgosa, pero tremendamente estimulante pero los riesgos del fracaso conllevan la tristeza que sucede a casi todos los gozos. Una travesía imprevisible, sin retorno, tan viejo como el mundo, es ancestral, aunque haya ocurrido un instante antes.

Inmerso en un profundo tembladeral, como si estuviera hundiéndose a cada paso en las arenas movedizas, Alter trata de seguir avanzando, sin contaminarse, sin dejarse atrapar por el mal que todo lo sobrevuela.

Alter ha logrado conectar sus pensamientos en ciertos momentos y penetrar en los de Silvia Féloca. De ese modo entablan una especie de dialogo neutral, pero pronto toma características duras, tensas, transformándose en una especie de bramido, en un intercambio infernal de dos voces que se superponen que tapona sus voces.

Es como si desde algún lugar, se dijeran:

-No hay que esforzarse… tu derroche de energías, es inútil…tu lucha ha fracasado antes de comenzar. Si querés triunfar el único modo es que te decidas a unirte a mis huestes invencibles.

-Hay valores entrañables a los que nunca pudiste acceder, y ni siquiera sospechas. Lo que consideras una totalidad, es sólo la parte más oscura del mundo que está al alcance de tus ojos ciegos. No te ha sido dado asomarte a otros horizontes. ¡Cómo te compadezco!

Y ella, lejos de darse por vencida, insistiera.

-Pobre iluso. ¡Qué decís! La historia no te da la razón. Mira a tu alrededor… no cabe ninguna duda de que el Mal es más fuerte que el Bien.

Y Alter reforzara su posición.

-El solo hecho de que el Bien todavía exista, cuando a lo largo de toda la Historia, son tantos los que han atentado contra su salud y contra su vida, me confirman que está más vivo que nunca, y que mi esperanza no está desencaminada.

Una áspera risa de Ego lo interrumpe. Y su voz le repercute en el cerebro como un eco que viniera de la más oscura de las cavernas.

-¿No advertís acaso que a cada paso que da la Humanidad, el Bien se encuentra más agotado, mientras el Mal sigue creciendo, mostrando un aspecto rozagante?

El goce que Ego usufructúa en su accionar es consecuencia del sufrimiento atroz que logra al demorar sus inclementes tormentos en sus víctimas. No mata jamás de manera rápida. Así no tiene sentido para ella.

El tiempo que transcurre y demora antes de que sus víctimas perezcan, es el placer del cual se alimenta, mientras lo expresa emitiendo sonidos guturales y sensuales que dan cuenta de su satisfacción.

Los mártires de sus ataques no alcanzan a advertir su proximidad porque la inocencia es frágil y la Maldad vuelve a celebrar su triunfo.

Alter supo que podía detectar cada rostro de los elegidos por Ego, porque de inmediato lo asociaba con lo que es la manifestación explícita del sufrimiento y la aflicción inconsciente.

Edgardo consiguió, desde los días de su niñez y de su adolescencia, afianzarse en sus propósitos, transformándose, con el devenir del tiempo, en la contracara y el bálsamo que contiene al padecimiento.

Él pudo inscribir en su memoria la huella de la Oda al Triunfo de la supervivencia: savia eterna del Bien.

Al alba, Alter despertó acongojado por las terribles pesadillas que lo sobrecogieron durante la noche, y mientras, procuraba secarse las gotas de sudor que hacían brillar su frente.

Se incorporó con dificultad en la cama y al dirigirse a un sillón donde habitualmente leía cuando no lograba conciliar el sueño se dijo con su ímpetu característico: “Todavía no ha sido pronunciada la última palabra”.

7

Una noticia policial se esparció por todos los medios de comunicación. Un caso de asesino serial asusto a la población. Cada siete días, a las siete de la mañana, aparecía un muerto abominablemente descuartizado, con todo el cuerpo lacerado, mutilado, y las vísceras salidas del contorno contenedor de su cuerpo. Emanaba un olor desconocido y jamás se había visto semejante grado de violencia y destructividad abominable hacia una víctima.-

Esto era Violencia desatada por algún enfermo mental, pues alguien cuerdo no sería capaz de ese estropicio.-

La soberbia de este asesino era tal, que anunciaba cada semana donde arrojaría la próxima víctima. Y hasta ahora salía indemne. Él era la representación de la maldad.

Les dejaba cómo si fuera para humillarlos, una tarjeta de presentación, de color negro, y escrita con tinta fluorescente con su nombre, “Doctor Fausto”.-

Fausto, un hechicero alemán legendario. Vende su alma a Mefistófeles (El Diablo), a cambio de recuperar su juventud. Es un drama de Goethe.

También se han escrito operas de Berlioz y de Gounod:-

Son muchas ahora, las pistas y mensajes que deja este personaje, incluso para confundir.-

Pero, ¿A quiénes mata de esta manera? Habitualmente, un serial asesino mujeres ¡Pero aquí, no!

A hombres de mediana edad, bien vestidos, la mayoría por las plazas de la ciudad y al atardecer, cuando ya se anuncia la noche, con el misterioso sonido de los pájaros nocturnos y sus terrores-

En las autopsias se llegó a verificar que el arma empleada siempre, era un puñal hecho a mano, de cerámica, muy dura, que solo un artesano afamado, podría haberla hecho, con una aleación de niquel y de alabastro que la hacía muy resistente y única. Dejó vestigios en las víctimas, que fueron confirmados por estudios fluoroscopios positivos.

Era además una reliquia por la calidad y preciosura de su fabricación.- En el mango, tenía tallado en letras doradas “Doctor Fausto”.-

Se comentó que era un arma única, seria, seguramente de colección, muy buscado por los anticuarios.

En cada víctima les dejaba clavada su firma, a través del puñal.

Además la tarjeta con el nombre adjunto hablaba de una persona culta, conocedora del Arte, y poseedora de una habilidad para escribir con tinta fluorescente, sus distintivos en sus tarjetas.-

Resaltaba su identidad. Era al revés que los demás, que la ocultan...-

El perfil resultaba categórico; era el de un narcisista de tipo maligno, según los psiquiatras que opinaron.

Debía de poseer una rural 4x4 por las huellas coincidentes en cada lugar donde abandonaba a sus víctimas. En el piso de la camioneta una parte de ella se abría y los arrojaba desde allí.

Entonces significaba que los traía ya muertos y desechó a los cadáveres y los tiraba cada vez en un lugar distinto.

Si bien los muertos tenían una mediana edad, el asesino se creía tan omnipotente y omnisciente, que les interrumpía la vida.-

Él era la muerte anticipatoria de la muerte natural.- ¿Se creía Dios, por la omnisciencia y la omnipotencia?

Solo quedaba pensar que un hombre mayor de edad, de la tercera edad, que no quería que alguien llegara a su edad, y le cortaba el camino natural, por alguna razón todavía no conocida.

Fausto quería recuperar de por vida, su juventud a cambio de vender su alma. Ese hombre sabía que su finitud estaba muy cerca, pero rechazaba esa realidad. No lo admitía simplemente…-

Tendría a lo mejor una enfermedad crónica, propia de esa edad, pero incurable y no reversible.-

Pero ahora lo que estaba pensando era muy triste y tenebroso.

La violencia era quien daba la marca de la tristeza a las escenas.

El camino marcado por lo inexorable de las horas que la vida signa su devenir, no era cuerdamente aceptado por la realidad.-

Y él creaba otra, a su manera.- Eso era la enajenación.-

Era él quien daba fin, en la mitad de la vida, la continuidad natural de la existencia. Por eso era Ego. En una de sus tantas mutaciones.

Y así, de pronto, como si fuera una imagen de la película de Bergman, “La fuente de la doncella”, encontraron en una plaza, sentado en un banco frente a una mesa, con un juego de ajedrez y sus fichas dispuestas en pleno desarrollo; pero no había un contrincante, estaba sólo, pero él igual le hablaba como a un fantasma. Era su fantasma, su tablero, su monologo y nada más.

Como en la famosa partida Casablanca, su doble le hizo jaque mate.- y perdió la partida.

Su figura, cancina, se evaporó de la escena, dejando su olor fuerte a azufre, como el hábito mal oliente y maldito de la Maldad.

8

Edgardo Alter fue armando tramo a tramo lo que desde los lejanos días de su niñez y de su adolescencia, intuyó destino que le sería asignado, y que con el correr del tiempo, a cada paso encarnaría con mayor fidelidad.

Estos y otros pensamientos estaban en el centro de las conversaciones que cada tanto entablaba con unos pocos amigos, en las ocasiones en que necesitaba que un aliento puro le devolviera las vapuleadas fuerzas.

Ego, a través de la violencia y sus múltiples matices, representa una forma de pasión siniestra que deja estragos, encargando un festín cuyo corolario conlleva una frustración sin salida. Es por eso que el inmenso dolor de Alter se acrecienta que pese a sus encomiables esfuerzos, Ego es eterna e insaciable.

Un recorrido por la Historia del Mundo le demostraba que algunas figuras han luchado denodadamente en defensa de la subjetividad del individuo, pero es indudable que se suceden oscuridades y esplendores, equilibrando la balanza hacia una u otra vertiente.

9

Edgardo continuó recorriendo ámbitos para encontrarse con gente que sintiera y pensara de modo similar al suyo y así unirse con él en sus ideales, pergeñando encuentros en torno a la ética, la verdad, la honestidad, el altruismo.

Sin esa inyección de valentía se hubiera agobiado para seguir adelante, pues la fuerza de un grupo, brinda el fortalecimiento mutuo y afianza las ideas.

Termino por hallar lo que buscaba en un Taller de Arte y Literatura.

Y aunque nunca creyó que sería la panacea -puesto que ya tenía bien claro que ésta no existía, y no existiría sin el esfuerzo sostenido de individuos y de grupos sanos- sí puso en él sus esperanzas de encontrar tierra propicia para sembrar en ella y alimentarse de sus frutos.

El mundo necesitaba del cooperativismo y de una actitud altruista en momentos donde tiemblan las estructuras Sociales y el capitalismo buscan recomponerse, de ahí la trascendencia de la solidaridad.

El lugar donde se reunían era una sala espaciosa con buena luz natural, en la que se había colocado sillones simples, muy cómodos y almohadones apilados en el suelo.

Le había gustado de entrada la informalidad del lugar y se sintió especialmente cómodo, integrándose en un ambiente estimulante y claro. Además de estos intercambios comenzó a redactar sus primeras poesías y cuentos.

Aquella tarde, fue el primero en entrar, y pronto comenzó a llegar la gente. Teniendo en cuenta sus prioritarias aspiraciones, se detuvo, en especial, a descubrir la mirada de los asistentes.

Una vez que estuvieron todos instalados en círculos, a medida que transcurrían los primeros intercambios en los que sucesivamente cada uno fue exponiendo sus criterios acerca del motivo centran que los convocó, pudo reafirmar que en verdad los ojos reflejaban la parte más genuina o más delatadora de cada personalidad. En que los sentidos más expresivos del ser humano son la visión y la audición puesto que trasunta fielmente los sentidos que prevalecen en la interioridad de los pensamientos inconscientes.

En cierto momento descubrió, sentada en un almohadón, a una pequeña mujer de cabellos grises.

Cuando la ronda que fue girando para que cada uno dijera lo que buscaba al venir a esta reunión, llegó al fin a ella, se la escuchó hablar en un tono pleno de sutiles inflexiones. Era difícil para quienes la escuchaban, alcanzar una percepción clara de sus palabras, y menos todavía, del estado emotivo en que se encontraba al pronunciarlas, semejando una musa rediviva.

Pensó Edgardo que era como si estuviera leyendo un texto en un idioma desconocido como si ésta fuera la única lengua a la que tenía acceso, pero cuyo significado no lograban descifrar. Pensó en el arameo -¿Acaso no sería el primer lenguaje de la humanidad, del que todos discurren? ¿No sería la primera se matización, el del amor entre los seres, al que siempre hay un alguien que lo desacata, generando los conflictos cotidianos?

Cuando la ronda terminó el profesor creyó llegado el momento de empezar a “trabajar”, sonrió al pronunciar este término, aunque ninguno de los presentes esperara otro.

Cada uno de los participantes debería elegir un tema y una actividad a la cual abocarse durante la siguiente media hora, para después, poner en síntesis todos lo hecho.

Se podía, por ejemplo, escribir un cuento o una historia o un poema… aunque nunca se hubiera emprendido algo parecido.

Se podía dibujar o pintar, ya fuera con pincel o con las manos, aunque uno se creyera del todo negado para esa actividad.

Se podía tomar un guitarra y crear una canción, aunque nunca se hubiera pulsado una cuerda.

Se podían inventar pasos de danza frente a un gran espejo.

Se podía tararear una canción recién inventada.

Sólo que en cualquier actividad que se decidiera abordar debía haber un tema afín para todos, expresados con las variantes propias de la herramienta artística elegida.

El tema elegido que les sugirió el profesor era acerca de un bebé recién nacido.

Alter quedó fascinado por las posibilidades que se le abrían y le bastó un instante para decidirse a escribir.

Se instaló en un rincón donde no había nadie, intentando crear una canción.

Recordaba haber leído un texto, especialmente fascinante con respecto a la audición de un recién nacido, al hacer su aparición en el mundo. Se decía, que los sonidos que hasta entonces habían llegado a él, estaban acallados y protegidos por el entorno que su madre le hacía un ambiente intrauterino que lo protegía, aunque también lo aislaba mientras no estuviera preparado para afrontar el mundo exterior. Pero esos sonidos imborrables eran sus primeras huellas de la memoria.

Quizás entonces los sonidos formarán parte indudable y fundamental de las primeras experiencias, tal como resuenen y resonarán en adelante a lo largo de la vida.

El útero, “segunda tierra”, hasta entonces formó parte para ese infante de un ámbito privilegiado, dotado de su propia acústica.

Puede decirse entonces que al nacer, la criatura trae consigo una particular discriminación de sonidos, que precede, decididamente a todo esbozo del lenguaje.

En el nonato y en el recién nacido, la melodía precede a las palabras. Y no se relacionan aún con el lenguaje sino con una identificación inconsciente de las palabras o los sonidos iniciales. Los ruidos guturales del recién nacido reflejan el esfuerzo inicial por transmitir pensamientos inconscientes.

Concebidos en tal contexto, esos gritos también tienen, entonces, una significación, pues quedan ya semantizados al ser emitidos.

Quién sabe por qué, en ese preciso momento, recordó el asombro que lo había invadido, cuando leyó en el interesantísimo libro publicado por su amigo Biby, en referencia a estos temas, que el infante, debe aprender, antes que nada, a coordinar la deglución con la respiración.

Un sentimiento de asombro mezclado con compasión, lo había invadido entonces, al ponerse en lugar del niñito recién nacido que se veía acosado por un cúmulo de sensaciones nuevas. Los ojos se le llenaron de lágrimas al intentar recordar sus primeras emociones. Hubo sólo lágrimas de silencio no preñados.

Transcurrió algo más de media hora, y el profesor pidió a los presentes, que volvieran al lugar que habían ocupado en el momento de llegar.

Un estremecimiento de sorpresa conmovió a Alter al advertir que había sido tal su concentración mientras preparaba lo que tendría que exponer, que había perdido la noción de lugar y de tiempo. Quizás –pensó- en algún momento de estos últimos minutos, se habrá oído vibrar la cuerda de una guitarra… o alguien habrá pasado a su lado esbozando un paso de baile… o algún otro habrá tarareado una melodía intentando bajar la voz para no interferir con el trabajo de los demás… o tal vez las teclas del piano se hayan escuchado, aun con el pedal para acallar sonidos…

Sin embargo, nada de eso había sido advertido por él, profundamente concentrado en su propio trabajo.

¡Así fue como Edgardo Alter volvió a recobrar la PASIÓN hurtada!

La creatividad es quien tiene que equilibrar el espíritu más lacerado porque está sustentada por el amor, cualquiera sea sus formas de expresión, pues es la única salida hacia la vida.

Y es justamente la pasión, tomada de la mano de la creatividad, la que originó un introito en Alter para poder recomenzar otro escenario sublimado. La creatividad del Arte no es solo expresión sino además cura de severos problemas psíquicos.

10

El hecho de estar rodeado de personas confiables, lo llenó de una fuerza nueva y renovadora.

Ya no hacía falta buscar términos equivalentes, para hacerse entender… bastaba con mencionar las cosas con el primer novio que viniera a la mente, como si el mundo fuera nuevo y todo se estuviera nombrando por primera vez.

Ahora lo entendían.

Ahora él entendía al otro.

Ahora había un ámbito nuevo donde podría volcar su creatividad.

Sonrió con una sonrisa que también era nueva. Y en el fondo de su espíritu se consolidaba, se renovaba esa llama que había jurado no dejar apagar.

Y es que Edgardo Alter conserva algo que lio diferencia de la mayor parte de los mortales: la esperanza y el entusiasmo con que se nutre desde las épocas en que era un joven militante de los valores innatos y los derechos de la humanidad.

En compensación por esa existencia azarosa, que marcó su niñez, no decae en sus intentos de redimir su destino.

¿Qué ocurrió en sus verdes años, que en lugar de hacer brotar en él un sentimiento de venganza, lo condujo por los más claros Caminos del Mundo?

La figura señera de su abuelo se elevó entre los cardos y los altos pastizales de su memoria infantil. No cabía duda de que gracias a él había logrado conocer el otro lado del mundo.

Y ese camino con señales inequívocas era hoy el único posible para él.

Al mismo tiempo se prometió no dejar de concurrir a esos encuentros, porque aunque sabía que con certeza que el mundo estaba compuesto, en principio, por dos clases de seres, el hecho de tener frente a él la evidencia –como la tenía ahora- lo llenaba de una profunda alegría.

En el otro extremo del horizonte estaba Ego, quien se alimentaba de la sangre diseminada en su derredor, como si fuera el líquido que regaba sus entrañas corrompidas.

Enumerar la trama mortífera resulta inacabable, pues se irradia en guerras, adicciones, tráfico de armas y de niños, perveciones, genocidios y holocaustos: una nociva trayectoria sin fin.

La diferencia entre ambos es que el miedo, hijo del terror, es el lacayo de la maldad. Y Ego vive en una mazmorra con un sueldo fangoso, similar a los sótanos lóbregos, poblados de rastreras alimañas.

Cuando con un séquito de adláteres criminales y mercenarios en todo el mundo, que son los ejecutores de sus órdenes.

Al volver Edgardo la vista al pasado, recuerda que en el transcurso del tiempo, encontró recompensa en algunas experiencias profundas de placer, que aunque resultaron transgresoras y ocultas, lograron atenuar en alguna medida su rutina y hacer vibrar su piel tan atormentada.

De este modo, la historia que sigue comienza a hilvanarse desde su inconsciente.

En cada ocasión en que se siente profundamente triste tiene la costumbre de esperar a que anochezca para mirar al cielo.

Se aferra para ello a un pequeño ritual, se instala en un patio donde nadie vendrá a interrumpirlo.

Coloca un banquito contra la pared pintada de un beige claro y levanta los ojos… mira el cielo preñado de estrellas titilantes y piensa que representan a millones de víctimas inocentes, que muertos por la dictadura militar, lloran con su constante centelleo; y a los que desde los más remotos tiempos de la antigüedad desaparecieron de la faz de la tierra, injustamente. Y ni que hablar por los muertos en los Holocaustos.

Es la lucha del hombre contra el hombre, o más bien había que decir, la lucha del Bien contra el Mal.

Y en la mayoría de los casos, mientras los responsables quedaban sin castigo, es decir, con un crimen impune en su conciencia, se seguirá tejiendo la madeja del mal para las sucesivas generaciones.

El sólo aspira a luchar y trabajar hoy con intensidad para que ese dolor no se repita para nadie, y tiene muy clara su misión: que tanto durante la vigilia como en sus pesadillas la mejor reparación que pueda hacer se cifrará en la lucha contra las múltiples personificaciones que encarnan a Ego a lo largo del tiempo.

Es él contra ella.

Es Alter contra Ego.

Alter, quien buscará cercenar la siniestra melodía disonante que Ego heredó de sus simientes.

Lo opuesto es lo que nos legó Jean Sibelius, con su música que parece que nunca finaliza, análoga a eternizada ambivalencia en la que se debaten los destinos de la humanidad.

11

El Mal llego otro día de la mano de un personaje siniestro fantasma de las sombras, “El Hijo de Satán”, pues mataba por mandato de Satanás.- otra de las mutaciones de Ego-

Esto se hallaba escrito en un pequeño pergamino rojo metido en las gargantas de todas sus víctimas.- Ese era su mensaje manifiesto.- Ya eran decenas sus víctimas que la violencia lo llevaba a asesinar y mutilar totalmente, tirándolas en las riberas de los ríos y lagunas del país.- Debía de tener un cubículo donde practicaba sus macabras experiencias.-

Una cosa es decir que cree en Satanás, y otra que el mismo Satán le envía mensajes para que mate jóvenes en su nombre.-

Les cortaba a todas el dedo índice y se los hacia tragar a cualquier otra de sus mujeres, de tal manera que en las autopsias aparecían dedos índices en el estómago diferentes de la muerta.- A ello agregaba que les tatuaba la cruz de Satán, de cinco puntas; en la frente y les mutilaba sus genitales seccionándolos en sus totalidad, pero sin embargo no las violaba a ninguna.-

Éstas eran las características de sus depredaciones.- Ya las violaría Satanás, según escribía en sus mensajes.-

En el expediente policial de este repetido asesino serial aparecía como un severo paciente psiquiátrico, lindante a una psicosis.

Para arribar a ésta conclusión, se bajaron diversas hipótesis a evaluar y de la que más sobresalía era lo que hacía con los dedos índices que les hacía tragar a cada una de las distintas, pero diferentes mujeres, como si fueras un típico mensaje psicótico plasmado de salvajismo y violencia.-

Para algunos el dedo señala una acusación, un “yo acuso”, innominado y sólo conocido por él mismo.-

Otra hipótesis marcaba una profunda y traumática regresión a la primera infancia, donde es natural la masturbación infantil y que haya sido severamente reprimido, y lo demostraba con las mutilaciones a todos los genitales, siempre mujeres.-

Colegios, clubes, discotecas, iglesias, psiquiátricos, etc. serian registrados por si hubieran tenido y visto anormalidades de violencia en la zona.-

Pasaron unos días y sin noticias en las redes comunitarias.- Sin embargo se acercó a las oficinas de la policía un señor muy bien trajeado, que dijo ser Profesor de una Universidad Privada de la región y nos contó abiertamente que había conocido a un joven muy raro, y que había ya sido expulsado ya anteriormente de otra Facultad, por sus sentimientos hostiles, persecutorios, y violentos cuando se hablaba de temas referentes a las religiones y las familias.- Lo que además nos aportó fueron antiguos datos personales del archivo que gratamente fueron recibidos.-

Vivía en una antigua residencia de Villa Soldati, muy alejada de la zona urbana.- Así es que con varios patrulleros totalmente equipados y pertrechados con los aparatos de detectación criminalística arribaron a una vieja casona, rodeada de una frondosa arboleda y maleza sin cortar que casi no hacía visible la casa.- Se encontraba en penumbras a pesar de que era de mañana, y rodearon el edificio.- Policía del grupo Halcón y francotiradores se ubicaron sin dejar un resquicio en descubierto.-

El Inspector Balmaceda un avezado detective junto con adiestrados sabuesos entraron en la vivienda.- La recorrieron toda, pieza por pieza, y no había nadie.- Pero en el living se hallaba una antigua biblioteca y a él se le ocurrió registrarla.

La tocó toda, por ambos lados, y se abrió una puerta falsa, disimulada, que daba paso a un escritor antiguo, y que en una res rebajado sillón se sentaba un joven esperando ser detenido, pues no opuso resistencias.-

Sin presiones confesó que él era el Hijo de Satán, el elegido, y que había cometido los asesinatos por mandatos que le llegaban a su mente, además de otras alucinaciones y delirios.- Estaba psicótico.- en pleno brote.-. Acotó, sin embargo, al final que los verdaderos culpables fueron sus propios padres.- El padre era un alemán nasa que lo torturaba y lo vejaba. Por su conducta violenta fue él quien de niño le cortó su propio dedo índice, con una sierra.- y que su madre no lo protegía, pues era loca y poli-adicta.-

En la habitación había decenas de pequeños pergaminos rojos con la leyenda “Soy el Hijo de Satán”.- una mesa de cirugía oxidada y demás instrumentos variados con los que mutilaba…-

En la pared, una enorme cruz de cinco puntas.-

Al tratar de ser aprendido una enorme puerta de metal se cerró ante ellos y en vano trataron de romperla.

Nuevamente Ego transmutado había desaparecido dejando en su estela de crímenes su mensaje maldecido de impunidad e impotencia.

12

El imaginario colectivo supone, paradójicamente, que es en el hombre donde encuentran destinos los peores epítetos tales como, violador, ladrón, corrupto etc.

Silvia es incorporada como personaje central de esta zaga, a lo largo de la cual conserva la misma edad, pues si se tuviera en cuenta la cronología, debería reconocerse que es milenaria.

Tiene, invariablemente, treinta y seis años.

Vive con su marido, a quien apoda hermano, lo que no le impidió haber engendrado con él dos hijas.

Es ninfómana, aunque su marido lo ignora, pues se siente amparada por su permanente poder de simulación y mimetismo.

…cuando debió optar por una carrera, simuló ir a estudia Psicología, ejerciendo como “pseudo-psicóloga” ya que rindió solo dos materias, fue una impostura más…

Desde que comenzó a ejercer su falsa profesión jamás cumplió con la denominada regla de abstinencia. Se acostaba con todos sus pacientes y sin tener en cuenta si eran varones o mujeres.

Hubo algunos que se dejaron atrapar por los cantos de sirena con que enunciaba sus decires, y seducidos por Silvia Féloca ejecutaban sus actuaciones a través de sus impulsos compulsivos y perversos.

Alter fue uno de ellos.

Hubo otros -los menos- que la abandonaron a poco andar, aunque en todos los casos resultaba especialmente difícil sustraerse a sus redes.

De todas maneras, quienes pudieron escapar de ella, jamás lograron olvidarla, y la persistencia de su recuerdo en el dolor de los otros, era para elle la más deliciosa de las venganzas.

En seres deleznables, la venganza es realmente un placer de dioses, y por nada del mundo estarían dispuestos a prescindir de ella.

Y en el fondo, el mensaje oculto de su maldad consistía en hacerles perder a unos y a otros la pasión originaria, que ella les había rodado en cada encuentro.

13

Como encarnación de Ego, Silvia despertaba y hacía crecer la pasión hasta límites inconcebibles, de ahí que la profesión elegida le venía como anillo al dedo.

Conseguía apoderarse de las incontables víctimas que caían fulminadas por su seducción ominosa, dejándolas inválidas, vacías, estériles, despojadas de deseo, libradas al futuro… mejor sería decir, a la falta de futuro.

Se solazaba con su narcisismo maligno, sin importarle las consecuencias desencadenadas en los pacientes. Había en ella algo mucho más trascendental: cumplir su siniestro e inconmensurable plan.

Cuando Alter tuvo entre las manos la tarjeta con su nombre, dirección y el teléfono se quedó unos instantes inmóvil, haciéndola girar entre los dedos, como si algo dentro de él, hiciera denodados esfuerzos para alertarlo sobre el riesgo de lo que estaba a punto de emprender.

Como suele ocurrir, ignoraba el desenlace que le aguardaba: una desventurada experiencia. Pero teniendo en cuenta el modo en que sucedieron las cosas, es fácil suponer que en el fondo de esta historia, nada fue casual.

Algo que se llama Destino le estaba hablando al oído. Y nadie mejor que él prevenido y receptivo, para poder cotejarlo con la realidad.

Aunque con tremendo dolor Alter reconoció que era la acción de su propia e inconsciente maldad reprimida. Este fue el motivo concreto que lo llevó, a consultar a Féloca y por la asignatura pendiente del desconocimiento de su psiquis.

Aquella tarde del mes de marzo, cuando una brisa suave corría por las veredas, anunciando el fin del verano, Edgardo Alter, sin temblarle las manos, tocó con firmeza el timbre de la casa donde funcionaba el consultorio.

Una voz de extrañas resonancias en el portero eléctrico lo inquietó. Se quedó un instante inmóvil y sintió el impulso de volver sobre sus pasos y alejarse de allí lo más pronto posible. Sin embargo, de la inmovilidad pasó a la acción. Y decididamente empujó la puerta.

Ella lo esperaba en el primer piso y su presencia lo deslumbró e inhibió con la misma intensidad, una dualidad que oscilaba entre la atracción que suscitaba y la esperanza en la efectividad de su quehacer profesional.

Fue demasiado fácil para un ser de sus características, envolver a Alter con las ondas de su voz sibilina, seductora y cautivante, aunque fatalmente adictiva. La conmoción que invadía a Edgardo lo enredaba en ese lento y tortuoso vínculo.

Y, fácilmente, cayó en sus redes.

Hubo tres entrevistas a lo largo de las cuales, lejos de ayudarlo, intentó destruirlo lentamente, pues otras cosa no sabía ni quería hacer con sus pacientes. Alter terminó acostándose con ella en el mismo diván donde le contaba sus sueños y fantasías…

El influjo seductor de Silvia se hacía patente en el olor que se desprendía de sus endorfinas. El apasionamiento fue mutuo y total.

Ese aroma sensual e irresistible era el centro de atracción con el que conseguía atraer a sus víctimas, quienes caían en su lecho de amor tumultuoso. Edgardo estaba convencido que era él quien ponía en ese estado de excitación a Silvia, como si fuera una relación afrodisíaca, desde ambos lados, donde todo el cuerpo estaba para amarse.

Pero de pronto, un resto de luz en su mente se abrió paso y advirtió que estaba cayendo en un precipicio sin retorno, constatando el doble juego de amor y transferencia en el que había sucumbido, pero negando que ella fuera perversa grave y padecía de erotomanía.

Aquel acto de lucidez lo alcanzó afortunadamente todavía a tiempo, y resolvió desprenderse de ella para siempre.

A través de las múltiples facetas de un espíritu siniestro al que le sobraban recursos de toda clase y a los que recurría, ella inoculaba una pasión siniestra que hacía estragos y trastocaba el amor en un lento y constante dolor.

Alter, en las etapas finales de la relación pasional con Silvia, tomó conciencia de que la frustración que marcó su niñez, lo llevó a repetir nuevamente su equivocada búsqueda de amor.

Este enamoramiento hipnótico profundizó el vacío que ya anidaba en él.

14

En un comienzo se remarcó que Alter vivió una infancia en la que cotidianamente se respiraba un clima de prohibiciones, gritos y castigos. Sólo su abuelo, muerto demasiado tempranamente, constituyó un apoyo, un consuelo, un equilibrio en aquel clima de intransigencia y de falta de aceptación.

Era la suya una casa donde la mensurabilidad coexistía con la riqueza económica. Hubiera podido escribir un libro entero con las tristes anécdotas cotidianas que signaron su niñez y su adolescencia. La avaricia fue tanto afectiva como vacía de generosidad.

Edgardo decidió huir de ese hogar tras la enfermedad tremendamente larga y dolorosa de su padre, que terminó con la muerte.

Ese tipo de mensajes perturbadores a los que con resignación tuvo que tolerar fue lo que le permitió, en su momento, alcanzar un conocimiento al que de otro modo, le hubiera sido difícil llegar.

A través de él consiguió descifrar semánticamente los matices de las distintas voces, las palabras y los gestos con que se expresaba Ego, cada vez que elegía a sus próximas víctimas para atacarlas mortalmente.

Edgardo Alter, compenso la carencia afectiva que había padecido en su casa – a la que nunca pudo llamar “hogar” – volcando todas sus energías en las militancias políticas y esto marco un hito en su existencia, que lo condujo a forjarse una identidad contrapuesta a la materna, donde la justicia y la reparación fueron sus principales baluartes.

Esas carencias unidas a la sucesión de castigos inmerecidos lo fortalecieron, permitiéndole desafiar a las injustas convenciones de su casa y le forjaron una personalidad estable y pensante, antes de caer en una resignación negativa.

De ahí, a volcarse a ejercer la justicia con los demás y consigo mismo, no hubo más que un paso.

Su adolescencia estuvo preñada de creencias legítimas y de esperanzadores ideales hacia los líderes políticos de aquella época, quienes postulaban consignas, que no parecían ser ni promesas lanzadas al viento ni palabras vanas. Por el contrario, reflejaban certezas, o por lo menos, otorgaba posibilidades de concretar su sueño.

El discurso político y las expectativas de la gente estaban a mucha distancia del descrecimiento actual, dado que era posible acariciar ilusiones y proyectar un futuro auspicioso.

Sin embargo, con el correr de los años, tuvo que reconocer con profundo desencanto y dolor, el predominio de una corrupción maquiavélica también instalada en la conducta cotidiana de políticos y gobernantes. La soberbia, la impunidad y el robo de las armas públicas lo demostraban.

Deseando escapar a todo eso y en contraposición con semejante entorno contaminado de traiciones, se volcó con devoción al cultivo de disciplinas que le permitieran elevarse por sobre la oscura vida cotidiana, como por ejemplo la literatura, la música, la pintura. Es decir, las expresiones se arte que lo ayudaron a orientar todas sus potencialidades y a consolidar para el futuro una personalidad creativa.

Se decía: “Es que los buenos, los verdaderamente sabios, los creativos, alborotan menos que los malos, los tramposos y los no confiables. Es cuestión de elegir el punto cardinal al que debemos orientarnos para vivir mirando hacia el sitio por donde sale el sol”.

Haber llegado a esa conclusión lo llenó de una honda esperanza.

Lo que hasta el momento había considerado un espeso muro impenetrable, se convertiría en una puerta que comenzaba paulatinamente a abrirse…

15

Cada uno de los incontables modos de actuar de Ego se convertía en tema privilegiado de los noticiosos cotidianos.

A esta altura es sabido que Ego simboliza un emblema del mal, desmadrado por el mundo, encarnado en una figura de mujer.

Pero representa mucho más que eso.

Y hasta incluso desborda la descripción de su perfil, pues su meta final pretendía diseminarse como un negro y pestilente pantano, asfixiando tóxicamente a los seres del Universo con su ominoso poder.

En ellos, la maldad de Ego iba tomando cuerpo, por ejemplo, a través del consumo y negociado del “paco”, que era fabricado utilizando la degradación final de otras drogas legales.

Y la mayoría de la gente se enteraba, indignada, de esas realidades, sintiéndose al margen de toda responsabilidad por lo que ocurría en ese mundo tortuoso, sin advertir que era el mismo mundo que transitaba cotidianamente, la mayoría, sin comprometerse.

Y otros se llenaban la boca pregonando su indignación, lanzando anatemas a diestra y siniestra, exagerando su dolor ante lo que ocurría.

Entretanto, en las sombras, las empresas corporativas contaban afanosamente las monedas de oro que eso les redituaba. Los mercenarios de siempre, encarnando una postura de perfiles falsamente neutros, nada parecían tener que ver con lo que estaba ocurriendo. Mientras, las antenas se multiplicaban por toda parte en la ciudad y en los barrios aledaños, lanzando al aire sus amenazantes y pestíferos rayos en un doble discurso.

Este nuevo Genocidio impune, se había instalado también en la Argentina. Lejos de ser ahora un país a salvo de todos estos riesgos, se había convertido ya no en un centro más de consumo; sino desde hacía mucho tiempo, de un lugar de transito de droga, para transformarse en un nuevo Cartel de América. ¡Triste modo de ponerse en el mapa del mundo!

Edgardo se informó acerca de las adicciones, guiado por Biby, que no sólo había escrito un libro sobre eso, sino que hacía referencia a lo que él llamaba el “efecto placebo”.

Alter recordó en ese instante a su amigo de la adolescencia, apodado Biby, el psiquiatra, tomando la decisión de buscar ayuda y consultarlo.

En cuanto llegó a su casa, antes de sacarse la campera, tomó el teléfono y marcó el número.

-¡Biby! ¿Sabes quién habla?

Una legre carcajada le respondió del otro lado del aparato, y lo hizo sonreír.

-Quisiera que nos encontráramos para conversar un poco. Hay varias cosas que me gustaría comentar con vos.

Y ante una pregunta de su interlocutor, respondió de inmediato.

-No, no es urgente. Aunque pensándolo bien, es de tanta urgencia, que no puede compararse con lo que usualmente se considera “urgente”.

El día anterior al llamarlo le explicó:

-Hoy tengo pacientes hasta las ocho de la noche, hermano. Tendrá que ser mañana.

A Edgardo le encantaba que lo llamara “hermano”, ya que podía decirse en realidad que nunca tuvo uno, y si todavía estaba a su alcance la opción de elegir, sin duda hubiera optado por Biby.

-Bueno, ¿te voy a buscar al consultorio o nos encontramos en mi casa?

-Puede ser en tu casa. ¿Te parece a las cuatro?

A las cuatro en punto sonó al día siguiente el timbre en lo de Edgardo.

Cuando estuvieron instalados en sendos sillones, con un suave rayo de sol que se filtraba entre los cortinados, Edgardo suspiró satisfecho. Por fin podría acceder a datos que de otro modo le hubieran sido escamoteados por los diarios y por los noticieros, puesto que no estaban disponibles para conocimiento del público.

El dueño de casa comenzó.

-Si te llamé fue porque creo que podrás despejarme una serie de dudas que no me permiten actuar con toda la energía que estoy dispuesto a poner en esta lucha.

-Sería inútil preguntarle de qué lucha hablas… - fue con una sonrisa que Biby acompañó estas palabras.

-Es cierto, puede decirse que estoy en lo mismo que la última vez que nos vimos.

-Pero no es tu culpa, creo adivinarlo.

-No, no es mi culpa.

Tras una breve pausa, Edgardo retomó.

-Y si una culpa tengo que asumir, es la de ver demasiado claro.

-Lo cual a veces no es una ventaja.

-Claro que no, la vida se nos complica, ya no tenemos el cien por ciento disponible de nuestra atención en el trabajo o en el estudio, en fin…

Acotó Edgardo:

-Es un compromiso ético a la que muchos le escapan, negando la existencia de este flagelo.

-Porque en el fondo siempre sabemos que en alguna forma somos los únicos responsables de hacer algo para remediar lo que ocurre.

-Es que no se alcanza a concienciar que todos somos responsables de la marcha del mundo, aunque sea en muy distinta medida.

Edgardo encaró directamente la pregunta que lo había hecho llamar a su amigo.

-Quiero conocer los entretelones de esta trama tan intrincada de la droga, en la que Ego y sus secuaces nos están asfixiando. Para eso te llamé.

-Ah, comprendo.

-Aunque hace mucho que no hablábamos acerca de este azote adictivo, sé que conoces a fondo lo que nadie o lo que muy poco saben.

-Es cierto, y en ese lapso las cosas han cambiado… mejor dicho han empeorado.

-¿En qué forma?

-De la búsqueda del “efecto placebo” se ha pasado tras nuevos estudios al “efecto nocebo”.

-¿Y qué es eso? Te voy a pasar a desarrollar mi teoría del placebo y sus efectos, de forma suscinta.

- Como su nombre lo indica científicamente se aplica a ciertos pacientes para testear su experimentación y validación.

Explicó después Biby que, en un principio, hubo una primera vez en la cual una persona ingirió cierta sustancia, e independientemente de su acción específica, le produjo un efecto placentero. Ese efecto quedó registrado en su psiquis como una huella en la memoria que queda imborrable y que jamás volverá a recuperar. Por eso la repetición compulsiva del adicto.

-¿Eso acaso remite a sus vivencias más primigenias?

-Así es, a su más lejana historia.

-Es decir, que cada uno encuentra en esos algo distinto de los demás…

-Así es. Esas huellas representan una remembranza de los primitivos recuerdos de apego al ser más querido y necesitado, es decir, se remite a la relación madre-bebé.

-¡Qué notable! Es difícil imaginarlo si no se lo oye de labios de alguien que sabe tanto como vos de qué está hablando… Me sacude, me asombra…

Y Biby aclaró todavía más sus ideas al respecto.

-El efecto placentero surge del término “placebo” y etimológicamente significa “complacer”.

-Son teorías, supongo, que están en estudio.

-Claro, cada día se descubre algo nuevo, una nueva posibilidad…

-… o un nuevo riesgo. –acotó Biby.

–Vos lo has dicho. Y ambos sabemos que estas teorías dejan aún un interrogante abierto, ya que se trata de un proyecto que requiere ser investigado por la ciencia.

-Seguramente con la colaboración de otras disciplinas.

-Así es. Ya no basta una sola para abarcar tantos aspectos a veces complementarios, y otras, contradictorios.

Biby relató:

-¡La sustancia ingerida que busca emular y le produjo placer, se repetirá inconscientemente su búsqueda originaria, a pesas de que su intención compulsiva fracase, puesto que nada logrará igualarlo!

-Es lo que denominaste, “efecto nocebo”.

-¡En efecto pues el paciente, al comprobar el fracaso de la primigenia ilusión, transforma en el presente esa ingesta, en algo adictivo, siendo por tanto, tóxico y autodestructivo!

Tras tomar una taza de café, en un breve silenció, los dos amigos siguen conversando.

El sol va descendiendo detrás de los edificios.

Más adelante continuó reforzando sus conceptos.

Se explaya acerca del efecto nocebo, mientras Edgardo tomaba nota cuidadosamente.

-Hay un área de investigaciones cerebrales actuales, denominado Neurociencias, que aunque no se centra sólo en lo psicológico sino también en lo biológico y cerebral, lo hace desde otra perspectiva. Pero hay que remanar que una cosa es el órgano cerebro, muy distinto de lo que es el psiquismo.

No se pueden equiparar.

La plena atención de Edgardo lo alentó a continuar su explicación.

-Esta disciplina menciona el hecho de que en el cerebro existe un centro llamado “núcleo accumbens”, que es el que libera las endorfinas y la dopamina. Además, las feromonas secretan sustancias químicas que provocan comportamientos excitantes, al igual que los medicamentos sintéticos adictivos.

-¿Al principio, no se hablaba acaso solamente del “efecto placebo”?

-Así es. Digamos entonces que el “efecto placebo” es ¿sugestivo?, aunque también el “efecto nocebo”, una dualidad que hasta puede ser mortal, según la naturaleza biológica y psíquica de quien lo ingiera.

-Quiero agregar algo más.-No es la adicción en sí, la que conlleva el goce.

-Es la transgresión a las pautas establecidas de la prohibición la que trae el placer. Hay una fascinación por el goce de transgredir, donde se encuentra la clave de los adictos. –Finalizó Biby.

Con micha emoción y con la esperanza de que alguien, precisamente Edgardo, con espíritu inquieto se adhiriera y compartiera el anhelo de hacer de esta teoría una realidad científica.

Las trabas burocráticas y las corporaciones económicas que no encontraban un redito, sino que cuestionaban a las poli adicciones de las que se enriquecían los laboratorios; en lograr que se aplicara lo antes posible fueron postergando este proyecto, como tantas veces ha ocurrido con descubrimientos importantísimos y de real trascendencia para mejorar la vida de la humanidad, quedaron en el olvido años después.

Aquí se refleja cómo la Maldad se reproduce enmascarada en la Maldad.

16

Al anochecer Biby y Alter seguían entusiasmados intercambiando criterios sobre ese flagelo que ha invadido la vida cotidiana, trastocando los valores genuinos de otros tiempos donde la palabra, la verdad y el respeto eran inviolables.

Alter compartiendo un café con su “hermano” coincidieron plenamente.

-No puede ignorarse que los adictos se dejan morir autodestructivamente, pues sobrellevan un duelo, una pérdida sin resolver.

-Lo que subyace –añade Biby- es una carencia y un vacío afectivo que prevalece, de ahí que retardativamente no se dejan querer y van tapándolo con una ingesta tóxica y compulsiva, que a la larga los conduce a un destino sin retorno.

Lo notable es que, aunque Ego, intentaba administrar a sus víctimas sustancias en apariencia inocuas, el deseo de seguir tomándolas los volvía igualmente dependientes, llegando a límites extremos que aniquilaban su auto conservación, transformándolos en “entes dominados”.

La Maldad de Ego estuvo presente tanto en su pueblo como después en la “gran ciudad” donde residió en sus últimos años Edgardo, aunque encubierta a través de múltiples facetas a pesar de que Edgardo junto a Biby recurrieron a múltiples tácticas para eliminar sus nefastos influjos.

Y todo esto ha configurado un aspecto social muy complejo, generando en la gente una fuerte vivencia traumática que Biby denominó “frustración sin salida”.

Por eso, Silvia Féloca, es símbolo de las representantes tanáticas que se esconden en sus vagabundeos nocturnos por las calles de la ciudad, ahora pletórica de atentados y muerte urbana.

17

Su amigo de la infancia, Biby, al ser psiquiatra y psicoanalista, desde un enfoque psicolingüístico, fue especializándose en todo lo concerniente al “efecto placebo” de las adicciones, del que ya le había hablado en la conversación que tuvieron días atrás.

Éste publicó numerosas investigaciones y se centró, en especial, en la relevancia semántica que posee la trama sonora que envuelve a la voz de los pacientes, al considerar que adquieren una significación emocional, más allá del contenido de sus verbalizaciones.

Al corroborarlo en la clínica se puso a investigar más a fondo, y descubrió que se ligaba intrínsecamente a las primitivas relaciones afectivas del bebé con su madre, incluidos sus propios canturreos auto-calmantes.

Esas impresiones primitivas, el paciente las transmitía en su relación con el terapeuta, reviviendo y reconstruyendo de ese modo, su trauma originario.

Al estar sus terapias enraizadas en sus postulados, sostenía esas teorías con el sólido basamento científico que avalaban sus cincuenta años de investigaciones y docencia. Edgardo podía estar tranquilo en cuanto a la certeza de que andaban por buen camino.

Tuvieron la suerte de poder combinar los tiempos de ambos, y las conversaciones se prolongaron a lo largo de una larga semana, esta vez en casa de Biby.

En el siguiente encuentro, los grandes ventanales del living estaban abiertos sobre una terraza-balcón en la que varias enredaderas florecidas se apoyaban en un enrejado de la pared, desparramando el suave aroma de jazmines del país. Un poco de esa Naturaleza que los dos procuraban preservar con esmero. Biby era adicto a coleccionar cactus.

Adornaba el living una colección de antigüedades que Biby fue adquiriendo en sus viajes al extranjero. Y de “suvenir” que les regalaban sus pacientes.

Cuando se instalaron en sendos sillones frente a frente, Alter se dispuso a escuchar.

Rápidamente entró en tema.

Biby fue ampliando su concepción vinculada a la trama sonora de la voz y sus matices, se reconstruye entre el terapeuta y el paciente, lo que ocurrió en el vínculo entre la madre y el bebé. Y si bien, en algunas instancias no es posible recordarlo a causa del trauma, es en esa repetición donde está inscrito ese mismo recuerdo que se vuelve a recrear durante la terapia, siendo esa la bisagra por donde se encausará el nuevo diálogo. No hacía falta el recuerdo. La repetición reproducía al recuerdo reprimido.

Edgardo seguía teniendo la sensación de que le estaban hablando del sufrimiento que había experimentado intensamente en su infancia, sin saber entonces cómo se denominaba ni el modo de salir de eso. Pero lo sentía como algo sabido, más bien, como algo intuido o sospechado.

-Ocurre… -siguió diciendo Biby –que en los últimos tiempos, la labor psicoterapéutica se ubicaba en un escenario donde el dolor está cada vez más presente.

-¿Entiendo entonces que el dolor psíquico es un factor común que aún a los pacientes, a pesar de la variedad de motivos que pueden tenerlos a la consulta?- preguntó Edgardo.

-Así es. Algo muy distinto de otras épocas, en que los temas se centraban exclusivamente en los síntomas de las personas que consultaban y no tanto, como actualmente, en el mundo en que Vivian, más allá de las paredes de su hogar.

-En otras épocas supongo que a ustedes les bastaba con conocer a fondo a Freud, a Melanie Klein, a Lacan y a otros –acota Alter.

-Entre la diversidad de causas que afligen a los seres humanos, básicamente, en la actualidad se traduce en un sentimiento de arrasamiento mental y desvalimiento psíquico –aclara Biby

-Qué tremendo vivir con la carga de tanta angustia.

-Sin duda es una carga demasiado pesada.

-El psiquiatra de hoy debe estar mentalizado sobre el mundo en que vivimos, no sólo sobre el mundo que llevamos adentro. La psiquiatría de hoy debe ser una psiquiatría crítica.

-Es muy cierto. De otro, modo tiene a la vista sólo la mitad del panorama. –concordó Edgardo.

-Nunca parecerá suficiente lo que han aprendido en su profesión, porque las cosas del mundo siguen transformándose y lo que hasta ayer valía, hoy no alcanza.

-No cabe duda de que lo que se estudiado en los libros no alcanza, aunque constituya un excelente fundamento para seguir aprendiendo, para seguir abriéndonos a lo nuevo que llega, aunque no sea un modelo aconsejable.

-No hubiera sido tarea sencilla adivinar hace unas décadas, hacia dónde tomaría rumbo el mundo en que vivimos.

-Ya lo creo no. Sin embargo, a veces me asombro de lo maravilloso que fue descubierto por Freud. Es tal el alcance de su descubrimiento, que aún con el tiempo que ha pasado entre éste y la actualidad, sus teorías son perfectamente aplicables.

-Eso ocurre, por ejemplo en tu caso, porque un profesional de tu talla es capaz de adaptar la teoría a las nuevas circunstancias.

-La responsabilidad ética que debe primar nos conduce a replantearnos día a día la validez u operatividad de los abordajes clínicos actuales.

-Y es entonces cuando adviertes que Freud sigue estando tan vigente como siempre. Es que su pensamiento primigenio es inviolable y permanente.

-Ahí entra nuestra capacidad de adaptar la teoría a las nuevas circunstancias.

Lo que hicimos ayer quizás no sea igualmente efectivo si lo aplicamos hoy.

-Debe ajustarse, claro.

-Así es, puesto que trabajamos con el material más delicado y versátil que existe en el Universo: la mente humana y su entorno social, económico.

Edgardo se concentraba en lo que estaba oyendo, aplicando todos sus sentidos, pero no podía evitar que cada tanto, un comentario escapara de sus labios, tratando de no interrumpir las explicaciones profusas de su amigo.

Al referirse Biby a los terribles males que se enmascaran en los profundos recovecos del psiquismo, vuelve a enfatizar que su accionar adquiere giros inusitados y difíciles de revertir.

-Así es – agrega Biby –los psiquiatras se desempeñan… nos desempeñamos en arenas movedizas, sorpresivas e inesperadas.

-La labor que requiere que ustedes pongan no sólo lo que saben sino la totalidad de su ser en lo que hacen.

-El relato de otro violentado, abruma y conmociona debido al monto de inundación traumática que promueven esas escenas y que sin duda, los marcarán con sus hullas en el devenir de sus vidas.

-No cabe duda. Este horizonte problemático afecta todo el tejido social y entra en resonancia con los conflictos personales.

-Eso lo advierte en el consultorio a cada paso. De esa manera, se introduce en la entrevista, produciendo un juego de vasos comunicantes entre el adentro y el afuera.

Biby suspiró profundamente antes de levantarse para volver a servir dos tazas de café.

El interés de Edgardo Alter en continuar esa charla no había decaído, sino por el contrario seguía atento al desarrollo del tema inicial.

-¿Azúcar? –preguntó inútilmente. Bien sabía que lo tomaba amargo.

Al rato, retomaron el diálogo y Biby siguió diciendo:

-Cuando un individuo tiene un estado de desvalimiento, aparece una vivencia de angustia, puesto que está siendo sometido a un aflujo de excitación de origen interno o externo que no puede dominar. El sujeto, al no poder elaborar esa angustia psíquicamente, repite una y otra vez el trauma. Es una repetición compulsiva, pero autodestructiva.

-Lleva contra sí mismo lo que no ha podido resolver. Eso me resulta muy claro de comprender. La frustración se retroalimenta a través de la agresión y la violencia.

Casi en los últimos tramos de esa extensa charla el tenor de la información se fue distendiendo, dando lugar a otras cuestiones más vinculadas con su amistad.

18

Edgardo Alter y Biby se despidieron cerca de la medianoche.

Antes de hacerlo, confirmaron que se volverían a reunir el fin de semana.

Y así fue. Mientras el domingo almorzaban en el balcón del consultorio unas ricas pastas con mariscos, que trajo Alter, acompañando de un buen vino, Biby buscó en su biblioteca unos textos que fueron apartados especialmente para esta ocasión.

Retomaron entonces el diálogo que habían dejado pendiente y que a ambos interesaba por igual.

Biby le leyó, del libro de su autoría, ciertos tramos que consideraba significativos acerca de la génesis del Mal.

La violencia, sobre todo la que permanece solapada y no se ve, se origina cuando ciertos personajes dominantes ejercen un poder de connotaciones omnipotentes, conduciendo a sus víctimas, silenciosa e inadvertidamente, a un estado de humillación, semejante a una “frustración sin salida”, a tal punto que logran socavar su autoestima.

Edgardo sonrió cuando su amigo llegó al final del párrafo.

-Sos muy claro para escribir acerca de cosas oscuras. –comentó.

Y ambos corearon lo dicho, con una breve carcajada.

-No debe ser tarea sencilla revertir eso. –agrego Alter.

-Claro que no, se trata de algo que resulta muy difícil de desarmar, cuando se lo contempla desde el punto de vista terapéutico.

Tras un silencio, dijo Edgardo.

-Pensaba el otro día que en este mundo complejo y dilemático se suele equiparar los términos “agresión” y “violencia”. ¿Estoy en lo cierto?

Cabeceó Biby antes de contestar.

-Aclaremos que la agresión implica actos de provocación que suelen manifestarse a atravesó de un discurso ofensivo e injusto y sin respeto. Pero ambos difieren en su esencia, pues se expresa por medio de un miedo atomizado que sobrepasa la capacidad de la propia mismidad.

-No es algo fácil de entender para un lego –acotó Edgardo Alter.

-No, pero puede expresarse de otra manera. Digamos por ejemplo, para ser más claros, que la violencia es un acto de fuerza física o psicológica que busca doblegar al otro, apelando al sometiendo y a la dominación. También al acoso.

-Lo que sucede, explica que la ambivalencia esté presente en el ser humano.

-Así es. De ahí que atracción y rechazo se manifiesten en el mismo escenario social.

-¿Y qué ocurre cuando se trata de explicar ciertos hechos tremendos? Me refiero por ejemplo a la violencia social… a la violación… al acoso sexual… al ataque incestuoso… a la crueldad…

-Has tocado justamente el nudo del problema. Advertimos que para que esto se instaure es necesario antes, que la sociedad, objeto de la violencia, se haya encontrado en condiciones previas de inferioridad –argumenta el otro, reafirmando las ideas vertidas en su libro.

-¿Cómo un campo propicio?

-Exactamente.

-La violencia en general sabe adónde apunta.

-Los que la detentan suelen no correr riesgos. Y esto es así, porque sólo se puede victimizar a aquellos grupos sociales que son percibidos como lábiles.

19

Biby conocía en detalle las circunstancias de la complicada infancia que había transitado y padecido su amigo Edgardo. No había sido ningún lecho de rosas. Por eso mismo, creyó oportuno hacer referencia en general a algunos aspectos de los primeros años de la vida de un infante.

-En la clínica observamos un modo de padecimiento por el que transitan algunas personas con una historia de infancia donde la crueldad ha atravesado sus entidades. Sufren situaciones de maltrato familiar reiteradas, agravios, humillaciones, y castigos desmesurados que arrasan de un modo tanático la constitución psíquica de muchos niños.

Añadió además.

-Esta modalidad de violencia intrafamiliar no queda confinada al momento en que ocurre con frecuencia. Y de esta manera, la crueldad remite a una violencia acumulada.

Edgardo prefirió no hacer acotaciones esta vez puesto que como un pantallazo volvió a rememorar su carencia de amor familiar.

Pidió a su amigo que interrumpiera allí, y el dueño de casa hizo un movimiento de aceptación gestual.

Poco después, Alter se retiró a su casa, siendo ya de noche. En el camino rememoró la fructífera conversación que mantuvieron, tal como sucedía cada vez que tenían la posibilidad de encontrarse.

20

Días más tarde Biby le hizo saber a Edgardo que lamentablemente había sido rechazado su proyecto originario y sus ideas relacionadas con esto, en varios ámbitos, tanto públicos como privados.

Ante la mirada sorprendida de Edgardo, se detuvo en ciertos aspectos puntuales.

-No creas que es porque no te entienden, sino porque te entienden demasiado.

No pudo Biby dejar de reírse.

Siguió diciendo su amigo.

-Lo que ocurre es que en caso de atreverse a poner en práctica tus ideas, quedaría al descubierto uno de los más formidables negociados que existen. Porque todo es una cuestión de dinero.

Otra sonrisa de Biby precedió a sus palabras.

-Más que riesgo, diría yo… puesto que la realidad confirma que ese es el objetivo.

La codicia se oculta tras este flagelo con el consumo de drogas y otras sustancias sintéticas, destruyéndolos sin piedad.

Biby recuerda con alegría, que fue un integrante entusiasta y prolífico de esos ámbitos científicos, hasta que con el correr de los años sólo pudo rescatar las más valiosa enseñanzas de algunos Maestros, la totalidad de ellos, ya fallecidos. Estos le dejaron las simientes teórico-clínicas en su quehacer médico, apelando a la autenticidad y la ética profesional sin soberbia ni el corporativismo que obstruye. El elitismo no cura. Los que aún persisten, conviven en Torres de Babel negando la realidad social y en el ostracismo.

Reafirmando sus conceptos afirma:

-El terapeuta debe tratar de construir un vínculo lo suficientemente bueno, espejando el apego y la unión afectiva de la madre con su babé, de lo contrario, pienso que queda acotada la compresión afectiva del mundo intrapsíquico de los pacientes.

Aunque Edgardo no era un lego en la materia, en ocasión de reunirse con la gente del grupo al que actualmente frecuentaba, fue capaz de transmitirles algo de lo que su amigo Biby le había comunicado.

El flagelo de la drogadicción fue el tema central de una de las primeras charlas que extensamente desarrollaron, a través del trabajo de Biby sobre el “efecto placebo y nocebo de las adicciones” para que éstos pudieran instrumentar las estrategias capaces de paliar las consecuencias de este drama cotidiano que afectaba a la sociedad.

Al poder manejar con soltura los términos del lenguaje psicológico su conversación se iba ahondando y cada uno sabía que el otro lo seguía desde muy cerca en esas reflexiones demasiado específicas para que fueran entendidas por un lego.

-Recordarás que en psicoanálisis, el efecto placebo tiene connotaciones especialmente interesantes.

-Claro, en la relación terapéutica, como tantas veces lo hemos hablado, el efecto placebo tiene como función obturar el dolor psíquico, apoyando un deseo de naturaleza maníaca e inconsciente para negar la enfermedad…

-…y por lo tanto el conflicto. Y de ese modo investirlo de idealización y omnipotencia.

-Pensar que también puede ocurrir que sea el propio analista quien apele a ese recurso, tratando de no ingresar en el conocimiento del conflicto. Claro que de ese modo, se desvirtuaría el proceso de curación.

21

A todo esto, Silvia Féloca, réplica de Ego, seguía urdiendo otro plan para agredir a Alter mortalmente, aplicando su invariable metodología cruel, con el objetivo de prolongar su agonía.

En esa época, Edgardo Alter asistía des veces por semana a un hogar para niños desamparados y de la calle, donde se los capacitaba en varios oficios, además de cuidarlos y alimentarlos.

El lugar se mantenía con la ayuda de donaciones de diversas procedencias, y nasa menos que a él le encargaron buscar esa filantrópica ayuda, reparando de esa manera las heridas sufridas en su niñez, atravesada por el abandono afectivo.

Ego tramaba desde las sombras sus planes destructivos con el propósito de desencadenas un atentado donde no sólo buscaban matar a Alter, sino también incluyendo a todos los que convivían en ese ámbito protector donde él se desempeñaba.

22

Y ese día llegó por fin. Ego instruyó a sus secuaces para el siguiente domingo, aprovechando que se había organizado una kermés para entretener a los niños, además de recaudar fondos benéficos.

En un momento dado y en medio del bullicio reinante, uno de los secuaces de Ego le disparó a Edgardo dos tiros a quemarropa.

Contrariamente a lo que hubiera podido imaginarse, el público asistente no encontró en pánico, ni se desbandó, sino que rápidamente fue a buscar ayuda.

Aún herido, Edgardo pudo balbucear mientras lo trasladaban a un sanatorio donde fue intervenido: “Busquen a Biby, es mi amigo, además de médico”.

Una sola de la balas le rozó el brazo y la otra hizo impacto en la cabeza, pero afortunadamente no penetró en el cerebro.

En cuanto llegó Biby, lo revisó exhaustivamente a nivel neurológico y detectó una secuela que se manifestaba como amnesia transitoria y temporal.

Poco después del atentado, Edgardo fue recuperando la memoria y pudo, esta vez con mucha cautela, proseguir con sus tareas solidarias en el hogar de niños desamparados.

Ego, con toda su violencia virulenta se dedicó premeditadamente y con todas sus fuerzas demoledoras a acosar a quienes habían encarado un emprendimiento en favor de la niñez carenciada. Los trabajas cotidianos de características filantrópicas de Edgardo Alter y de Biby, su fiel colaborador, sufrieron el embate de un acoso.

No le bastó con dañar el edificio donde atendían a los niños de la calle, intentado rescatarlos de su orfandad, y quiso dañar directamente a Edgardo.

La alevosía criminosa a Ego contaba con la colaboración de sus acólitos, subordinados a sus órdenes y designios.

Cada acto violento que llevaban a cabo no tenían que dejar rastros ni señales de sus hechos, a fin de que no los confundieran con vulgares asesinos seriales. Es decir que los métodos utilizados para atacar debían ser aplicados solapadamente, tratando cada vez de no repetir las características del atentado anterior.

Se había propuesto que ninguno se pareciera a otro.

Sus planes tenían en cuenta la necesidad de evitar la ilusión de remedar el hecho anterior. Es sabido que se equivoca quien pretenda sacar una fotografía exactamente igual de dos olas marinas, cuando en verdad no hay dos olas iguales.

La argucia de Ego, producto de una mentalidad adiestrada para dañar, planificó, pues, cada atentado de un modo completamente distinto, utilizando un lenguaje críptico.

Así, en ese segundo ataque, él y sus adláteres actuaron de tal manera que no levantaron la más mínima sospecha.

23

Unos meses después Edgardo y Biby, luego de abocarse, a la búsqueda de un ámbito más apropiado para desarrollar sus trabajos, hallaron una casona espaciosa y muy bien conservada, acorde a sus necesidades.

Había un gran patio, en la cual ubicaron diversos juegos y entretenimientos didácticos, con el propósito de paliar la falta de estímulos motrices, derivados de la orfandad propia de los chicos abandonados.

Incluso ellos mismos fueron aprendiendo a cocinar y hornear sus comidas. Es decir que lograron cobijarlos como si fuera un segundo hogar.

Biby además recicló una parte del edificio en el cual ubico su consultorio, que como el anterior adorno con múltiples estatuillas que fue comprando en sus viajes. También, tal como a él le gustaba, lo pobló con una diversidad de plantas y flores para decorar el sitio de mejor manera, y disfrutarlo en todo momento.

Ego se enteró de aquella mudanza para sus acólitos, quienes seguían constantemente a los dos amigos, sin que ellos lo advirtieran, en sus movimientos cotidianos.

El mal no descansa, por lo visto.

Hasta incluso, aquellos secuaces conocían la agenda de atención de los pacientes de Biby. La intención de Ego era “matar dos pájaros de un tiro”, lo cual fue aplicado en sentido absolutamente literal en la jerga delictiva.

Por tanto, el mismo seguimiento realizaron Edgardo y Biby, vigilando al máximo los alrededores de la nueva Institución.

Si bien Ego poseía un arsenal de armas especialmente sofisticadas carecía de algo muy importante y era patrimonio de Biby y de Edgardo Alter: ambos tenían la capacidad de gestar estrategias defensivas.

A pesar de que Ego se sentía seguro e invencible, la clave de sus planes maléficos, con el devenir del tiempo, no pasarían inadvertidos pues serian develados por ambos amigos en un plazo no revelable para éste y sus acólitos.

Los victimarios acosadores estaban convencidos de que sus acechos no conllevaban el riesgo de que las posibles víctimas lo advirtieron, dado que les ofrecían prebendas a sus mercenarios para tenerlos sujetos y sometidos a sus órdenes.

Y era justamente en la mazmorra en la que pernoctaban juntos a la pestilencia y frialdad de sus paredes húmedas, donde Ego maquinaba sus macabros delitos.

24

Silvia Féloca era una mujer muy famosa. Sus diplomas y sus títulos la acreditaban. Llenaban sus paredes. Había viajado por el mundo entero, no había ciudad que no conociera, dando conferencias, asistiendo a congresos mundiales donde siempre era invitada. Lo que el público no sabía era fraudulento.

Se hacía pasar por ingeniera industrial especializada en electrónica y se le debe un descubrimiento famoso.

Era el de no manipular una potente cámara refrigeradora, para que ésta funcione eternamente. Ella sí había comprado el invento a otro ingeniero a través de un engaño amoroso.

Lo logró trabajando con sus aparatos electrónicos y eléctricos, que luego de enormes esfuerzos, pues tuvo que enfrentar además frustraciones y fracasos; finalmente creó un dispositivo auto-regulable que alimentaba la regulación del frio automáticamente y ese contralor electrónico, sin baterías ni electricidad, no requería tampoco del manejo externo. Era electrónicamente autónomo. Ese aparato manuable, al igual que un control remoto especialmente diseñado y con combinaciones electrónicas inviolables, se manejaba a través de botones cuya clave conocía solamente Silvia.-

Esto le valió ganar por la patente, una valiosa fortuna que la destinaba a viajar y comprar discos de música clásica, que algunos eran incunables, pues poseía varias versiones de cada obra ejecutada por diferentes autores.

Era una melómana adicta.-Pues éste era su único disfrute de la vida.- Así lo aparentaba.

Vivía sola en su mansión, donde muy poca gente la conociera por dentro, ya que solamente tenía una mujer contratada sólo para los quehaceres domésticos y cocinera. –Sus vecinos se quejaban porque todo el día, su aparato de música estereofónico, lo pusiera a todo volumen sus discos.-

No se le conocía familia. Sólo raramente hablaba de su madre muy enfermada de cáncer a la cual odiaba muy profundamente. Oírla hablar de ella, helaba la sangre. No contó nunca sus pormenores y desde niña, ni de los supuestos orígenes de tanta maldad y violencia verbal hacia ella. De su padre jamás lo mencionó siquiera.- Cómo si hubiera nacido con veneno desde las entrañas.-

Una vez comentó que su familia era extranjera y que ella llegó de púber al país. Provenían de Amsterdam, ciudad de la cual recordaba con alegría, cosa extraña en ella verla con ese estado de ánimo. Solamente hablar de los molinos de viento y los tulipanes holandeses, se ponía contenta. Era extraño.-

Comentaba que muchas noches iba al “Consergebaum” a escuchar conciertos, a la salida había puestos callejeros muy limpios, lleno de público, que comían arenques, solos, especiados o marinados, en rodajas grandes de pan casero caliente. Iba ida y vuelta a su casa en bicicleta.- Éste era el vehículo predilecto de los holandeses.-

Se manejaba con muchos idiomas debido a sus viales pero no se conocían amigos. En una oportunidad comentó que su madre recibía quimioterapia por el cáncer y había quedado pelada, lo que lo dijo con jocosidad, causando estupor el comentario de burla.

Todo esto iba acompañado, y lo expresó a esta de los acontecimientos, que notaba que su propia salud ya estaba muy deteriorada, ya que se oponía a ser atendida por los médicos. Era además una grave poli adicta, como una expresión de su violencia autodestructiva. –Fumaba tres atados diarios, bebía compulsivamente sin autocontrol, y era dependiente de la heroína. –Sus enfermedades la iban resquebrajando y sus actitudes, cuando le comunicaron la muerte de su madre, se le observó un cambio de actitud, despidió muy amablemente a la señora que le acompañó todos estos años y comenzó a salir sola de su casa, de tarde en tarde, a lugares donde se reunían mujeres viudas que se acompañaban entre sí. Así fue que se la veía salir de algún cine acompañada por el grupo, o una confitería, exposiciones, etc.-

Esta historia tiene un antes y un después.-

Todo lo narrado era un pasado. Solo “era”.-

“Ahora” estamos en el presente y suceden cosas que resultan extrañas a la opinión pública.-

Comenzaban a desaparecer semanalmente mujeres mayores, con enorme parecido a la madre fallecida de Silvia Féloca.

Se había despertado un monstruo que se hallaba aletargado y ahora despertó.

-Ego volvía a regocijarse.

Porque era Silvia quien secuestraba a esas mujeres mayores y las invitaba a llevarlas en su coche, donde les aplicaba un pañuelo con cloroformo.-

Por su debilidad física, el abandono de su cuerpo con diabetes, hipertensión, artrosis, anemia, patologías no tratados que le iban carcomiendo sus fuerzas, se entregaron al tratamiento de Silvia Féloca.

Todo esto es una violenta agresión a sí misma. Se llama autodestrucción, y se debe a la primacía de los instintos de muerte.

Porque los instintos de vida no los conocía, ni los poseía, sólo que los mataba a los afectos, al igual que a las mujeres que secuestraba.

Ellas le representaban por identificación con su madre, ya muerta, que era ella por su odio quien las mataba, como si fueran a su madre, sus representaciones y sin daño físico.

Las depositaba en la habitación grande que contenía los refrigeradores, y las mujeres fallecían por inanición y congelamiento.-

Lo único que les hacía era raparlas a todas, quedaban peladas, igual que por la quimioterapia estaba así su madre.-

El placer de su salvajismo violento, era que ahora Silvia ejecutaba y dirigía sus muertes.-

El cabello de las mujeres asesinadas por el frio como arma; extrañamente los guardaba a todos en el cofre de las cenizas que escondía.

Su antigua identificación con la madre se evidenciaba en como buscaba matarse a sí misma.-

La puerta inviolable estaba disimulada en una pared oculta detrás de su enorme y famosa biblioteca, cuna de sus músicas.

Esa puerta cerrada era inviolable por dentro y desde afuera.-

Sólo Silvia podía abrir la compuerta con un aparato electrónico, parecido a un control remoto, pero sofisticado y secreto, con una clave secreta que había creado, y lo dejó por fuera, como una prueba de que se trataba de un suicidio autodestructivo y colectivo.

Pasó el tiempo, y nadie supo más de ella, ni se escuchaba fuerte la música que salía de su casona.-

Silvia Féloca una vez más triunfante había huido de su nuevo asesinato impune.

La policía entró entonces en su casa abandonada y descubrió que toda estaba ordenada y prolija como si estuviera habitada, por lo siniestro era que ilusoriamente estaba deshabitada y comenzaron a tomar las pruebas habituales, y la sorpresa fue el A.D.N demostró que no eran de Silvia, sino de las ancianas desaparecidas.-

Un técnico electrónico, que conocía por su especialidad, la trayectoria del pasado de Silvia, y su descubrimiento electrónico famoso, sobre todo el prestigio mundial del pasado, descubrió que un aparato que tuviera una clave podría abrirlo.

Entonces, casi sin querer, halló un aparato de control remoto, pero mucho más grande y llamativo, de acero, lleno de botones en una botonera de códigos secretos e inviolables.

Y entonces al pensar en su identidad narcisista, logró descifrar la clave: era el propi nombre de Silvia Féloca, apretó los botones y se abrió despaciosamente la compuerta.- la maquinaria siniestra y ominosa quedó al descubierto.-

El espectáculo era maquiavélico y dantesco, no podían entrar mucho tiempo por el frio. Hallaron decenas de ancianas muertas de inanición y congelamiento, todas peladas.

Sólo el técnico conocedor de los textos y teorías de la Ingeniera, procedieron a detener la maquinaria.-

En los anales de la policía nunca hubo un caso semejante que haya sido la primera asesina serial femenina, y con semejante prontuario.-

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Ego seleccionó un arma propicia capaz de producir un gran número de víctimas inocentes.

¡Y en aquellas maquinaciones era donde radicaba su goce!

A diferencia de los mercedarios que reciben dinero a cambio de llevar a cabo los crímenes a Ego no le interesaba lucrar, porque su goce y placer supremo radicaba en la falta de conciencia moral y en su perversidad criminosa sin límites.

Si hubiera distintos estadios en la prosecución del mal, puede decirse que Ego ocupaba el más alto y el más deleznable.

Ego, luego de meditar acerca de los distintos métodos que conducirían a su objetivo final, lo decidió: seleccionó una bomba incendiaria, que se haría detonar por control remoto desde una apartada distancia.

Con ella conseguirá desde una mira alejada del lugar del atentado, hacerla estallar sin exponerse como un “Kamikaze” y tampoco como un mal llamado “mártir terrorista suicida”.

Su soberbia extrema lo convencía plenamente creyendo que iba a salir indemne de toda sospecha, mimetizándose por medio de su vestimenta negra con la tenebrosa noche del fatídico ataque

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Luego de un meticuloso estudio de la zona elegida para llevar a cabo el atentado, Ego y sus adláteres ubicaron la bomba incendiaria detrás de un árbol añoso. El artefacto mortal quedaba disimulado por la abundante hojarasca que se había acumulado con el parque circundante, puesto que en esa época, el clima otoñal, con un viento intenso, favorecía la espesura del follaje.

Aquel día, aprovechando que los niños jugaban en el patio y Biby en el otro extremo atendía a los pacientes, comenzaron con los preparativos del atentado.

Pero el imponderable del Destino se hizo presente, alterando el plan originario de Ego.

Sucedió que un asiduo paciente de Biby, aquejado de una patología crónica escoptofilica, detectó a tiempo, con su mirada constante e incisiva, el lugar exacto donde se escondía el artefacto mortal. Se trataba de uno de los tantos arbustos que solía observar largamente, ubicado entre la tupida maleza que predominaba en un sector lateral del parque. Así fue como alcanzaron a salvarse de una muerte atroz.

Este paciente advirtió la presencia de un objeto es extraño que resultó ser, nada más y nada memos, el explosivo que Ego colocó para detonarlo y destruir la casona que con tanto amor y ahínco ambos amigos habían instalado para el disfrute de los niños huérfanos.

El impacto emocional postraumático que les quedó como secuela de este hecho nefasto derivó a un previsible shock que se trasuntó en una amnesia parcial de Alter.

A fin de preservar la privacidad del reconocido psiquiatra, no se difundió los detalles de lo acaecido.

No obstante Biby se comprometió a brindarles ayuda a las víctimas, reuniéndolos en una tarea terapéutica grupal, a fin de que pudieran elaborar el hacho, seguir adelante y que para apaliar el temor, la mejor cura era no detenerse ni retroceder.

Entonces fue cuando Alter y Biby tomaron la decisión de escribir juntos un libro que narraba estas vivencias, experiencias y avatares.

La creatividad es un bálsamo para las heridas del espíritu y una cura de los padeceres psicológicos.

Su intención, la de ambos, era que el futuro lector pudiera conocer la existencia de los distintos disfraces que encubren a la maldad, y cuyos mensajeros transitan por el Universo, en medio de la impunidad, es decir, sin castigo.

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Era previsible que Ego huyera tras el frustrado atentado, al igual que una rata cuando se hunde un barco.

Así fue como se escapó de la zona peligrosa hacia algún destino ignoto junto a su gente, pues presumía que serían buscados en su refugio.

Ego comprobó, tras su fallido ataque, que sus enemigos, Alter y Biby, eran dueños de una mente sagaz, capaz de llegar a desmembrar sus impulsos asesinos. Aquél rumiaba en su interior, frases tales como: “No mato a la gente, mi enemigo es el mundo”. “El mundo no tiene rostro”.

En su deambular, Ego fue recorriendo aquellos lugares donde la barbarie, las guerras genocidas, el tráfico de drogas y de órganos, y sobre todo la hambruna, eran una constante.

La maldad de Ego siguió cobijándose entre los pliegues de su amortajado atuendo, mientras en su boca se dibujaba una sonrisa diabólica.

28

En el lapso que medió entre lo ocurrido y lo presente, curiosamente, ninguno de los integrantes de la Institución benéfica padeció efectos colaterales derivados del frustrado atentado.

Edgardo Alter fue la excepción.

Poco a poco comenzó a manifestar cambios repentinos de humor, mostrándose irritable, quejoso y abstraído, algo que estaba lejos de su actuar. Por otra parte se desubicaba, en algunas ocasiones, en tiempo y espacio, lo cual se vio reflejado en la amistad de ambos, provocando una fisura preocupante entre Alter y Biby.

En sus charlas habituales abundaban los silencios, las frases entrecortadas y una inconsistencia en la comunicación. Sólo en apariencia, lo ocurrido con la frustrada bomba, no había conllevado efectos colaterales…

Ambos frisaban los setenta años.

No tardó Biby en confirmar que Alter comenzaba a manifestar síntomas de intensa ansiedad.

A esto se agregaba una sucesión de marcados olvidos, que si bien no eran perdurables y podían al rato revertirse de todas maneras en ciertos momentos lograban desorientarlo, tanto en los espacios propios de su casa, como asimismo con los amigos de su entorno, incluso hasta con Biby.

Algo más preocupante estaba ocurriendo.

Al mirarse en el espejo no alcanzaba a distinguir su rostro. Una nube espesa se había ubicado entre su cara y el cristal, que parecía haberse convertido en humo.

Según pudo balbucear en algunos de los escasos momentos de lucidez, no se reconocía… se sentía otro… en todo el alcance de la palabra.

Es decir, lo más inquietante era que se veía a través de una identidad diferente.

En un primer momento Biby creyó que era el inicio de una enfermedad propia de la edad, con características crónicas y evolutivas. Con serenidad y tranquilizadora voz, poco a poco le transmitió su inquietud y preocupación, pidiéndole al mismo tiempo su consentimiento para efectuarle estudios clínicos y neurológicos de rutina.

Edgardo Alter contaba con un sistema de medicina prepaga que cubría gran parte de sus requerimientos en este aspecto.

Con ese antecedente, su amigo se abocó de inmediato a elegir profesionales afines y un médico de cabecera en quien centralizar todos los estudios pertinentes.

Así fue como semana tras semana asistió a diversas consultas con varios especialistas para ir descartando posibles enfermedades muy temidas.

El neurólogo le indico resonancia magnética, tomografía computada de cerebro y otros exámenes complementarios para poder llegar a un diagnóstico preciso.

Y la realidad fue contundente. No tenía lesiones orgánicas ni neurológicas que justificaran la amnesia y ansiedad que predominaba en Edgardo Alter.

Fue entonces que en su propio consultorio, Biby le explicó con total franqueza que lo único que restaba hacer, según su opinión, era emprender un profundo tratamiento psicoterapéutico. Única manera de lograr encontrar la génesis de sus trastornos actuales y poder de este modo revertir su estado actual.

Alter reaccionó muy inquieto y le dijo:

-¿Pero cómo? ¿Acaso no ejerces esta especialidad? ¿Qué te impide atenderme personalmente y ayudarme a solucionar mi padecimiento?

A lo que Biby respondió:

-¡Edgardo! Justamente por la larga amistad que nos une, es que no puedo atenderte, pues no sería objetivo ni imparcial. Pero si, me comprometo a recomendarte a alguien de mi más estricta confianza y con una sólida formación para que te atienda psicológicamente.

Con esto, Biby trató de hacerle saber a Edgardo que no sería nadie del entorno de las instituciones rígidas que el frecuentó años atrás, pero que en la actualidad, ya no se consustanciaban con su enfoque terapéutico, como tampoco con las terapias “silvestres”, ya perimidas que pululaban en derredor.

-Lo que necesitas es a alguien que “sepa escuchar”, más allá de tus palabras, alguien que detecte contenido y forma de tus expresiones, y en especial, que trate de captar y entender el meta mensaje que contiene las resonancias emocionales de tus expresiones.

Edgardo se mantenía en silencio.

-De este modo –continuó él – se podrá acceder mejor a tus afectos bloqueados en el inconsciente, subsumidos por el trauma.

-Claro, entiendo.

-Eso fue lo que te condujo a encerrarte en una cárcel interna, como una forma de protegerte del dolor que hoy oprime tu realidad.

29

Biby no necesito reflexionar demasiado para que surgiera en su mente el nombre del médico más indicado.

Pensó de inmediato en el doctor Ricardo Rivarola, con el que se veía habitualmente, cuando se encontraban en los Congresos de su especialidad.

Sin dudas, se trataba de una excelente idea y se alegró cuando pensó en él, por las posibilidades que se abrían por su querido amigo.

Aunque no eran muchas las ocasiones en que había tenido oportunidad de conversar con Rivarola, no dudó que sería él, la persona más indicada para resolver lo que lo preocupaba.

Volvió a recordar los Congresos a los que había asistido y rememoró que en cada una de las ocasiones, la participación de Rivarola había sido sólida y de gran utilidad para los asistentes, en ninguna forma, estereotipada. Todas estas características no siempre eran frecuentes en el resto de los colegas, quienes solían adoptar en ocasiones actitudes bastante arrogantes.

Si, reflexionó Biby, no cabía duda que estaba bien encaminado al elegirlo como terapeuta de Alter al Dr. Rivarola.

Averiguo con urgencia su nuevo teléfono para poder llamarlo al día siguiente, pero sólo escuchó el contestador del consultorio, por lo que supo así en que horarios convenía llamar. De todas maneras, dejó sus datos para no perder tiempo.

Transcurrió todo el día siguiente sin que hubiera tenido noticias de él.

Comenzó a impacientarse, aunque debió haber tenido en cuenta que se trataba de un hombre muy ocupado. Pero su inquietud lo llevaba a responderse: “Precisamente las personas más ocupadas suelen ser muy organizados y no es usual que tarden en contestar los llamados”.

A las diez de la mañana del día siguiente la secretaria se comunicó con él.

-señor, soy Estela, la secretaria del Profesor Rivarola. Le hablo porque encontré en el contestador dos llamados suyos.

Ah… pensó él, es cierto, en su impaciencia había vuelto a hablar, olvidando por completo el segundo llamado.

-Muchas gracias, señorita. Sí, en efecto hice dos llamados al consultorio del doctor, porque quisiera pedir turno para un amigo mío.

-Estoy mirando la agenda y el doctor no tiene turnos disponibles hasta principios de agosto.

-¿Principios de agosto?

Era veintiséis de junio. ¡Qué larga espera!

Agregó, sin convicción, sabiendo cómo se manejaban esas cosas.

-Ah… pero el motivo que me hace llamarlo, es de suma urgencia.

¿No habría alguna posibilidad de…? –se detuvo, sin saber cómo continuar.

Sabía él que en casos como éste, las excepciones podía ofrecerla solamente el interesado, en este caso, el doctor, no su secretaria, que sólo tenía a su disposición los datos de una agenda.

Ésta pareció captar lo que él estaba pensando, y agregó, con un tono cordial:

-Le sugiero, señor, que vuelva a llamar cuando el doctor haya vuelto de su viaje. No sé si le dije que fue a un Congreso a Copenhague.

-¿En qué fecha calcula usted que podría encontrarlo?

-A principios de julio casi con seguridad ya estará de regreso.

-Muy bien, señorita, llamaré entonces para esa fecha.

-De todas maneras, yo le haré presente su urgencia.

-Se lo agradezco. Se trata de un amigo muy querido que necesita atención experta como la que brinda el doctor Rivarola.

Los días de espera se le hicieron eternos.

En estos casos, cada hora cuenta y mucho. Los dolores del alma son los más difíciles de curar, si bien resulta muy ardua restañar las heridas padecidas.

Al fin llegó el momento y esta vez, con más suerte, pues fue el propio Rivarola quien atendió el teléfono.

Quedaron en verse lo antes posible para ponerlo al tanto del problema de Edgardo. Se citaron en el consultorio, en un horario en que ambos coincidieron.

Al reencontrarse se saludaron afectuosamente y tras un breve intercambio mutuo acerca de sus tareas clínicas, Biby lo puso al tanto de los motivos tan apremiantes de su llamado.

En el curso de la entrevista, Biby le relató lo acaecido tres años atrás.

-Hubo un frustrado atentado en el Hogar de Niños de la Calle y mi amigo Edgardo fue herido con dos balas.

Rivarola parpadeó. Era un hombre extremadamente sensible y quizás por eso mismo estaba abierto y profundamente interesado en lo que les ocurría a los seres humanos que se le acercaban en busca de ayuda.

Pensó Biby que su profesión lo había curtido y que mantenía después de tantas décadas de trabajo, una mente atenta, y se sentía consustanciados con el Otro, empáticamente y así desde ese lugar, podía ayudarlo.

Siguió relatando.

-Una de las balas rozó su brazo y la otra afortunadamente no llegó a penetrar el cerebro. Yo pensé en un estrés postraumático severo.

Se detuvo unos segundos imperceptibles, porque al recordar lo sucedido, se estremecía hasta sus fibras más íntimas.

Continuó enseguida.

-Pero como secuela la quedó una amnesia transitoria.

-¿Es decir que no la sufre en la actualidad? -preguntó el médico.

-No, doctor, se repuso al poco tiempo, llamativamente.

Tras un instante de silencio, continuó hablando Biby.

Sin embargo, es preciso aclararle que transcurrido ese lapso, se le fueron agudizando ciertos síntomas preocupantes, por lo cual lo ungió a contactarse con él, a fin de que Edgardo iniciara cuanto antes un tratamiento.

El psiquiatra iba tomando nota mientras Biby le contó la experiencia desventurada al tratarse en el consultorio de Silvia Féloca, quien trabajaba fraguando la profesión de psicóloga para satisfacer su patología ninfómana con los pacientes, una sumatoria más que se añadía a los sufridos maltratos familiares recibidos.

-A causa de su carencia afectiva pasó el mayor tiempo de sus años infantiles y juveniles, atrapado en pesadillas y sólo logró sobrellevar semejante vacío, gracias al soporte incondicional de su abuelo.

Afortunadamente Edgardo, con el tiempo, pudo apartarse de su influjo posesivo, interrumpiendo ese pseudotratamiento al darse cuenta de lo dañino que le resultaba semejante vínculo.

Rivarola no lo interrumpió.

Biby siguió su relato con una pasión, como si estuviera refiriéndose a su propia vida, tan intenso era el afecto que lo ligaba a Alter. Su amistad con Alter venía de muy lejos, y no podía hablar de él como si se tratara de un extraño, él formaba parte del núcleo más íntimo y relevante y no lo iba a dejar solo con su dolor.

-Procurando salir delante de toda esa maraña, con mucho esfuerzo y valentía fue conformando valiosos proyectos fraternales y solidarios, paliando además, en gran medida, los infortunios personales sufridos durante su vida.

Rivarola lo miró fijamente y le explicó:

-En el trabajo terapéutico nos enfrentamos con un escenario, donde el doctor está cada vez más presente, aunque hay veces que para no sufrir se lo trata de silenciar.

-Claro, no resulta extraño, dado el modo en que se vive, mejor dicho, dado el contexto en el que hemos de desarrollar nuestra existencia.

-En los últimos tiempos, la diversidad de motivos por los que nuestros pacientes se acercan a la consulta, se traduce, básicamente, en un sentimiento de arrasamiento mental y desvalimiento psíquico.

–Algo tremendo, y que el paciente no tiene posibilidad de revertir por sus propios medios.

-Y desde nuestro sitio de analistas, no cabe duda de que acontecimientos de ese tenor, nos obligan a replantearnos día a día la de proximidades de los abordajes clínicos actuales.

-Pesada tarea, que implica mantenerse en un delicado equilibrio de proximidades y distancias.

-Nada sencilla en los tiempos en que vivimos –aceptó Rivarola.

Una vez expuesto a fondo la problemática de su amigo, le trasmitió su gratitud y se despidió.

30

Al enterarse Edgardo de la entrevista preliminar que sostuvo su amigo con el terapeuta, tomó nota de sus datos, reafirmándole que lo llamaría cuanto antes.

Sin embargo, Alter, no pudo sobrellevar el miedo que sentía de fracasar en sus nuevos intentos de participarle sus sueños y fantasías a quien sería su psicoterapeuta, temiendo ser nuevamente defraudado, al igual que con Silvia Féloca.

No era extraño que esto sucediera porque tras la frustración, quedan los miedos en carne viva y no es fácil revertir semejante situación.

El hecho de que Biby hubiera preparado todo, estableciendo para él una excelente comunicación con el doctor Rivarola, lo alentaba a no desperdiciar semejante oportunidad que se le presentaba para empezar de una vez por todas a sentirse mejor.

Alter se sobrepuso, con esfuerzo, a esos sentimientos ambivalentes y apelando a lo más íntimo y sano de su personalidad, llamó al psiquiatra, solicitándole una entrevista.

El día en que debía tener lugar la primera, sucedió que Edgardo, intencionalmente, se adelantó al horario concedido, por lo que decidió ir a caminar por los alrededores del consultorio, como quien olfatea el terreno que supuestamente deberá transitar de ahora en adelante.

Es que éste se dio cuenta que el estado de confusión que lo embargaba, su reciente amnesia, unida a la angustia y ansiedad constante que lo afectaban, sólo podía solucionarse, internándose en los laberinticos caminos de su mente, allí donde se anclaban los motivos intrínsecos de su enfermedad actual.

Así, camino sin rumbo fijo por los alrededores, hasta que transcurrió la media hora que faltaba para que llegara el momento.

Desandando el camino, retrocedió, tocó el timbre del consultorio y esperó…

31

El Dr. Rivarola lo saludó con un cordial apretón de manos mientras Edgardo, sin poder disimular su curiosidad, miraba a su alrededor, comprobando que su ámbito era muy similar al de Biby, hasta incluso en la pro función de plantas y cuadros. Notó también que tenía un diván y un sillón de cuero negro.

Luego, tomó asiento frente al terapeuta.

Quedaron unos segundos mirándose, y el recién llegado tuvo una impresión favorable al notar la sonrisa cordial que irradiaba su rostro.

Tras unos instantes de silencio, en una primera frase, Rivarola le fue formulando algunas preguntas específicas, tratando de conocer más detalles sobre lo que escuetamente le contara su colega Biby en relación a la sintomatología que manifestaba Alter.

Era fundamental completar la historia clínica, a fin de lograr desentrañar los motivos intrínsecos del cuadro de alteración emocional de Edgardo y abordar con mayor discernimiento el tratamiento de su nuevo paciente, en tanto Alter estuviera de acuerdo en iniciar el tratamiento.

Por último le explicitó las pautas contractuales de la terapia. Cuando faltaban pocos minutos para terminar la consulta, el terapeuta le preguntó a su impresión respecto del encuentro que llevaban a cabo por primera vez.

Edgardo, sin ambages, le expresó la dualidad de sentimientos que lo invadían: por una parte experimentaba la sensación de sentirse contenido y su impresión era decididamente favorable. Y por el otro, tenía miedo de que el profesional no pudiera ayudarlo a revertir y mitigar los padeceres que arrastraba como una mochila pesada que cargaba desde el pasado hasta el presente.

32

En la segunda consulta, el doctor le sugirió que durante la sesión procurara no omitir nada de lo que viniera en ese momento a su mente, ni sus fantasías, ni el relato de algún sueño, por más extraño que pudiera parecerle.

Edgardo volvió a decirle que sus recuerdos estaban como anudados, como formando una espesa maraña sin perfiles y sin identificación. De ahí que le exigiera un denodado esfuerzo hablar sobre ellos, puesto que, además, esto contribuía a incrementar su desazón.

El psicoanalista lo tranquilizó.

-Mire Edgardo, a mucha gente le ocurre algo semejante, aun cuando no padezca su dolencia. No se trata de un ¡Cuénteme su vida! Lo que ocurre es que el recuerdo de los acontecimientos traumáticos vividos, usted, inconscientemente, procura obstruirlos. De ahí, que sus olvidos se reiteran como una defensa para impedir que aflore el recuerdo doloroso del shock y vuelva nuevamente.

Edgardo quedó impresionado al escuchar la frase de su terapeuta y ésta quedó vibrando en su mente.

A la hora correspondiente se retiró del consultorio.

Tomó el ascensor y al mirarse en el espejo suspiró aliviado al comprobar que en su cara no había una expresión tan crispada como antes, porque la confusión de los primeros momentos, por fin, comenzó a disminuir.

33

Durante la sesión siguiente Alter intento narrarle, aunque con evidentes lagunas en su memoria, los sucesos más relevantes ligados a su amistad con Biby y a las actividades que habían encarado en los últimos tiempos.

Al hacerlo, procuró hacer hincapié directamente sobre la figura de Ego, simiente y artífice de la Maldad, unida a Silvia Féloca y al resto de sus seguidores. Al mismo tiempo puso también empeño en explicarle los alcances de sus bestiales y destructivos actos contra la Humanidad.

En la siguiente entrevista que tuvo con su psiquiatra, éste le solicitó que se explayara acerca de las particularidades propias de Ego.

Alter le relató, con evidente agitación, que Ego representa a un solo ser fragmentado en múltiples personajes, en la medida en que su metamorfosis le permite ocultar si se trata de un hombre o una mujer.

Tras decir esto, un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza y murmuró con un hilo de voz, y de modo entrecortado:

-El objetivo supremo que nos hemos juramentado ambos llevar a cabo, consiste en hacer desaparecer totalmente de la faz de la tierra a ese “Ente amorfo” que goza sádicamente con todo el mal que es capaz de desparramar en la Humanidad.

El terapeuta lo escuchaba con mucha atención, aunque en un primer momento dudo, pensando si no sería un delirio de Edgardo lo que narraba en referencia a estas vicisitudes.

No obstante siguió interrogándolo. Su experiencia, le permitió inferir que en realidad se trataba de una persona mentalmente sana y confiable, aunque ahora inestable y lábil.

Al recabar más datos acerca de esa historia de connotaciones tan perversas y desequilibrantes, se fue convirtiendo que lo sucedido, en efecto, formaba un todo real a la vida de Alter.

Cuando faltaban pocos minutos para terminar la cita Edgardo Alter siguió hablándole, sumamente inquieto, acerca de la manera en que día a día, el aire límpido y sereno de su pueblo natal fue transformándose en una nube tenebrosa que despedía un hediondo olor.

Antes de que el Dr. Rivarola le pregunte más detalles siguió explicando que eran, Ego y sus acólitos, los responsables de arrojar premeditadamente mixturas ponzoñosas en los lugares donde sabían que se desparramarían produciendo más daño. Todo lo cual había alterado radicalmente el clima diáfano que se respiraba entorno a su pueblo.

Sin poder contenerse el terapeuta exclamó:

-¡Qué sucesos tan conmocionante!

Procurando de inmediato sosegar y aliviar las heridas entreabiertas a causa del recuerdo de los hechos dolorosos pasados, éste le acotó:

-En este espacio, juntos, trataremos de restañar las heridas que ha tenido que sobrellevar hasta el presente.

Sin pronunciar palabra alguna, Edgardo Alter lo miró, trasuntando una gran esperanza.

Continúo el doctor Rivarola.

-Rescataremos de las sombras ese bienestar interior que durante años se propuso cimentar, pese a que le toque también interrogarse sobre su propio “Ego” interno que también esta, a pesar suyo disoluto. También de su propia maldad ignorada.

34

Cada vez que Alter retomaba el relato de su sombría historia personal, llegaba a un punto en que sentía u intenso y aterrador bloqueo. De ahí que por más que se esforzara no lograba trasmitir su psicoterapeuta la verdad última, por lo que la trama final parecía hasta ese momento estar muy bloqueada.

El psiquiatra, con un tono de voz calmo, le sugirió que no se exigiera, reiterándole lo que anteriormente le había dicho: que la repetición de hechos encubre los recuerdos dolorosos, y por tanto a ellos hay que abocarse para elaborarlos y entender la raíz de sus pesadillas.

Fue a través de este señalamiento que Edgardo se percató de que las exigencias trasmitidas por su familia fueron las que influyeron de un modo tan intenso en su identidad, incrementando la impulsividad. Esto socavó en él desde niñez, su capacidad de pensar y reflexionar con autonomía.

Así, en uno de los días en que asistió al consultorio, sorpresivamente, como si fuera un oasis en su mente desierta, se atrevió a confiarle a su terapeuta que al entrar a un quiosco para comprar pastillas, cometió un acto irrefrenable, robando un chocolatín.

Edgardo le aclaró, que ciertamente no se debía a que no pudiera comprarlo, sino que lo hizo trasgrediendo adrede las reglas usuales, buscando ser castigado, aunque de inmediato la culpa y la vergüenza hubieran irrumpido en él.

A continuación el doctor le preguntó si se le ocurría asociarlo con algún acto de desobediencia que hubiera cometido hacia sus padres.

De inmediato, vino entonces a su mente, el recuerdo de las reprimendas severas de sus padres al descubrir que sacaba las monedas que solían regalarle sus abuelos, guardadas en su propia alcancía, y luego corría al Kiosco a comprarse chocolatines “Milkibar”.

Recordó también que lo más doloroso del castigo que le infligió su madre, afectada de una evidente descompensación psicológica, fue obligarlo a escribir con tinta roja mil veces: ¡Soy un ladrón!

Así, gracias a la remembranza de ese hecho trasgresor pudo empezar paulatinamente a entender el origen de los períodos de amnesia recurren que lo habían afectado en los últimos meses.

Experimentó un inmenso alivio, aunque también un escalofrió recorrió su martirizado cuerpo.

A partir de ese momento su mente obstruida comenzó a abrirse, dando paso al recuerdo más torturante y escabroso que hasta ese entonces había estado oculto dentro de sí.

35

Ahora, el único que hablaba sin detenerse, por el enorme monto de ansiedad que lo embargaba, era Alter. Se trataba sin duda de un desahogo postraumático, producto de los impiadosos maltratos sufridos y de la culpa que no pudo sobrellevar, debido a los permanentes reproches que recibió injustificadamente.

Las palabras le salían a borbotones con datos que hasta ese momento no había expresado.

Éste le relató a su terapeuta que cuando tenía doce años, vino a su casa una hermanastra llamada Matilde, nacida del primer matrimonio de su padre, y que durante el parto falleció la madre, quedando huérfana.

Hasta ese momento ella había convivido con sus tías, quienes le brindaron todo el apoyo afectivo, contrastando con el rechazo que encontró en el supuesto hogar que su padre le ofreció.

Matilde recibió el mismo maltrato y la falta de afecto que Edgardo soportó desde su infancia hasta la adolescencia. La niña se propuso, que al cumplir dieciocho años, huiría de allí para regresas a casa de sus tías. Lo mismo que Edgardo, quien anhelaba refugiarse en el hogar de sus abuelos.

Una noche, luego de soportar los gritos y discusiones violentas habituales entre sus padres, imprevistamente oyeron ruidos.

Sorprendidos comprobaron que la puerta de entrada había sido destrozada a golpes al penetrar en la casa unos asaltantes que les exigieron a punta de pistola que les entregaran todo el dinero y las joyas que tuvieran.

Los padres de Edgardo, con una rápida mirada cómplice se pusieron de acuerdo, y les dijeron que ellos eran muy pobres y no poseían ninguno de los valores que les requerían con tanta violencia, rogando en tono lastimero que no los dañaban, pues sólo eran un par de viejos desvalidos.

Uno de los individuos era el único que hablaba, y los amenazó con lastimarlos e incluso hasta desfigurarlos, si no entregaban lo pedido.

Pero al ver que no cedían en su obstinación y simulaban no tener dinero para entregarles, cuando en realidad sabía Edgardo que lo tenía escondido en el sótano. El ladrón siguió presionándolo, insistiendo en que se arrepentirían pues de lo contrario serían capaces de llevar a cabo el peor desenlace.

Y así ocurrió. El delincuente avanzó dos pasos, arrancó a Matilde

Por la fuerza del sitio donde estaba, y delante de toda la familia, la violó con saña una y otra vez hasta que Matilde se desvaneció.

En un momento de descuido, Edgardo se escabulló al baño y vomitó hasta no tener más fuerzas. Después, por la pequeña claraboya logró salir al patio, y trepándose a la escalera que daba a la terraza del vecino, los puso al tanto de lo que ocurría, balbuceando sin fuerzas, pidiéndoles que llamaran a la policía.

Esta llegó sólo después de veinte minutos, cuando ya los forajidos habían huido en una moto de alta cilindrada.

La policía sólo pudo tomar nota de los tremendos hechos, mientras llamaba a una ambulancia para llevar a Matilde al hospital.

Lo sucedido con ella fue una demostración más de la malicia hacha exhibicionismo.

La verdadera identidad de estos dos delincuentes quedó al descubierto cuando a las pocas cuadras, Ego se desprendió del pasamontañas que cubría sus facciones y Silvia Féloca profirió un grito estridente que se convirtió poco a poco en una carcajada satánica.

Mientras Edgardo observaba la actuación de los efectivos policiales, advirtió que existía una evidente connivencia entre ellos y los delincuentes.

Aquellos asaltantes que invadieron su casa, marcaron huellas ominosas en su vida, de las que nunca pudo desprenderse.

Años más tarde, recordó a Silvia Féloca lanzando una carcajada impía y cruel, acompañada de resonancias estridentes y agudas.

Alaridos sin par que conformó una cadencia sanguinaria que se fue expandiendo hasta la “gran ciudad”.

Progresivamente Edgardo, con la ayuda del terapeuta, comenzó a reconstruir y elaborar los momentos más nebulosos que le pasaron a lo largo de su vida, ayudándolo a reflexionar sin dejarse llevar por la impulsividad.

Comprendió así que a la ansiedad se la enfrenta aprendiendo a pensar antes de actuar sin recurrir al destructivo recurso de apelar a sustancias adictivas ni tampoco con impulso autodestructivos.

36

Día a día, ya fuera por radio, por televisión o por la prensa escrita, Alter se enteraba de la sucesión de hechos deleznables que seguían ocurriendo y se propagaban por todas las latitudes.

Y allí estaba Ego, oculta en multiformes disfraces, sintiéndose dueña y señor del mundo, intentando aniquilar, al género humano.

Aquellos sucesos intensamente cruentos, los fue compartiendo en cada nueva sesión con su terapeuta, quien descubrió que Alter seguía muy torturado. Tan intensamente habían arraigado en él los males de su país y de la Humanidad, que habían terminado provocándole al doctor Rivarola, una vivencia de horror hasta ahora desconocida.

Durante su larga trayectoria, los pacientes habían venido a exponerle su dolor interior, sus penas y sufrimiento, sus culpas y carencias, y para ellos había encontrado paulatinamente, un alivio a sus padecimientos, aunque no siempre fácil y para cuya evolución se habían requerido muchas horas de sesión.

Edgardo pudo comprobar en su terapia que todo su sufrimiento se había convertido en un ritual obsesivo, en un mecanismo tortuoso y torturante sin fin.

Analizándolo, Edgardo reconoció que su aflicción se arrastraba a causa de su ligazón culpo gena con su padre enfermo. Edgardo estaba convencido interiormente de haber sido el causante de la muerte de su padre al administrarle una inyección endovenosa de calmantes, que en realidad le prescribió el médico tratante cuando el dolor físico fuera insoportable.

-Usted se está inculpando por algo que no hizo y de lo que, en realidad, no fue responsable. Piénselo de esta manera, por favor… usted se limitó a cumplir las directivas del médico que trataba a su padre, y nada más que eso.

El terapeuta agregó que él no lo mató, sino que fueron, justamente, sus fantasías culpo genas, pues el fallecimiento se produjo por la grave enfermedad, y no por la inyección que simplemente le administró, tal como se lo indicaron.

Además le remarcó la similitud entre ambas circunstancias, es decir, la culpa por sentir que había matado a su padre, y la anécdota “causi” filicida, llevando a un límite inconcebible de gravedad los injustos reproches de su madre, atribuyéndole el robo de unas monedas de su propia alcancía.

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Edgardo Alter pudo por fin comprender, sentir y rastrear de donde procedía su pertinaz sensación de culpa. Y no sólo interpretando erróneamente lo que él mismo había hecho, sino asumiendo dócilmente culpas ajenas, absorbiendo sin analizar, lo que otros intentaron proyectar sobre él injustamente, agrediéndolo, invadiendo su intimidad, y endilgándole culpas que lo llevaron a sentirse malo y despreciable.

Cada tanto, mientras desviaba los ojos hacia el balcón por donde entraba un tibio sol de otoño, lanzaba un involuntario suspiro, tan onda, que parecía que el alma se le iba por la boca. Y al mismo tiempo iba experimentando un maravilloso alivio, al comprender que no era culpable de tantas cosas que había cargado sin saberlo sobre sus inocentes espaldas.

Esto se debía, según elaboró con el doctor Rivarola, a la fragilidad de su personalidad que le impedía defenderse con autonomía de los agravios inferidos por los demás.

-Durante todo ese tiempo…-explicaba Rivarola –iba usted acumulando mucha rabia contenida, y no expresada en el momento oportuno.

-Entonces, esto significa que yo me culpaba por… -se detuvo sin atinar a seguir.

El terapeuta lo instó a completar su idea, alentándolo.

-Así es… por lo que era responsabilidad de otros.

-Ya veo.

-Y eso ocurría porque usted estaba acostumbrado a tomar sólo en consideración las consecuencias, sin retroceder para ver quiénes eran los verdaderos responsables.

A causa del trauma acaecido, Edgardo Alter no podía recordar los hechos sufridos, por lo que Rivarola trató de reconstruir con él sus recuerdos reprimidos.

A través de la trama sonora de su voz, es decir la prosodia, matices, tono, etc. fue reconstruyendo el recuerdo traumático encubierto por la represión.

Es que en la repetición esta subsumido el recuerdo por lo cual, de este modo, el psiquiatra logró desbloquear poco a poco sus emociones, reviviéndolas en el vínculo terapéutico.

Al salir del consultorio cuando ya comenzaba a anochecer sintió que el aire le pesaba menos y que era capaz de respirar profundamente, experimentando un inmenso alivio.

Como una ráfaga de recuerdos infantiles pasó a su lado y volvieron a su mente las escenas que lo habían hecho sentir culpable en tantas ocasiones en que nada tenía que ver con los hechos ocurridos.

“Culposo”, le reiteró Rivarola.

Claro, así era. ¡Y qué inmensa alegría estaba comenzando a experimentar al librarse del peso opresor que no le correspondía llevar! De esa manera, paulatinamente sintió con alegría que estaba aprendiendo a perdonarse a sí mismo. Pero lo que no pudo olvidar ni restañar fueron las heridas causadas por los demás.

En la memoria de Edgardo quedó, de todos modos amarrado el vacío de una ausencia que nunca le fue posible volver a llenar.

Con el correr del tiempo, a medida que el trabajo del doctor Rivarola seguía profundizando en su mente, pudo entender que todas las condenas alguna vez terminan de cumplirse. Y ese descubrimiento constituyó el fruto más preciado que pudo obtener de su terapia. Es decir, se dio cuenta que detrás de todas las apariencias de lo maravilloso, se encubre lo siniestro, que es en definitiva, la desilusión.

Pensó con inmensa gratitud en su terapeuta, pues no tenía dudas de que sin él, jamás hubiera podido acceder al conocimiento de sí mismo.

Caminando por calles solitarias regresó a su hogar.

Desde ese momento, cada paso que daba, cada mirada a su alrededor, cada gesto que esbozaba, parecían tener un sentido nuevo.

¿Qué era aquello? ¿Qué era esa sensación de alivio que había comenzado a invadirlo?

Y se respondió con una sonrisa apenas esbozada: era su nueva libertad, una libertad nunca antes experimentada.

Sentado en su sillón preferido, Edgardo se sumió en un intenso soliloquio, del cual surgió, tras haber llegado a la reflexión siguiente:

-“Cuando uno pisa, ya sea tierra, ya sea hielo, siempre hay un agujero oculto y si no se lo advierte a tiempo, se cae y no logrará salir indemne de él”. -¡Es como en la vida, así de simple, así de terrorífico!

Edgardo pudo a partir de entonces tirar la pesada mochila que había cargado durante tanto tiempo. Y la llave que abría su propia cárcel interna la echó muy lejos. Como no pensaba recuperarla, no le interesó conocer su destino final.

38

Como si a esta historia le faltara todavía una dosis letal de agresión, un medio de comunicación trasmitió por televisión una noticia sangrienta.

No era demasiado inusual, dado el tenor de las noticias cotidianas que acostumbran a ver el público que encendía cotidianamente el televisor.

Pensar, se dijo Edgardo, que cuando leí aquellas dos obras que se consideraba de autores “de anticipación”, como “Un mundo feliz”, de Huxley, y “1984”, de Orwell, pensé que aunque eran libros muy bien concebidos, que describían con todo detalle el tortuoso camino que desembocaba en situaciones límite, se trataba, en definitiva, de una fantasía.

Otro escritor que lo conmovió, poco después, fue el contemporáneo Henning Mankell, con una obra medulosa, que abrió su mente a la profundización de importantes conceptos, por ejemplo, al interrogarse este autor acerca de -“(…) ¡Qué es lo más trascendental de una vida!”.

Recordó a su vez que en el libro de Orwell se menciona que -“(…) las fuerzas del mal tenían un poder omnímodo y no había espacio en la vida cotidiana que no estuviera vigilado por “alguien”, a quien se le llamaba Big Brother o Hermano Mayor”.

Al leer ese libro le llamó la atención una parte del relato en el que se describe que no había sitio en la casa donde no llegara el Ojo Vigilante del Hermano Mayor.

Con el correr de las décadas, los encargados de mantener en un estado de inercia y de anonadamiento a la gente común, bebieron de esa fuente.

Quizás la pantalla del televisor, en definitiva, no muestra lo que todos suponen, sino que es un espejo donde se contemplan a sí mismos los que creen que están mirando a otros.

En consecuencia, a la noticia que lanzaron los medios de comunicación, el común de la gente no le dio demasiada trascendencia.

No obstante Alter y Biby no demoraron en registrarlo en su total trascendencia, dando por iniciada su misión contra Ego y su elite de mercenarios.

39

Silvia Féloca, en su itinerario destructivo, de una manera macabra y ominosa, urdió una conjura letal que sólo un ente desmetalizado utiliza para socavar el sino nefasto de su destino.

Ultimó todos los pormenores con una precisión matemática y cuando por fin creyó estar lista para iniciar el ritual, emitió sus característicos sonidos guturales, golpeteando además su cuerpo descarnado, a la manera de una flagelación anticipada.

Féloca seleccionó un punzón, entre los elementos que dispuso sobre la mesa, y abruptamente se auto mutiló, a tal punto que únicamente se la podía distinguir por sus pupilas luminosas, las que se conservaron ilesas, como si nada hubiera sucedido.

La metamorfosis de este personaje se impuso una vez más…

Horas después, al advertir la extraña ausencia de Silvia Féloca a los habituales encuentros, sus acólitos fueron a buscarla y con inocultable asombro descubrieron un charco de sangre rodeándola, mientras los temblores de su boca emitían palabras incoherentes.

Solicitaron auxilio, con la urgencia del caso, y al llegar la ambulancia, luego de realizarle las primeras curaciones, los médicos la trasladaron para internarla en un Neuropsiquiátrico, haciendo constar un severo cuadro de shock provocado por las incisiones.

Silvia Féloca, mimetizada con Ego, a través de la crueldad ancestral y sin fin que avasalla a la Humanidad, pugnó desenfrenadamente y apelando a todas sus artimañas, impedir que los médicos fracasaran, rescatándola del abrazo mortal.

Esta vez, como muchas otras veces sucedió y sucederá, del último abismo, continuará el avance de la Maldad.

Noche cerrada, noche abierta…

A Silvia Féloca la mantuvieron en un estado de sedación durante largos meses hasta que pudieron aquietar su excitación descontrolada, pero el deterioro ya se había instalado en su alienado ser.

40

Pese a sus denodados esfuerzos, los médicos no pudieron desentrañar quién era, como si no tuviera filiación alguna ni tampoco procedencia.

Presentaba un estado de catalepsia, de ahí que permaneciera en una postura constantemente rígida. Se asemejaba a un cadáver postrado en la cama de la sala hospitalaria que la cobijaba, aunque el parpadeo de sus ojos delataba un signo mínimo de estado de consciencia.

Ante la gravedad del caso se decidió, en una reunión del equipo médico, luego de descartar diversos diagnósticos psiquiátricos, solicitar a la policía que colaborara con ellos, en caso de registrar antecedentes que pudieran esclarecer su identidad.

Para su sorpresa, la respuesta que recibieron fue que ni siquiera tenían registradas sus huellas dactilares, por lo que resultó ser “N.N.”

41

Habían trascurrido dos largos meses desde cuando curio un hecho casual.

Y es que así es la vida, la casualidad está ligada a la sorpresa.

Había un televisor en la sala y estaban pasando varias imágenes recordatorias del atentado a la sede de la AMIA, tras largos años de impunidad.

De pronto, Silvia se levantó de su cama, como empujada por un resorte, y al mirar las imágenes, la malignidad de su naturaleza empezó a vibrar ante el espectáculo dantesco de la destrucción.

La visión del atentado bastó para que despertara de su estado de pasividad extrema y comenzó, de pronto a proferir gritos estridentes in frases indescifrables contra los judíos y contra todo lo que estuviera relacionado con las víctimas de la barbarie nazi.

El equipo médico en pleno acudió de inmediato, pero esta vez no lograron sedarla ni frenarla.

Y fue entonces que comenzó a hablar, es su delirio sistematizado, empleando una mezcla de léxicos extraños, que por más que se empeñaron en descifrar, no lograron entender lo que decía.

Horas después, los médicos consiguieron sedarla, calmando su imparable verborragia.

Inesperadamente su relato adquirió una cierta coherencia y todos quedaron atónitos ante su confesión. Silvia Féloca reveló que décadas atrás formó parte de las huestes nazis que supervisaban los campos de concentración.

Ella era uno de los muchos victimarios del Holocausto y en la detenida descripción de los actos impunes, se traslucía el orgullo por haber sido parte de aquel sanguinario proceder.

42

Silvia Féloca seguía en ese estado invasivo hacia los demás, a causa de su locuacidad inundaste.

En ese lapso ocurrió un hecho inesperado aunque previsible, tanto para Edgardo Alter como para Biby, quienes seguían de cerca los pormenores de su estado.

Una noche cerrada, con un cielo encapotado y relámpagos seguidos por truenos, se desató una gran tormenta de lluvia y viento.

Ego, encapuchado con un pasamontañas, cubierto con una malla de neopreno, irrumpió sorpresivamente en la sala, rompiendo el ventanal para llevarse en brazos a Silvia Féloca, huyendo del hospital.

¿Para siempre? Eso quedaba en duda, quien sabe qué ocurriría después…

Se tejieron muchas conjeturas sobre lo acontecido, pero la más valida fue la de Alter y Biby, quienes, de acuerdo a sus investigaciones, estaban convencidos de que se repetiría otro acto de sordidez y Ego estaría involucrada en esta violencia-

De ahí que permanecieron en un estado de alerta constante, pues con seguridad el accionar demoledor de Ego y sus secuaces, no terminaba allí, sino que reaparecerían, imprevisibles y sorpresivos para la percepción humana.

Y un hecho, signado por lo diabólico de sus entrañas, termino por sucederle a Silvia Féloca. En una de las tantas rocas, bordeando el recio Silvia estaqueada en una cruz invertida, mutilada y tajeada apuñaladas en las zonas genitales y en la cabeza, manando chorros de sangre maloliente.

43

Como era de esperar Ego vuelve a renacer de las cenizas en las sombras de su guarida tramando un ideario dañino, propio de su naturaleza.

No había pausas en su accionar, puesto que en los escasos momentos en que parecía no suceder nada en el mundo, en las sombras más pequeñas gestando algo que todavía no tenía nombre, al igual que las victimas que lo padecerían.

Junto con sus adláteres Ego se propuso urdir un plan diabólico para acabar, ni más ni menos, que con la existencia humana sobre la faz de la tierra.

Los acólitos electos eran el grupo más íntimo con los cuales solía discurrir sus próximos ataques. Fue así como eligió a los mejores de ellos para llevarlos a cabo, metafóricamente representados en su mente escatológica, como “Los Jinetes del Apocalipsis”, al servicio de la muerte y la destrucción.

A cada uno le señaló una misión concreta.

Les ordenó que para cumplirla, sus guaridas debían estar ubicadas en Europa, en América, en Oriente y en otros distintos alejados de su refugio actual.

No había sitio en el mundo que se encontrara totalmente a salvo de la amenaza de Ego. Se sabe que el mal es capaz de encarnarse en inesperados personajes y sitios, y que además, su capacidad de metamorfosearse es tan vasta y destructiva, que difícilmente puede ponérsele freno.

Ego, entre tanto, advirtió a los suyos, que constantemente deberían cambiar de hábitat, albergándose en lugares temerarios y bien distantes para que en caso de ser descubierto uno, el resto quedara sin descubrir.

Al primero de sus acólitos le señaló como destino la cuidad de Ámsterdam, hacia donde de inmediato éste viajó. Al llegar se hospedó en el majestuoso Hotel Krasnopolsky, ubicado frente a la plaza Dam. A poca distancia de allí se encontraba la llamada “Zona Roja”, por lo que, cerca de la medianoche, el individuo se escabullía para mirar libidinosamente las vidrieras desde donde se ofrecían al público las prostitutas.

El segundo acolito viajó a Hamburgo, pernoctando por un breve tiempo en el Hotel Hamburg Plaza. La habitación designada estaba en el piso 24 y se solazaba mirando a través de los grandes ventanales el transitar continuos de los trenes de carga.

¿Qué tenía de particular esa vista? Es que ese panorama lo relacionó cuando años atrás, durante la segunda guerra mundial, también circulaban por esas vías otros trenes. Pero a diferencia de lo que veía ahora pasar, el cargamento que entonces llegaba eran las víctimas del Holocausto que enviaban los nazis a los campos de concentración.

-“Es cuestión de no perder nunca la memoria”, se decía, relamiéndose a posteriori como si se tratara de un recuerdo estimulante. Y sin duda lo era dentro de su cerebro enfermo de malicia.

El tercer mercenario alquiló un departamento antiguo y en condiciones bastantes lamentables en la Calle 47 y Sexta Avenida, en pleno centro de Nueva York, frente a una serie de joyerías que exponían en sus escaparates valiosos diamantes. La gente que transitaba por allí, se detenía fascinada ante la variedad de alhajas.

El cuarto de los mercenarios se dirigió a la Triple Frontera, en América del Sur, y eligió convivir con palestinos, serio-libaneses e iraníes en un asentamiento clandestino.

Ego eligió un lugar ignoto y prácticamente inaccesible ubicado en Oriente.

Los distintos puntos donde se distribuyeron, tenían el propósito de desorientar a los agentes de Interpol, que colaboraban con Biby en acciones de contraespionaje.

En el otro extremo, una Unidad que era fiel a los principios éticos y sociales, se unieron a otros policías de los países más avanzados del mundo, grupos de forenses, criminalistas y comandos antiterroristas especializados en misiones de rastreo.

Biby logró disponer de los datos principales del ataque mortal que se proponían ejecutar, debido a una filtración mercenaria q consiguió detectar dentro del propio cuerpo policial. Era un “Topo” del contraespionaje.

La policía le pidió que se uniera a ellos, aplicando sus conocimientos científicos acerca del psiquismo. Suponían que poseía dotes de vidente, o que era capaz de pensamientos premonitorios. Porque de otro modo, no entendían cómo era posible que “adivinara” lo que ocurría.

Pero en realidad, éste les aclaró que nada de esto tenía relación con adivinaciones ni hechos esotéricos. Su camino para llegar al lugar indicado en cada caso, era muy distinto del que los policías imaginaban.

Fue necesario detenerse a darles explicaciones que de todas maneras ignoraba cómo serían recibidas. ¿Le creerían? ¿O pensarían que no quería mostrar el juego? Lo más probable era que no comprendieran el tenor de sus investigaciones.

Les explicó que para atrapar a un asesino era necesario, como primera medida, penetrar en su mente y descubrir la mismidad de sus pensamientos. Hay que convertirse en asesino para comprender su comportamiento.

Ante una pregunta de sus oyentes, agregó:

-Estos asesinos no son noveles, por eso no cometen errores y lo ideal es atraparlos de inmediato, antes de que borren sus huellas.

En los días que siguieron, Biby desarrolló una técnica que lo condujo a detectar con la necesaria anticipación de qué modo pretendía llevarse a cabo el destructible plan de Ego. Era un gran paso adelante.

Sin embargo, aún quedaba por averiguar en qué sitio exacto de cada continente se llevaría a cabo el atentado.

Había que hacer un enorme esfuerzo para permanecer sereno y con la mente preparada para captar cualquier ínfima variante en el plan que se preparaba.

La sola enunciación del siniestro proyecto del enemigo, ponía la piel de gallina.

Concretamente, tenían los datos precisos que en cada país donde residían actualmente sus cipayos, iban a introducir en los conductos centrales del agua corriente que utilizaba toda la población, diseminando una sustancia nociva y mortal, aunque insípida, que pasaría inadvertida.

El veneno dispersado en el agua por las cañerías de toda la ciudad, generaría un acto terrorista impensable y superior, en cuanto a su barbarie, al ocurrido el “11 de septiembre”. Lo que se proponían era dominar el agua corriente, la electricidad y las centrales de gas.

Ego aspiraba a dominar el Universo por medio de un fenómeno de trasmutación genética gradual con gérmenes manipulados que al contacto con el agua, irían activando progresivamente su virulencia biológica hasta transformar a todas las personas en “entes dóciles”, fácilmente domeñados.

Sobre la base de los perfiles de personalidad, Biby fue individualizado a cada uno de los victimarios que comandaba Ego, elegidos expresamente para cometer esos estragos.

Era una inmensa satisfacción para él, advertir que todo lo que había estudiado, ahora podría aplicarse a una esfera todavía más amplia que jamás antes, y menos todavía en sus años de estudiante, hubiera podido imaginar.

Esta vez Biby se ponía íntegramente al servicio de la vida y de la ley. ¿Podía pedirse acaso algo mejor?

44

Biby puso en marcha el criterio que desarrolló para sistematizar el perfil de personalidad ideado, con los aspectos esenciales inherentes a estos terroristas.

Para ello tomó en cuenta las siguientes características:

-En primera instancia seleccionar los hechos más resaltantes de la información.

-Revisar la motivación intrínseca vinculada al acto policial.

-Tomar debida nota de ciertos detalles llamativos que tengan un patrón común.

Para ampliar este esquema investigativo se hizo hincapié en los siguientes ítems: a) El tenor del riesgo que corrían los agresores en el momento del siniestro, de acuerdo al tiempo disponible para ejecutar lo proyectado. b) El momento preciso en el que seguramente reincidirían en el ataque a mansalva. C) Averiguar si sus actos alienados se debían al consumo de drogas adictivas tóxicas.

En esta fase a Biby y Alter aún les faltaba averiguar lo más medular: donde estaba situado el laboratorio en el cual se acumulaban las sustancias nocivas a utilizar.

Estos fueron descartando las pistas y pruebas falsas, dejadas ex profeso, por Ego, pero sin dudas en poco tiempo más, Biby los encontrará a través de un trabajo minucioso y concienzudo que no sólo es vital en el presente, sino que coadyuvará para resguardar y proteger el futuro de las especies humana.

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Biby y Alter pusieron en práctica el diagrama del perfil ideado y en conjunción con las fuerzas policiales antiterroristas, se abocaron a testear el patrón conductual que potenciaba el accionar nocebo de sus conductas.

Los rasgos distintivos se basaron en el monto de impulsos autodestructivos de sus actos.

Estando en posesión de esos datos, lograron identificar, finalmente, con indicios precisos, la ruta del planeado ataque hasta incluso llegaron a encontrar los reductos secretos de los cipayos, con el apoyo solidario de un grupo de informantes encargados de realizar tareas de contraespionaje.

El plan que finalmente descubrieron consistía en una serie de brebajes que Ego había preparado con sustancias que en el fondo eran inocuas, pero que sin embargo se “activaban”, de manera bioquímica, dominando de modo total a sus sicarios. ¡En eso consistía el “efecto nocebo” de la maldad; en la sugestión con que los incitaba a destruir todo lo hallado a su paso!

46

¡La PAZ está y se va a perpetuar sobre la Maldad! ¡Muchos pretenden hacer creer ilusamente y aun deseándolo, que esto no sucediera!

La contrapartida social contra estos terroristas planes asesinos, comenzó casi al unísono a constituirse en todo el Planeta, con huestes solidarias y pacifistas unidas por un ideal sólido e invencible.

Alter y Biby fueron los mentores de construir un multitudinario EJERCITO DE NIÑOS DE LA PAZ, integrado exclusivamente por NIÑOS DEL MUNDO, cuyo lema debía ser “la defensa de la supervivencia del instinto de conservación de la especie”.

El solo hecho de que predominara en ese cuerpo una enorme cantidad de niños, sin distinción de raza, color o sexo, representaba ya en sí mismo, la contracara del mal, una fuerza vital que los uniría en un derrotero que no tendría fin.

En aquel EJÉRCITO DE NIÑOS DE LA PAZ eran mayoría los pertenecientes a los continentes africanos y asiático, esgrimiendo un estandarte reclamando la lucha contra la hambruna y la discriminación.

El resto de los niños de los demás lugares recónditos del Orbe, tenían como emblema terminar con la impudicia y la barbarie.

En esa contienda se jugaba el destino de la supervivencia de los valores más preciados de la Ciencia, del Arte, de la Cultura, y de la Justicia.

Una característica unía a todos los niños y no era sólo lo rotundo de sus fuerzas en número, sino que no tenían ningún líder que los condujera, mostrando así su absoluta certeza de la impunidad de los sistemas reinantes.

Se dirigían solos en una lucha inédita en la historia de la civilización con la fuerza de la inocencia. Sabían que esta lucha estaba destinada a ser larga y desigual. Ellos contaban con el arma de la solidaridad de los ciudadanos que bregan oponiéndose al yugo opresor, intentando quebrar el orden natural de la humanidad a través del panegírico de la Maldad.

A partir de entonces, tanto Biby como Edgardo Alter, no se sintieron ya solos.

Ahora, lo que habían sembrado con sus reiterados predicamentos se había visto multiplicando, dando finalmente sus frutos al estar rodeados en su altruismo a favor del BIEN.

En todos los rincones poblados del Orbe se escucharán con máxima atención sus premisas, sin armamentos y les dejaron inscriptas en sus mentes las vivencias de un futuro distinto.

En síntesis, ellos propugnaban por su inclusión total, sin distingos de discursos antitéticos de aquellos representantes infantiles que los conglomeraran en los diferentes escaños parlamentarios de todas las latitudes.

Únicamente pedían en su preámbulo constitucional dos condiciones básicas e indeclinables: por un lado, borrar de la conciencia mundial las ideologías que generan hambruna y guerras y por el otro, desterrar el armamento nuclear y químico, una amenaza en todas sus expresiones inmanentes y que constituyen el “Núcleo de la Maldad”.

47

Esta novela podría continuar “in eternum”.

Los medios de comunicación, son justamente los que de modo cotidiano se van a abocar sin descanso, tratando de que el personaje de Ego, en sus infinitas mutaciones y con su maldad encarnada frente a la bondad impoluta desaparezca con su eco aterrador.

Y será entonces cuando La Alborada de la Memoria impedirá que las huestes de la maldad impongan su sometimiento al EJÉRCITO DE JOVENES DE LA PAZ, bregando con su ideario en todo el Orbe.

¡No poder lograrlo, seria sí, una lástima que lastima!

Colofón

Es una paradoja suponer que esta historia tiene un cierre; quedará abierta y expectante.

El propósito que subyace en las páginas anteriores es emprender un desarrollo imaginario, una ficción acerca del hombre en su devenir dialéctico, desde su origen hasta la finitud.

A diferencia de lo acaecido entre Caín y Abel, tanto Alter como Biby seguirán armando una urdimbre esperanzadora donde el apego afectivo y la solidaridad, se impongan sobre los designios del MAL ,quienes en esta zaga se vieron reflejados en Ego y sus desdoblamientos que acechan y acecharán atemporalmente, protegidos por las sombras de lo impensable.

Ego, a pesas de su metamorfosis vituperable, por primera vez en la historia, fue vencido en su remanida eternidad, por el nacimiento y florecimiento universal del Ejército de jóvenes de la Paz, advirtiendo de esta manera que la historia continuará…!

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