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Próximo, Medio y Lejano Oriente.

andrea12ga4Tesis28 de Agosto de 2014

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Próximo, Medio y Lejano Oriente. Por tanto, comprendería países como Siria, Egipto, Irán, Mongolia, Asiria, Filipinas, Fenicia, India, Japón, Israel, Tailandia, Arabia Saudí, etc. Un estudio global de esta magnitud es casi imposible, pues -prescindiendo ya de su utilidad real- sólo un gran número de especialistas podrían llevarlo a cabo, y resultaría demasiado extenso y heterogéneo.

Por otro lado, buena parte del denominado "pensamiento oriental" vincula frecuentemente cuestiones que para nosotros son netamente racionales con otras de carácter eminentemente religioso o místico, de tal forma que resultan difícilmente diferenciables los planteamientos científicos, filosóficos, moralistas, jurídicos, religiosos, ascéticos, mitológicos, mágicos o incluso marcadamente legendarios.

Algunos consideran que no hay relación, al menos apreciable, entre el pensamiento occidental y el oriental: por ejemplo, Husserl, para quien el oriental se asienta sobre valores primordialmente religiosos, mientras que el occidental lo hace sobre la razón pura teórica; Schopenhauer, Deussen, Guénon, en cambio, llegan a la misma conclusión aduciendo que el occidental no atiende tanto a lo universal cuanto a lo superficial, a lo técnico y teórico, por lo que olvida los motivos cósmicos y más profundos; el oriental sería entonces para ellos superior y más auténtico.

Otros opinan que no hay diferencias, al menos fundamentales, entre ambos, pues éstas se deben sobre todo a que no se presta la debida atención a sus puntos en común o no se tiene en cuenta el efectivo trabajo filosófico realizado por los filósofos orientales.

Hay quienes, concediendo la existencia de diferencias, insisten en un "núcleo común (los pueblos asiáticos), del que se producirían posteriormente ciertas divergencias, especialmente con Galileo y Descartes.

Otros, en fin. admiten que “hay diferencias entre ambos pensamientos, pero sólo en tanto que se destacan ciertos motivos que operan, según los casos, más en uno que en otro". Es decir, no hay una filosofía oriental y una filosofía occidental, sino filosofías orientales y occidentales.

En resumidas cuentas, cuando se subrayan motivos tales como la concepción del mundo, la transformación conceptual de experiencias religiosas y místicas, etc., las diferencias entre las dos filosofías aumentan hasta parecer irreductibles. Cuando los motivos considerados son de índole más técnica (métodos, formas de pensar, problemas de conocimiento etc.) las diferencias disminuyen. Ahora bien, en la medida que la propia filosofía oriental subraya los primeros temas mencionados, las diferencias son innegables. Sólo cuando la oriental se coloca sobre el mismo terreno que la occidental pueden encontrarse grandes analogías entre ambas.

Hace un año, tras el accidente nuclear de Fukushima, en Japón muchos móviles se quedaron sin cobertura. En medio del pánico general, la única manera que tenían los ciudadanos de contactar con alguien era encontrar una cabina telefónica que funcionase. En pocos minutos se formaron largas colas de personas, ansiosas por hablar con sus seres queridos desde un teléfono público. En estas circunstancias dramáticas, todos deseaban levantar el auricular para tranquilizar a sus familiares. Ocurrió lo que desde nuestra óptica costaría entender: cada japonés se limitó a hacer una llamada, después de la cual volvía, de forma ordenada y respetuosa, a ponerse en la cola, para permitir, en nombre del bien común, que todos pudiesen aprovechar el teléfono por lo menos una vez. ¿Aquí pasaría lo mismo?

Asia está destinada a convertirse en el área geoestratégica más relevante del planeta en las próximas décadas. De hecho, el proceso de globalización ya ha llevado desde hace años a unos cuantos occidentales a desplazarse a Oriente para estudiar, trabajar o montar un negocio. La tendencia parece imparable pero, para muchísimas personas, la filosofía y los valores detrás de las culturas milenarias diseminadas por este vasto continente siguen siendo en gran parte un misterio. Porque no cabe duda –y el ejemplo de Fukushima lo demuestra– de que, aunque se corra el riesgo de caer en simplificaciones o generalizaciones, diferencias las hay. ¿Cuáles?

Antes que nada habría que huir de un cierto determinismo biológico. Lo que cambia entre los humanos es la educación y la cultura, pero el cerebro en sí no nace con ningún programa preinstalado, por así decirlo, en su disco duro. Hablar de cerebro oriental es incorrecto y de hecho, los niños chinos adoptados y educados en nuestra sociedad aprenden a percibir y a tomar decisiones exactamente igual que nosotros: no hay diferencia. Los genes, en este sentido, no marcan. Dicho esto, experimentos científicos recientes han detectado que existen algunas pautas de comportamientos típicos que caracterizan a los asiáticos y a los occidentales, que tienen su origen en factores culturales y sociales.

Kimio Kase, profesor del Iese, es japonés y lleva 38 años en España. “He tenido oportunidad de contrastar las maneras de pensar entre los dos mundos y creo que somos muy distintos”, opina. Kase acaba de publicar un libro muy intrigante: Asian versus western management thinking (Palgrave Macmillan) , en el que se analizan las principales diferencias entre el estilo de gestión y el liderazgo en las empresas orientales y occidentales. Escribió el libro junto a Alesia Slocum, profesora estadounidense de la Saint Louis University, y pudo comprobar como ya antes de empezar a escribir, sus enfoques eran opuestos. El empezó a centrarse en los temarios, ella insistía en definir qué articulación iba a tener discurso y el mensaje. “Los occidentales siempre necesitan agarrarse a un marco general de referencia y, como un paso siguiente, desarrollan los detalles. Para los orientales, en cambio, los detalles son importantes y a partir de ahí se va construyendo, de forma sucesiva, la estructura, que surge después. Como forma mental, los asiáticos van siempre del particular hasta el genérico, mientras que los europeos o los estadounidenses siempre tienen un esquema en la cabeza y luego se van fijando, en un segundo momento, en los elementos secundarios”.

En su obra, Kase ha comprobado como en Oriente predomina un estilo de dirección de las empresas de tipo inductivo: es decir, que se analizan las situaciones a través de contextos que no obedecen necesariamente a una lógica previa. El ejecutivo occidental, heredero del pensamiento cartesiano, intenta solucionar el problema a través de la planificación y de la previsión, mientras que en Asia confían en la improvisación o en la argucias sociales; el pensamiento occidental valora los hechos, el ejecutivo oriental sigue más bien la intuición; en Europa o EE.UU. escogen la mejor alternativa entre las previstas, mientras que en Asia se prueban varias soluciones para ver qué funciona; un occidental recurre a ejemplos para especificar los objetivos a alcanzar, el oriental es más proclive a emplear metáforas. Resumiendo, el pensamiento deductivo de Occidente –afirman los autores– examina la realidad material mientras que el oriental tiene en cuenta las circunstancias cambiantes y las distintas interaccionessociales.

Cualquiera que haya pasado alguna temporada en Asia se habrá hecho sus propias ideas al respecto. Pero la novedad es que existe una amplia literatura científica que, por primera vez, ha intentado comprobar estas distintas hipótesis. Takahiko Masuda, de la Universidad de Alberta en Canadá ha conducido numerosos experimentos en el ámbito de la percepción. Masuda, –que subraya que fisiológicamente todos somos iguales– ha pedido a grupos de occidentales y orientales que sometieran a distintas pruebas. En una, los participantes tenían delante una imagen de una caricatura en la que había representado un grupo de personas. Debían fijarse en la expresión del sujeto que estaba situado en primer plano. Pues bien, se pudo comprobar como los asiáticos dedicaban más tiempo a examinar las figuras del fondo que los norteamericanos. Esto demostraría que, en Occidente, cuando los individuos tratan de ver lo que siente esta persona, se centran en la expresión facial del sujeto principal, mientras que los japoneses están más pendientes de lo que siente cada uno en el grupo. En este sentido, los asiáticos perciben a la gente en términos de relación con los demás y las expresiones faciales de la gente alrededor son una fuente de información para entender la emoción particular, que se considera inseparable de los sentimientos de los otros.

En otro experimento, se les enseñó a los dos colectivos una viñeta con escenas submarinas durante unos minutos. Ante las preguntas sobre lo que recordaban, los occidentales solían responder algo por el estilo “vi a una trucha en la izquierda”. En cambio, los japoneses contestaban así: “vi una corriente marina, el agua era verde y había rocas en el fondo.”. Por lo general, los asiáticos señalaban un 60% más de detalles respecto a los norteamericanos, mientras que estos últimos tendían a fijarse principalmente en un objeto determinado. “Las dos culturas difieren en sus juicios. Los occidentales viven en sociedades más independientes, focalizadas en la realización de los objetivos personales mientras que para los asiáticos la causa de todo está en el contexto”, afirma Masuda.

También se hicieron pruebas para comprobar diferencias en las tomas de decisiones. Se pidió a occidentales y orientales que dibujaran una casa en una hoja de papel y que sacaran un retrato de una persona con una cámara de foto. El resultado fue que, en los dibujos, los asiáticos situaban la línea del horizonte en la parte superior del papel. Esto le permitía

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