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SALUD MENTAL


Enviado por   •  19 de Julio de 2013  •  15.271 Palabras (62 Páginas)  •  711 Visitas

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Salud Mental

La salud mental puede tener diferentes significados para muchas personas. La adecuada autoestima y la capacidad de sentir compasión por otras personas son elementos importantes de la salud mental. Sin embargo, las personas saludables comprenden que no son perfectas ni pueden significar todo para los demás. Experimentan una amplia gama de emociones incluyendo tristeza, enfado y frustración así como alegría, amor y satisfacción. Mientras ellas por regla general pueden resolver los retos y los cambios de la vida diaria, pueden buscar ayuda si tienen dificultad frente a serios traumas y crisis (pérdida de seres queridos, dificultades maritales, problemas escolares, la perspectiva de jubilación, etc.)

Hay varios pasos que debe usted seguir para ayudarse a mantener buena salud mental. Cuando usted reduce su propio nivel de tensión ayuda a los demás a relajarse. Cuando usted es servicial y extrovertido comunica estas actitudes a los demás. He aquí algunas sugerencias:

1-Adopte un enfoque realista. Si tiene que hacer un trabajo, hágalo sin incordiar a los demás. Acepte un reto. Hágase cargo de la situación. Fíjese metas. Téngalas siempre presentes y considérelas como partes integrantes de un objetivo mayor. Llegue a un acuerdo con quienes no comparten su propio punto de vista en cada caso. Recuerde que ellos también tienen derechos. Solicite cooperación en lugar de crear antagonismo. Sugiera una reunión familiar o de personal para estimular cooperación y negociaciones para llegar a un acuerdo.

2-Aprenda a reconocer y a expresar sus sentimientos. Procure no calificar los sentimientos (ya sea los suyos propios o los de los demás) como “buenos” o “malos.” Es humano experimentar una amplia gama de sentimientos. Lo importante es expresarlos tan pronto como sea posible en forma y lugar adecuados. Los sentimientos reprimidos pueden dar como resultado enfado y depresión. Por ejemplo, si usted se siente degradado o ignorado en el trabajo, y reprime sus sentimientos, es probable que más tarde desahogue su malestar con otros. Investigue por qué está alterado y exprese sus sentimientos tan calmadamente como sea posible. O bien, discuta la situación con alguien sensato y de confianza (un amigo juicioso, un clérigo, un médico, un pariente, o un psicólogo). Esto le ayudará a pensar con más claridad, a controlar sus sentimientos adecuadamente, y también a comprender mejor los sentimientos de otros.

3-No de vueltas al problema. Frecuentemente un cambio en la rutina diaria o un nuevo enfoque de las energías produce una forma constructiva de “alejarse de todo.” Haga algo positivo y útil respecto a algún problema en vez de darle vueltas.

4-Proceda paso a paso. Para escapar a la sensación de que está usted atrapado, dé el primer paso y busque una solución. Así se sentirá orgulloso de su habilidad para manejar la situación. Al canalizar sus tensiones y enfados hacia metas dignas de consideración y alcanzables se sorprenderá de cuánto control puede ejercer sobre el manejo de su vida.

Situaciones Que Usted Debe Reconocer

Aunque usted haga un gran esfuerzo, experimentará períodos de frustración e infelicidad. Por lo general, con un poco de tiempo, usted vencerá su aflicción. Pero debe aprender a reconocer cuándo sus problemas (o los de sus seres queridos) son demasiado difíciles para resolverlos solo. Usted puede ayudarse, ayudar a su familia, y a sus amigos, reconociendo cuándo debe pedir ayuda profesional. Algunas señas de advertencia incluyen:

-Ansiedad indebidamente prolongada. Esta es una ansiedad desproporcionada a alguna razón o causa identificable. Por supuesto, todas las personas experimentan problemas que las dejan tensas y ansiosas. Pero una continua y profunda ansiedad (un estado de continua tensión y miedo que se une a una causa tras otra) es señal de que ya se necesita ayuda. Una ansiedad sostenida no solamente causa angustia mental sino que puede conducir a problemas físicos.

Depresión prolongada o severa. La depresión afecta severamente el pensamiento, los sentimientos y el comportamiento. Los sentimientos de insuficiencia, incapacidad, desesperanza, pesimismo indebido, y pérdida de confianza en sí mismo, son síntomas de depresión. Los cambios en el comportamiento normal son una señal importante de que se está perdiendo control sobre la depresión y de que se debe conseguir ayuda.

Los individuos con depresión, frecuentemente se alejan de amigos con quienes normalmente se sienten contentos, de sus seres queridos, y de su ocupación y aficiones acostumbradas. Cambian sus hábitos de alimentación y de sueño. Algunas personas sufren pérdida de apetito e insomnio; otros se consuelan con comer y dormir de más. Otros síntomas de depresión incluyen poca energía, fatiga crónica, disminución de efectividad en los estudios, en el trabajo, o en la casa, así como pérdida de interés sexual. Los individuos con depresión son los más propensos a pensar en el suicidio como una solución, aunque también en otros desarreglos mentales y emocionales pueden considerar suicidarse. Durante los períodos de crisis, estas personas deben estar acompañadas, y evitar la soledad.

Cambios abruptos en estado de ánimo y comportamiento. Estos cambios no incluyen los pasos que deliberadamente tome una persona para mejorarse a sí misma. Más bien se refieren a cambios en el estado de ánimo y en el comportamiento que reflejan serios cambios en los hábitos normales de un individuo o de su manera de pensar. Por ejemplo, el hombre o la mujer que repentinamente comienza a jugarse fuertes sumas de dinero puede estar experimentando problemas emocionales. Cambios frecuentes o regulares de altas a bajas, ya sean graduales o abruptos, también pueden estar señalando un desorden anímico.

Síntomas físicos causados por tensión. Algunos males corporales y quejas pueden no tener una causa física (dolor de cabeza diario, jaqueca causada por tensión, náusea, dolores, mareos, trastornos intestinales, problemas en la piel, bajada de las defensas y propensión a padecer infecciones y otras quejas). Estos síntomas, incluyendo el dolor, son muy reales. Pero únicamente un médico puede determinar si la causa es angustia en lugar de un mal funcionamiento físico. Como las pruebas médicas pueden revelar una causa orgánica, cualquier malestar físico debe discutirse con un médico.

Si cualquiera de las señas de advertencia ya mencionadas es grave o persistente, puede ser que se necesite ayuda profesional. Frecuentemente los síntomas pueden aliviarse si se puede identificar la verdadera causa del problema.

Enfermedades Mentales

Trastornos esquizofrénicos. Este tipo de enfermedad mental tan compleja y extremadamente enigmática es particularmente incapacitante, y frecuentemente interfiere con la habilidad de trabajar, de relacionarse con otras personas y de atenderse a uno mismo.

Generalmente los síntomas de esquizofrenia se detectan durante el final de la adolescencia o al principio de la madurez, pero pueden comenzar más tarde en la vida. Los síntomas son muchos y variados, y no todos son experimentados por las personas con la enfermedad. Los síntomas pueden incluir delirios (creencias falsas, en ocasiones de naturaleza paranoica, que hacen sentir al individuo que se le persigue o que está en peligro), alucinaciones (escuchando voces que no existen), forma de hablar desconectada o incoherente, alejamiento del mundo exterior, y actividad psicomotora anormal (mecerse, caminar de un lado a otro de la habitación, o permanecer inmóvil).

Veinticinco por ciento de las personas que experimentan un episodio de esquizofrenia se recuperarán totalmente; sin embargo, la esquizofrenia es una enfermedad crónica para casi todas las personas. Veinticinco por ciento nunca recuperarán su habilidad de funcionar y 50 por ciento experimentarán incapacidad intermitente y enfermedad por el resto de su vida.

Con objeto de obtener el tratamiento más adecuado, es esencial obtener un diagnóstico preciso de un médico calificado, ya que otras condiciones psicóticas (las inducidas por drogas tales como LSD o PCP, manía, depresión, o trastornos cerebrales orgánicos) pueden imitar los síntomas de la esquizofrenia.

Trastornos del humor. La depresión, la manía o un trastorno bipolar que se caracteriza por ciclos de depresión y de manía, se conocen como trastornos del humor.

Durante el ciclo depresivo cambian la manera de pensar, sentir y comportarse, de las personas. A diferencia de una “baja” normal en el humor que todos experimentamos en un momento u otro, la depresión grave se prolonga y se hace más pronunciada de lo que justifican los eventos de la vida diaria. Interfiere con la habilidad de pensar, de concentrarse y de disfrutar los placeres normales de la vida. Las personas con depresión se sienten desesperanzadas e inútiles, insisten en pensar en la muerte y en morir, y pueden presentar conducta suicida. Algunas personas experimentan episodios depresivos, principios de síntomas que pueden ser severos e incapacitantes. Otras, pueden continuar funcionando, pero se sienten deprimidas y sin ánimos todo el tiempo; esta condición se llama distimia.

Los episodios maniacos, en cambio, se caracterizan por expresiones de júbilo, hiperactividad, irritabilidad, menos necesidad de dormir, exagerada auto-estima, conversación en voz muy alta, y comportamientos impulsivos. Al igual que alguien que sufre esquizofrenia, una persona con manía puede experimentar ilusiones y alucinaciones.

Los individuos que sufren trastorno bipolar, también conocido como enfermedad maniaco-depresiva, fluctúan entre episodios de excitación y manía, y de depresión profunda. Los síntomas pueden ser graves e incapacitantes, o relativamente ligeros, una condición también conocida como ciclotimia.

SOBRE EL CONCEPTO DE SALUD Y ENFERMEDAD MENTAL EN ENRIQUE PICHON-RIVIERE

El doctor Enrique Pichón-Riviére fue un gran maestro de la psiquiatría y la psicología social de la Argentina. A él le debemos una buena cantidad de aportes como ser el trabajo en grupo, el abordaje familiar de los trastornos emocionales, la reconsideración de la patología mental, la interacción entre el individuo y la sociedad. En esta ocasión pretendo realizar una integración de algunas ideas que nuestro autor plantea en relación a las ideas de salud y enfermedad mental.

El enfermo mental como emergente familiar. El enfermo mental vive en condiciones de aislamiento mucho antes de ser internado, y ello nos remonta al sistema de interacción familiar donde vive dicha persona. El enfermo resulta ser así, un emergente familiar de conflictos no asumidos y por ende no resueltos, situación que al no ser modificada estereotipa más al sujeto. De ahí que al producirse la internación sea habitual que el paciente se cronifique.

Considerar a una persona como loca, irrecuperable, fomentan su aislamiento, lo cual luego se ve confirmada por el internamiento hospitalario. También debemos estar atentos los trabajadores del campo de la salud mental puesto que puede no haber internación pero hay formas sutiles (y muchas veces no tanto) de cronificación sin que el paciente sea internado en un hospicio. Un “gran encierro” para tomar una construcción semiótica muy preciosa de Michel Foucault, puede producirse en el propio hogar, al descalificarlo, al resignarse en que dicha condición es un estado inmodificable, al no realizar ningún esfuerzo por comprenderlo. Es bien claro que para contribuir a vencer la incomunicación de otro hace falta, básicamente, afecto, comprensión.

Partiendo de no considerarlo “un loco”, reconociendo las facetas de su persona que la enfermedad no ha destruido; desde allí se puede establecer un diálogo fecundo que aporte a la recuperación del paciente. En esta dirección el autor plantea que las dolencias mentales no son un mal incurable y recuperar la salud depende del esfuerzo de todos. Pichón-Riviére es claro al señalar que en el abordaje de los trastornos emocionales es necesario elaborar un criterio de salud mental, lo cual corre paralela y dialécticamente con el criterio de enfermedad mental.

Aquí es necesario ubicarnos que estamos operando con la concepción del materialismo dialéctico, puesto que el proceso de recuperación de la salud mental se apoyará en el concepto de la negación dialéctica, vale decir la inclusión de lo que es la enfermedad en un proceso de superación de la antinomia. Nos preguntamos entonces ¿Qué condiciones llevan a que una persona enferme? ¿Qué sentido tiene en la vida de esa persona dicha enfermedad? ¿Mantiene el enfermo alguna relación con la realidad? ¿Cómo podemos definir una conducta como sana? La adaptación activa como criterio de salud mental. Define a la par conceptual salud y enfermedad como adaptación activa o pasiva a la realidad. Con el término adaptación se refiere a la adecuación o inadecuación, coherencia o incoherencia de la respuesta a las exigencias del medio, a la conexión operativa o inoperante, transformadora o empobrecida del sujeto con la realidad.

Es decir que los criterios de salud y enfermedad, de normalidad y anormalidad no son absolutos, sino situacionales y relativos. En el esquema de trabajo elaborado por nuestro autor se denomina a la salud mental como adaptación activa, con este término se abarca el análisis de las formas de relación del sujeto con el mundo, las formas que reviste esa relación constitutiva del hombre como tal. El parámetro de evaluación en esta dirección es la capacidad de desarrollar una actividad transformadora, un aprendizaje.

El sujeto está “activamente adaptado”, o como también lo denominamos, sano en la medida en que mantiene un interjuego dialéctico en el medio y no una relación pasiva, rígida y estereotipada, en la medida en que aprehende las diversas situaciones que le toca vivir y las transforma, modificándose también a sí mismo, entrando en un interjuego dialéctico, en el que la síntesis se resuelve una situación dilemática se transforma en el punto inicial o tesis de otra antinomia, que deberá ser resuelta en este continuo proceso en espiral. La salud mental consiste en un aprendizaje de la realidad a través del enfrentamiento, manejo y solución integradora de los conflictos en una relación sintetizadora y totalizadora y totalizante. Si se cumple este itinerario, la red de comunicaciones es constantemente reajustada, y sólo así es posible elaborar un pensamiento capaz de un diálogo con el otro y de enfrentar el cambio. Podemos decir también que consiste en una relación, o mejor dicho en una aptitud sintetizadora y totalizante en la resolución de las antinomias que surgen en su relación con la realidad. En la propuesta en cuestión el término adaptación no implica aceptación indiscriminada de normas y valores, sino, por el contrario, una lectura de la realidad con capacidad de evaluación y propuestas de cambio.

En el esquema conceptual del autor el concepto de adaptación activa se identifica con el de aprendizaje, al que define como apropiación instrumental de la realidad para transformarla.

La adaptación activa a la realidad y el aprendizaje están indisolublemente ligados pues la dinámica del conocimiento condiciona una actividad para aprehender el mundo y modificarlo en ese mismo acto, tal como nos lo plantea Marx en La Sagrada Familia, aprehendo el ser de una fruta no por su contemplación y designación como tal sino por comerla, por apropiarse de ella y degustarla. Así se constituye el juicio de realidad, criterio de salud y enfermedad mental, a través de una permanente referencia, verificación y evaluación en el mundo externo. Podemos deducir que el sujeto enfermo no cuenta con este recurso vincular para construir dicho juicio de realidad, la incomunicación y el encasillamiento son factores que atentan contra el desarrollo sano.

Detrás de los signos de una conducta “anormal”, “desviada” o “enferma”, subyace una situación de conflicto, de la que la enfermedad emerge como intento fallido de resolución.

Para terminar de comprender estos planteos es necesario que comprendamos la noción de conducta que postula el autor en cuestión. La conducta como estructura, emergente y búsqueda de sentido. Desde el enfoque de nuestro autor la conducta es definida como estructura, con un sistema dialéctico y significativo, que intenta resolver las antinomias mente-cuerpo, individuo-sociedad, organismo-medio. Al realizar dichas resoluciones adquiere además un carácter de estructuradora de una unidad múltiple o sistema de interacción en permanente funcionamiento.

Define la conducta como un intento de respuesta coherente y significativa” y por lo tanto el postulado básico de su teoría de la enfermedad mental señala que:

Dicha estructura consta de dos dimensiones en permanente interacción: la dimensión super estructural y la dimensión infraestructural (verticalidad y horizontalidad), ambas deben ser contempladas al momento de realizar el trabajo terapéutico. La dimensión infraestructural recorta un campo que es lugar de depósito de motivos, necesidades y aspiraciones, constituye el inconsciente con sus fantasías (motivación), que son el producto de las relaciones del grupo internalizado.

La dimensión super-estructural alude a la relación que el sujeto tiene en cada aquí y ahora, o sea en forma situacional, con la realidad. Para ello utiliza las denominadas técnicas del yo (mecanismos de defensa).

Es importante detenernos a pensar en cada caso particular la dinámica o estereotipia de la relación entre ambas dimensiones, pues ello se convierte en un indicador de los niveles de salud con que cuenta el paciente. En el caso de la enfermedad, se aprecia una fisura entre ambas dimensiones, lo cual se convierte en uno de los objetivos a resolver en el marco del proceso terapéutico.

La doble dimensión condiciona aspectos esenciales del proceso corrector, que es la forma en que denomina nuestro autor al proceso terapéutico. La corrección se logra a través de la explicación de lo implícito. En el ámbito del proceso terapéutico, la resolución de la fisura entre ambas dimensiones se logra a través de un instrumento de producción, expresado en términos de conocimiento que permite el pasaje de la alienación, o de la adaptación pasiva en un sesgo (cortar en diagonal) progresivo, a la adaptación activa a la realidad.

Para ello el autor plantea que es necesario desarrollar la noción de conciencia crítica, concepto con el cual se alude al reconocimiento de las necesidades propias y de la comunidad a la que se pertenece, conocimiento que va acompañado de la estructuración de vínculos que permiten resolver esas necesidades.

Por último el autor nos señala que es necesario mantener la real diferencia entre el transformador social (o agente de cambio), el enfermo y el criminal, pues el análisis de dichas conductas y su contrastación con las situaciones de intervención resultarán sumamente útiles para la operatividad del terapeuta.

El transformador tiene como meta no un logro individual sino colectivo, tratando de equilibrar la relación de clases, origen último de las desigualdades y generador de las diversas formas de sufrimiento.

Mientras que el criminal tiende a apoderarse para sí del logro de su acción, ya sea en forma de robo o en nuestra lamentable situación como corrupción institucionalizada. Por su parte, el loco, si bien viola normas sociales, como el transformador, no piensa en el logro final de sus actos, en una sociedad mejor. Actúa contra unas normas, pero no propone otras y, generalmente, se autodestruye por el aislamiento al cual aludíamos inicialmente.

Bibliografía utilizada:

Pichon – Riviére, Enrique. La psiquiatría, una nueva problemática. Del psicoanálisis a la psicología social. Tomo II. Ediciones Nueva Visión. Una nueva problemática para la psiquiatría. Neurosis y psicosis: una teoría de la enfermedad.

Zito Lema, Vicente. Conversaciones con Enrique Pichon Riviére sobre el arte y la locura. Ediciones cinco. Capítulo IV.

GÉNERO Y SALUD MENTAL EN UN MUNDO CAMBIANTE

Isabel Montero a / Dolores Aparicio b / Manuel Gómez-Beneyto c / Berta Moreno-Küstner d / Blanca Reneses e /

Judit Usall f / José L. Vázquez-Barquero g

Por la Sociedad Española de Epidemiología Psiquiátrica.

a Profesora Titular de Psiquiatría. Universidad de Valencia. Valencia. España

b Responsable del sistema de información (salud mental extrahospitalaria) Osakidetza,

Servicio Vasco de Salud. Vitoria. Álava. España.

c Catedrático de Psiquiatría. Universidad de Valencia. España.

dProfesora Asociada. Universidad de Granada. España.

e Servicio de Psiquiatría. Hospital Universitario San Carlos. Madrid. España.

f Centro de Salud Mental San Juan de Dios. El Prat de Llobregat. Barcelona. España.

g Catedrático de Psiquiatría-Universidad de Cantabria. España

Correspondencia: Isabel Montero. Profesora Titular de Psiquiatría. Departamento de Medicina. Universidad de Valencia.

Avda. Blasco Ibañez, 15. 46010 Valencia. España.

Correo electrónico: isabel.montero@uv.es

(Gender and mental health in a changing world)

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Resumen

Que el desarrollo psicológico humano tiene particularidades diferenciales según el género, que los abusos sexuales y la violencia recaen mayoritariamente sobre las mujeres, que la vivencia psicológica de la reproducción y de la paternidad/maternidad es distinta en hombres y mujeres y que el perfil psicopatológico y de morbilidad psiquiátrica presenta diferencias tanto cualitativas como cuantitativas entre los sexos son cuestiones ampliamente aceptadas hoy en día. En este capítulo se revisan las diferencias en la morbilidad psiquiátrica, la discapacidad y la utilización de servicios de salud mental entre hombres y mujeres de la población española y se discute la necesidad de implantar una nueva disciplina que examine cómo los trastornos mentales y los diferentes tratamientos pueden afectar de forma distinta a ambos géneros. El profundo proceso de transformación en nuestra sociedad en los roles sociales para hombres y mujeres obliga a plantear nuevos estudios con el objetivo de evaluar las diferencias actuales en las tasas de morbilidad psiquiátrica y los factores de riesgo asociados. Los resultados condicionarán no sólo la formulación de nuevas hipótesis relevantes, sino la adecuada selección de estrategias de estudio y la elaboración de válidos y fiables instrumentos de medida.

Palabras clave: Salud mental. Diferencias de género. Formación.

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Introducción

La investigación llevada a cabo en las últimas décadas ha demostrado de manera inequívoca la existencia de claras diferencias tanto en la morbilidad psiquiátrica como en el patrón de conducta enferma desarrollados por hombres y mujeres.

Los mecanismos que se han utilizado para explicar estas diferencias pertenecen a 2 tipos de formulaciones teóricas. La primera de ellas postula que son los factores constitucionales, genéticos y/o endocrinos los que condicionan las diferencias de morbilidad psiquiátrica entre ambos sexos. Sin embargo, la mayor parte de los estudios realizados en esta línea se muestran insuficientes para explicar su distinto comportamiento frente a esta problemática. Por el contrario, las teorías ambientalistas defienden que son las variables socioculturales, que actúan a través de roles y patrones de conducta socialmente impuestos, las que en última instancia condicionan el modo en que hombres y mujeres manifiestan su sufrimiento psicológico y las estrategias que adoptan para satisfacer sus necesidades de atención psiquiátrica.

Con este trabajo pretendemos mostrar algunas de las controversias referentes a las diferencias de género en la aparición y la distribución de los trastornos mentales, así como en la utilización de los servicios de salud mental y en la respuesta al tratamiento psicofarmacológico.

Influencia del género en la salud mental

La tabla 1 recoge la prevalencia psiquiátrica encontrada en algunos de los estudios comunitarios llevados a cabo en España en las últimas décadas1-4. Observamos en las mujeres de todas las comunidades investigadas unas cifras elevadas de alteraciones psiquiátricas, situándose la prevalencia para la globalidad de los trastornos mentales entre el 18,7 y el 36,1%. Esta variabilidad depende en gran medida del instrumento de exploración psicopatológico utilizado. Así, el GHQ (cuestionario de detección de morbilidad psiquiátrica, validado para diferentes poblaciones y ampliamente utilizado en estudios epidemiológicos) genera unas cifras más uniformes, pero generalmente más elevadas, al incluir manifestaciones subclínicas, que las detectadas mediante entrevistas psiquiátricas.

Este exceso de morbilidad psiquiátrica, se debe fundamentalmente a la presencia significativamente más elevada de cuadros depresivos, ansiosos y fóbicos entre las mujeres; entre los hombres son más frecuentes los trastornos de personalidad y los derivados del consumo de alcohol y otras sustancias, que no quedan bien recogidos en muchos de los instrumentos de detección.

El consumo de ciertas drogas por parte de las mujeres es un hecho relativamente reciente y, por tanto, afecta fundamentalmente a los grupos de edad más jóvenes, los cuales, como ocurre con el consumo de alcohol, tienden a equiparar sus patrones conductuales a los de los hombres adultos. Mientras que el consumo de drogas, que implica una transgresión y un notable desarraigo y problemática psicosocial, predomina en los hombres y en los grupos más jóvenes, el consumo más socializado, generalmente medicalizado y a niveles adecuados de integración y afección psicosocial, lo hace en las mujeres de edad más avanzada1.

Un ejemplo del efecto de los cambios sociales producidos en mujeres en el mundo occidental es la creciente diferencia en las tasas de suicidio desde la década de los setenta, con un acortamiento de la distancia entre las frecuencias de tentativas de suicidio en ambos sexos5. Dos factores parecen contribuir a su descenso: los antidepresivos modernos, menos letales (forma común de suicidio entre las mujeres), y una mayor detección de la depresión como resultado de su mayor tendencia a solicitar asistencia.

Los trastornos mentales se asocian a niveles significativos de discapacidad, por lo que cabría esperar unas tasas más elevadas de discapacidad para las mujeres. Cabe señalar que un único trastorno mental, como la depresión, la patología psiquiátrica más prevalente entre las mujeres, aparece como la segunda causa asociada a más años de vida ajustados por discapacidad en la estimación para el año 20206. Este impacto de la enfermedad mental no queda reflejado en la Encuesta Nacional de Deficiencias, Discapacidades y Estado de Salud7, donde no sólo el número de hombres discapacitados por enfermedad mental supera al de las mujeres, sino que su distribución por edades parece corresponder más a criterios de productividad que a la repercusión que la enfermedad mental tiene en la vida de las personas (tabla 2).

Influencia de los roles sociales

Los factores sociales y culturales tienen un papel fundamental en el desarrollo y el mantenimiento de la enfermedad mental, cuya influencia se manifiesta de diferente manera en hombres y mujeres en función de las matizaciones en los roles que cada uno se ve obligado a desempeñar en las distintas sociedades.

Los datos aportados por los diversos estudios comunitarios realizados en varios países, entre ellos el nuestro, evidencian diferencias significativas de morbilidad psiquiátrica para los diferentes grupos de edad. Estas variaciones con respecto a la edad siguen en las mujeres de nuestro medio dos tendencias: una relativa al incremento de las formas de patología tradicionalmente vinculadas a los roles masculinos, como el consumo de alcohol y otras sustancias, en los grupos de edad más jóvenes, y otra relacionada con el incremento de los cuadros afectivos y ansiosos en edades más avanzadas, generalmente a partir de una edad mediana. El incremento de la morbilidad psiquiátrica en mujeres casadas de mediana edad, en comparación con las solteras, es un hecho frecuentemente observado. En esencia, hoy se admite que dicha asociación es un rasgo característico de las mujeres, que no aparece en los hombres, para los que el estado civil «casado» se comporta como un factor de protección frente al desarrollo de la enfermedad mental8.

El papel que el trabajo desempeña en el bienestar psicológico de las mujeres es complejo y depende de una amplia serie de variables ligadas a la naturaleza de éste, su valoración social y las posibilidades que ofrece en su proceso de desarrollo personal. La aparente contradicción de los resultados de los diferentes estudios hay que establecerla precisamente en el significado que el trabajo adquiere en cada cultura. La referencia a la situación laboral de la mujer en abstracto resulta hoy inadecuada. A la hora de analizar el papel que el trabajo puede ejercer en la salud mental de la mujer, es necesario tener en cuenta los aspectos inherentes al significado y el sentido personal y social del mismo9.

La tendencia de las sociedades modernas a organizarse como sociedades urbanas lleva consigo una serie de cambios sociológicos capaces de transformar no sólo las interacciones que el individuo establece con su entorno, incluido su entorno sociolaboral, sino incluso con sus dinámicas familiares. Estos cambios indudablemente afectan tanto a los hombres como a las mujeres, pero plantean una problemática mayor a las mujeres, sobre todo a las casadas con hijos pequeños pertenecientes a las clases sociales más desfavorecidas10.

Influencia del ciclo reproductivo

La exposición perinatal a las hormonas sexuales parece ser la causa del dimorfismo sexual cerebral, tanto en morfología como en función, lo que regula la síntesis y actividad de enzimas, neurotransmisores, receptores y efectores. Las fluctuaciones de progesterona, tetrahidroprogesterona y estrógenos durante el ciclo menstrual pueden contribuir a los cambios que se producen en el ánimo en algunas mujeres11.

El curso de los diversos trastornos, en algunas mujeres, puede también verse afectado por el ciclo menstrual. La fase premenstrual parece revertir una especial vulnerabilidad para el inicio de un episodio depresivo o para el empeoramiento de la sintomatología depresiva; entre un 3 y un 8% de las mujeres en edad reproductiva presentan un trastorno disfórico premenstrual12.

En el período posparto la incidencia de ingresos psiquiátricos aumenta de forma significativa en los primeros 6 meses respecto a otros períodos de la vida de la mujer13; las tasas de prevalencia oscilan para la depresión posparto entre el 12 y el 15%. La coincidencia de la aparición del primer episodio depresivo con el puerperio es frecuente, y se incrementa el riesgo para otros episodios depresivos puerperales.

La posible relación entre la perimenopausia, la menopausia y la aparición de trastornos afectivos es un tema controvertido. En general, los estudios longitudinales realizados en la población general no han corroborado que durante la perimenopausia exista un incremento significativo del riesgo de depresión, a excepción de la menopausia quirúrgica. Los estudios con muestras clínicas, sobre todo de las que proceden de consultas ginecológicas, por el contrario, detectan un incremento de síntomas afectivos durante la perimenopausia. Probablemente, la explicación a esas discrepancias haya que buscarla en las diferencias entre las muestras estudiadas14. No obstante, es necesario realizar estudios interdisciplinarios que permitan valorar la interacción entre los factores hormonales y psicosociales.

Los estudios sobre farmacocinética de los psicofármacos han revelado diferencias importantes en la absorción y la biodisponibilidad, la distribución, el metabolismo y la eliminación en función del sexo. Las mujeres no sólo tienden a mostrar unas concentraciones plasmáticas de psicofármacos más elevadas que los hombres, sino fluctuaciones en los valores de algunos psicofármacos durante el ciclo menstrual11. Estas diferencias pueden ser las causas de una respuesta terapéutica diferencial en las mujeres, aspecto habitualmente ignorado en la práctica psiquiátrica.

Género y servicios de salud mental

Según la mayoría de los estudios, las mujeres tienden con mayor frecuencia que los hombres a buscar ayuda para sus problemas psiquiátricos en los servicios ambulatorios especializados, y las diferencias son más patentes en el ámbito de la atención primaria, cualquiera que sea la causa e independientemente de la región geográfica15. De ahí que se haya sugerido que ser mujer es una variable predictora de mayor utilización de servicios psiquiátricos.

Ahora bien, si diferenciamos entre la tasa de incidencia tratada --las personas que acuden por primera vez-- y la tasa de frecuentación --mayor número de contactos por caso--, los hombres presentan, según algunos estudios europeos, una mayor tasa de incidencia, aunque globalmente las mujeres presentan mayores tasas de frecuentación16. Sin embargo, según datos de algunos registros españoles, son los hombres los que tienen una media de contactos mayores.

La tendencia a incrementarse las tasas de primeros contactos entre los hombres también se ha detectado recientemente en nuestro entorno. Según los datos procedentes del registro de casos psiquiátricos de Guipúzcoa, el porcentaje de los que acuden por primera vez a los servicios de salud mental en los últimos 5 años se acorta ligeramente, pasando del 43% en 1988 al 45% en 2002, cifras muy similares a las obtenidas en diferentes registros psiquiátricos españoles. Estos datos globales se matizan cuando se tiene en cuenta el grupo diagnóstico (fig. 1).

Figura 1. Evolución anual de las primeras consultas a servicios

de salud mental según el sexo (Guipúzcoa, 1998-2002).

En el ámbito de los servicios hospitalarios los datos no son concluyentes. Mientras algunos estudios europeos recientes detectan tasas más altas de ingresos en los hombres17, en la población española no se confirman las diferencias, y su distribución es homogénea para los primeros ingresos hospitalarios18.

La estancia media de los ingresos hospitalarios para el total de trastornos mentales analizada por grupos relacionados con el diagnóstico (GRD) es ligeramente superior en las mujeres, en todos los casos. El análisis del conjunto mínimo básico de datos al alta hospitalaria (CMBD) muestra diferencias en el número de altas entre ambos sexos, máxima en el grupo de neurosis depresiva (el 68% de mujeres frente al 32% de hombres) cuya proporción se invierte en el grupo de psicosis (el 37% de altas en las mujeres frente al 63% en los hombres)19.

Respecto a la atención en los servicios de urgencias psiquiátricos, se constata que la utilizan con mayor frecuencia los hombres que las mujeres. El perfil sociodemográfico y clínico de los que demandan atención urgente es significativamente diferente, con el predominio entre ellos de unas mayores tasas de privación social, aislamiento y consumo de sustancias, así como trastornos de personalidad. En este mismo sentido, la proporción de los que acuden solos o conducidos por las fuerzas de orden público es significativamente mayor que en las mujeres en todos los estudios revisados20.

Es difícil explicar las diferencias encontradas en la utilización de los distintos recursos de salud mental. Hasta que éstas no se evalúen desde una perspectiva de género, y no sólo tomando el sexo como una variable estructural más, no tendremos respuestas más allá de la especulación.

Diferencias de género en la experiencia de prestar cuidados

En nuestro medio, más del 80% de los pacientes mentales crónicos conviven con su familia de origen, porcentaje muy por encima de lo estimado en países del entorno europeo21. Los factores culturales, pero sobre todo la falta de desarrollo de recursos comunitarios, son los que pueden explicar esta diferencia.

Los cuidadores de pacientes mentales se enfrentan no sólo a los problemas y las consecuencias que conlleva su propia labor y al abandono por parte de la Administración, que si cabe es mayor que la que sufren los cuidadores de pacientes con otras enfermedades, sino a otros problemas específicos, como los sentimientos de culpa y de vergüenza, de duelo, resentimiento y estigmatización.

En relativamente poco tiempo la psiquiatría ha pasado, de considerar a la familia, sobre todo a las madres, implicadas en la etiología de algunos trastornos mentales, a esperar de éstas que se conviertan en un recurso comunitario básico, en la mayoría de las ocasiones hasta su muerte, pero sin recibir la información y el apoyo necesarios para ello. Su perfil prácticamente se superpone al de la mayoría de cuidadores principales de otro tipo de enfermedades crónicas, un aspecto compartido por la mayoría de las sociedades: más de dos terceras partes son mujeres, de mediana edad, preferentemente madres, pero también esposas o hermanas, que tienen que compaginar los cuidados con otras tareas de responsabilidad22.

Aproximadamente un 15% de los cuidadores principales de pacientes psiquiátricos graves presentan problemas físicos atribuibles al hecho de cuidar, y la morbilidad psiquiátrica general es el doble de la esperada para la población general22,23. Las mujeres experimentan un mayor nivel de sobrecarga, así como mayores repercusiones en su estado de salud psíquico y físico, que los cuidadores principales hombres, sin que hasta la fecha esté bien establecido el mecanismo que explique las diferencias en el impacto sobre la salud24. La identificación de la carga derivada de los cuidados a los enfermos mentales continúa siendo parte integral de la investigación de los servicios psiquiátricos comunitarios; asimismo, sus costes deben ser incluidos en la valoración económica de los tratamientos25.

El cuidado familiar se ha basado en el tiempo y en el trabajo de las mujeres, que se suponen libres en términos económicos. Los cambios operados en la actual familia española, así como la masiva incorporación de la mujer al mercado laboral, ponen en peligro la continuidad del cuidado familiar. Por tanto, hay una necesidad urgente de buscar nuevas alternativas o de complementar esta labor con otro tipo de cuidados informales, así como de buscar formas más equitativas de compartir los costes y los riesgos que esto supone.

Formación de profesionales

La medicina de familia y la psiquiatría son las 2 especialidades médicas que más han contribuido a poner en primer plano los problemas sanitarios que conlleva ignorar la diversidad, y en especial la desigualdad de género26,27. Una encuesta realizada entre las asociaciones profesionales de psiquiatría de los países miembros de la Unión Europea revela que, aunque en todos ellos se considera el tema de vital importancia, solamente en tres (Reino Unido, Países Bajos y Dinamarca) está oficialmente regulada la formación de los psiquiatras en las diferencias de género de manera específica.

La educación en las diferencias de género está obstaculizada por barreras específicas ajenas al propio proceso educativo, entre las cuales cabe señalar la presencia mayoritaria de hombres en el profesorado (en nuestro país el 12% de los profesores de las facultades de medicina y alrededor del 20% de los coordinadores de área del Sistema Nacional de Salud son mujeres), el estereotipo sexista (ampliamente incorporado en nuestra forma de pensar, sentir y actuar como profesionales y como pacientes), la estructura, el funcionamiento y la dinámica de la familia (la distribución del poder y el reparto de responsabilidades que dan sentido y refuerzan los roles de género), la estructura, la organización y la provisión de servicios sanitarios y una buena parte de la legislación vigente.

La adquisición de conocimientos sobre las diferencias de género en la formación de los profesionales de salud mental no presenta dificultades especiales con tal de que se regule su obligatoriedad, tal como se ha previsto en el nuevo programa de formación de los residentes de psiquiatría elaborado por la comisión nacional de la especialidad en nuestro país. De todas formas, no hay que olvidar la influencia no intencionada que la enseñanza orientada a la adquisición de conocimientos ejerce sobre las actitudes. No es fácil evitar las «micro desigualdades» que se transmiten al impartir un programa teórico, como el paternalismo o la condescendencia, el uso sexista del lenguaje, la selección sesgada de ejemplos o de ilustraciones en psicopatología28.

Al actualizar los contenidos teóricos de los programas de formación, es necesario hacer una lectura cuidadosa de los hallazgos de investigación sobre las diferencias de género, ya que se han identificado múltiples deficiencias en este terreno, atribuibles al sesgo de género en la investigación, a la lentitud con la que se incorporan los hallazgos a los programas de formación y a la concepción del cuerpo y la mente del hombre como modelo, donde figura la mujer como una mera desviación de la norma29.

La enseñanza directa de destrezas y actitudes es todavía más problemática. Su aprendizaje está basado en la práctica guiada por el refuerzo, la participación activa y el modelado, requisitos que implican, todos ellos, el uso asiduo de la supervisión, procedimiento lamentablemente poco extendido en la formación de los residentes de psiquiatría en nuestro país30. La otra condición necesaria es la existencia de un escenario de apoyo, lo que requiere la presencia de mujeres en número suficiente, tanto entre el profesorado como entre los estudiantes. A estas dificultades en la enseñanza de las actitudes se añade la ausencia de procedimientos de evaluación objetivos que puedan ser útiles para guiar la formación. El impulso al proceso educativo tiene un carácter político relacionado con la vitalidad del movimiento feminista y con la puesta en marcha de medidas eficaces de discriminación positiva de género.

Conclusiones y recomendaciones

La salud mental de las mujeres se reconoce cada vez más como el campo de mayor impacto en el bienestar individual, familiar y social. Pero es un campo con un desarrollo aún muy precario a pesar del progreso realizado en las últimas 2 décadas, donde ha proliferado un número de estudios de diferente calidad, rigor y pertinencia. Para consolidarlo es necesario un esfuerzo de colaboración interdisciplinaria que tenga en cuenta la interacción de los diferentes fenómenos implicados: biológicos, ambientales y psicosociales.

Asimismo, es necesario introducir una formación que incorpore conocimientos de las variables relacionadas con el género en las decisiones clínicas, en el manejo terapéutico y en la investigación.

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Salud Mental en Estudiantes Universitarios: Incidencia de Psicopatología y Antecedentes de Conducta Suicida en Población que Acude a un Servicio de Salud Estudiantil

Sonia Micin y Verónica Bagladi

Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile

Dirección para correspondencia

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Resumen

Los objetivos del estudio son caracterizar la incidencia de psicopatología y antecedentes de conducta suicida en universitarios que consultan a un Servicio de Salud Estudiantil y determinar diferencias y/o asociaciones significativas en relación a género. Se utilizó un diseño no experimental de carácter exploratorio y cuantitativo. Se recogieron antecedentes de conducta suicida y diagnósticos según DSM-IV (ejes I y II). Se incluyeron 460 universitarios que recibieron atención psicológica y/o psiquiátrica entre 01/2006 y 07/2008, según muestreo aleatorio estratificado. Se utilizó estadística descriptiva, inferencial y relacional. Los resultados indican incidencias consistentemente altas con hallazgos en poblaciones universitarias extranjeras y nacionales. Se encontraron tasas significativas para trastornos adaptativos, trastornos del ánimo, trastornos de ansiedad, desordenes de personalidad y antecedentes conducta suicida. Un alto porcentaje presenta alteraciones clínicas ligadas a ansiedad y depresión. Se encuentra mayor incidencia de trastornos adaptativos que de otros trastornos; y diferencias-asociaciones significativas según género para diversos trastornos.

Palabras clave: Salud mental, psicopatología, conducta suicida, población universitaria.

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Introducción

El Sector de la Educación Superior Chilena es actualmente un sistema masificado, complejo y en rápido cambio. La matrícula en el sistema ha aumentado en más de un 300% desde 1990 al 2004 (MINEDUC, 2004), es decir, la población universitaria se triplicó en la última década. Esta tendencia de crecimiento se mantuvo con un incremento del 42% desde el 2002 al 2007 (CSE, 2008). El Estado ha apoyado esta fuerte expansión del sector educativo a través de subvenciones o créditos para los estudiantes, intentando con ello un acceso más equitativo de los distintos sectores sociales de la población chilena (CONACE, 2007).

Esta expansión y masificación de la educación universitaria ha generado cambios a nivel del estudiantado, configurando un nuevo tipo de estudiante (Núñez, 2007). Es así, como la cobertura universitaria para los quintiles socio-económicos I, II y III que corresponden al 40% de hogares con menores ingresos del país, se triplicó entre 1990 y 2003 (Donoso & Cancino, 2007). Es decir, el incremento en matrícula universitaria se ha realizado en gran parte a través de grupos sociales más vulnerables. El Mineduc ha señalado que se mantendrá esta tendencia al alza de "estudiantes carentes", definidos como aquellos que presentan dificultades socio-económicas, mayor exposición al fracaso académico y a riesgos asociados, y por lo cual debe entregárseles un reforzamiento integral por parte de las instituciones universitarias (Núñez, 2007). Un ejemplo de esto es que la tasa de titulación en Chile del 39%, se asocia a alta deserción por variables socioeconómicas (CONACE, 2007), lo que refiere dificultades de mantención para segmentos sociales en desventaja.

El nuevo tipo de estudiante ya no pertenece sólo a los segmentos de mejor rendimiento académico de la educación media (Florenzano, 2006), no proviene de sistemas educativos aventajados, y pertenece a grupos sociales más vulnerables (Donoso & Cancino, 2007), condición que estaría asociada a un mayor riesgo de presentar trastornos de salud mental para adultos y adolescentes latinoamericanos, según extensa revisión de trabajos publicados desde 1982 al 2006 (Ortiz, López & Borges, 2007). Si adicionamos a esto, que el joven universitario se encuentra en una etapa del ciclo vital compleja, asociada a la resolución de tareas no comparables con otras épocas de la vida (Gomberoff, 2003), en que la conjunción de características individuales y contextuales pueden facilitar estas conductas de riesgo (Martínez, 2007); podemos comprender mejor el surgimiento de problemas de salud mental en jóvenes (Florenzano, 2005). Si además reconocemos que el contexto universitario puede desempeñar un rol en la generación de salud o enfermedad de sus estudiantes, imponiendo tareas, exigencias y desafíos propios de un sistema educativo muy diferente, sería entonces esperable la emergencia de mayores problemas de salud y/o trastornos mentales en universitarios.

Estos planteamientos resultan congruentes con los hallazgos recogidos en universidades extranjeras y chilenas, y que muestran incidencias consistentemente altas en universitarios para diversos cuadros de salud mental. Entre ellos, los trastornos de ansiedad, presentan una tasa cercana al 15 %, siendo más frecuentes en mujeres (19.5%) que hombres (8%), excepto el trastorno obsesivo compulsivo y la fobia social, cuyas tasas son semejantes (APA, 1995). Para estos cuadros encontramos tasas significativamente altas en universidades extranjeras (ADAA, 2007; Al Nakeeb, Alcázar, Fernández, Malagón & Molina, 2004; Amézquita, González & Zuluaga, 2000; Camacho et al., 2005; Riveros, Hernández, & Rivera, 2007) y también en universidades nacionales (Benítez, Quintero & Torres, 2001; Cova, Alvial & Arod, 2007), cuyas tasas (sobre 23%) superan la tasa nacional para población general (16.2%) y también la del grupo etario equivalente (11.3%) (Vicente, Rioseco, Saldivia, Kohn & Torres, 2002). Si bien las metodologías de recolección de datos no son siempre comparables, sugieren la inquietud de contrastar estos hallazgos. Los estudios no siempre son coincidentes para la asociación con género, mostrando algunos diferencias significativas (Amézquita et al., 2000; Camacho et al, 2005; Cova et al., 2007; MINSAL, 2007; Riveros et al., 2007; Vicente et al., 2002), pero otros no (Al Nakeeb et al., 2004; Benítez et al., 2001).

Los trastornos de depresión son patologías frecuentes. Se estima que para el 2020 será la enfermedad de mayor ocurrencia en el mundo, calculándose que entre el 8 y 18% de la población sufrirá al menos un episodio depresivo significativo durante su vida (Kessler, 1993, citado en Czernik et al., 2006). Estudios señalan que los cuadros depresivos en universitarios presentan una mayor tasa en comparación con la población general y grupo etario correspondiente (Czernik et al., 2006; Riveros et al., 2007; Sánchez, Cáceres & Gómez, 2002), incluso mayor a países en desarrollo (Cova et al., 2007). Los trastornos depresivos a nivel nacional guardan equivalencia con las tasas encontradas a nivel Latinoamericano (Vicente, Rioseco, Saldivia, Kohn & Torres, 2005). La depresión mayor y distimia son los más prevalentes, después de la agorafobia, siendo el grupo juvenil semejante a la población general. (Vicente et al., 2002).

Las tasas reportadas son altas en universidades extranjeras (Al Nakeeb et al., 2004; Amézquita et al., 2000; Camacho et al., 2005; Czernik et al., 2006; Riveros et al., 2007) y en las universidades nacionales (Benítez et al., 2001; Cova et al., 2007; Santander, 2004), cuya incidencia (sobre 16.4%), supera la tasa para población general (15%) y también al grupo etario equivalente (13.8%) (Vicente et al., 2002). En población nacional existe una mayor incidencia en mujeres que hombres (MINSAL, 2007; Vicente et al., 2002), tendencia confirmada en algunos estudios con universitarios (Amézquita et al., 2000; Cova et al., 2007; Camacho et al., 2005; Riveros et al., 2007; Sánchez et al., 2002), pero en otros no (Al Nakeeb et al., 2004; Benítez et al., 2001; Czernik et al., 2006).

La conducta suicida se encuentra dentro de las 5 primeras causas de muertes entre 15 y 19 años (MINSAL, 2007) , estimándose que del total, un 30% ocurre en estudiantes universitarios (Arias, 2004, citado en Czernik et al., 2006) . El suicidio constituye un importante problema de salud individual y pública. Se calcula en Chile una tasa de 10.8 por 100 mil habitantes, con un importante aumento en adultos jóvenes de ambos sexos (MINSAL, 2007). La tasa en hombres dobla 3 a 10 veces la tasa en mujeres. Hoy en día la conducta suicida es definida dentro de un espectro de ideas, afectos y conductas que van desde las ideas de muerte hasta la consumación del acto suicida, siendo los límites y riesgos difíciles de precisar. Los hallazgos sobre conducta suicida en jóvenes universitarios resultan preocupantes, con tasas anuales que se ubican entre un 18% y 41% (Amézquita et al., 2000; Calvo, Sánchez & Tejada, 2003; Czernik, 2006; Sánchez et al., 2003). Dado que es una de las principales causas de muerte prematura prevenible (MINSAL, 2007), los esfuerzos destinados a explorar su diagnosis oportuna resultan muy relevantes. Se estima que por cada suicidio consumado, hubo entre 10 y 20 intentos previos (Rojas, 2008) . Un estudio en universitarios chilenos (Cova et al., 2007) arrojó elevadas tasas en mujeres para ideación (14.9%), planificación (10.1%) e intentos (3.5%). Las estadísticas indican tasas de muerte mayores en hombres, pero índices de intento suicida superiores en mujeres (Cova et al., 2007; MINSAL, 2007). No obstante, otros estudios no las confirman (Amézquita et al., 2000).

El consumo abusivo de alcohol y drogas constituye un importante problema de salud pública a nivel mundial. Los jóvenes universitarios chilenos aparecen como un grupo de riesgo importante al respecto, en los que se destacan las elevadas tasas de consumo para marihuana y alcohol (CONACE, 2007; Santander, 2004; Vicente et al., 2002), la intensidad de uso, baja percepción de riesgo, presencia de tráfico en los campus (CONACE, 2007) y tasas significativas para consumo de fármacos ligado a problemas de salud mental. El 6° estudio de drogas 2004 (CONACE, 2007) muestra que los jóvenes entre 19 y 25 años son el grupo etario con las mayores tasas anuales de consumo de drogas ilícitas, con una evolución histórica en alza para marihuana, siendo los universitarios quiénes registran el más alto consumo anual y más baja percepción de riesgo. Señala que en las universidades existen espacios legitimados socialmente para el consumo de drogas legales e ilegales, sin estrategias claras y continúas sobre uso de alcohol y drogas en los recintos ni programas de apoyo para consumidores problemáticos, además de microtráfico en los campus como factor de riesgo. Se han encontrado diferencias significativas por género (CONACE, 2007; Vicente et al., 2002).

Los trastornos de la alimentación son desórdenes de carácter multidimensional y su conocimiento en poblaciones universitarias es escaso (Sepúlveda, Gandarillas & Carboles, 2004), pese a que es considerado un grupo de riesgo, dado que el contexto universitario propicia condiciones de estrés y posibles cambios en los hábitos de alimentación. Si bien, la incidencia de casos completos es relativamente escasa en la población, el panorama cambia al considerar los casos incompletos o aquellos con conductas alimentarias anormales. La aparición del cuadro va desde conductas y actitudes de riesgo (preocupación excesiva por el peso, dieta restrictiva, atracón o el uso de conductas purgativas) hasta un trastorno clínico. En universidades extranjeras se han encontrado cifras elevadas para el riesgo de desarrollar un trastorno de la alimentación: 14,9% en hombres y un 20,8% en mujeres (Sepúlveda et al., 2004). Se destacan las conductas propias del trastorno: vómitos (entre 9.6% y 16%) y uso de laxantes (entre 10.6% y 14.5%), siendo superiores en mujeres (Cova et al., 2007; Sepúlveda et al., 2004). Si bien pocos son los estudios realizados en población universitaria y sólo se registra uno en universitarios chilenos.

En relación a los trastornos de la personalidad, se puede señalar que son frecuentes y parecen aumentar. Se estima que entre el 10 y 13% de la población nacional presenta algún desorden de la personalidad, llegando a un rango entre 30-50% en consulta psiquiátrica (Jerez, Alvarado & Paredes, 2001). Para universitarios encontramos tasas cercanas al 18-21% en incluso superiores a la población joven y adulta (Chabrol, Rousseau, Callahan & Hyler, 2007), lo que resulta sugerente dado que a nivel nacional se estima una tasa entre 10-13% (Jerez et al., 2001). Dada las exigencias que la etapa juvenil supone en la consolidación de la identidad, la emergencia de trastorno de la personalidad en este periodo del ciclo vital podría no ser infrecuente. También serían esperables tasas más altas que las de población general, dado el carácter clínico de la población que consulta (Bagladi & Opazo, 2006; Jerez et al., 2001).

Como marco general es importante señalar que los hallazgos sobre salud mental en nuestro país, sugieren una alta incidencia de trastornos mentales en población chilena. El estudio chileno de incidencia psiquiátrica, ECPP (Vicente et al., 2002), señala que sobre un tercio de los chilenos han presentado un desorden mental a lo largo de la vida (36% incidencia-vida para trastornos psiquiátricos), encontrándose mayores incidencias-vida para los trastornos ansiosos (16,2%), trastornos afectivos (15%) y el grupo de uso de sustancias (14,4%). Se identificó a la población entre 15 y 24 años con tasas cercanas a la población total para trastornos afectivos (13,86%), ansiosos (11,3%) y esquizofrénicos (2,18%); pero tasas más altas para el consumo de alcohol-drogas (15,31%) y trastornos antisociales (1,45%). El estudio identifica a los grupos de jóvenes con mayor riesgo de presentar un desorden psiquiátrico, hallazgo coherente con otros estudios (Vicente et al., 2002).

Estos antecedentes sugieren una diagnosis más preocupante para los universitarios chilenos. Como señala Florenzano (2006), la salud mental adquiere mayor relevancia en un sistema educativo masificado que incorpora a una gran diversidad de estudiantes, fenómeno ya observado en el mundo anglosajón y que generó estudios en profundidad y la creación de sistemas de salud universitarios. Sin embargo, se requiere avanzar en el estudio de poblaciones universitarias a nivel nacional, destacando el autor la falta de investigación sistemática que existe respecto de las dificultades que enfrentan estos jóvenes ante un sistema masificado y que requiere adecuaciones. Según las proyecciones del 2004, se habrían estimado unos 270.915 universitarios con trastornos psicopatológicos, constituyendo esto un importante problema de salud pública a nivel nacional (Florenzano, 2006). Numerosos estudios sugieren tasas altas y no distintas de las encontradas en universitarios extranjeros o de las reportadas en población nacional para el grupo etario equivalente, además de divergencias en torno a género. Dado este marco, el objetivo general del estudio fue caracterizar la incidencia de psicopatología y antecedentes de conducta suicida en estudiantes universitarios que consultan a un servicio de salud estudiantil y determinar si existían diferencias y/o asociaciones en relación a género, para la población consultante.

Método

Se utilizó un diseño no experimental, de carácter exploratorio y cuantitativo. Se deseaba cuantificar estadísticamente las incidencias de psicopatología y antecedentes de conducta suicida en universitarios que consultan a un servicio de salud estudiantil. Su carácter exploratorio buscaba un primer acercamiento diagnóstico al tema. Fue no experimental, ya que no se realizó manipulación de variables ni se aplicó tratamiento. El estudio fue de tipo descriptivo y relacional.

Participantes:

La población correspondió a estudiantes que recibieron atención psicológica y/o psiquiátrica en el Servicio de Salud Estudiantil de una universidad de la R.M. Los criterios de inclusión del marco muestral fueron: casos atendidos entre 01/01/2006 y 31/07/2008, cuyo terapeuta aún se mantenía en el servicio y con dos o más atenciones. Para la muestra se seleccionaron aleatoriamente 460 universitarios de un total poblacional de 1.552 alumnos y 12.500 consultas, correspondiendo al 30% del total de la población consultante en dicho periodo. El muestreo fue aleatorio estratificado con afijación no proporcional o "muestreo por error".

Variables en estudio:

a) Diagnósticos de psicopatología: El diagnóstico refleja la hipótesis clínica respecto al funcionamiento psicológico del paciente (Bagladi, 2003). Para el diagnóstico de trastornos psicopatológicos, se consideraron los ejes I y II del sistema multi-axial DSM-IV y la nomenclatura CIE-9 dada su amplia utilización en investigaciones (APA, 1995). Este ha sido universalmente utilizado y posibilita el diagnostico, reconocimiento y predicción de resultados clínicos. Los ejes I y II corresponden a trastornos mentales o psicopatología (APA, 1995). La "sintomatología clínica" corresponde teóricamente al eje I, que incluye el diagnóstico de los trastornos clínicos agrupados en 13 familias. El eje II corresponde a los 12 trastornos de la personalidad. Se creó el código "en estudio" para todas las categorías clínicas del eje I y II. Las incidencias de psicopatología se estimaron en base a las frecuencias de los trastornos para la población universitaria consultante al servicio. La incidencia se refiere al número de casos ocurridos respecto de una determinada condición de salud.

b) Antecedentes sobre conducta suicida: Se consideraron dada la relevancia que adquieren en población universitaria y el riesgo y gravedad asociado. En protocolo se consignó para "conducta suicida actual o reciente" (últimos 6 meses) y "no reciente" (antes de 6 meses), los siguientes antecedentes: presencia de ideas de muerte, ideación suicida con y sin plan, intentos suicidas, intentos o suicidios en familiares o conocidos. Estos datos los recogió cada terapeuta desde la historia clínica de su paciente registrada en fichas clínicas. Cabe destacar que en la primera entrevista, siempre se exploran estos antecedentes y registran en la ficha de recepción al servicio.

c) Variable demográfica: Género (hombre-mujer).

Procedimiento:

Se recogieron datos de las bases estadísticas usadas en la gestión del servicio, que registran volúmenes de atención y diagnósticos por cada consulta psicológica y/o psiquiátrica realizada. Los diagnósticos se contrastaron con los antecedentes de las fichas de atención clínica, que consignan motivos de consulta, información demográfica, diagnóstica y del proceso terapéutico del alumno. La normativa interna exige que toda atención realizada, así como las decisiones derivadas de reuniones clínicas, deban ser consignadas en las fichas. Los datos relevantes fueron traspasados a un "Protocolo de diagnóstico clínico" diseñado para dar mayor fiabilidad al proceso de recolección y traspaso de diagnósticos desde las fuentes. La confiabilidad de los diagnósticos recogidos en esta área se basa en la experiencia clínica y psico diagnóstica de profesionales expertos (APA, 1995; Vicente et al., 2002) y el uso de procedimientos estándar dentro de la unidad, ya que todos los terapeutas usan el sistema diagnóstico multi-axial DSM-IV, se aúnan criterios diagnósticos y de intervención en reuniones clínicas del área y reciben capacitación técnica. De ser necesario, se complementan los diagnósticos con psicometría adicional. Se asignaron los casos de la muestra a cada terapeuta tratante y el investigador sostuvo reuniones individuales con cada uno para revisión y análisis detallado del diagnóstico y antecedentes clínicos. Cada terapeuta debía completar y/o cotejar el traspaso de datos desde las fichas al "Protocolo de diagnóstico clínico" de cada alumno. El levantamiento de datos abarcó 3 meses, con 110 hrs. de reuniones. El proceso de revisar, clarificar y consensuar los diagnósticos e información que requería el Protocolo entre terapeutas tratantes, psiquiatras e investigador, tuvo como objetivo incrementar la validez del proceso de recogida de datos. Para este estudio, se consideraron todos los aspectos éticos pertinentes al manejo confidencial de la información, recogida y análisis de datos y el alcance de los resultados de la investigación (APA, 1995).

Análisis de datos:

Los datos obtenidos fueron procesados en el programa SPSS versión 11.5 en español y analizados según: 1) Estadística Descriptiva: en base a tablas de frecuencias y porcentajes, 2) Estadística Inferencial: prueba no para-métrica Chi cuadrado (Chi-Square Test), para determinar asociación o dependencia significativa entre variables; y 3) Estadística Relacional: prueba Medida de Riesgo (ODDS ratio), que entrega la razón de desventaja o riesgo que tiene el sujeto de caer en una determinada condición, si presenta ciertas características.

Resultados

Caracterización de la muestra: La distribución por género es semejante, con un 42% de hombres y levemente superior para mujeres (58%). El NSE del colegio de procedencia indica un 76,5% de concentración en niveles sociales superiores (38,7% alto y 37,8%, medio alto). Un alto porcentaje de los alumnos proviene de Santiago (73%). El 52% había consultado en otro servicio de salud mental antes del momento del diagnóstico. La cantidad de consultas para el periodo ascendió a 10.5 atenciones promedio. El 44,6% fue atendido de 6 a 20 veces en el servicio.

Resultados obtenidos, según objetivos específicos planteados:

1. El primer objetivo fue caracterizar la población de estudiantes que consulta al servicio de salud universitario en relación a incidencia de sintomatología clínica y evaluar si existían diferencias significativas en género.

Según la distribución de Trastornos del eje I observada en tabla 1, encontramos que para la población consultante, el 92% de cuadros se concentra en trastornos adaptativos, trastornos del estado de ánimo y trastornos de ansiedad. De estos cuadros, el 48,3% de los alumnos atendidos presenta trastornos adaptativos, siendo ésta la más alta incidencia encontrada. Este hallazgo indica que aquí habría una mayor incidencia de trastornos adaptativos que de otros trastornos clínicos, correspondiendo esta cifra a la mitad de la población que consulta y a más del doble de las tasas que se encuentran para otros cuadros.

Los trastornos del ánimo corresponden a la segunda mayor incidencia encontrada (22,8%), seguidos de los trastornos de ansiedad específicos (20,9%). Los trastornos del ánimo en su mayoría corresponden a diagnósticos de depresión mayor episodio único (7,0%), trastornos del ánimo en estudio (5,2%) y distimia (4,8%). De las incidencias encontradas para trastornos de ansiedad (ver tabla 2), un 6,1% corresponden a trastornos de ansiedad en estudio, el 3,3% a trastorno de angustia sin agorafobia y el 3,0% a fobia social.

Como se aprecia en tabla 1, en 4° lugar a los trastornos del sueño con un 13,3%. No obstante, de esta cifra el 12,6% corresponde a trastornos del sueño secundarios o asociados a trastornos del eje I ó II, generalmente trastornos de ansiedad o del ánimo. Es decir, sólo el 0,7% de los alumnos presentaría trastornos del sueño primarios o alteraciones endógenas en el ciclo sueño-vigilia, tales como narcolepsia, sonambulismo, etc.; lo que es congruente con la alta incidencia de trastornos adaptativos encontrados en la población estudiada. Luego, en 5° lugar aparecen los trastornos relacionados con sustancias con una incidencia del 6,7%, de la cual el 3,0% corresponde a trastornos relacionados con alcohol y el 2,4% a marihuana. Por último, destaca la incidencia de trastornos de la conducta alimentaria con un 6,5%, compuesta por un 3,0% de trastornos alimentarios en estudio, un 2,2% de bulimia nerviosa y 1,1% de anorexia.

Se aprecian diferencias significativas en género para algunos trastornos clínicos. Los hombres presentan más trastornos psicóticos [χ2(1) = 7,353, p < 0,01], trastornos de ansiedad [χ2(1) = 4,112, p < 0,05] y trastornos relacionados con sustancias [χ2(1) = 6,947, p < 0,01] que las mujeres. Las mujeres son las únicas que presentan trastornos somatomorfos [χ2(1) = 5,885, p < 0,05]; y más trastornos alimentarios que los hombres [χ2(1) = 10,797, p < 0,001].

En tabla 2, observamos que para los trastornos de ansiedad desagregados existen diferencias significativas en género para el trastorno obsesivo compulsivo; es decir, hay proporcionalmente más hombres que mujeres que presentan este trastorno [χ2(1) = 6,934, p < 0,01]. Estas diferencias significativas se invierten para para el trastorno adaptativo mixto, en que hay proporcionalmente más mujeres que hombres que presentan este trastorno [χ2(1) = 4,957, p < 0,01]. Para los trastornos relacionados con sustancias desagregados, se encontró diferencias significativas a favor de los hombres para los trastornos relacionados con marihuana χ2(1) = 4,382, p < 0,05]. No se encontraron diferencias significativas de género para ninguno de los trastornos del estado de ánimo desagregados.

Si adicionamos la presencia de ansiedad que contienen tanto los trastornos adaptativos mixtos (26,1%) y adaptativos ansiosos (12,6%), como los trastornos de ansiedad específicos (20,9%), encontramos que un altísimo porcentaje (59,6%) de la población consultante refiere alteraciones clínicas ligadas a ansiedad. De igual modo, un alto porcentaje de los alumnos que consultan por salud mental presentan alteraciones clínicas asociadas a depresión (58%).

2. El segundo objetivo fue caracterizar la población de estudiantes que consulta al servicio de salud universitario en relación a incidencia de trastornos de la personalidad y evaluar si existían diferencias significativas en género.

Según tabla 3, tenemos que un 21,5% de los estudiantes presentó un trastorno de la personalidad. Si sumamos los casos registrados como trastornos de la personalidad aplazados (APA, 1995) o categorizados aquí como trastornos de la personalidad en estudio (25,7%), llegaríamos a una cifra superior al 40%. Destacan los diagnósticos de trastorno histriónico (7%), trastorno límite (4,8%) y trastornos narcisista y esquizoide de la personalidad (2,2% c/u). Se encontró diferencias significativas para género en la incidencia de algunos trastornos de la personalidad. Así, hay proporcionalmente más hombres que mujeres que presentan trastorno esquizoide[χ2(1) = 6,075, p < 0,05], trastorno narcisista Lχ2(1) = 9,689, p < 0,01], y trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad [χ2(1) = 4,837, p < 0,05]. Por su parte, hay proporcionalmente más mujeres que hombres que presentan trastorno límite [χ2(1) = 5,363, p < 0,05] y trastorno histriónico de la personalidad [χ2(1) = 5,695, p < 0,05]. Además, al analizar los trastornos de personalidad en estudio se observa que hay proporcionalmente más hombres que mujeres en esta situación (30,6% y 22,1%, respectivamente) [χ2(1) = 4,216, p < 0,05]. Asimismo, al analizar las diferencias entre los que presentan algún trastorno de personalidad (sin importar cual) se observa que hay proporcionalmente más hombres que mujeres (23,8% y 19,8%, respectivamente [χ2(1) = 7,252, p < 0,05].

Se indagó la relación existente entre trastornos del eje I y trastornos de la personalidad (eje II). Para ello se creó una variable que indicaba la presencia o ausencia de trastorno en el eje I. En tabla 4, se aprecia que de los jóvenes que si presentan algún trastorno en el eje I, el 21.5 % tiene un trastorno de personalidad ya diagnosticado y el 26.3% está en estudio. De manera análoga, de los jóvenes que presentan un trastorno de la personalidad ya diagnosticado, el 90,9% posee un trastorno a nivel de eje I.

3. El tercer objetivo fue caracterizar la población de estudiantes que consulta al servicio de salud universitario en relación a antecedentes de conducta suicida y evaluar si existían diferencias significativas en género.

La tabla 5 muestra que un alto porcentaje de alumnos no ha presentado ideación o conducta suicida en los últimos 6 meses ni tampoco antes de ese período (84,8% y 82,8% respectivamente). Cuando se explora Ideación suicida con o sin plan, encontramos que en un periodo no reciente esta cifra alcanza al 5,9% de los casos y al 6,1% para los últimos 6 meses. La cifra más preocupante observada es intentos suicidas en alumnos consultantes. Tenemos que en un periodo anterior a los 6 meses de la consulta, el 6,3% de los estudiantes había realizado algún intento suicida. Cabe destacar que la presencia de intentos suicidas en familiares o personas cercanas, estaba presente para el 7,2% de los alumnos. El 21,1% de los alumnos que presentan ideas de muerte o ideación suicida sin plan, tienen como antecedente previo intentos suicidas en familiares o cercanos. Además, según se aprecia en tabla 6, el 75% de los jóvenes que en los últimos 6 meses ha presentado ideación suicida con plan, realizó algún intento suicida en un periodo no reciente. De los alumnos que actualmente presentan ideación suicida sin plan, el 16,7% presentó algún intento suicida en el pasado no reciente. No se encontraron diferencias significativas por género para antecedentes de conducta suicida.

4. El último objetivo fue evaluar si la variable demográfica género se relacionaba con la presencia de sintomatología clínica. Para ello, se utilizó estadística relaciona!, estimando la razón de riesgo ó desventaja de presentar determinados cuadros clínicos ante la variable género. Se encontró relación para 5 categorías del eje I:

La variable "esquizofrenia y otros trastornospsicóticos" se asocia con la variable "género", de manera que la proporción de jóvenes con algún trastorno psicótico es mayor entre los hombres que entre las mujeres, con un Chi-cuadrado de 7,353 (p < 0,01). La fuerza de esta asociación es de 6,481, que representa el riesgo que tienen los hombres frente a las mujeres de presentar algún trastorno psicótico. Es decir, los hombres tienen un riesgo 6 veces mayor que las mujeres de presentar un trastorno psicótico.

La variable "trastornos somatomorfos" se asocia con la variable "género", con un Chi-cuadrado de 5,885 (p < 0,05). Más específicamente, los trastornos somatomorfos sólo son presentados por mujeres.

La variable "trastornos de la conducta alimentaria" se asocia con la variable "género", de manera que la proporción de jóvenes con algún trastorno alimenticio es mayor entre las mujeres que entre los hombres, con un Chi-cuadrado de 10,797 (p = 0,001). La fuerza de esta asociación es de 0,196, que representa el riesgo que tienen los hombres frente a las mujeres de presentar algún trastorno en la conducta alimentaria. Es decir, los hombres tienen un riesgo 5 veces menor que las mujeres de presentar este tipo de trastorno.

La variable "trastornos de ansiedad" se asocia con la variable "género", de manera que la proporción de jóvenes con algún trastorno ansioso es mayor entre los hombres que entre las mujeres, con un Chi-cuadrado de 4,112 (p < 0,05). La fuerza de asociación es de 1,593, que representa el riesgo que tienen los hombres (1,6 veces mayor) frente a las mujeres de presentar algún trastorno de ansiedad.

La variable "trastornos relacionados con sustancias" se asocia con la variable "género", de manera que la proporción de jóvenes con algún trastorno por consumo de sustancia es mayor entre los hombres que entre las mujeres, con un Chi-cuadrado de 6,947 (p < 0,01). La fuerza de esta asociación es de 2,690, que representa el riesgo que tienen los hombres (casi 3 veces mayor) frente a las mujeres de presentar trastorno por consumo de sustancia.

Discusión

El presente estudio indica altas incidencias de psicopa-tología en esta población universitaria específica, resultados que son congruentes con los estudios reportados para este segmento y que avalarían la visión de que los problemas de salud mental en universitarios, a nivel nacional y mundial, constituyen una problemática de relevancia actual. De los hallazgos más significativos de esta investigación, es posible relevar:

1. Los trastornos adaptativos corresponden a la prevalencia más alta encontrada en este grupo de sujetos, cifra que considera a la mitad de la población estudiada. Las investigaciones a nivel mundial señalan que los cuadros depresivos y ansiosos reactivos en universitarios superan las tasas de la población general y su grupo etario correspondiente, lo que se confirma en este estudio. Estas incidencias también superan las encontradas en universidades chilenas. Se encontraron diferencias por género para el trastorno adaptativo mixto, en favor de las mujeres.

2. Los trastornos específicos de ansiedad y depresión si bien comparten la presencia de sintomatología ansiosa y/o depresiva con los trastornos adaptativos, constituyen categorías diagnosticas diferenciables (APA, 1995). Los alumnos consultantes presentan trastornos del estado del ánimo en cifras que superan las prevalencias encontradas en universidades chilenas. Los datos recogidos se podrían comparar fiablemente con el estudio ECPP nacional que utilizó entrevista clínica estructurada, siendo la tasa superior a la encontrada para el grupo etario equivalente y a la población general. También se confirma la evidencia de que los trastornos depresivos en universitarios consultantes presentan tasas superiores a la población nacional y que los tipos de cuadros más incidentes corresponden a depresión mayor episodio único, trastornos del ánimo en estudio y distimia. Esto es congruente con las cifras a nivel nacional, en que depresión mayor y distimia son (después de la agorafobia) los más prevalentes, siendo el grupo juvenil semejante a la población general. No se encontraron diferencias significativas por género para trastornos del ánimo, pese a referencias superiores en mujeres.

3. Por su parte, los trastornos específicos de ansiedad también presentaron tasas altas en la población estudiada, siendo superiores a las encontradas para el grupo etario equivalente, la población general nacional y para otros estudios en universitarios, en quiénes se reportaba mayor frecuencia en mujeres (excepto el trastorno obsesivo compulsivo y la fobia social, cuyas tasas son semejantes). No obstante, aquí se registraron diferencias significativas en género a favor de los hombres para trastornos de ansiedad y el trastorno obsesivo-compulsivo. El Estudio Chileno de Prevalencia Psiquiátrica, EEPP, identificó a la población chilena entre 15 y 24 años con tasas cercanas a la población total para trastornos afectivos y ansiosos, con mayor prevalencia de los trastornos de ansiedad a nivel nacional general y de trastornos del ánimo, en población juvenil. Esto es congruente con los hallazgos de este estudio, apareciendo una mayor incidencia de ambos trastornos en esta población universitaria.

4. Respecto al consumo problemático de alcohol y drogas los hallazgos en jóvenes universitarios a nivel nacional sitúan a este segmento como un grupo de riesgo importante, reportándose elevadas tasas de consumo para marihuana y alcohol, alta intensidad de uso, baja percepción de riesgo, presencia de tráfico en los campus y diferencias significativas por género. No obstante, los hallazgos en la población estudiada no confirman estas altas incidencias, indicando tasas bajas e inferiores a las referidas. Esto podría indicar que la población consultante no consigna incidencias significativas para estos trastornos o que la población estudiantil con consumo abusivo no consulta en este servicio médico. Los resultados del presente estudio sólo confirmaron las diferencias de género para el consumo de marihuana, con un riesgo en hombres casi tres veces mayor, no así para alcohol como se esperaba.

5. Se destaca la incidencia de trastornos de la conducta alimentaria en los estudiantes, particularmente para trastornos alimentarios en estudio, bulimia y anorexia nerviosa. Dado que el contexto universitario puede propiciar estrés y posibles cambios en los hábitos alimentarios de jóvenes, este segmento aparece como grupo de riesgo. Si bien, la prevalencia observada es relativamente baja y son escasos los estudios en universitarios chilenos, las tasas que se han registrado para el riesgo de generar un trastorno alimentario y de conductas propias del trastorno (vómitos y uso de laxantes o diuréticos) son altas (9-14%), con diferencias en favor del género femenino. En este sentido, la incidencia encontrada (6,5%) resulta considerable y cercana a las tasas de otras universidades, considerando además que el cuadro evoluciona desde conductas y actitudes de riesgo hasta un trastorno clínico propiamente tal. Congruente con otras investigaciones, encontramos una mayor incidencia en mujeres.

6. Un hallazgo interesante correspondió a la alta incidencia de trastornos de la personalidad con casi un tercio de los jóvenes consultantes. Esta cifra es congruente con estudios de universitarios que indican tasas superiores a las de jóvenes y adultos en población general, superando incluso a la estimada para la población chilena. Si adicionamos los casos registrados "en estudio" llegaríamos a una preocupante incidencia que supera el 40%, dato que sería congruente con rango estimable del 30-50% en consulta psiquiátrica y psicológica; y cuya tasa mayor sería esperable dado el carácter clínico de la población que consulta. Si bien la emergencia de desordenes de la personalidad en la etapa juvenil podría no ser infrecuente, esta alta incidencia debe ser mirada con cautela, dada la complejidad de precisar un diagnóstico de este tipo y sobre todo porque esta etapa del ciclo de vida supone la compleja tarea de consolidar la identidad. Destaca en particular el trastorno histriónico, límite, narcisistas y esquizoide de la personalidad. La incidencia de trastornos límite también sería congruente con lo reportado por otros estudios en universitarios.

Se encontraron diferencias significativas por género para los trastornos esquizoide, narcisista y obsesivo-compulsivo de la personalidad en favor de los hombres y de los trastornos limites e histriónico, para las mujeres. Es interesante destacar que de los portadores de un trastorno de personalidad, casi la totalidad presenta además un trastorno a nivel del eje I, lo que posiblemente motiva su consulta al servicio. De forma análoga, tenemos que quiénes presentan algún trastorno en el eje I, cerca del tercio poseen además un trastorno de personalidad.

7. Como se señaló, el suicidio constituye un importante problema de salud individual y pública. Las tasas Chilenas registran un importante aumento en adultos jóvenes de ambos sexos, sumado a que los límites y riesgos son difíciles de precisar dada la alta relación entre suicidio consumado e intentos previos. Los resultados observados en la población estudiada son superiores a los reportados para ideación suicida en universitarios extranjeros, pero inferiores a las tasas encontradas en universitarios chilenos. A diferencia de otros estudios que indicaban mayores tasas de muerte en hombres e índices de intento suicida superiores en mujeres, en esta población específica no se encontró diferencias significativas por género. El hallazgo que resulta más preocupante son los intentos suicidas en alumnos consultantes, ya que la cifra obtenida para un periodo no reciente dobla a las encontradas en otros estudios en universitarios. Esta cifra se potencia, si adicionamos como variable de riesgo la presencia de intentos suicidas en familiares o personas cercanas, la que aparece en casi un tercio de los que refieren "ideas de muerte" o "ideación suicida sin plan". Además al indagar condición de riesgo a través del cruce de variables, encontramos que 3/4 de los jóvenes que han presentado ideación suicida con plan recientemente, también realizaron algún intento suicida en un periodo no reciente.

En síntesis, los resultados obtenidos para la población consultante al servicio de salud universitario indican incidencias consistentemente altas con hallazgos en poblaciones universitarias extranjeras y nacionales. Se encontraron tasas significativas para trastornos adaptativos, del ánimo, de ansiedad, desordenes de la personalidad, trastornos alimentarios y antecedentes de conducta suicida. Cabe resaltar que un alto porcentaje de la población consulta presenta alteraciones clínicas ligadas a ansiedad y depresión. Se encontraron diferencias significativas según género, en favor de los hombres para trastornos psicóticos, trastornos de ansiedad, trastorno obsesivo-compulsivo, trastornos relacionados con sustancias en general y con cannabis; y para los desordenes de personalidad esquizoide, narcisista y obsesivo-compulsivo. Se encontró mayor incidencia en mujeres para trastornos adaptativos mixtos, somatomorfos, trastornos alimentarios y desordenes de la personalidad límite e histriónico. Finalmente, se encontraron asociaciones significativas entre la presencia de sintomatología clínica y género.

Un hallazgo importante del presente estudio, es que la mayor incidencia de cuadros clínicos corresponde a trastornos adaptativos. La evidencia teórica y empírica sugiere que tanto las características propias del ciclo vital como las demandas de la vida universitaria, hacen esperable la emergencia de cuadros adaptativos como señal sintomática de transito a la vida adulta. Los trastornos adaptativos se caracterizan por el desarrollo de síntomas emocionales o conductuales clínicamente significativos en respuesta a un estresor psicosocial identificable, tales como conflictos familiares o de pareja, cambios de ciudad, conflictos interpersonales, etc. Muchos de estos factores de estrés se asocian a tareas de la adolescencia, pero también el ingreso a la educación universitaria aporta exigencias y desafíos particulares. El tránsito por la universidad representa para muchos jóvenes una experiencia compleja, donde se ponen en juego diversas competencias y habilidades para alcanzar los objetivos de carrera. Los alumnos se enfrentan a estre-sores diversos como el responder a mayores exigencias académicas, cambios en la red de apoyo social, demandas de mayor autonomía y protagonismo, fracaso vocacional o académico, desarraigo y vivir solos si provienen de provincia, etc., todos factores que podrían aumentar el riesgo de generar sintomatología clínica.

Sabemos que las características particulares de un determinado contexto se combinan con las características individuales de un joven, para predisponer o facilitar conductas de riesgo o cuadros de salud mental. Por ello, resulta fundamental atender a la calidad de los contextos sociales y el rol que ellos juegan en modular, prevenir o reducir las conductas de riesgo, así como en facilitar la emergencia de salud o enfermedad. El hecho de que la mitad de la población consultante presentara algún trastorno adapta-tivo, sugiere que los síntomas clínicos aparecieron como reacción a estresores identificables del medio ambiente. En este sentido, este contexto universitario podría estar desempeñando un rol en la generación de sintomatología de sus estudiantes, así como también ofrecer posibilidades de intervención preventiva.

Los resultados obtenidos, sin duda constituyen una oportunidad para diseñar un contexto social universitario que permita prevenir o reducir las conductas de riesgo, facilitando la emergencia de mayor salud en estos jóvenes. En este marco, los programas destinados a la prevención de la salud mental cobran relevancia, así como la incorporación de terapias destinadas a trastornos de carácter más adaptativo para este grupo etario (terapias focales, breves e intervenciones en crisis), y el foco en psicoterapias específicas para trastornos depresivos, ansiosos, y de la personalidad. Este estudio espera contribuir a un mayor conocimiento sobre problemáticas de salud mental en poblaciones universitarias chilenas y sistematiza la gran cantidad de información disponible en el servicio estudiantil. Permite además establecer un diagnostico basal para la población que consulta, a fin de estudiar su evolución en el tiempo e ir ajustando las estrategias de prevención e intervención que se diseñan.

Una limitación es que estos hallazgos sólo son genera-lizables a la población que consulta, la cual tiene un claro sesgo clínico, y por tanto, no representan a la población general estudiantil de la universidad. Se sugiere incrementar los estudios sobre salud mental en población estudiantil general, que permitan comparar los resultados que se han obtenido.

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