Significado De La Muerte Para La Tradición Judeocristiana.
rossrodriguez13 de Abril de 2014
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Antes de Cristo Medioevo Modernidad Posmodernidad
Los cristianos aseguran que la muerte es el estipendio y la paga del pecado. Así consta en el libro del Génesis y San Pablo lo confirma y recuerda en casi todas sus epístolas, los Corintios, los Efesios, los Colosenses, Timoteo, Primera. Jesucristo destruía la muerte con la muerte: “Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mi aunque hubiere muerto vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí no morirá para siempre”.
En los tiempos heroicos del cristianismo morían los fieles gozosamente, con la alegría del viajero que sabe de antemano que le aguarda la felicidad al término de su viaje. Nada les causaba temor; ni las incomodidades del trayecto, ni el dolor físico de la jornada. Antes al contrario, eran méritos y trabajos santificantes que harían más apetecibles el placer de llegar. Los primitivos cristianos sabían por qué morían y para qué morían. Esta certidumbre infusa, proclamada por legiones de mártires, les permitió prever y disfrutar anticipadamente los goces inefables de la vida eterna. La socorrida imagen medieval representará al universo y al mundo como una inmensa liza dispuesta para el triunfo de la muerte sobre cabezas coronadas, mitras bamboleantes e infernales orgullos.
En los fastos rudos de la Edad Media la muerte parece significar término y castigo. Se muere lentamente, día a día, hora a hora, con plena consciencia de que morir es solucionar todos los conflictos humanos. Pesa la muerte más que la vida en la balanza de las apreciaciones históricas. Su presencia hace del día noche y de la canción plañido.
La fatalidad de la muerte, evidenciada por los moralistas y los teólogos, polariza todas las preocupaciones y centra el pensamiento universal en un montón de tibias cruzadas y calaveras. La técnica de morir se eleva entonces al rango de arte. De la Edad Media puede decirse, no que muere viviendo, sino que vive muriendo. Hombres y mujeres visten mortajas. La muerte armada y ensabanada, con una clepsidra en la mano, se enseñorea de las ciudades y cantan las horas, castañeteo de sus desiertas mandíbulas, en un terrible y constante ¡ recuérdenme ¡ . Desde la modernidad, tradicionalmente el momento de la muerte era considerado cuando ya no se registraban en el organismo funciones respiratorias y cardíacas. La certeza de la muerte siempre ha preocupado al hombre, ya que sería espantoso resucitar una vez enterrado, y es por lo que se difunde, incluso por vía religiosa, la ceremonia de velar al muerto.
Liberal, el pensamiento cristiano ha hecho hincapié en el alma y el reino de Dios, más a menudo viéndolo como venida a la tierra en cada individuo (evidenciado por lo que se cree que es el progreso constante hacia arriba de la humanidad) que como un evento apocalíptico en la final de los tiempos. Pensamiento teológico del siglo XX ha tendido a repudiar lo que muchos estudiosos se han sentido como una identificación de la escatología cristiana con los valores de la civilización occidental. En la segunda mitad del siglo 20, la escatología fue equiparada por algunos teólogos a la doctrina de la esperanza cristiana, que incluye no sólo los acontecimientos del fin de los tiempos, sino también la propia esperanza y su influencia revolucionando la vida en el mundo. El cristianismo ha relatado con crudeza episodios donde el portarse mal en vida supone sufrimientos espantosos en la muerte, bien sea en el purgatorio o en el infierno, la estatua de sal o el anatema. En todos los casos, es el miedo de Dios la fuerza que conlleva el dogma eclesiástico, y es por medio de él donde el brazo secular logra imponerse.
La muerte es una condición universal del hombre y un momento imponente para el cristiano: es el momento en que se dejan a los seres amados, los méritos terminan, la gracia se convierte en justicia cuando el alma sobrevive al cuerpo. Si se ha obrado bien, la muerte
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