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Tanatologia

jb087 de Marzo de 2013

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Forma natural de preparar a los niños para la vida

Consideremos la vida que dejamos a nuestros hijos. AKWESASNE Comunidad mohawk, vía Rooseveltown, Nueva York.

Nacemos con cinco emociones naturales (descritas en la página siguiente) y tenemos la tendencia a tergiver¬sarlas hasta que se vuelven antinaturales. Nos absor¬ben la energía y nos dejan con mares de lágrimas y enfados, deseos de venganza reprimidos, envidia y ri¬validad, y sentimientos de autocompasión. Todo ello contribuye a enfermar psicológica y emocionalmen-te, y es en gran parte el origen de la violencia que vol¬camos sobre los demás y sobre nosotros mismos.

Miedos que limitan nuestras vidas

Si bien el miedo es una emoción natural, se nace sólo con dos miedos inherentes: el de caer desde lo alto y

el de oír de repente ruidos fuertes. Esos dos mie¬dos son dones, porque preservan la vida. Cabe pre¬guntarse cuántos miedos tenemos además de ésos, y cuáles transmitiremos a nuestros hijos. Mucha gente toma sus decisiones en la vida en función de miedos, como el miedo al fracaso y/o al éxito, el miedo a que lo abandonen y lo rechacen, el miedo al dolor y a la muerte, el miedo a envejecer y a las arrugas, el miedo a no ser querido, el miedo a ser demasiado gordo o demasiado delgado, el miedo al jefe y a lo que piensen los vecinos. Adquirimos un sinfín de miedos, que nos agobian y absorben la energía.

Consciente o inconscientemente, transmitimos a nuestros hijos los miedos adquiridos y no nos damos cuenta de ello hasta que es demasiado tarde, y eso pue¬de ser extremadamente perjudicial. Por ejemplo, los padres que temen que sus hijos vayan en triciclo o en bicicleta, les infundirán una parálisis psíquica y crea¬rán otra generación que regirá sus vidas por el miedo .

Emociones naturales Miedo a caer de sitios eleva¬dos. Miedo a los ruidos fuertes y repentinos. Pena: llorar y hablar pueden ayudar a soportarla.

Cólera (si dura 15 segun-dos): permite evaluar, afir¬mar y protegerse.

Emociones desfiguradasMiedo al fracaso, al rechazo, a no ser querido, al triunfo, a sufrir, a la violencia, al je-fe, al qué dirán, etc. La autocompasión, el mal-humor, la depresión, el sen¬timiento de culpabilidad, la timidez, el remordimiento. La prolongación de la cóle¬ra, la ira, el odio, el deseo de venganza, la amargura, el resentimiento.

Emociones naturales Emociones desfiguradas

Celos: pueden ser estímulo y motivación para crecer.Amor (incondicional): con-lleva cuidado, interés; capa¬cidad para decir no y esta-blecer límites; ayuda a los demás a ser independientes; autoestima, autoconfianza, fe en la propia valía.

La envidia, la competencia, el afán de posesión, la insa-tisfacción con uno mismo. «Te quiero si…» nos lleva a complacer a los demás para «comprar» su amor y/o su aprobación (a esto lo llama-mos «prostitución»).

Además, el ser humano se desenvuelve en cuatro áreas. El área física es la más importante en el primer año de vida, que es cuando se necesita el máximo de cuidados físicos.

La señora T. era una de esas señoras «perfectas» que siempre parecen recién salidas de la peluquería. Iba a trabajar, con el bolso y los zapatos haciendo juego, vestida como si tuviese que ir a la Casa Blanca; nadie habría pensado que su vida estaba llena de temores. Lo que más temía era lo que pensaran de ella los de¬más, sobre todo sus vecinos. Se había sacrificado mucho en aras de su profesión y no quería que se la conociese como «la mujer que venía de un barrio pobre». Ahorraba hasta el último céntimo para com¬prar ropa, y nadie habría pensado que tenía que con¬tar los centavos para comprar lo demás. Era viuda, y le había quedado muy poco de su marido tras pagar las facturas del hospital y el funeral.

Una hija de la señora T. estaba casada y trabajaba como vendedora de productos de belleza; la otra es¬taba prometida y vivía con su novio fuera de la ciu-dad, y ésa era otra realidad que la señora T. no quería que conocieran sus amigos y vecinos. En los últimos meses la señora T. discutía constantemente con Bob, su hijo varón.

Bob contaba dieciocho años y, en opinión de su madre, tenía «amigos que no le convenían». No es que fuesen malos; iban a clase y regresaban a casa por la noche. Muchas veces pasaban por su casa, donde charlaban y escuchaban música rock: ahorraban para formar una banda de música, y a veces iban al cine con amigas.

Pero, en los últimos meses, la señora T. lo reñía to¬das las noches, cuando al regresar a casa lo veía sentado en la cocina, encima de la nevera. Bob siempre tenía un aspecto descuidado, y lo que la enfurecía más era que siempre llevaba la misma camiseta, «esa camiseta» re-galada por una de sus amigas, de un color indefini¬do, desteñida y gastada. Cuando hablaba de él y de sus amigos, se evidenciaba su rechazo. Se refería a ellos como si la hubiesen herido o insultado, y admitía con franqueza que, cuando empezaba a chillar a su hijo, no paraba hasta que él se iba de la habitación o de la casa. Una noche, al regresar a casa tras asistir a una conferencia sobre «La vida y la muerte», la señora T. encontró a Bob en el lugar de costumbre, vestido con la camiseta de siempre, que tanta rabia le daba. Éste es su relato de lo que ocurrió esa noche:

«Llegué a casa, y allí estaba, sentado con sus amigos. Me entraron ganas de pegarle. Lo miré como si lo viese por primera vez. Sin pensarlo, le dije: “Bob, no tengo inconveniente en que lleves esa camiseta. Y, si esta noche tienes un accidente cuando lleves a tus amigos a su casa, te enterraré con ella”.»

Si una mujer ha crecido con la idea de que debe parecer bella para que la quieran, y sólo la alaban cuando tiene un aspecto cuidado y moderno, es pro¬bable que, al igual que la señora T., transmita esos juicios de valor a sus hijos y se sienta muy contrariada cuando no sigan sus indicaciones. Es interesante no¬tar que la hija de la señora T. trabaja en cosmética y, según parece, «heredó» algunos valores de su madre.

¿Por qué deben morir nuestros hijos, o por qué tenemos que imaginarlos muertos, antes de ver la be-Ueza de sus vidas? ¿Por qué el miedo al qué dirán se-Para a una madre de su hijo?

El área emocional

Los niños pequeños tienen los dos miedos innatos (miedo a los ruidos repentinos e intensos y a caer de lugares elevados), pero no temen la muerte. A medida que crecen sienten naturalmente el temor a la separa¬ción, pues para ellos es esencial que no los abandonen y que alguien los cuide con cariño. Los niños son conscientes de su dependencia, y los que han vivido situaciones traumáticas tienen miedo. Necesitarán superarlo y aprender a liberarse del pánico, el dolor, la ansiedad y la rabia del abandono.

Las emociones violentas son frecuentes, y no sólo se dan cuando muere un miembro de la familia. En nuestra sociedad se producen centenares de abando¬nos de todo tipo, y si la pérdida no ocurre por la muerte de la persona amada, pocas personas serán conscientes de ella. En general en estos casos no se brinda ayuda inmediata ni se presta un hombro ami¬go sobre el que llorar, y los vecinos no hacen visitas solidarias. El niño que se siente abandonado se vuelve vulnerable; puede volverse desconfiado, receloso de entablar relaciones; puede distanciarse de la persona a la que acusa de la separación y un sufrimiento pro¬fundo por la falta de amor.

Rene era un niño así, y necesitó treinta años para curarse. Cuando sólo tenía cinco años su padre le dijo que subiera al coche, para ir a dar una vuelta juntos. Rene estaba muy ilusionado. Hacía muchos años que su padre bebía; su madre pasaba largos períodos en hospitales para enfermos mentales, y las risas y la feli-cidad escaseaban en su vida. Y ahora su padre lo llevaba a pasear… No se atrevió a preguntarle adonde iban, quizá sería al zoo, o al parque, o a ver un partido. No entendía por qué papá había venido a casa a media se¬mana, aunque sabía que mamá volvía a estar muy en¬ferma, porque había estado durmiendo todo el día y no se había levantado ni para hacerle un bocadillo.

Llegaron a un enorme edificio y allí aparcaron. En silencio, el padre le indicó que bajara. Había esta¬do muy callado todo el viaje y no había sonreído ni una sola vez. Rene se preguntaba si estaría enfadado con él. Recordó que se había preparado solo el desa¬yuno e incluso había recogido la mesa. Cuando sus padres discutían, nunca hacía ruido y se iba a su habi¬tación para no molestar. Ese día no los había oído discutir, y por eso esperaba que sería un buen día.

Su padre lo cogió de la mano y lo llevó a una ex¬traña sala, con un olor peculiar. Entró una monja que se puso a hablar con su padre, pero a él nadie le dijo nada. Luego su padre salió de la sala y al poco rato también salió la hermana. Rene se sentó a esperar, pero nadie acudía. Quizá su padre había ido al baño. Finalmente se levantó y miró por la ventana. Vio a su padre que se iba hacia el coche. Corrió hacia allá gri¬tando: «¡Papá, papá, espérame!», pero la puerta del coche se cerró y el coche dobló la esquina y se perdió de vista.

Rene nunca volvió a ver a su madre, que regresó al hospital mental, donde dos años más tarde se suici¬dó. A su padre tardó muchos años en verlo. Un día una extraña mujer fue a visitarlo, le dijo que se había casado con su padre y que pensaban sacarlo de allí para probar…

René trató entonces de agradar a su padre de to¬das las maneras posibles. Pintó la nueva casa y traba¬jaba febrilmente para que él le diera su aprobación. Pero su padre seguía tan callado

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