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Tema: Educacion sexual

Andrea Millapán BarríaTrabajo10 de Mayo de 2016

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“La Educación Sexual, se muestra como uno de los aspectos imprescindibles para el desarrollo y la formación integral de chicos y chicas ya que, además del ámbito biológico, la educación afectiva y sexual trata aspectos de construcción de la personalidad como la identidad...” (Lydia Sag Legrán, 2010)

La importancia de la educación en sexualidad en la vida del ser humano es vital, si se considera que de ella depende la construcción de la identidad, la elección de pareja y la organización de una familia, la educación y el cuidado de los hijos, de las relaciones sociales, el cuidado propio y de los demás y las elección vitales que nos marcan como hombres; representa además un aspecto de gran importancia en la formación integral de los/as adolescentes porque, más allá del conocimiento puramente biológico, explica procesos como la construcción de la identidad o las relaciones afectivas en el ámbito cultural. (Educación Sexual en la Escuela, 2007)

Educar es un proceso lento y gradual, educar es enseñar a actuar, a decidir y a elegir, informar y formar, siendo este el cultivo de la persona como tal. Según la Psicología Social “la Educación es la acción y el efecto de educar que realiza la sociedad dirigidos a encaminar, desarrollar y perfeccionar las facultades morales e intelectuales de las jóvenes generaciones por medio de preceptos doctrinarios”.  “Educar la sexualidad es contribuir de cualquier modo a que ésta sea llevada a cabo, a una valoración del ser humano como organismo basal de ternura”; es un proceso lento y gradual que posibilita que cada persona viva su sexualidad de forma positiva, de forma sana, feliz y responsable.

La educación sexual como un aspecto más de la Educación en general, debe promocionar los valores implícitos en la Sexualidad, que son aquellos que hacen referencia al placer, al respeto, a la confianza, al conocimiento, a la comunicación, a la igualdad y a la diversidad; y su objetivo es el que cada cual aprenda a conocerse, aceptarse y a vivir y expresar su sexualidad de modo que se sienta a gusto.

La sexualidad tiene mucho que ver con la “madurez psicológica” entendiéndose esta como la capacidad para someter todos nuestros impulsos, deseos y emociones a la ordenación de la razón o, si se prefiere, a la luz de nuestro entendimiento y a la decisión de nuestra voluntad. Es psicológicamente maduro, en lo que respecta a la conducta sexual quien es capaz de comprometerse, de forma estable y continuada, en una unión con la otra persona (unidad), solo con ella (exclusividad) y para siempre (fidelidad).

Esta maduración está dada además, en medida que el desarrollo sexual y evolutivo nos permiten tener la concepción suficiente para comprenderlo y asimilarlo como tal.

En el desarrollo sexual hay cambios en cada sexo vinculados a la edad que son universales, pero la respuesta individual a dichos cambios, puede variar mucho. La edad y el momento de maduración de la sexualidad van a depender de factores, que influyen a su vez en la historia personal, familiar, la cultura, los valores que guíen y orienten la personalidad. (Kaplan, H;1986)

Entre los sexos las distinciones van a estar determinadas biológica, sexual, social y espiritualmente.

En el desarrollo psicosexual se pueden distinguir varias etapas; desde el punto de vista psicosocial se puede describir una sexualidad durante el periodo de: la lactancia, infantil, prepuberal, adolescencia, adulto y ancianidad. Es necesario destacar en esos periodos biofisiológicos y psicosociales no son independientes entre sí, sino que se van relacionando e influyendo mutuamente. (López, F; Fuertes, A; 1993)

El desarrollo prenatal, es la primera etapa del desarrollo humano, aquí se desarrollan los procesos biológicos y fisiológicos más importantes. La sexualidad se desarrolla a través de los genes y luego por el predominio hormonal que determinara el sexo del bebé.

Una vez producida la diferenciación genital antes aludida, comienzan a circular hormonas masculinas y femeninas, las que van a repercutir en el desarrollo cerebral del embrión. Esto lleva a que se desarrollen las características cerebrales propias de cada sexo, por lo que en esta etapa es también importante que existan los niveles adecuados de testosterona para los hombres, ya que potencialmente si no ocurre así se desarrollaran en el cerebro las características propiamente femeninas. (Reig, M.J. 1991)

El desarrollo de la gestación humana es sexuada desde el momento de la fecundación, psicológicamente referida, pero a la vez muy distinta a la de un adulto pues el deseo y las pulsiones no son especificadas y la vivencia placentera que acompaña a la motivación sexual se relaciona inicialmente con la conducta sensorial: tocas, chupar, oler y de autoexploración.

El desarrollo en la lactancia e infancia, tiene sus propias características; los órganos genitales están poco desarrollados, la cantidad de hormonas sexuales en la sangre es pequeña y no hay sensación de placer con un significado específico, por tanto los estímulos eróticos no provocan atracción sexual; en este proceso se ven entre ellos como iguales habiendo expresiones de la conducta de simpatía o antipatía natural.

La sexualidad infantil destaca por aspectos como la curiosidad del niño por explorar el mundo externo y su propio cuerpo además de la tendencia de los niños a tocarse aquellas áreas sensoriales más sensibles por la sensación de placer que les produce, estás áreas son llamadas zonas erógenas. (Reig, M.J. 1991). Estas conductas autoexploratorias aumentan durante la edad preescolar basada en el uso de la masturbación para conocer su propio cuerpo.

En menores de 2 a 3 años su afán exploratorio también está dado en conocer el mundo, representado en el cuerpo “ajeno” y a medida que aumenta su capacidad de utilizar el lenguaje preguntará el modo en que nacen los niños, el por qué de las diferencias entre los hombres y mujeres y de los genitales masculinos y femeninos. (Almonte, C. y Cádiz. V; 1994).  A través de las experiencias de interacción  el niño va adquiriendo conocimiento del propio cuerpo constituyendo la vivencia de la corporeidad, siendo este el primer referente de la existencia personal.

La valoración del propio cuerpo se inicia a partir de lo que los otros dicen durante la infancia la apariencia física de los niños está en continua evaluación por parte de los adultos, quienes los califican de diferentes maneras: “exquisito, muñequita, fortachón, entre otros calificativos que entregan un mensaje respecto a la aceptación que provoca desde su imagen corporal la valoración personal que llega a tener el infante, depende entonces, en primer lugar, de lo que otros opinan; familiares, profesores, pasando luego a un aspecto influido principalmente por los pares.

En esta misma fase el niño vive una etapa de “confianza o desconfianza” según como haya vivido este periodo; el niño debe ser capaz de generar la confianza básica producto del vínculo, que será otorgada por los cuidados maternos; la madre ayuda al niño a asimilar las nuevas experiencias para él desconocidas, lo contiene ante la sobreestimulación que va recibiendo por el entorno y mantiene al niño “satisfecho” en cuanto a sus necesidades y generaran “confianza” o un sentimiento de existir en una realidad comprensible; por otro lado, si el niño siente ausencias o carencias en el vínculo sus sentimiento serán de desconfianza, con la percepción de un mundo hostil y lleno de peligroso, donde encontrar calma será muy difícil.

Durante el desarrollo muscular, del movimiento y del lenguaje se da en el infante un periodo de autonomía que ocurre en contraposición a la vergüenza y duda; el niño es capaz de controlar sus “eliminaciones” junto con la sensación de afirmación de la propia voluntad; se percibe un yo incipiente y se afirma oponiéndose a los demás, el niño experimenta la propia voluntad, con conductas como la cooperación y terquedad.

Cuando el niño comienza con el juego, vive una fase de iniciativa en oposición a la culpa, donde desarrolla una actividad e imaginación; el niño tiene mayor control sobre si y sus movimientos, siendo más libre, domina más el lenguaje y esto le permite desarrollar su imaginación hasta que va adquiriendo “roles”, todo esto le permite adquirir un sentimiento de iniciativa que constituye la base realista de un sentido de ambición y de propósito; surgen en él las fantasías sexuales dadas  a través del juego, el niño posee además una genitalidad “precaria” y presenta sentimientos de culpa y temores asociados ellos. La problemática se traduce aquí como un bloqueo en la acción y la iniciativa, una tendencia paralizante a la culpa, o una fijación a un estado de dependencia que anula la capacidad.

El niño debe aprender destrezas de la cultura o enfrentar sentimientos de inferioridad, la calma emocional, en la que los niños pueden asistir al colegio y aprender las habilidades que su medio cultural exige. La crisis característica de este período es la de laboriosidad versus inferioridad, el punto por resolver es la capacidad del niño para el trabajo productivo, donde tienen que aprender las habilidades que necesitan para sobrevivir. Estos esfuerzos por lograr habilidad pueden ayudar a los niños a formarse un concepto positivo de sí mismos. La "virtud" que se desarrolla con la exitosa solución de esta crisis es la competencia, una visión del yo como capaz de dominar y dar culminación a las tareas. (Erikson, 1950, pág. 260).

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