Trabajo en equipo. Las etapas
Juan Carlos Portea AleyTrabajo22 de Abril de 2020
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• Trabajo en equipo
En el ámbito laboral la óptima ejecución de un proyecto de éxito supone el esfuerzo de integración del trabajo de un grupo de personas orientado al unísono en pos de la consecución de los logros esperados. En este ejercicio de complementariedad, la responsabilidad o ego individual será sacrificado por el objetivo de grupo, en donde cada uno de los miembros del equipo aportará, mediante la cooperación y la cohesión, todas y cada una de sus potencialidades personales, esto es, el saber (como característica diferencial de cada miembro: formación y conocimientos, experiencia, personalidad, aptitudes, actitudes, habilidades y percepción), el poder (u oportunidad de puesta en funcionamiento de todos sus recursos como equipo) y el querer (o motivación o compatibilidad entre objetivos tantos singulares como grupales), con el fin de desarrollar un plan que, a modo de piezas de rompecabezas, encajen a la perfección en el propósito de alcanzar la finalidad común anhelada.
Sin embargo, la necesaria cooperación, cohesión o colaboración en la generación de las sinergias necesarias para lograr el éxito deseado, no es fruto de una organización espontánea, ni de un estado voluntarioso de distintos trabajadores puestos de acuerdo de manera improvisada. Se trata más bien de un proceso de adaptación y asimilación de los miembros del grupo, habida cuenta las diferentes personalidades, ambiciones y motivaciones de cada uno. Así, podemos graduar en cinco las etapas de desarrollo y madurez en la evolución de un equipo de trabajo eficaz, caracterizándose cada una de ellas por unos comportamientos o aptitudes negativas y positivas, y considerando que de la labor de identificar y salvar con éxito las primeras, y potenciar y desarrollar las segundas, dependerá alcanzar la mayor integración y eficiencia del trabajo de equipo.
La primera etapa es la de creación de un equipo de trabajo, caracterizada por la existencia de una alta motivación fruto de la expectativa que genera el reto de un nuevo objetivo, y que ha de ir acompañada por un liderazgo definido, un plan de acción concreto, unos criterios de elección y aceptación claros, y unas reglas de actuación establecidas. A su vez, esta fase inicial se identifica con un bajo rendimiento, aflorando como elementos distorsionadores, manifestados por el escepticismo ante el posible éxito del equipo, la desubicación, la incertidumbre sobre los roles de cada miembro e incluso de la jerarquía, el fomento de alianzas temporales entre los distintos componentes y su deriva hacia comportamientos de ansiedad, dependencia e inseguridad.
La siguiente etapa es la de los conflictos, momento crítico en el cual surgirán las dudas y el desaliento, traducido en comportamientos individualistas con vínculos intensos, breves y frágiles, o en la generación de alianzas y grupúsculos que darán pie a celos, competencia, actitudes a la defensiva, cuestionamientos jerárquicos y de liderazgo, y que necesariamente exigirá de la obligación de redefinir las funciones e incluso los roles y jerarquías del grupo. Es un periodo de muy baja motivación y rendimiento.
Superado el estado crítico del conflicto, la tercera etapa es la del reinicio, distinguiéndose un aumento de la confianza, la colaboración y la franqueza, y en consecuencia una disminución de los conflictos entre los miembros del grupo. Se clarifican los objetivos y los métodos mediante el establecimiento de unas reglas de juego definitivas, aumentando el flujo de información e implicación personal como grupo, y fruto de todo ello se obtienen los primeros resultados positivos. Tanto la motivación como el rendimiento empiezan a mejorar proyectándose hacia una tendencia de crecimiento.
La cuarta etapa es la de la consolidación, fortalecida por un sentimiento de pertenencia al grupo,
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