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Ventanas rotas. Si bien los cuidadanos pueden hacer mucho, la policia es claramente la clave para el mantenimiento del orden.


Enviado por   •  23 de Noviembre de 2016  •  Documentos de Investigación  •  1.800 Palabras (8 Páginas)  •  192 Visitas

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Ventanas rotas

A mediados de la decada de los 70´s el Estado de New Jersey lanzó el programa “Barrios Seguros y Limpios”, proporcionó dinero para ayudar a las ciudades a sacar a los oficiales de policia fuera de sus patrullas y asignarles recorridas a pie. Su visión estaba influida por el descrédito que había sufrido el patrullaje a pie: reduce la movilidad, lo que dificulta entonces la respuesta a las demandas de los ciudadanos, y debilita el control central sobre los oficiales de patrulla.

A muchos oficiales les disgustaba patrullar a pie. Incluso en algunas comisarías, asignar estas recorridas había sido una forma de castigo.

Cinco años despues del comienzo del programa, la Fundación Policial publicó en Washington DC una evaluación del proyecto de patrullaje a pie. La fundación concluyó, que el patrullaje a pie no había reducido las tasas de delincuencia. Sin embargo, los residentes de los barrios patrullados a pie parecían sentirse más seguros que las personas de otras áreas. Además, en esas áreas, los ciudadanos tenían una opinión mas favorable sobre la policia. Y los policías a pie tenían la moral mas alta, mayor satisfacción laboral, y una actitud mas positiva hacia los ciudadanos de sus barrios que sus colegas en automoviles.

El patrullaje a pie no tiene ningún efecto sobre el crimen; simplemente engaña a los ciudadanos para que piensen que estan mas seguros.

La mayoría de los ciudadanos, desde luego, teme principalmente al delito, en especial ser víctima de un delito que implique un ataque repentino y violento de un extraño. Pero tendemos a pasar por alto otra fuente de temores: el miedo a ser molestado por gente indisciplinada. No se trata de gente violenta, ni necesariamente delincuente, sino personas desaliñadas, revoltosas o impredecibles: mendigos, borrachos, adictos, adolescentes ruidosos, prostitutas, vagabundos, personas mentalmente perturbadas.

Lo que los policías a pie hicieron fue elevar, hasta donde pudieron, el nivel de orden público en estos barrios.

La gente que circulaba era principalmente negra; los policias que caminaban, blancos. La gente estaba formada por “regulares” y “extraños”. El oficial sabía quiénes eran regulares y éstos también lo conocían a él. Kelly consideraba que su trabajo era estar pendiente de los extraños y asegurarse de que los abandonados cumplieran algunas reglas informales pero ampliamente conocidas.

Todas estas reglas se definía y se hacían cumplir con la ayuda de los “regulares”. Otro barrio podría tener reglas diferentes, pero éstas eran las reglas de este barrio, y así o entendían todos. Lo que hacía Kelly podría ser descrito como “hacer respetar la ley”, aunque con la misma frecuencua su tarea involucraba tomar medidas informales o extralegales para proteger lo que el barrio había decidido que era el nivel adecuado de orden público.

Un escéptico podría reconocer que un policía a pie puede mantener el orden pero aún así este tipo de “orden” tiene poco que ver con las verdaderas fuentes de temores de la comunidad – es decir, el delito violento-. Sin embargo, deben tenerse en mente dos cosas. En primer lugar, los observadores externos no deberían asumir que saben cuánto de la ansiedad actualmente endémica en muchos barrios de las grandes ciudades radica en el miedo al delito “real”, y cuánto deriva de la sensación de que las calles son desordenadas, lugar de encuentros desagradables y preocupantes.

En segundo lugar, a nivel de la comunidad, el desorden y el delito están inexorablemente ligados, en una suerte de secuencia de desarrollo. Psicólogos sociales y oficiales de policía tienden a coincidir en que si una ventana de un edificio está rota y se deja sin reparar, el resto de las ventanas serán rotas pronto. Una ventana sin reparar es señal de que a nadie le preocupa, por lo tanto romper mas ventanas no tiene costo alguno.

La propiedad descuidada se convierte en presa fácil de gente que sale a divertirse o a saquear, e incluso de gente que normalmente no soñaría con hacer esas cosas y que probablemente se consideren a sí mismos cumplidores de la ley. Sin embargo, puede aparecer el vandalismo en cualquier lugar una vez que las barreras comunitarias son levantadas por acciones que parecen indicar que “a nadie le importa”.

Un barrio estable de familias que se preocupan por sus hogares y por los hijos de los demás, que decididamente fruncen el ceño ante intrusos indeseables, puede convertirse, en pocos años, e incluso en pocos meses en una selva inhóspita y aterradora.

En este punto, aún no es inevitable que florezca los delitos graves o que ocurran ataques violentos. Esta atomización creciente no va a afectar a todos los residentes, ya que para algunos el barrio no es su “hogar” sino “el lugar donde viven”.

Entre los que les resultará difícil alejarse del barrio están los ancianos. Quizás no no deberíamos diseñar programas especiales para proteger a los mayores; quizás deberíamos tan sólo hablarles acerca de sus temores equivocados. Los jóvenes son atacados con mayor frecuencia que las señoras mayores no porque sean blanco más fácil o más lucrativo, sino porque circulan más por las calles.

Tres cuartas partes de los adultos entrevistados cruzan la calle al ver una pandilla de adolescentes; casi la mitad cruzaría la calle para evitar incluso a un solo joven desconocido. Cuando un entrevistador preguntó a gente integrante de un proyecto de viviendas dónde estaba el foco más peligroso, mencionaron un lugar en el que los jóvenes se reunían a beber y escuchar música, a pesar del hecho de que allí no se había producido ni un solo delito. Conocer esto ayuda a comprender la importancia de las de otro modo inofensivas manifestaciones conocidas como graffities en los trenes subterráneos. La proliferación del graffiti, aún cuando no sea obsceno, confronta al pasajero con el ineludible conocimiento de que el ambiente que soporta diariamente por una hora o más está fuera de control, y que alguien puede invadirlo y producir cualquier daño que la mente pueda imaginar.

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