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Violencia Contra La Mujer


Enviado por   •  22 de Febrero de 2015  •  1.189 Palabras (5 Páginas)  •  226 Visitas

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Un sabio dicho entre adultos reza: “los niños y los borrachos no se callan la verdad”. Pues bien, me he tropezado por estos días con la prueba fehaciente de que tal expresión está hoy más que nunca vigente: una niña contando una incómoda verdad. En una de tantas conversaciones que aprovecho para indagar por la percepción de realidad de niños y niñas -solo para reafirmarme en que ellos están mejor ubicados en el tiempo y el espacio que los propios adultos- me encontré con la hija de una amiga cercana, Juanita* [1], una niña vivaz de esas que siempre tienen algo que decir para sorprender y “entretener” a los adultos.

Apenas me vio llegar, me recibió emocionada con una noticia:

“-¡Hay una niña negra en mi casa!”.

Tratando de ponerme a la altura de tal afirmación, le respondí:

- “¡Ah, qué bueno, tienes una nueva amiguita!” y mostré interés en su entusiasmo invitándola a continuar con su historia, ansiosa por saber para dónde iba.

Lo que sobrevino fue nada más y nada menos que el pasado, el presente y el futuro de nuestra sociedad, transcrito en el mundo de una niña de 9 años.

Juanita continuó diciendo:

- “Pues, qué te dijera: no es mi amiga, hay muchas cosas de ella que no me gustan”.

Acto seguido se despachó con una lista punto por punto de todas las cosas que no le gustaban de esta “niña negra”, que iban desde su manera de hablar hasta la de comer, para finalmente decir que lo más molesto era que “lloraba por todo”.

- “¿Cómo así que por todo? Dame un ejemplo”, le pedí.

Y me respondió con un dejo de enojo:

-“Llora todo el tiempo, porque no quiere ser negra”.

María [2]* llora porque no quiere ser negra. Pero, “¿Quién es María?”, me pregunté.

La historia de Teresa

De la bolsa de los lugares comunes que visito a diario en este tema, salieron poco a poco todas las razones. María es la hija de Teresa [3], a quien sus empleadores llaman “Nanny”. Una mujer negra en sus veintitantos, quien hace más de 6 años dejó sus hijos (María y Juan [4]) al cuidado de sus abuelos en su natal Corozal, para viajar a la fría Bogotá a cuidar a los hijos de otros (Juanita y Pedro [5]).

Luego de años de ausencia forzada, un mal día llamaron a Teresa para contarle que su hija había sido víctima de abuso sexual (me enteré hace unos meses por mi amiga). Teresa viajó inmediatamente, llena de tristeza y de culpa por no haber estado allí, por haber tenido que escoger entre la supervivencia y el cuidado de sus hijos. Después de un par de meses, decidió quedarse permanentemente al lado de María y de Juan, tras enfrentar la impotencia de no haber podido denunciar al atacante de María, alguien cercano al entorno social de la niña.

Bueno, lo de la denuncia es otra historia (¿o la misma?): cuándo Teresa fue a instaurarla, el “funcionario” le sugirió no hacerlo, puesto que el ICBF podría quitarle la custodia alegando abandono, ya que ella había estado ausente por largos períodos. Seamos honestos: ¿Teresa; mujer, mujer negra, mujer negra, pobre y madre soltera, contra el sistema? Nada que hacer: pelea de tigre con burro amarrado. En fin, la realidad le gana al deseo. Teresa se vio sin trabajo, sin dinero y señalada por una sociedad que la culpaba de la desgracia de su hija. Ante esto se vio obligada a regresar a Bogotá, esta vez con María. Atrás quedó Juan, pues en una situación de éstas, siempre hay decisiones por tomar

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