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Agnóstica Y Jóvenes


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2012  •  1.369 Palabras (6 Páginas)  •  408 Visitas

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Nicodemo, Jonás y Tomás: Ciencia, Obediencia y Escepticismo.

Desde tiempos inmemoriales, el Hombre como figura religiosa ha tenido la necesidad de aferrarse a la idea de un Ser Supremo; a un más allá que lo limite en sus acciones en este “más acá”; un culpable a sus desdichas o un generador de su bonanza; una dependencia de lo divino, que para ese tiempo, divino era sinónimo de desconocido. Quizás esto último por darle una explicación tangible y lógica a fenómenos que ni en siglos lograría entender, de allí que actualmente haya dioses diferentes al del Cristianismo y Catolicismo.

Y no es sólo eso, se conocen variedades de dioses para cada situación en naciones politeístas, por ejemplo, Ganesha (Dios de la Sabiduría y la Prudencia), Shiva (Dios destructor del Universo) y Kama (Dios del Amor) en la religión Hindú y la infinidad de deidades para las culturas indígenas.

Lo que nos lleva a cuestionarnos desde dos perspectivas… ¿Existirá de verdad un Dios único y verdadero?, de ser cierto esto ¿cuál será el correcto entre la descomunal variedad?

“Mami – interrumpí – ¿cómo se le llama a la gente que no cree en Dios?” – fue mi inocente pregunta a los 12 años de edad. “Ateos, Darío. ¡Y deja el fastidio que estoy cocinando!”. Terminé diciendo – “¡Cocina! Pero desde hoy…soy ¡Ateo!”. Una respuesta equivocada para una pregunta incorrecta, puesto que el Ateísmo es, en un sentido amplio, el rechazo a la creencia en dioses o deidades y en un sentido más estricto, el Ateísmo es la posición que sostiene la inexistencia de deidades.

Lo que yo sentía en ese momento era una independencia a fuerzas divinas que me forzaban a seguir el mismo rumbo de la humanidad, como otro más, creyendo en un Dios que para mi existía pero era innecesario. Para muchos teólogos, Dios es una creación del Hombre y no lo contrario, convirtiendo al mismo en una invención personal y totalmente subjetiva. Pero yo no dejaba de creer en Dios, sólo que no lo necesitaba, no lo inventé para mí.

No me acostumbraba a la extraña y desconocida idea de vivir sabiendo que alguien superior a mí, regía mi vida trazando un camino y patrones que yo debía seguir o me iría mal. Y creo que a nadie con una pizca de ambición temprana se le hace cómoda ésta idea de dependencia y destino escrito. Sería injusto que ya hubiese sido garabateado nuestro fracaso (de ser así) dejándonos sin la posibilidad de hacer algo bueno y privándonos del éxito.

Más no era esto lo que, principalmente, movía mi decisión de alejarme de un Dios del que nunca estuve cerca. Eran un conjunto de elementos los que me situaron en ésta posición “independiente” llena de vacíos y preguntas sin respuesta, ni tan siquiera preguntas de la banalidad relevante del asunto.

Luego de convertirse mi vida en un “gran tetris que nunca encajaría muy bien” y jamás llenado el vacío de ideales, comencé a sospechar que no estaba caminando de manera correcta ni sobre el camino verdadero, hasta que me frustré la vida como ateo desde que un profesor del bachillerato que también era ateo me dijo: "Estamos arando en el mar. No creemos en la existencia del Dios de Abraham ni en la existencia de algún otro, pero la idea que rige y en la que se basa nuestra doctrina atea es un Dios para nosotros, y es tan intangible e invisible que los demás". Pero aún tenía el consuelo de hallar un dogma que no negara la existencia de Dios, pero que me permitiera vivir sin El, la Agnóstica.

Y esta es quizás la realidad de la mucha juventud de este siglo, quienes por tres razones principales se han negado completamente a ser encontrados por Dios, aunque seguro estoy que El algún día los hallará hasta en "el interior de una ballena".

En primer lugar nos encontramos ante la situación

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