Analisis Biblico Del Apocalipsis
Roger8419 de Octubre de 2013
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EL APOCALIPSIS
Se ha dicho muchas veces que el Apocalipsis es el libro más oscuro del NT. El autor emplea normalmente una serie de expresiones y categorías que resultan extrañas e incluso desconcertantes.
Por este motivo es particularmente útil esbozar los rasgos literarios de la obra. Esta se halla bajo el influjo, más o menos marcado, de tres géneros literarios:
a) apocalíptico; b) profético, y c) epistolar.
a) El título (1,1-3) establece un nexo explícito entre el Apocalipsis y la tradición apocalíptica, que se define como un «apocalipsis», y su mensaje se refiere a «lo que ha de suceder pronto, es decir, al desvelamiento de la historia en cuanto realidad determinada por Dios.
La revelación de asunto tan misterioso compete últimamente sólo a Dios, quien la comunica a Juan a través de varias visiones por mediación de un ángel. El conjunto del libro confirma plenamente lo que se anuncia en el título: a cada paso aparecen símbolos, elemento sumamente apreciado por los escritores apocalípticos; se señala explícitamente su presencia (1,20), y a veces se aclara su significado (5,6.8; 13,18; 17,9-18). La predilección por el simbolismo vincula el Apocalipsis en general a la tradición semítica (1 Re 11,30-32; Is 20,2-4; Jr 13,1-11; 19,lss.l0ss). También aquí, la apocalíptica se revela como heredera del profetismo en un intento de desarrollar y añadir precisión al empleo de los símbolos. La mayor parte de los símbolos del Apocalipsis está tomada de la tradición profética prolongada por la apocalíptica: por ejemplo, una mujer representa a un pueblo (12, lss) o una ciudad (17,lss); los cuernos indican poder (5,6; 12,3), en especial el poder dinástico (13,1; 17,3ss); los ojos, conocimiento (1,14; 2,18; 4,6; 5,6); las alas, movilidad (4,8; 12,14). En las trompetas se escucha una voz sobrehumana, divina (1,10; 8,2ss); una espada aguda alude a la palabra de Dios, que juzga y castiga (1,16; 2,12.16; 19,15.21). Las vestiduras blancas significan el mundo glorioso (6,11; 7,9.13s; 22, 14); las palmas son signo de triunfo (7,9), mientras que las coronas lo son de dominio y realeza (2,10; 3,11; 4,10; 6,2; 12,1; 14,14); el mar es un elemento pernicioso, fuente de inseguridad y muerte (13,1; 21,1). El color blanco indica el gozo de la victoria (1,14; 2,17; 3,4s.l8; 4,4; 6,11; 7,9.13; 19,11.14); el púrpura, lujo y magnificencia (17,4; 18,12. 16); el negro, muerte (6,5.12).
Los números adquieren una gran importancia simbólica: el siete (54 veces) significa plenitud, perfección; el doce (23 veces) recuerda a las doce tribus de Israel e indica que el pueblo de Dios ha alcanzado su perfección escatológica; el cuatro (16 veces) simboliza la universalidad del mundo visible. También son dignos de mención el tres (11 veces), el diez (10 veces) y el mil (6 veces en el cap. 20; muy frecuente en múltiplos). Hay tres casos curiosos: la persecución dura 1.260 días (11,3; 12, 6), o 42 meses (11,2; 13,5), o tres años y medio (12,14); 144.000 son los que «siguen al Cordero adondequiera que va» (7,4-8; 14,1-5); finalmen- te, la Bestia es designada con el número 666 (13,18). Cf. K. L. Schmidt, TZ 3 (1947), 161-77; A. Farrer, A Rebirth of Images (Westminster, 1949); J. Cambier, NRT 77 (1955), 113-22. Este frecuente recurso a los símbolos tiene como finalidad, lo mismo que en la apocalíptica, sugerir el inefable misterio a que se alude, pero que no puede ser definido. La trascendencia de las verdades propuestas es evocada también por otros medios. Su revelación sólo es posible gracias a la intervención del Espíritu, que arrebata a Juan (1,10; 4,2), a quien todo es comunicado por medio de visiones (54 veces). Además, siempre debe intervenir un ángel (67 veces) y proporcionar explicaciones al vidente, el cual es llevado en ocasiones al desierto (17,3) o a la cumbre de una alta montaña (21,10).
5 Juan —como otros escritores apocalípticos— se presenta incluido en un grupo que sufre persecución por causa de su fe (1,9). Y se impone la tarea de fortalecer a sus hermanos manifestándoles el sentido de la opresión que padecen y el glorioso objetivo de su dolor. A primera vista parece tratarse de una confrontación entre el Imperio romano y la Iglesia cristiana, pero de hecho las partes contendientes están dirigidas por Satán y por Dios; por tanto, no puede existir duda alguna sobre el resultado de la batalla. Con la victoria final que Cristo, en nombre de Dios, reportará sobre Satán y sus seguidores se inaugurará la Jerusalén celestial, un mundo completamente nuevo creado por Dios; todos los fieles cristianos serán ciudadanos de esa nueva Jerusalén. Esta visión del des- arrollo de la historia, entendida como una lucha entre dos potencias opuestas y dividida en eras sucesivas, es típica de la teología apocalíptica. 6 Sin embargo, sería un error reducir todo el Ap al género apoca- líptico. A diferencia de otros escritores apocalípticos, que pretenden re- velar los misterios de la cosmogonía, la astronomía y el curso de la historia antigua desde el comienzo del mundo, Juan centra la atención de sus lectores en el presente y en su conclusión escatológica. No recurre al artificio de la pseudonimia poniendo su obra bajo el patrocinio de un hombre famoso del pasado, sino que descubre su nombre (1,1.4.9; 22,8), lo cual demuestra que es perfectamente conocido de las comunidades a que se dirige. El Ap no adopta la prestigiosa apariencia de un libro arcai- co, sellado, cargado de una sabiduría misteriosa y esotérica cuya revela- ción se reserva a un reducido grupo de privilegiados. Por el contrario, el libro se dirige a siete iglesias de Asia, que probablemente representan a la Iglesia universal (cf. 1,4). Finalmente, el Ap se diferencia de los apo- calipsis judíos por su concepción cristológica de la historia: Cristo aparece estrechamente vinculado al Dios que gobierna todas las cosas; él es el Cor- dero que ha redimido a su pueblo (5,9s) y que lo llevará a la victoria final (19,1 lss; cf. T. Holtz, Die Christologie der Apokalypse des Johan- nes [Berlín, 1962]). 7 Es sorprendente que Juan, tan buen conocedor del pensamiento apocalíptico, no cite ningún apocalipsis extrabíblico. El Ap contiene, en cambio, numerosas alusiones al AT. Es cierto que Juan no presenta nin- guna cita explícita, pero su libro está cuajado de reminiscencias vetero- testamentarias: de sus 404 versículos, 278 contienen al menos una refe- rencia al AT. Los libros que más han influido en el Ap son los proféticos (principalmente Dn, Ez, Is, Zac), los Salmos y Ex.
b) Género profético. Para Juan, su misión es semejante a la de los antiguos profetas (10,11). Como ellos, es llamado y recibe un man- dato en una visión inaugural (1,9-20); escucha la palabra de Dios (1,2) y se le manda que la transmita a sus hermanos (la orden de escribir se repite 11 veces). Describe a menudo su libro como una «profecía» (1,3; 19,10; 22,7.10.18s), mientras que el título de «apocalipsis» se emplea sólo una vez (1,1). La expresión «los profetas» aparece sólo dos veces en los apocalipsis judíos; en el Ap se repite siete veces (10,7; 11,8; 16,6; 18,20.24; 22,6.9). Todos estos detalles son indicios de que el autor es consciente de pertenecer a la gran tradición profética. Así, el Ap es auténtica profecía del NT ( Literatura profética, 12:23). 9 c) Género epistolar. Este tercer género ha influido poco en el Ap. El libro contiene las fórmulas habituales (1,4-6; 22,21) en las cartas cristianas (-> Epístolas del NT, 47:6-8). Además, el mensaje transmitido a cada una de las siete iglesias (2,1-3,22) adopta forma de carta. El tono directo, característico de la carta, expresa claramente la comunión de espíritu que existe entre Juan y el círculo a que se dirige.
El Ap da escasos detalles acerca de su autor: su nombre es «Juan» (1,1.4.9; 22,8); él se coloca entre los profetas (22,9) y se atribuye varios títulos genéricos como «siervo» de Dios (1,1) y «hermano y compañero en la tribulación» del grupo a que se dirige (1,9). Su estan- cia en la isla de Patmos (1,10) fue probablemente consecuencia de un destierro impuesto por las autoridades romanas. Las cartas que envía a las siete iglesias (2,1-3,22) muestran que era muy conocido por los cris- tianos de Asia y que gozaba de una autoridad indiscutida. A partir del siglo n se vienen repitiendo dos preguntas sobre el autor del Ap: ¿cuál fue la relación entre este «Juan» y el apóstol Juan?; ¿fue el vidente del Ap también autor del evangelio y las epístolas joánicas.
Las respuestas tradicionales gozan de una considerable antigüedad. En la primera mitad del siglo n, el desconocido autor del Apócrifo de Juan (cf. A. Helmbold, NTS 8 [1961-62], 77-79), Papías (según Andrés de Cesárea) y Justino Mártir (Diálogo con Trifón, 81.4) atribuyen el Ap al apóstol Juan. Desde ca. 150 hasta ca. 250 aparece esta misma convic- ción no sólo en Oriente (Melitón de Sardes [Eusebio, HE 4.26, 2]; Cle- mente de Alejandría, Paed., 2.119, 1; Quis div. salv, 42; Orígenes, Comm. in loan., 2.5 § 45), sino también en Occidente (Ireneo, Adv. haer., 4.30, 4; 5.26, 1; Hipólito, Antichr., 36; 50; Prólogo antimarcionita a Lucas; Tertuliano, Adv. Marc, 3.14; 4.5). A partir del siglo ni surgen repentinamente diversas voces discor- dantes. En Occidente son escasas y poco influyentes: el presbítero ro- mano Gayo y los álogos. En Oriente, por el contrario, los adversarios del origen apostólico del Ap y, por tanto, de su canonicidad (—> Canonici- dad, 67:68) son numerosos e importantes. El más serio entre ellos, Dio- nisio de Alejandría (t 264/65), no depende de ninguna tradición ante- rior. Apoyándose en una minuciosa comparación del lenguaje, estilo y pensamiento de Jn y 1 Jn con el Ap, concluye que sólo Jn y 1 Jn
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