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Aniexteche


Enviado por   •  31 de Octubre de 2013  •  3.156 Palabras (13 Páginas)  •  179 Visitas

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Zaratustra: el profeta de la vida

La sustitución de Dioniso por Zaratustra responde a la necesidad teórica de romper con toda la filosofía anterior, y personalizar en una nueva figura todas sus ideas. Las propuestas asociadas a Dioniso estaban claramente influenciadas por Schopenhauer. Tomando a Zaratustra como protagonista de su pensamiento, Nietzsche pretende desarrollar una filosofía propia y original, alejada de cualquier teorización de tipo metafísico. Pese a este cambio, la crítica va a seguir dirigiéndose contra toda la filosofía anterior y contra el cristianismo. Zaratustra será, desde esta perspectiva el nuevo profeta que venga a sustituir a todos los anteriores, que han pervertido el mensaje de la vida. Zaratustra podría ser considerado como el anticristo, el mensajero de la muerte de Dios, de la misma forma que Así habló Zaratustra, la obra en la que Nietzsche nos presenta el mensaje del nuevo profeta, se convierte en la nueva Biblia nietzscheana, donde las referencias directas e indirectas a los textos sagrados son constantes, aunque el mensaje sea completamente opuesto. Veamos algunos de los conceptos que predica Zaratustra.

La voluntad de poder

Para Nietzsche la vida es voluntad de poder, voluntad de ser más, de expandirse y de afirmarse. Tratar de encontrar una definición de este concepto en las obras nietzscheanas es imposible: lo que sí aparecen son distintas caracterizaciones. No debe confundirse con la simple voluntad humana, o con el concepto que utiliza Schopenhauer. Es voluntad de vivir, es vida en sí misma, tratando de imponerse y extenderse, de realizar todos sus deseos, mostrando su fuerza creadora. Si interpretamos esto desde la metáfora de la vida como obra de arte que aparece en El nacimiento de la tragedia, podríamos concluir diciendo que es voluntad de crear. Esta voluntad es una amalgama de fuerzas: deseos, instintos, pasiones, impulsos que llevan al hombre a imponerse sobre los demás, a dominar su entorno, a realizar su voluntad. La interpretación adecuada, por tanto, debe escapar de la pura biología (no se ejemplifica la voluntad de poder en una especie que se impone sobre otra), pero también de la política y las tesis racistas: “Yo soy lo que tiene que superarse a sí mismo”. La voluntad de poder tiene una dimensión individual, que impide cualquier interpretación de las anteriormente citadas: no es la dominación de un pueblo sobre otro, ni la mera victoria en cualquier terreno. Es una voluntad creadora de valores, que despliega toda la fuerza (no entendida pobremente en un sentido físico) y capacidades del individuo. Todo es, para Nietzsche voluntad de poder, concepto que se termina convirtiendo en una de las claves interpretativas de su visión de la naturaleza. El mundo es voluntad de poder, vida desbordada y desbordándose permanentemente, en pugna por expandirse más y más. Pero además, la naturaleza aparece asociada a otro concepto central de la filosofía nietzscheana: el eterno retorno.

El eterno retorno

Inspirándose en la mitología griega y en los presocráticos, la idea clave del eterno retorno es la repetición, el ciclo que se ejecuta una y otra vez, sin que nada apunte hacia un estado final, o sin que haya posibilidad a ningún tipo de progreso o evolución lineal. La teleología aristotélica, el mundo platónico de Ideas o el cielo prometido por los cristianos son creaciones conceptuales absurdas: “Si el Universo tuviese una finalidad, ésta debería haberse alcanzado ya. Y si existiese para él un estado final, también debería haberse alcanzado.” El eterno retorno incluye de este modo connotaciones materialistas, con una clara consecuencia temporal: no existe más que el presente, el aquí y ahora, el mundo que vivimos hoy. El pasado ya fue y el futuro no existe, por lo que el hombre debe ser fiel al presente que vive, única realidad que podemos vivir realmente. Un presente eternamente repetido, una tierra con procesos que comienzan y terminan sin cesar: éste es el eterno retorno, que nos invita a permanecer fieles a nuestro tiempo, “fieles a la tierra”: “¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra, y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobre terrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.”

Pero Nietzsche va más allá del significado puramente cosmológico. El eterno retorno se termina convirtiendo en valor: es el camino para afirmar la vida, es la expresión de la voluntad de poder que se libera del lastre del pasado y del temor respecto al futuro. El eterno retorno es el lugar y el tiempo propio de la voluntad de poder. Zaratustra se convierte en el profeta de esta nueva concepción, que eleva la visión griega de la naturaleza a la categoría de valor moral. Aprecia Nietzsche dos aspectos de esta idea:

1. La inocencia y la carencia de sentido del cambio, fijándose especialmente en los fragmentos heraclíteos. El cambio es sólo eso: cambio, sin más valoraciones morales o metafísicas que realizar al respecto.

2. La afirmación de la vida que se contrapone a toda clase de pesimismo. El eterno retorno nos garantiza que hay sólo una realidad (la presente) y que no hay un desarrollo hacia “otro” mundo, sea esto interpretado en un sentido religioso (el cielo cristiano) o político (una utopía o una sociedad mejor que construir). Como consecuencia de esto, todo es bueno y justificable, puesto que todo se repite. El mundo es giro, juego, la danza del mundo alrededor de sí mismo.

El eterno retorno es un reflejo del deseo de eternidad del presente, de la voluntad de que todo permanezca. Es el sí infinito, eterno y absoluto al presente vivido, a la vida misma y a la existencia. Para que esta idea penetre en la sociedad y llegue al hombre es necesario avanzar hacia el siguiente concepto: la transmutación de los valores.

La transmutación de los valores

En esta ininterrumpida afirmación de la vida que es la filosofía nietzscheana, aparece ahora, como siempre, una crítica y una propuesta: derrumbemos todos los valores que niegan la vida, que se oponen a ella, y respaldemos con nuestras obras y nuestras palabras la vida, la voluntad de poder, el eterno retorno. La moral tradicional es decadente, aniquiladora de todos los momentos en que la vida brota: niega el deseo, el instinto, el impulso, la creación. La moral tradicional conserva un pesimismo que debe ser superado: “Transvaloración de todos los valores, ésta es mi fórmula”. Por eso hay que ser inmoralista: rechazar la moral decadente y pesimista, negadora de la vida, que la sociedad impone, y ser ultramoralista, podríamos decir, en la creación e invención de nuevos valores que estén en sintonía con el eterno retorno, la vida y la voluntad de poder. El

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