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Año Litúrgico

uryfran31 de Octubre de 2013

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El significado de esta expresión nos viene descrito, en sus términos más esenciales, por la Const. sobre Liturgia del concilio Vaticano II: “La Santa Madre Iglesia considera deber suyo celebrar con una sagrada memoria en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó del Señor, conmemora su Resurrección, que una vez al año celebra también junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde su Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor. Conmemorando así los Misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación”

Bases bíblicas del año litúrgico

Según la Biblia es voluntad de Dios que la creación se realice a través del tiempo hasta ser invadida completamente por el cambio, la eternidad. Existe entonces la temporalidad pues existe la presencia de lo eterno. Cuando Dios decide revelar su “misterio”, su “sacramento”, lo manifiesta por medio de los acontecimientos que dirigen la historia de la humanidad; la historia de los hombres se convierte así en la historia de la salvación. Se descubre en ella el nexo interno del proceso del tiempo, que comienza por un acto absoluto de la Eternidad, y que tiende hacia Dios, “hasta que Él sea todo en todas las cosas” . La Biblia revela progresivamente cómo Dios interviene en la historia humana, y cómo la ordena, de acuerdo con un plan preestablecido, hacia “la plenitud de los tiempos”

El hombre percibe que el tiempo del cosmos tiene unas reglas invariables. El trabajo y la misma vida del hombre dependen, en cierta manera, de ese ritmo. Todos los pueblos, al tomar ese ritmo como base para la medida del mismo tiempo humano, descubren en él una “significación sagrada”. De ahí que establezcan una serie de celebraciones religiosas, como para marcar espiritualmente las sucesiones de ese ritmo, las estaciones y los meses lunares. El pueblo judío, a este propósito, instituye unas fiestas especiales para dar gracias a Dios y pedirle su bendición en el transcurso del nuevo ciclo.

La humanidad que entiende el tiempo y luego normaliza los ciclos regulares del año, va descubriendo que su historia recibe una marca misteriosa que la dirige. Dios se manifiesta en ella, pero sin seguir unos ciclos regulares. Hay intervenciones divinas únicas y que no se repiten nunca de la misma forma. Esas intervenciones son acontecimientos históricos, son signos de cambio. Ha sido entonces, el pueblo judío el que instituye unas fiestas que rememoren las grandes intervenciones del Señor en la historia. Las festividades correspondientes al ciclo cósmico son memoriales de los actos de salvación hechos por Dios: desde la salida de Egipto de los hebreos, hasta la celebración de la Pascua, desde Pentecostés a la peregrinación hacia “la Tierra Prometida de los israelitas” , etc.

La historia de salvación llega a su punto culminante con los hechos de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, unión máxima de la eternidad con lo temporal, es, para los católicos la explicación de la historia humana.

Dios, quien “nos eligió antes de la constitución del mundo”, conocemos la completa revelación del designio que el Creador se «propuso realizar en Cristo, en la plenitud de los tiempos, reuniendo todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra, en El» (Eph 1, 4, 9-10). La presencia de Jesucristo en la tierra «hasta la consumación del mundo» (Mt 28, 20) definirá la historia en términos de antes (de profecía, de figura), y de después (de realización, de memoria). Con Jesucristo se 'inauguran los últimos tiempos, y el tiempo presente no es más que una dilatación del acontecimiento de su venida entre los hombres. Es el tiempo necesario para que el Reino de Dios, que ya está en nosotros, crezca como una semilla que tiende a dar fruto, como un fermento en la masa. El tiempo presente es el «día de la salvación» (2 Cor 6, 1 ss.), es el hoy eterno de Dios plenamente encarnado, en cada instante, en el hoy de la vida humana.

2. Formación del año litúrgico. A) Cielo Temporal. Toda la existencia de la Iglesia es una explicitación, una prolongación, de la presencia y de la obra realizada por Jesucristo. Sin embargo, el mismo- Salvador instituyó un conjunto de signos visibles para expresar aún más el significado de su presencia y para poder transformar al hombre en hijo de Dios (v. SACRAMENTOS). Por su parte, la Iglesia, siguiendo la tradición bíblica, ha ido elaborando una serie de memorias de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, para que se manifestara-sucesiva y periódicamente, en sus fases más importantes, el único misterio redentor. Por eso se constituyó el círculo del a. l., cuya finalidad última es que los hechos de'la vida, muerte y resurrección de Jesucristo penetren, hasta transformarlas del todo, la vida, la muerte y la esperanza de la resurrección del hombre.

Los días de la semana. En el N. T. hallamos los primeros esbozos de los ciclos litúrgicos cristianos. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de las reuniones cristianas dominicales, en sustitución del culto judío celebrado cada sábado, «del primer día de la semana» (Act 20, 7), en que se escuchaba la Palabra de Dios, se oraba comunitariamente y se conmemoraba la Pascua de Jesucristo, con la fracción del pan (Act 2, 42) (v. DOMINGO). Alrededor de la memoria hebdomadaria de la Pascua de Resurrección se formaron unos ciclos litúrgicos convergentes en la gran manifestación de la gloria de Dios al mundo; esos ciclos eran llamados en la terminología litúrgica latina circulus anni, anillo, círculo del año, cuya centro es la Pascua (v.).

Al principio las comunidades cristianas sólo cambiaron el sentido del día del Señor; para los otros días de la semana siguieron las costumbres judías de orar en ciertos momentos y de ayunar dos veces. Sin embargo, los ayunos fijados por la tradición hebrea en el lunes y el jueves se trasladaron al miércoles y al viernes, según lo confirma la Didajé (c. 8, 1) en el s. I. Estos días eran dedicados especialmente a la plegaria; en Occidente por lo menos se conocían como los días de estación, de vela o vigilia, en los cuales había una celebración de la Palabra. Posteriormente en esos días se celebrará también la Eucaristía. Se han conservado algunos rasgos de esas celebraciones en las Vigilias (v.) y especialmente en las Témporas (v.).

Algunas comunidades cristianas primitivas, para romper con la tradición judía, abandonaron el sábado como día litúrgico. La comunidad romana lo consideró día de ayuno, en recuerdo del gran ayuno del Sábado Santo (V. SEMANA SANTA). Entre los orientales, excepto los alejandrinos, el sábado se equiparaba a un día festivo: no se ayunaba, celebraban la Eucaristía y conmemoraban los santos de su calendario. Desde el s. x en Occidente se extendió la costumbre de venerar cada sábado a la Santísima Virgen. Los demás dias de la semana eran alitúrgicos. Pero a medida que iba enriqueciéndose el calendario también éstos llegaron a ser días de culto.

Un elemento importante de la liturgia semanal era, desde los orígenes de la Iglesia, la plegaria común destinada a santificar las horas del día. De ahí nació el Oficio Divino (v.), cuyos momentos más esenciales han sido siempre la oración de la mañana, al despuntar el alba (Laudes), y la de la tarde, al iniciarse el crepúsculo (Vísperas).

Pascua de Resurrección. Ascensión. Pentecostés. Todos los domingos del año estaban igualmente dedicados a la memoria de la Pascua (v.). Pero muy pronto se celebró con relieve particular, el aniversario de la Pascua de Jesucristo, el día propio de su Resurrección. Conocemos las controversias del s. II alrededor de la fijación de la fecha de la Pascua cristiana. Esto nos hace pensar que la fiesta anual de la Pascua estaba ya constituida. Sea como fuere, la solemnidad de la Pascua. es la primera que se destaca sobre el fondo del ciclo hebdomadario.

La dinámica de la fiesta de la Pascua impuso desde el s. III una prolongación que duraba 50 días. Primitivamente la memoria de la Pascua asimilaba la Ascensión y Pentecostés. Todos los días del periodo pascual tenían el mismo valor. Sin embargo, notamos una cierta tendencia a desglosar la Ascensión y Pentecostés, como festividades propias, siguiendo un orden cronológico. En el s. iv ya está constituida la fiesta de Pentecostés (v.) al quincuagésimo día, conclusión del tiempo pascual. De acuerdo con la misma idea, también en el s. iv aparece la memoria de la Ascensión (v.) a los 40 días de la Pascua, conforme a la indicación de Act 1, 3 y 9. A ejemplo de las grandes fiestas hebreas, la Pascua cristiana tuvo un relieve particular durante su octava, aunque hasta el s. Iv no se establece una liturgia propia para estos días.

Semana Santa. Cuaresma. Mientras se construye la liturgia que prolonga la festividad de la Pascua, va entrando un tiempo de preparación a la misma. Primeramente, en el s. III la Pascua engloba una vigilia y una memoria de la Pasión, el Viernes Santo (triduo pascual). A partir del s. iv se extienden los días preparatorios, tomando sucesivamente - un carácter penitencial y de iniciación al Bautismo que se administraba por Pascua. A este ciclo se le llamó Cuaresma

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