ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

EL PECADO La bondad de Dios y la malicia del hombre


Enviado por   •  6 de Julio de 2017  •  Apuntes  •  5.195 Palabras (21 Páginas)  •  257 Visitas

Página 1 de 21

EL PECADO

La bondad de Dios y la malicia del hombre

La historia de la humanidad es la crónica del amor de Dios al hombre. Desde la creación a la redención, el amor divino no sólo acompaña la biografía humana, sino que ha sido precisamente el amor lo que motivó los grandes acontecimientos de las relaciones de Dios con el hombre. En efecto, la Biblia y la tradición teológica confirman de continuo que el motivo de la creación es que Dios quiere manifestar externamente su amor. También la Encarnación del Verbo es la muestra más palpable de ese amor a la entera humanidad. El estado de postración en que se encontraba motiva el que su Creador salga de nuevo fiador de su vida. Jesús lo manifiesta expresamente: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó su unigénito Hijo» (Jn 3, 16). Y sobre todo es en la Redención donde culmina y se hace patente el amor de Dios al hombre: «Nadie tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos» (Jn 15, 13).

Pues bien, si e1 amor es el motor de la historia de la humanidad en relación al primer protagonista que es Dios, el papel del hombre en este relato es el «reverso de la trama»; es decir, el comportamiento del hombre y de la mujer en esta grandiosa historia es la desobediencia a Dios. Más aún, la historia del mal en el mundo, que se inicia con la rebelión del ángel, se prolonga y culmina con el pecado del hombre.

Cabe, pues, concluir con algunos teólogos que las dos realidades que constituyen el argumento de la Biblia son «gracia» y «pecado». O sea, gracia y misericordia por parte de Dios y pecado como aportación del hombre constituyen la trama sobre la que se lleva a cabo esa grandiosa relación de Dios con la humanidad que se denomina «Historia de la salvación».

El pecado en la Biblia

La realidad del pecado es un dato que atraviesa los numerosos capítulos de la Biblia. Después de la primera página, tan luminosa, de la creación y del amor humano entre el primer hombre y la primera mujer, de inmediato, el pecado entra en escena. En efecto, el pecado de los primeros padres (Gen 3, 1-20) es seguido de la narración del fratricidio de Caín (Gen 4, 8), del homicidio de Lamec (Gen 4, 23) y de los muchos «pecados de los hombres» que motivan el «diluvio» universal (Gen 4, 13). Pero, después de esa especie de «nueva creación» que protagoniza Noé, la humanidad continúa en su tarea de hacer el mal, lo que provoca la confusión de la Torre de Babel (Gen 11, 7-9), hasta confirmarse la sentencia bíblica de que «Dios se arrepintió de haber creado al mundo» (Gen 6, 6). Desde entonces, cuando ya se pierde la cronología de la humanidad y se inicia de nuevo la historia con la biografía de Abraham, los anales del pueblo de Israel coinciden con la narración de los pecados de infidelidad al Dios de la alianza. De ello ha dejado constancia el testimonio unánime de los profetas.

A partir de esta fecha, el relato bíblico repite sistemáticamente la historia de los pecados del pueblo escogido, que los libros de la Biblia narran con detalles conmovedores, pues Dios se muestra dolorido por la infidelidad de Israel como el esposo fiel lamenta los devaneos de la esposa (Jer 3, 20; Ez 16; Os 2, 4-20). Cabe decir que el profetismo se concreta en la misión de estos testigos enviados por Dios para corregir al pueblo por sus pecados y advertirle que Dios está dispuesto a castigarlos.

Al final de esta historia, como ya hemos consignado, Dios se mueve a compasión y decide salvar al hombre, mediante la encarnación del Verbo: el mismo nombre de Jesús significa precisamente salvador, porque «salvará al mundo de sus pecados» (Mt 1, 21).

Pues bien, la predicación de Jesús tiene en toda ocasión, como tema de fondo y en ocasiones de modo expreso, el tema del pecado: El viene a buscar a los pecadores. Por eso come y bebe con ellos (Lc 15, 2). A este respecto, las parábolas que Lucas transmite en el capítulo XV de su Evangelio, la oveja perdida, la moneda encontrada y el hijo pródigo concluyen con esta máxima que resume el objetivo de su misión: «Hay más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de penitencia» (Lc 15, 7).

Más tarde, la predicación de los Apóstoles insiste reiteradamente en el mal supremo que significa el pecado. Como es sabido, sólo en catálogos, cabe inventariar hasta 21 listas de pecados en el Nuevo Testamento. Además de esa veintena de elencos, el pecado pasea insistentemente por las páginas de la Biblia.

Estos datos invalidan las opiniones de ciertos moralistas que pretenden quitar importancia al pecado hasta límites que, desde el mínimo rigor intelectual, no es posible justificar.

Causas que motivan la crisis del pecado en nuestro tiempo

Se repite a distintos niveles que la época actual acusa una falta del sentido del pecado, tanto a nivel de reconocer su existencia como de aceptar que el hombre pueda cometerlo. Por ejemplo, algunos hablan que en la Biblia sólo se dan «indicativos morales» e incluso llegan a afirmar que el hombre no es capaz de cometer pecado mortal alguno. Es difícil que se haya formulado en la historia de la ética cristiana un error como este, tan carente de fundamento. Pero el hecho es que, como causa o efecto, junto al descuido de la noción de pecado en algunos sectores de la cultura actual, el pueblo cristiano ha perdido el sentido del pecado, tal como denuncian los Papas desde Pío XII. Como muestra de este análisis, baste transcribir este testimonio de Juan Pablo II:

«Sucede frecuentemente en la historia, durante periodos de tiempo más o menos largos y bajo la influencia de múltiples factores, que se oscurece gravemente la conciencia moral en muchos hombres [...]. Muchas señales indican que en nuestro tiempo existe este eclipse, que es tanto más inquietante en cuanto esta conciencia [...] está íntimamente unida a la libertad del hombre [...]. Por esto (si la conciencia está en crisis) es inevitable que en esta situación quede oscurecido también el sentido del pecado, que está íntimamente unido a la conciencia moral, a la búsqueda de la verdad, a la voluntad de hacer un uso responsable de la libertad» (RP, 18).

Efectivamente, la pérdida del sentido del pecado representa un mal muy grave no sólo para la vida cristiana, sino también para la historia de la humanidad.

En efecto, la cultura humana sufriría un grave quebranto si se oscureciese la noción de pecado, puesto que con ello se perdería uno de los conceptos primarios y más fundamentales, cual es el sentido del «bien» y del «mal». Y una generación que pierda tal sensibilidad es una generación culturalmente pobre. Además, ni sería capaz de ser llamada «cultura», dado que padecería una gran ignorancia, pues el «bien» y el «mal» existen, aunque no se reconozca y más aún si se los niega. De aquí que el hombre inteligente es aquel que sabe que hace el «bien» y el «mal». Si el hombre no se sintiese pecador, supondría en él muy poca inteligencia, dado que no está en la verdad, sino en un grave error. Es conocida la antigua sentencia de San Juan: «Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría en nosotros» (1 Jn 1, 8).

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (31.2 Kb)   pdf (151 Kb)   docx (23.2 Kb)  
Leer 20 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com