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El hombre busca a Dios: Conocimiento natural y sobrenatural de Dios


Enviado por   •  28 de Abril de 2023  •  Apuntes  •  5.025 Palabras (21 Páginas)  •  92 Visitas

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APUNTES EXAMEN

Módulo 1 – Asignatura 1

5. EL HOMBRE BUSCA A DIOS: CONOCIMIENTO NATURAL Y SOBRENATURAL DE DIOS

Si el hombre es capaz de conocerse a sí mismo y de conocer el mundo en el que vive, la aceptación de la existencia de Dios no es consecuencia de fantasías, de sentimentalismos, de ignorancias o de opciones «alienantes» como sugiriese Feuerbach en el siglo XIX84. Al contrario, es fruto del conocimiento natural que el hombre alcanzade sí mismo y de las realidades con las que se encuentra por medio de la razón con que el propio Dios lo ha dotado. Así lo recogía la constitución sobre la revelación Dei Verbum del Segundo Concilio del Vaticano cuando afirmaba que: «Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con seguridad por la luz natural de la razón humana, partiendo de las criaturas» (Dei Verbum [DV], n. 6). En el itinerario que sigue el hombre para alcanzar tal conocimiento natural de Dios se pueden distinguir como seis momentos:

a) El hombre desde que el mundo es mundo se ha planteado unos interrogantes sobre el origen y el sentido de su existencia. Interrogantes que el propio Kant sistematizó de la siguiente forma: ¿qué podemos conocer? ¿qué debemos hacer? ¿qué nos cabe esperar? ¿qué es el hombre?

b) Por otro lado, también se puede constatar que, desde siempre, el hombre se siente movido en su interior a dar respuesta a esos interrogantes, como condición de posibilidad para saciar la sed de felicidad y de infinito que hay en su corazón, así como único camino para dar sentido a su vida. Así las cosas, toma conciencia de que, por sí mismo, alcanzar la plenitud tan anhelada, pero la respuesta a los interrogantes «brota luminosa y segura, cuando el hombre se abre a la fuerza o realidad misteriosa que el propio hombre entrevé en el origen y en el destino de las cosas, y que da fundamento y sentido a la vidahumana»86 que no es otra que Dios mismo. En este sentido la declaración del VaticanoNostraAetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas sostiene que «ya desde la antigüedad y hasta nuestros días, se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana; y a veces también se encuentra el conocimiento de la suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y este conocimiento penetran toda la vida de los pueblos con un íntimo sentido religioso» (NostraAetate [=NA], n. 2). Esa «fuerza misteriosa» a la que hacen referencia los padres conciliares no es otra que el Ser Supremo e Infinito, lo Absoluto, y recibe el nombre de «Dios».

c) Así las cosas la aceptación de la existencia de una «fuerza misteriosa», de unSer Supremo, no es ajena al propio hombre, al contrario, responde a supropia estructura intelectual que, como vimos anteriormente, está abierta esencialmente a los otros y a al Otro.

En efecto, la búsqueda de la verdad es una exigencia de la condición humana. Por otro lado, el hombre se da cuenta de que no puede ser verdaderamente libre, si no recibe una luz sobre las cuestiones centrales de su existencia y, en particular, sobre aquella de saber de dónde viene y a dónde va. Se puede decir que el verdadero conocimiento orienta al hombre hacia la sabiduría; es decir, en lugar de restringir los ojos de la mente a lo material, nos invita a levantar la mirada hacia los valores del espíritu. En una palabra, la sabiduría da al verdadero conocimiento toda su amplitud liberadora; acepta el cálculo y la experimentación, al tiempo que se abre a la búsqueda de la verdad última, a la búsqueda de la luz que da sentido a la vida humana y que, aunque esté más allá de nuestro completo alcance, es la clave de la auténtica felicidad y libertad de los hombres, la medida de la humanidad, y el criterio para una relación justa con la naturaleza y con los hombres.

d) Cuando un cristiano se pregunta «¿Por qué creo en Dios?», la primera respuesta es la de la fe. En efecto, la fe es la respuesta natural del hombre ala Revelación divina, es decir a la revelación de Dios que sale a su encuentro. Esta respuesta razonable porque Dios es creíble. Y Dios es creíble porque lo demuestra con obras concretas que manifiesta su amor por el hombre. En este sentido, Santo Tomás define el credere in Deum como el ánimo pronto del hombre para creer en Dios y en lo que este revela movido por las muestras de amor del propio Dios.

e) Ahora bien, esta fe en un Dios que se acerca al hombre y le busca no es algo que repugne a la razón. Al contrario, encuentra un apoyo en los razonamientos de la inteligencia humana como son las pruebas destinadas a demostrar la existencia de Dios que se han sucedido a lo largo de la historia88. Todo lo anterior puede ser sintetizado con el «existencial sobrenatural» de Rahner. Para él, las palabras de Heidegger «existencial sobrenatural» no significaban otra cosa que la apertura innata a la trascendencia que se encuentra en lo más profundo de todo hombre y de toda mujer que viene a este mundo. Así en todo ser humano existe un anhelo que no se ve saciado hasta que lo reconoce y lo encuentra. En palabras de san Agustín: «Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti». Por su parte, el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica se refiere a esto mismo de la siguiente forma al responder a la pregunta «¿por qué late en el corazón del hombre el deseo de Dios?»

«Dios mismo, al crear al hombre a su propia imagen, inscribió en el corazón de este el deseo de verlo. Aunque el hombre a menudo ignore tal deseo, Dios no cesa de atraerlo hacia sí, para que viva y encuentre en Él aquella plenitud de verdad y felicidad a la que aspira sin descanso. En consecuencia, el hombre, por naturaleza y vocación, es un ser esencialmente religioso, capaz de entrar en comunión con Dios. Esta íntima y vital relación con Dios otorga al hombre su dignidad fundamental»

Santo Tomás de Aquino es uno de los firmes defensores de los dos órdenes del conocimiento. Para él: «los dones de la gracia se agregan a la naturaleza de tal modo que no la anulan, sino que la perfeccionan más; por lo cual, la luz de la fe que nos es infundida gratuitamente no destruye la luz del conocimiento natural que nos ha sido asignado por naturaleza». A partir de ahí establece una distinción de órdenes de la realidad que se resolverá en una diferenciación de órdenes del conocimiento.

a) Ordo naturalis: al que corresponde un conocimiento natural desde la razón y la filosofía y que respecto al conocimiento de Dios cristalizará en una teología natural o teodicea (naturaleza + razón).

 b) Ordo supranaturalis: al que corresponde un conocimiento sobrenatural desde la revelación y la razón iluminada e instruida por ella, que sedimentará en una teología cristiana (revelación + razón).

El punto clave de la armonía entre ambos órdenes es su fontalidad: ambos han sido creados por el mismo y único Dios. Como decía el obispo Berkeley: «Dios es el padre de todas las luces».

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