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FE CRISTIANA

cainfor20 de Noviembre de 2013

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II. Objetivo:

Reflexionar en el compromiso cristiano del llamado a ser discípulo y misionero y asumir la conversión como un compromiso personal y comunitario.

Identificar la llamada de la Iglesia contemporánea al compromiso cristiano.

III. Introducción:

Hoy en día vivimos en una época globalización de cambio constante de los paradigmas socio-cultural, en el que el cambio más profundo se da en el aspecto religioso dando como resultado el desvanecimiento de la concepción integral del ser humano, de su relación con el mundo que lo rodea, y resquebrajamiento de la relación con Dios; este es el gran error que cometemos al seguir la línea de las tendencias dominantes actualmente, excluimos a dios de nuestras vidas lo cual nos lleva por caminos equivocados y nos aleja de nuestro compromiso cristiano.

IV. Actividad de investigación:

Para afrontar los desafíos actuales, el sacerdote necesita una comprensión clara de su propia identidad, pero ¿qué es una identidad sacerdotal auténtica? Se puede comenzar recordando brevemente lo que no es: no es ser un trabajador social, un maestro, un investigador, un consejero o cualquier otro tipo de profesional.

Al contrario, esta identidad puede ser comprendida de manera adecuada sólo según sus dimensiones cristológicas y trinitarias. Aunque los papeles desempeñados por el sacerdote puedan cambiar según los desafíos de los nuevos tiempos, «existe un aspecto esencial del sacerdote que no cambia: el sacerdote de mañana, no menos que el sacerdote de hoy, debe semejar a Cristo. Cuando vivía en esta tierra, Jesús manifestó en su misma persona el papel definitivo del sacerdocio (...) el sacerdote del tercer milenio (...) seguirá siendo el llamado a vivir el sacerdocio único y permanente de Cristo»1.

Además, la dimensión «relacional» fundamental de la identidad sacerdotal «surge de las profundidades del misterio inefable de Dios, es decir, por el amor del Padre, la gracia de Jesucristo y el don de la unidad del Espíritu Santo, el sacerdote entra de manera sacramental en la comunión con el obispo y con los demás sacerdotes para servir al Pueblo de Dios que es la Iglesia y llevar a toda la humanidad a Cristo»2.

Por ello, la identidad sacerdotal es lo más característico y esencial que posee el sacerdote, ya en cuanto a lo que pudiéramos llamar dimensión metafísica y dimensión personal, pero en una consideración real y concreta como es la existencia de esta persona participando del sacerdocio de Cristo, consagrando totalmente su vida a su perfecto ejercicio, bajo la acción del Espíritu Santo para gloria del Padre y la salvación de las almas.

Todo esto, no únicamente supone sino que de hecho exige una perfecta configuración con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, de quien se prolonga sumisión sacerdotal a través de los tiempos y en las circunstancias concretas de cada hombre, según su época y su historia. Y por eso, hablar de identidad sacerdotal, será consecuentemente hablar de identificación con Cristo en lo que tiene de más significativo: en cuanto sacerdote, su función de mediador entre Dios y los hombres. Esto requiere en la existencia del sacerdote una comunicación preclara con Dios, a tal punto que lo identifique con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, capaz de entregarle a los hombres la plenitud de la riqueza de Dios, pero también exige una identificación del sacerdote con los hombres que encaminan sus pasos a la casa del Padre, para que no los defraude en su ascensión y alcance cabalmente la felicidad cumplida: la bien a venturanza eterna.

Cristo se presenta como el perfecto Sacerdote que realiza la cabal unión entre Dios y el hombre. Este hecho singular se efectúa en su propia existencia. Cristo es perfecto Dios y perfecto Hombre. En Cristo habita la plenitud de la Santidad (cf.Col 2,9) y por lo mismo puede comunicarla a todos los hombres. Cristo posee una naturaleza humana cabal que la ofrece a Dios como expresión perfecta de amorosa oblación (cf. Hb 9,14). En Cristo se realiza en forma admirable, perfecta, irrepetible esta indisoluble comunión: Dios y el hombre.

La meta suprema de todo sacerdote será, pues, intentar lograr una identificación, en cuanto sea posible, con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Es decir, poseer en una plenitud de actuación tanto la naturaleza humana, que le corresponde por su condición de hombre, como la naturaleza divina, que Dios le ha entregado por participación, por adopción, mediante la efusión de su Espíritu (cf. Gál 4,6; Rm 5,5). Estos principios tan simples conducen a consecuencias trascendentales, pues nos presentan al sacerdote en su justa y verdadera dimensión, en su correcta identidad: Un hombre pleno de la Vida de Dios que es conocimiento del Misterio Divino (cf. Jn 17,3), que es participación de la Divina Caridad (cf . 1Jn 4,7-21). Un hombre preocupado de hacer eficaces los deseos de sus hermanos por disfrutar más abundantemente de la vida de Dios. Verdadero puente de unión entre Dios y los hombres.

“Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y por su ordenación, son segregados en cierta manera en el seno del pueblo de Dios, no de forma que se separen de él, ni de hombre alguno, sino a fin de que se consagren totalmente a la obra para la que el Señor los llama (cf. Hch 13,2)”79.

Los presbíteros encuentran, por lo tanto, su identidad viviendo plenamente la misión de la Iglesia y ejerciéndola de diversos modos en comunión con todo el pueblo de Dios, como pastores y ministros del Señor en el Espíritu, para completar con su obra el designio de salvación en la historia80.

“Por lo tanto, el sacerdocio ministerial hace palpable la acción propia de Cristo Cabeza y testimonia que Cristo no se ha alejado de su Iglesia, sino que continúa vivificándola con su sacerdocio permanente. Por este motivo, la Iglesia considera el sacerdocio ministerial como un don a Ella otorgado en el ministerio de algunos de sus fieles”.

La identidad del sacerdote, entonces, deriva de la participación especifica en el Sacerdocio de Cristo, por lo que el ordenado se transforma en la Iglesia y para la Iglesia—en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: «una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor»82.

“El presbítero es ontológicamente partícipe del sacerdocio de Cristo, verdaderamente consagrado, hombre de lo sagrado, entregado como Cristo al culto que se eleva hacia el Padre y a la misión evangelizadora con que difunde y distribuye las cosas sagradas la verdad, la gracia de Dios a sus hermanos: ésta es su verdadera identidad sacerdotal; y ésta es la exigencia esencial del ministerio sacerdotal también en el mundo de hoy”83.

La identidad sacerdotal tiene cuatro dimensiones bien precisas que son como cuatro soportes que dan sentido, consistencia y plenitud a la vida del sacerdote.

DIMENSIÓN TRINITARIA

En comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo

El sacerdote, a causa de la consagración recibida en el sacramento del Orden, es constituido en una relación particular y especifica con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.

La identidad sacerdotal tiene su fuente original en la Trinidad84, pues el sacerdote es elegido por el Padre, el cual lo configura sacramentalmente con Cristo por la acción del Espíritu Santo, en la Iglesia y para la Iglesia, en ordena la salvación del mundo, y en comunión con el obispo y con el presbiterio:

1 JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal Pastores Dabo Vobis (=PDV) (25 marzo 1992), 5: AAS 84 (1992) 664.

2 PDV 12

CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium 28; Decreto sobre la formación sacerdotal

Optatam totius 22; Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos en la Iglesia Christus Dominus 16; Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis;

PABLO VI, Carta Encíclica Sacerdotalis coelibatus (24 junio 1967): AAS 59 (1967) 657-697; S. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Carta circular lnter ea (4 noviembre 1969): AAS 62(1970) 123-134; SÍNODO DE LOS OBISPOS, Documento sobre el sacerdocio ministerialUltim istemporibus (30 noviembre 1971):

Llamado por Dios El sacerdote, identidad y misión

Formación de sacerdotes. La tarea parece clara y definida: se trata de formar eso, sacerdotes. Y sin embargo ¿tenemos de verdad claro qué es, en profundidad, el sacerdote que pretendemos formar? Cuando nos resulta problemático definir un buen plan de formación, o cuando nuestros planes no logran los resultados esperados, ¿no será porque se nos ha desdibujado la verdadera figura del sacerdote, una figura que quizás damos demasiado fácilmente por descontada?

La formación de sacerdotes no puede eludir la pregunta por la identidad y misión sacerdotales. Es evidente que nuestra concepción del sacerdote determinará el tipo de formación que ofreceremos a los candidatos al sacerdocio.

Pero, por otra parte, se trata de formar hombres en esa identidad y para esa misión. Más aún, la "humanidad" del sacerdote forma parte también de su identidad. Es evidente, entonces, que también nuestra concepción del hombre configurará nuestro planteamiento de la formación sacerdotal.

¿Qué es el sacerdote? La pregunta parece sencilla. La respuesta, sin embargo, ha sufrido momentos de honda incertidumbre en estas décadas pasadas. Diversos modelos de sacerdote se fueron sucediendo y descalificando recíprocamente: del cura obrero al activista político, del asistente social al delegado comunitario. Era fácil toparse, como describía

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