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Historias Biblicas

Edmap16 de Septiembre de 2013

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ÍNDICE

1. En peligro una noche de tormenta 02

2. ¿Lustro, Señor? 04

3. Un milagro moderno 07

4. Un paseo de una “zorra” 08

5. La prueba de Enriqueta 09

6. Pedro y el certamen 11

7. Se llevaron una sorpresa 14

8. Conviene ser honrado 16

9. La oración de la mamá 18

10. La fidelidad premiada 20

11. Un barquito para Carlos 21

12. Una colección extraña 23

13. La nueva vecina 25

14. Roberto no se apresura 28

15. Un milagro para Loida 30

16. La equivocación de Ricardo 32

17. Casi fue una tragedia 34

18. Cuando la torta desapareció 36

19. No olvides el farol 38

20. Cuando Clarín les salvó la vida 39

21. Una lección eficaz 42

22. No hurtarás 44

23. Un himnario y un perro 46

24. El ladroncito gris 48

25. Dominad vuestro enojo 50

26. Enriqueta la descuidada 52

27. El reloj que ganó el premio 54

28. Enrique aprendió a orar 56

29. Las dos tardanzas 58

30. No temía la muerte 59

31. Misioneros en la cárcel 61

32. Federico el jactancioso 63

33. Perdidos en el desierto 65

34. La muralla que Dios construyó 67

35. La compasión recompensada 68

36. La cocinita de hierro 70

37. Cómo escapó Nara 73

38. No seamos exclusivistas 75

39. Castigado por la naturaleza 78

40. Lo que merece ser hecho 80

41. La abnegación de un niño músico 82

42. Cómo salvaron una vida 84

43. Salvadas de un incendio 86

44. Santiago salta la valla 88

45. Un poco de buena voluntad 90

46. El cumpleaños de Máxima 92

47. Unce tu carro a una estrella 94

48. El león encadenado 96

49. Las manos mágicas 98

50. El canto del cielo 100

51. Lo que María quería para Navidad 102

1. - “EN PELIGRO UNA NOCHE DE TORMENTA”

Era una noche de tormenta y afuera llovía a cántaros, pero en la sala de la familia Mason brillaba la luz y había un agradable fuego en la chimenea. Dos niños, Emita y Roberto, estaban conversando.

- ¿No es cierto que es lindo que papito esté con nosotros esta noche? – decía Emita

- ¡Ojalá que no fuese médico! Porque entonces podría estar en casa cada noche -contestó Roberto.

- ¿No te parece papá- dijo Emita, que está es una noche apropiada para que nos cuentes una historia?

- Muy bien. . ¿ Qué clase de historia quieren?- dijo el Dr. Mason dejando su diario de lado.

-Cuéntanos algo de cuando eras niño y vivías en la granja, - dijo Roberto.

-¿Les conté alguna vez cómo Dios cuidó a mi padre una noche de tormenta más o menos como ésta?- él preguntó.

-No; nunca nos lo contaste- dijo Emita, acercándose para compartir el sillón con él.

En cuanto a Roberto, se acostó en la alfombra delante de la chimenea. Ambos niños permanecieron muy atentos, pues sabían que se trataba de una historia interesante.

- Mi padre era médico rural- empezó diciendo el Dr. Mason.- Era muy amigo de todos los habitantes de la comarca, y estaba siempre atareado.

“Tenía que recorrer los campos con su caballo oscuro que ataba a un vehículo de asiento alto llamado sulky. El viejo caballo era muy inteligente. A veces, cuando papá volvía a casa después de haber pasado la mitad de la noche al lado de un enfermo, se dormía; pero su caballo siempre lo traía a casa sano y salvo.”

“Una noche después de haber cerrado su consultorio, papá dijo”:

“- Debo ir a la casa de los Miller, pues el niño está enfermo.”

“- Está lloviendo muy fuerte- dijo mamá, - ¿Por qué no esperas hasta la mañana?”

“- No, debo ir esta noche, pues el niño necesita que lo atienda.”

“- Uno de los trabajadores de la granja enganchó el caballo al sulky, y lo trajo al portón. Papá se puso su impermeable y sus botas de goma y encendió la linterna. Al abrirse la puerta, entró una ráfaga de viento con lluvia, y era tremendo el ruido que hacia el agua al caer sobre el techo.”

- ¿Llovía más fuerte que esta noche? – preguntó Roberto.

- Sí, mucho más fuerte – contestó el Dr. Mason.

“ Terribles relámpagos cruzaban el cielo, y el trueno retumbaba en forma que infundía miedo. Nos quedamos frente a la ventana mirando afuera en las tinieblas, preocupados por la suerte de papá.”

“Los niños nos fuimos a la cama, pero mamá se quedó levantada para esperar el regreso de papá.”

“A la mañana siguiente, él no había regresado todavía. Mamá llevaba una expresión animosa, pero sabíamos que estaba preocupada. Brillaba el sol, y el mundo parecía haber sido lavado y limpiado.”

“Mientras estábamos desayunando, papá llegó con su vehículo. Los perros salieron a su encuentro ladrando para darle la bienvenida. El viejo Tomás, uno de los peones de la granja, se llevó el caballo al cobertizo, donde lo desenganchó y le dio su desayuno de heno y avena. Todos corrimos a la puerta para recibir a papá. Yo me encargué de su abrigo y de su sombrero para llevarlos a la percha. Cuando se sentó a la mesa, dijo:

“ Me fue bastante mal anoche con la tormenta; estoy ciertamente contento de hallarme sano y salvo en casa.”

“ Mientras mamá se apresuraba a servir el desayuno, preguntó: - ¿Cómo está el niño?.”

“- Cuéntanos lo que pasó – pedimos todos a coro.”

“ – El niño estaba muy enfermo – contestó papá, - pero ahora esta fuera de peligro. La tormenta fue la peor que haya visto. Era tan oscuro que no podía ver a medio metro de distancia, y la lluvia descendía a torrentes. No había nadie en el camino.”

“Yo sabía que el río podía desbordar, pero pensé que podía cruzar el puente yendo lentamente. Cuando llegamos al viejo puente de madera, el caballo se detuvo. Le insté a que adelantara, pero se negó a moverse. Me bajé del sulky, le hablé y le acaricié la cabeza. Restregó su nariz contra mis manos, pero no quiso moverse una pulgada.”

“De manera que no me quedó otro remedio que dar vuelta a la izquierda y dirigirme hacia el nuevo puente de cemento que quedaba como quince kilómetros fuera de mi camino. Para gran alivio mío, el caballo cruzó ese puente sin vacilación.”

“No podía comprender el proceder del caballo hasta esta mañana, cuando supe que el viejo puente había sido arrastrado anoche por la creciente. Si el caballo hubiese seguido adelante como yo quería, nos habríamos ahogado. De manera que estoy agradecido a nuestro Padre celestial por su cuidado, y muy contento de que el viejo caballo no quiso seguir adelante.”

“Ese fué un día feliz para nuestra familia. En el culto matutino, cada uno elevó una oración de gracias a Dios por haber traído a papá sano y salvo.”

- Me gusta esta historia, papito- dijo Emita, cuyos ojos brillaban.

-A mí también me gustó – exclamó Roberto.- Me hace acordar de uno de los versículos que más me gusta en la Biblia.

- ¿Qué versículo es?- preguntó el Dr.Mason

Roberto contestó: “Pues que a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos”. Creo que el ángel custodio que acompañaba a abuelito lo guardó aquella noche, ¿no te parece, papito?

- Estoy seguro de que fue así, hijo- contestó el Dr.Mason.

2. - “¿LUSTRO, SEÑOR? ”

“¿Lustro señor?” la voz era de un niño, de dulce acento pero un poco tímida. El hombre se volvió hacia el pequeño lustrabotas, encontrando la mirada de un par de ojos grandes y mansos; pero, moviendo la cabeza y diciendo entre dientes: “no”, siguió adelante.

El amable rostro, empero, y los mansos y suplicantes ojos lo indujeron a volver.

¿Lustro, señor?

Era la misma inocente voz, pero un poco más firme. El hombre le miró los pies descalzos y la ropa raída, y sintió compasión.

- Esta mañana no, amiguito, pero toma el precio de la lustrada- y le ofreció los diez centavos.

-¡Eso no! Todavía no he llegado a eso. Nos soy un mendigo, señor, sino lustrabotas. ¿Quiere que le lustre los zapatos? Será cuestión de un momento.

El hombre puso un pie en el soporte, muy pronto sus botines quedaron como ébano pulido.

- ¡Gracias! – dijo el muchachito, al acabar con el segundo botín, y mientras recibía su pago.

El hombre reanudó su marcha, reteniendo muy claramente en su memoria la imagen del niño.

A la mañana siguiente, mientras iba a sus ocupaciones, fué saludado por el mismo muchacho: “¿Le lustro, señor?”. El hombre se detuvo otra vez, colocó un pie en el cajoncito, y el niño se puso a cepillar con energía.

- ¿Dónde vives, amiguito? ¿Dónde está tu casa?

- No tengo casa.

-Entonces, ¿donde duermes?

- En cualquier parte donde puedo meterme: en algún sótano o desván.

-¿Tienes que pagar?

- ¡Claro que sí! Uno no puede dormir sin pagar.

-¿Cuánto pagas?

- De quince a veinte centavos.

- ¿Por qué no te quedas en un mismo lugar?

- Pues señor, se emborrachan y pelean y maldicen tanto en casi todas partes adonde voy, que no quiero ir más, por eso ando de una parte a otra... ¿Lustro, señor?

...

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