Dios Y La Historia: Una Perspectiva bíblica
comercial110 de Noviembre de 2012
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Dios y la historia: Una perspectiva bíblica
Siegfried J. Schwantes
La historia no es mejor que "un cuento narrado por un idiota, lleno de sonido y furia, que no significa nada". Así se expresó Shakespeare. La historia es donde contemplamos "detrás, encima, y entre la trama y urdimbre de los intereses, las pasiones y el poder de los hombres, [a] los agentes del Ser misericordioso, que ejecutan silenciosa y pacientemente los consejos de la voluntad de Dios".1 Así declaró Elena White, al ver un designio divino y un propósito en la historia que lo abarcan todo.
Entre la filosofía griega y la profecía bíblica, entre el humanismo y la revelación, tenemos una dicotomía respecto a cuál es la esencia de la historia. Como cristianos, es imperativo que estemos plenamente informados en cuanto a la comprensión bíblica de la historia. La Palabra de Dios afirma que Dios gobierna sobre los asuntos de los individuos y las naciones. Ciertamente la soberanía divina en la historia es una verdad bíblica profundamente afirmada. "Cuando el Altísimo hizo heredar a las naciones, cuando hizo dividir a los hijos de los hombres, estableció los límites de los pueblos según el número de los hijos de Israel" (Deuteronomio 32:8). Isaías habló de Ciro como de alguien que había sido escogido por Dios para liberar a Israel de la cautividad babilónica (Isaías 45:1). Daniel subrayó el hecho de que Dios "muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes" (Daniel 2:21). El apóstol Pablo creía que la venida de Jesús estaba dentro del cómputo divino del tiempo en la historia (Gálatas 4:4). Arguyó además que el objetivo principal de la existencia nacional e individual en esta tierra es de carácter religioso: "El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar adonde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban" (Hechos 17:26-27, Biblia de Jerusalén).
Dios y las naciones
¿Concedió Dios a cada nación y civilización un "tiempo de gracia", una oportunidad para buscarlo y encontrarlo? El comentario de Elena White sobre el discurso de Pablo registrado en Hechos 17 no deja la menor duda al respecto: "Se ha permitido a toda nación que ha subido al escenario de acción, ocupar su lugar en la tierra a fin de ver si cumpliría el propósito del 'Vigilante y Santo'. La profecía ha trazado el levantamiento y la caída de los grandes imperios del mundo: Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma. La historia se repitió con cada una de ellas, lo mismo que con naciones menos poderosas. Cada una tuvo su período de prueba, fracasó, su gloria se marchitó, perdió su poder, y su lugar fue ocupado por otra".2
Consideremos a Babilonia. Sus especulaciones religiosas la condujeron a un embrollo de superstición y oscurantismo cada vez más profundo. Babilonia podría haber conocido a Dios. El Señor incluso la colocó en contacto con su pueblo durante la cautividad. Pero Babilonia fracasó en ver las providencias de Dios en la historia.
Egipto no presenta un cuadro mejor. A pesar de la vislumbre promisoria en los días de Iknatón, cuando la búsqueda de la verdad por parte del pueblo los condujo a la idea de una divinidad suprema, un politeísmo grosero mantuvo a Egipto cautivo. Los poderosos sacerdotes de Amón en Tebas aplastaron las aspiraciones religiosas florecientes de la Edad de Amarna. A la muerte de Iknatón la corte regresó a Tebas, y las intuiciones religiosas de Iknatón no llevaron fruto.
Por otra parte, la historia muestra que los "tiempos determinados" de Dios no fueron enteramente infructíferos. En Persia, en el siglo VII a. C., Zoroastro se distinguió por su notable comprensión de la verdad religiosa. El reemplazó las demandas opuestas del politeísmo persa por una creencia en Ahura Mazda, el dios de la verdad y la luz. El zoroastrismo reconoció una lucha prolongada en la cual las fuerzas del bien eventualmente prevalecerían en el juicio final.
En la penumbra de esa luz y en el brillo de la revelación bíblica, se reconoce claramente el papel de Dios en la historia. Elena White, en perfecta armonía con los escritores bíblicos, respalda el punto de vista providencial de la historia: "En los anales de la historia humana, el crecimiento de las naciones, el levantamiento y la caída de los imperios, parecen depender de la voluntad y proezas del hombre. Pero en la Palabra de Dios se descorre el velo, y contemplamos detrás, encima y entre la trama y urdimbre de los intereses, las pasiones y el poder de los hombres, los agentes del Ser misericordioso, que ejecutan silenciosa y pacientemente los consejos de la voluntad de Dios. La Biblia revela la verdadera filosofía de la historia".3
La historia como el despliegue de la obra de Dios
Eusebio (c. 260-c. 340 d. C.), obispo de Cesárea y primer historiador de la iglesia cristiana, argüía que los hilos rotos del pasado de la humanidad podían tejerse en un todo significativo si se veía la historia como una preparación para el Evangelio. Sólo así las incongruencias de la historia, con todas sus miserias y esperanzas incumplidas, podían interpretarse como provistas de significado dentro de un plan divino. Derivando su principal inspiración del apóstol Pablo, Eusebio reconoció en la historia un modelo inteligible. Para él, la historia no se movía al azar, sino hacia un blanco escogido por Dios mismo.
Esto no quiere decir que la historia prueba el papel de Dios en los asuntos humanos. Pero la historia, en su marcha inevitable hacia un blanco divino, revela a Dios ante el ojo de la fe, así como lo hace la naturaleza con toda su belleza y dolor. Hay suficiente evidencia de la providencia prevaleciente de Dios en la historia como para sostener la fe, aunque nunca es tan abrumadora como para constreñirla. De este modo la historia tiene sentido para el creyente, aunque sigue siendo un oscuro enigma para el incrédulo.
La verdad de una providencia divina que guía el curso de los eventos hacia un blanco escatológico se capta mejor cuando una diversidad de factores son percibidos como contribuyendo hacia el cumplimiento de un propósito divino en la historia. Fue así como el apóstol Pablo escribió en cuanto al "cumplimiento del tiempo" como el momento crítico cuando "Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley" (Gálatas 4:4-5). El momento culminante en la historia de la redención no podría haber llegado hasta que se hubiesen cumplido las condiciones preparatorias. El apóstol podría haber tenido en mente el cumplimiento de un tiempo profetice como el de Daniel 9:24-27. Pero ciertamente se incluía más que eso bajo la expresión "el cumplimiento del tiempo". Una serie de corrientes históricas estaban aparejando el camino para la venida del Mesías: la unificación del mundo antiguo que siguió a las arrolladoras victorias de Alejandro (336-323 a. C.); la difusión del idioma y las ideas griegas desde Grecia hasta los límites con la India; un lenguaje común y una cultura que crearon una "aldea global"; y la creciente maldad de la naturaleza humana que clamaba por una liberación.4
Cuando el Imperio Romano absorbió el mundo de habla griega, impuso con su capacidad en materia de jurisprudencia y administración territorial orden y seguridad dentro de sus fronteras. La dominación romana también abrió las avenidas del comercio y construyó una vasta red de caminos. La navegación en el Mediterráneo se volvió mucho más segura por la virtual eliminación de la piratería.
Otro factor de este "cumplimiento del tiempo" que facilitó la diseminación del Evangelio fue la ubicuidad de la diáspora judía. En la mayoría de las principales ciudades del Imperio Romano podían encontrarse sinagogas y mercaderes judíos. Las sinagogas atraían a muchos ciudadanos temerosos de Dios, impresionados con la fe monoteísta de los judíos y sus elevadas normas morales, las que contrastaban con las de los gentiles. Estos prosélitos, ya familiarizados con las enseñanzas del Antiguo Testamento, estaban mucho más inclinados a abrazar el mensaje cristiano, como lo muestra claramente el libro de Hechos.
El hecho de que un factor histórico pudiera favorecer el avance del reino de Dios en la tierra no reviste mucha fuerza persuasiva per se. Pero cuando varios factores como los que se acaban de mencionar convergen en la misma dirección, pareciera injustificada una posición escéptica.
La Reforma en la providencia divina
Otro evento importante con consecuencias importantísimas para la historia religiosa fue la Reforma protestante del siglo XVI. También conlleva los rasgos característicos de la dirección divina en el proceso histórico en curso. Hubo corrientes o rumbos preparatorios que convirgieron para hacer un éxito de esta revolución, un éxito difícil de imaginar en los siglos precedentes. Entre dichas corrientes se pueden identificar fácilmente cinco.
El feudalismo estaba perdiendo su gravitación sobre la vida económica de Europa Occidental. Con el florecimiento de las ciudades, las que se estaban tornando más agresivas en la arena política, y con la
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