LA IGLESIA SACRAMENTO DE SALVACIÓN
javiadrian0529 de Mayo de 2013
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LA IGLESIA SACRAMENTO DE SALVACIÓN
A) LA IGLESIA COMO MISTERIO
La historia de salvación culmina en Cristo. Juan Bautista lo anuncia con los mismos términos de Isaías: llega el nuevo y definitivo éxodo: "Preparad el camino del Señor" (Lc 3,4; Is 40,3). Jesús realiza el nuevo éxodo, llevando al pueblo de Dios de la esclavitud del pecado a la casa del Padre, al reposo eterno de Dios mismo (Hb 4,9ss). Cristo "lleva a los hijos a la gloria, guiándolos a la salvación" (Hb 2,10). Jesús en persona es el camino: en El los hombres llegan a la vida eterna. El entra el primero a través del camino de la cruz. Y a través de su carne abre la senda que lleva a los discípulos a participar en la gloria de la resurrección. Cristo es "el camino nuevo y vivo" para entrar en el "santuario celeste" (Hb 10,19-22). El caminar de Abraham, la marcha del pueblo hacia la tierra prometida, la vuelta del exilio y el seguimiento de Dios en la ley, culminan en Jesucristo, camino de vida, en el Espíritu, que lleva al Padre: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14,6) Pero el misterio de Cristo se vive en la Iglesia. La historia de la salvación, culminada en Cristo, se prolonga en la Iglesia. Jesucristo, "luz de las gentes", ilumina a todos los hombres con la claridad que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, enviada por El a anunciar el Evangelio a toda criatura (Mc 16,15). "La contemporaneidad de Cristo con el hombre de todos los tiempos se realiza en su cuerpo, que es la Iglesia" (VS 25). El cristiano vive "su vocación en Cristo" en la Iglesia, que es la convocación de los fieles en Cristo. La vida cristiana se vive en Iglesia, comunitariamente. La incorporación sacramental a la Iglesia por el bautismo es el signo sacramental que realiza la incorporación a Cristo. La vida cristiana es la vida del hombre que ha sido acogido en la comunidad de la Iglesia y de este modo se ha configurado con Cristo. El misterio de Cristo, la Iglesia lo profesa y lo celebra para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (CEC 2558). Al recibir en el bautismo el nuevo ser, fruto de la reconciliación con Dios por la sangre de Jesucristo, el creyente se incorpora a la comunidad de la Iglesia, que vive en la comunión con el Señor en la Eucaristía. Esta comunión con el Señor engendra la comunión entre todos los que "comen el mismo e idéntico pan", haciendo de ellos un "único cuerpo" (1Co 10, 17), un "único hombre nuevo" (Ef 2,15). Este único cuerpo es el cuerpo eclesial de Cristo. Nadie puede ser cristiano en solitario. Es imposible creer y abrirse al Evangelio por sí mismo. Es preciso que alguien nos anuncie el Evangelio y nos transmita (traditio) la fe. En la Iglesia se nos sella la fe en el bautismo y ésta fe es sostenida con el testimonio de los hermanos en la fe y con la Eucaristía.
La Iglesia es el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de la acción del Espíritu Santo. Es más, la fe enraíza a la Iglesia en el misterio de Dios Uno y Trino. Así es como nos la presenta el Concilio Vaticano II, citando a San Cipriano: "La Iglesia es el pueblo reunido en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Ya desde el comienzo el Credo confiesa que se entra en la Iglesia por el bautismo "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). La Iglesia es, pues, sacramento de salvación. En la Iglesia está visible el misterio salvador de Dios, hecho presente en el mundo por Jesucristo y actualizado en el corazón de los fieles por el Espíritu Santo (Ef 3,3-12; Col 1,26-27). La Iglesia tiene la profunda conciencia de que no es ella, sino su divino Fundador, quien irradia la luz sobre las naciones. Pero ella sabe también que esta irradiación llega a toda la humanidad reflejándose en su rostro, y de este modo baña a los hombres en la claridad, que sólo brota de Dios. Es lo que afirma San Pablo en su texto sobre la gloria trasformante del Señor: "Mas nosotros todos, con el rostro descubierto, reverberando como espejos la gloria del Señor, nos vamos trasformando en la misma imagen, de gloria en gloria, conforme a como obra el Espíritu del Señor" (2Co 3,18).
La Iglesia trasmite esta luz a los hombres con la predicación de la Buena Nueva a toda criatura. El fin único de la Iglesia es la gloria del Señor. La Iglesia no se coloca, pues, a sí misma en el sitio del Salvador. La Iglesia existe desde Cristo y en Cristo. La Iglesia es, no sólo efecto de un remoto acto fundacional de Cristo, sino "su continuación terrestre". Cristo es no sólo fundador sino cabeza real, aunque invisible, de la Iglesia, que es así el cuerpo animado por El y que recibe de El vida y acción. Cristo es nuestro origen y nuestro camino, Cristo es nuestra esperanza y nuestro fin. La Iglesia, por la Eucaristía y el Espíritu, prolonga la encarnación y obra redentora de Cristo; prolonga la acción divinizante de Cristo que, insertándose en la carne humana, inserta al hombre en la vida divina.
La Iglesia es la pervivencia pneumática de la encarnación, redención y amor vivificante de Cristo a la humanidad de siempre. La Iglesia vive en una total referencia a Cristo, no sólo de origen, sino de perduración. En la Iglesia el divino Redentor realiza la salvación. No es la Iglesia "Lumen gentium", sino Cristo. La Iglesia no tiene luz propia, sino que cual luna misteriosa junto al sol, devuelve reflejada hacia los hombres la claridad de Cristo, que resplandece en su rostro (CEC 748). Pura trasparencia, porque, desapareciendo, posibilita ver a Cristo, presencia viviente en ella; forma personal a quien tiene que conformarse; cabeza del cuerpo único, que ambos forman (CEC 562; 788-795). No es la Iglesia, sino Cristo, luz-camino-vida del mundo. La Iglesia no gira en torno a su voluntad, sino en torno a la persona de Cristo. Su acción es obediencia. Su existencia es fidelidad. Su vivir es re-vivir a El.
La Iglesia, sacramento de salvación, se edifica y se nutre con los sacramentos. Decir que la Iglesia es sacramento es afirmar que en ella se realiza la salvación en forma visible y eficaz, comunitaria e histórica. La acción salvífica de Cristo, mediante el Espíritu Santo, está presente en la Iglesia, de un modo particular en sus sacramentos. La Iglesia, con sus siete sacramentos, es el signo visible y eficaz, escogido por Dios, para realizar en la historia su voluntad eterna de salvar a toda la humanidad. El Espíritu Santo y la Iglesia hacen presente en el mundo la voluntad salvífica de Dios.
Con la efusión del Espíritu Santo, en Pentecostés, se inaugura el tiempo de la Iglesia, en el que Cristo manifiesta, hace presente y comunica su obra de salvación por medio de los sacramentos. Cristo vive y actúa en la Iglesia, comunicando a los creyentes los frutos de su misterio pascual: "Sentado a la derecha del Padre y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por Él para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo" (CEC 1084). "El día de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia se manifiesta al mundo (Cf LG 2). El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la `dispensación del Misterio': el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica la obra de su salvación mediante la Liturgia de su Iglesia, `hasta que él venga' (1Co 11,26). Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa... por los sacramentos" (CEC 1076).
La palabra predicada lleva a los sacramentos, donde la palabra es sellada y cumplida. "Lo que confiesa la fe, los sacramentos lo comunican: `por los sacramentos que les han hecho renacer', los cristianos han llegado a ser `hijos de Dios' (Jn 1,12; lJn 3,1), `partícipes de la naturaleza divina' (2P 1,4)... Por los sacramentos y la oración reciben la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu que les capacitan para llevar en adelante esta vida nueva" (CEC 1692). La iniciación cristiana es el gradual descubrimiento y vivencia, mediante el don del Espíritu Santo, de la vida filial. La Palabra y los Sacramentos, que la sellan, llevan al cristiano a vivir toda su existencia como vida de hijo de Dios, reproduciendo en la propia historia la imagen del Hijo Unigénito del Padre. Cristo es el "sacramento primordial" y de El brotan los sacramentos de la Iglesia, como su don esponsal a la Iglesia: "Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5). En efecto, como dice San León Magno "lo que era visible en nuestro Señor ha pasado a sus misterios" (CEC 1115). Los sacramentos perpetúan en el tiempo de la Iglesia el misterio de Cristo. Mediante los sacramentos de la Iglesia llega al hombre de todos los tiempos la obra de salvación de Cristo. Los sacramentos forman un organismo en el cual cada sacramento particular tiene su lugar vital. En este organismo, la Eucaristía ocupa un lugar único, en cuanto 'sacramento de los sacramentos': todos los otros sacramentos están ordenados a éste como a su fin" (CEC 1211).
El Espíritu de Dios une la Palabra y los Sacramentos. El Espíritu da testimonio de Cristo junto con los apóstoles y actualiza para nosotros la palabra anunciada, interiorizándola en los corazones de quienes la escuchan y la acogen con fe. Así el anuncio de Cristo, muerto y resucitado,
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