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¿La Fe Es Ciega?


Enviado por   •  4 de Abril de 2014  •  759 Palabras (4 Páginas)  •  344 Visitas

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¿La Fe es Ciega?

Una de las frases a la que más recurrimos cuando a hablar de Fe se requiere es “la fe es ciega” y efectivamente una de las más admirables cualidades del que tiene Fe es, creer en realidades que no ha visto con los ojos del cuerpo, el mismo Señor Jesús así lo manifiesta a Tomás cunado le dice: “Crees porque me has visto. ¡Felices los que no han visto, pero creen!” (Jn 20, 29) pero, ¿Verdaderamente la Fe es ciega?

Quiero pensar, y no con el afán de contradecir una creencia tan arraigada, que sin embargo, la Fe no es estrictamente ciega como tal y que lejos de aquella representación medieval de una figura femenina con los ojos vendados, la Fe es aquella característica (virtud teologal) dada al hombre para escrutar como con ojos de lince hasta lo más profundo de las verdades reveladas, no sólo de manera científica, sino que sondea, penetra más allá de lo evidente incluso sobrepasando los límites de la razón, aunque sin prescindir de ella.

La verdadera Fe no es la que prescinde de la pregunta ¿por qué? Sino la que echa mano de ella para entender, para profundizar, para penetrar en el Misterio, es la que se deja interpelar y busaca dar respuesta y que a su misma vez no pierde la capacidad de asombro, y es susceptible de anonadamiento ante lo inefable.

Fe, no es creer por solamente creer, me parece esta una actitud mediocre ya que el Autor de la existencia y el mismo que la sostiene nos ha dado a todos la capacidad de trascender lo puramente obvio, y de aspirar a lo trascendente aún ya en esta vida maravillosa pero limitada. Verdadero creyente es aquel que es capaz de dar razones de su Fe, y no aquel que remite cualquier interrogante al misterio, el hombre de Fe agota las razones y las respuestas hasta hacer evidente el Misterio. La Fe, jamás abarata el Misterio, no es su única salida, ni una salida fácil a las cuestiones del ¿por qué? Nadie tiene derecho a decir: “Es un misterio” si antes no ha agotado todas las posibles explicaciones, si no ha gastado su razón en profundizar, en esforzarse por entender. Si no ha recorrido el camino del deseo de Dios en quien dice creer, si no ha agotado todas y cada una de sus capacidades por entender, si no ha escrutado hasta el hartazgo el significado de las palabras de sus argumentos en cuestiones de Fe no tiene derecho a hablar de Misterio.

La pregunta ¿Por qué? Nunca debe faltar del vocabulario del hombre de Fe, es más, tendría que ser su mejor herramienta, aquella que lo impulse a ir más allá de donde la mayoría no se atreve a ir, a salir de sus seguridades para encontrase con lo inefable y enamorarse de lo que no se puede abarcar; hasta quedarse sin palabras donde lo incomprensible se hace evidente, ahí donde ya el “por qué” carece de sentido, ahí donde “Misterio” no es lo que no se puede comprender sino, lo te que abarca, te envuelve, te inunda, te penetra y no se puede explicar. Misterio es ahí donde Dios es Dios y no donde el hombre tiene pereza de entender. Es de cara al Misterio donde el hombre puede expresar como Tomás “Tú eres mi Señor y mi Dios” (Jn 20, 28) porque sin ello Señor y Dios carecen de verdadero sentido.

Cuando decimos que la fe es ciega, quiero de manera muy particular, y claro a reserva de lo que puedan decir los maestros en teología, que no nos referimos a creer sin cuestionar lo que la Iglesia nos presenta como verdad, sino que la fe ciega no es la que nace ciega sino la que de laguna manera se ha cegado cuando ha contemplado quizá, incluso, con los ojos de la razón la luz de la Verdad. La Fe ciega no es la que no entiende, sino la que agota el entendimiento hasta donde ya no es posible entender nada; no es la que se hunde en la oscuridad de lo incierto sino, la que contempla la Luz de la Verdad hasta donde los ojos ya no son suficientes.

Creer y entender no se excluyen se complementan, quien no es capaz de entender aunque sea de manera primitiva difícilmente puede creer, y creer lleva a un conocimiento superior. Por eso, ¡Hay de aquel que no ha cegado su Fe contemplando la verdad! “Yo te conocía sólo de oídas; pero ahora te han visto mis ojos.” (Jb 42, 5)

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