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La parusía de Cristo es su segunda y definitiva venida gloriosa


Enviado por   •  18 de Noviembre de 2015  •  Trabajos  •  1.362 Palabras (6 Páginas)  •  300 Visitas

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La Parusía

La parusía de Cristo es su segunda y definitiva venida gloriosa

El término parusía proviene del griego Parousía (Παρουσία) que significa presencia, vuelta, retorno. Indica el retorno glorioso de Cristo, Juez de vivos y muertos al fin del mundo[1]. Se utiliza en el siglo III a.C. para hablar de la entrada solemne y festiva de un príncipe.[2] La parusía representa el culmen y la realización suprema de la liturgia[3].

La parusía en el Antiguo Testamento

Dios desde el principio va revelándose progresivamente, hay un deseo muy intenso de hacer partícipes a los hombres de su felicidad, llamándolos a una comunión permanente y activa con Él, esto se observa en las alianzas que se van renovando[4], nace así la esperanza de un retorno futuro de Dios. El profeta Daniel escribe: “…y vi que sobre las nubes del cielo venia alguien semejante a un hijo de hombre…” (cf. Dn 7, 13-14) aquí se profetiza lo que será la Parusía, el relato está lleno de simbolismos apocalípticos.

La parusía en el Nuevo Testamento

En los evangelios hay una constante que llama la atención: Jesús anuncia la buena noticia del reino (cf. Mt 4,23) y también envía a sus discípulos a proclamar que está llegando el reino de los cielos (cf. Mt 10, 7), y a exhortar a la conversión (cf. Mc 6, 12). En el evangelio de Lucas encontramos que Cristo anuncia su Parusía, como ya en otras varias oportunidades[5], como un acontecimiento concreto al final de la historia: “Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube con gran poder y gloria” (Lc 21, 27).

Tiempo del Advenimiento glorioso de Cristo

Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf. Ap 22, 20), es decir su venida o llegada que tendrá lugar prontamente, aun cuando a nosotros no nos “toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad” (Hch 1, 7)[6]. Ni siquiera el Hijo, sino solo el Padre conoce el día y la hora (cf. Mt 13, 32). Este no saber nos hace una implícita y a la vez explicita invitación a estar prevenidos, a estar atentos y vigilantes (cf. Mc 13, 37). Es el tiempo presente, según el Señor, el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf. Hch 1, 8).[7] 

Signos que precederán el advenimiento de Cristo

En el discurso escatológico de Marcos 13 aparecen como señales precursoras de la cercanía del fin la aparición de pseudomesías (13,6.21-23), guerras por todo el mundo (13,7s), terremotos y hambre (13,8), persecución de cristianos (13,9-13), la “abominación de la desolación[8] en el lugar santo (13,14) hace referencia al que se le llamará “El Anticristo”. En los signos positivos se menciona que se tenga que anunciar el Evangelio a todos los pueblos (13,10).[9]

Con tales enunciados, que sin duda sucederán en la historia, previos a la parusía de Cristo, no podemos concluir que todo está calculado; a pesar de que ya varias cosas de la lista las podemos corroborar con nuestra realidad. Los signos tienen conexión con la historia, eso nos obliga a estar siempre alerta. Siempre es el tiempo final. En el hombre Jesús, Dios viene de una manera divina y humana al mismo tiempo. Su venida supera la lógica de la historia, impide que la historia se cierre en sí misma, lo que condenaría al hombre a vivir sin sentido y sin meta. La disposición de la espera es en sí misma algo que transforma y el mundo es distinto si se adopta la postura de alerta o si se niega a ello.[10]

Resurrección de los muertos

Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39-40; 1 Ts 4, 16).

El término "carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La "resurrección de la carne" significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener vida. [11]

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