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Lausanne, 24 de Agosto 1849


Enviado por   •  11 de Agosto de 2014  •  Informes  •  540 Palabras (3 Páginas)  •  191 Visitas

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Lausanne, 24 de Agosto 1849

Deseo hablar esta noche de las grandes verdades sobre las cuales se basan las instrucciones de este capítulo. En efecto es importante tener mucha conciencia de nuestra posición ante Dios: de allí procede nuestro gozo, nuestra fuerza, nuestra seguridad. Cuando esto sucede el alma goza de una manera íntima y feliz de Su amor y de lo que está en El, en las relaciones que El mantiene con nosotros,

Es imposible tener los sentimientos cristianos realmente formados si no se tiene la conciencia de la posición por la cuales estos sentimientos se relacionan. Estar en una relación es una cosa, gustar de los afectos que esta relación supone es otra; es necesario para experimentarlos conocer esta relación. Un niño es tomado de la mano en el camino por un hombre amable: ¡Ah, dice él si solamente fuera el hijo de este hombre! Si el descubre que es un niño perdido, todo esto cambia. Cuando alguno es regenerado y ve que Cristo atrae su corazón, produce en nosotros primeramente suspiros y tristeza: « ¡Si hubiera algo que yo pudiera hacer por El!» Una vez que se comprende que es en El, ¡que cambio! Ahora hay paz y gozo. El alma que comprende lo que Cristo es para el creyente, lo que Dios es para nosotros, se ve colocado en una posición que solo le hace feliz. Dios nos da, por su Espíritu, la conciencia de cual es relación que tiene para con nosotros, creyentes, y allí está la felicidad. Así lo ha sido para el hijo pródigo, cuando el padre se arroja a su cuello. Pensamientos nuevos son formados en su corazón cuando delante de sus ojos ve el testimonio de lo que hay en el corazón de su padre. Cuando comprendemos esto se produce el gozo.

El hijo una vez allí en los brazos de su padre no razona más. Está cerca de su padre y goza de su proximidad. Hay más conocimiento de lo que es un padre que un sabio razonando sobre esto. Alguien que no ha sido madre no puede tener los sentimientos de madre, e igualmente el hijo solo puede conocerlo estando cerca de su padre. El Espíritu de adopción es dado al creyente, por aquel que sabe lo que es ser hijo, y clama: «Abba, Padre».

Vemos aquí lo que es necesario para que tengamos sentimientos beneficiosos, ante Dios y ante Jesucristo. El hijo pródigo se siente hijo no por sus propios pensamientos, sino que viendo lo que el padre es para él. Si el padre tiene un hijo, el hijo tiene un padre.

Es lo mismo en cuanto a la relación entre Cristo y la Asamblea. Si Cristo es el esposo de la Iglesia, la Iglesia es la esposa de Cristo. Tenemos necesidad de comprender bien esto. Cuando se comprende, Jesús crece a nuestros ojos. No se puede conocer tal relación sin conocer, — y ante todo desearlo—, que Cristo es quien nos coloca allí.

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