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¿OIR LA SANTA MISA


Enviado por   •  31 de Mayo de 2014  •  1.701 Palabras (7 Páginas)  •  320 Visitas

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EJEMPLOS OPORTUNOS PARA INCLINAR A LAS PERSONAS DE TODOS LOS ESTADOS Y CONDICIONES A OÍR TODOS LOS DÍAS LA SANTA MISA

Los que no tienen deseo de asistir a la Misa alegan siempre una multitud de excu-sas, creyendo justificar así su falta de devo¬ción. Los verás totalmente ocupados y lle¬nos de afán por los intereses materiales; nada les importan los trabajos y fatigas si se trata de acrecentar su fortuna, mientras que para la Santa Misa, que es el negocio por excelencia, sólo encontrarás frialdad e indiferencia. Alegan mil pretextos frívolos, ocupaciones graves, indisposiciones, asuntos de familia, falta de tiempo, en una palabra, si la Iglesia no los obligase bajo pena de culpa grave a oír Misa los domingos y días de fiesta, Dios sabe si pondrían jamás los pies en un altar. ¡Ah! ¡Qué vergüenza! ¡Qué tiempos tan calamitosos los nuestros! ¡Qué desgraciados somos! ¡Cuánto hemos decaído del fervor de los primeros fieles que, como ya dije, asistían todos los días al Santo Sa¬crificio y se alimentaban allí del Pan de los Ángeles por medio de la Comunión sacra-mental! Y no es que les faltasen negocios, ni ocupaciones; sin embargo, la Misa, lejos de servirles de molestia, era a sus ojos un medio eficaz de que prosperasen a la vez sus intereses temporales y espirituales.

¡Mundo ciego! ¿Cuándo abrirás los ojos para reconocer un error tan manifiesto? Cristianos, despertad por fin de vuestro letar¬go, y que vuestra devoción más dulce y pre-dilecta sea oír todos los días la Santa Misa, y hacer en ella la Comunión espiritual. Para que tú, cristiano lector, formes esta resolu¬ción, no encuentro otro medio más eficaz que el del ejemplo; porque es un hecho que salta a la vista, que todos somos gobernados por él. Todo lo que vemos hacer a otros, nos es fácil y cómodo. "Y ¿por qué no podrás hacer tú lo que éstos y aquéllos?". Éste era el re¬proche que SAN AGUSTÍN se dirigía a sí mis-mo antes de su conversión. Voy, pues, a citarte algunos, siguiendo las diferentes categorías de personas, y de esta manera abrigo la esperanza de ganar tu corazón.

§ 1. Ejemplos de varios príncipes, reyes y emperadores

Los ejemplos de los grandes del mundo causan ordinariamente más impresión que la piedad, aun extraordinaria, de los simples particulares, lo cual confirma la verdad de aquel axioma tan conocido: "El pueblo sigue el ejemplo de su rey": Regis ad exemplum totus componitur orbis. Bien podría citar aquí un considerable número de aquellos per¬sonajes, a fin de animarte a imitarlos y a oír todos los días la Santa Misa; mas para no exceder los justos límites, me contentaré con indicar algunos.

El gran CONSTANTINO asistía todos los días al Santo Sacrificio en su palacio; pero esto no bastaba a satisfacer su piedad, pues cuando marchaba a la cabeza de sus ejércitos y hasta en los campos de batalla, llevaba con-sigo un altar portátil, no dejando pasar un solo día sin ordenar que se celebrasen los divinos misterios, a lo cual debió las señala-das victorias que obtuvo sobre sus enemigos. LOTARIO, emperador de Alemania, observó constantemente la misma piadosa práctica: en la paz como en la guerra, quiso oír hasta tres Misas diarias. El piadoso rey de Ingla¬terra ENRIQUE III, hacía lo mismo con edifi-cación de toda su Corte; y su devoción fue recompensada por Dios, aun temporalmente, concediéndole un reinado de cincuenta y seis años .

Mas para conocer bien la piedad de los monarcas ingleses y su asistencia continua al santo sacrificio de la Misa, no es preciso recurrir a los siglos pasados: basta fijar la consideración en aquella grande alma, cuya muerte todavía llora la ciudad de Roma; me refiero a la piadosa reina MARíA CLEMENTINA. Esta princesa, según ella misma tuvo la bon¬dad de confiármelo muchas veces, tenía sus principales delicias en oír la Santa Misa, así que lo hacía diariamente y en el mayor nú¬mero posible. Asistía a ellas de rodillas, sin almohadillas para las rodillas, sin apoyo al¬guno, inmóvil, cual una verdadera estatua de la piedad. Una asistencia tan fervorosa al Sacrificio inflamó de tal manera su corazón en el fuego de amor a Jesús, que todos los días quería hallarse presente a tres o cuatro reservas del Santísimo Sacramento, que se celebraban en distintas iglesias, haciendo ir al galope sus caballos por las calles de Roma, para llegar oportunamente a todos los tem¬plos. ¡Ah! ¡Qué torrentes de lágrimas vertía esta virtuosa señora para conseguir saciar el hambre que tenía del Pan de los Ángeles! Hambre tan devoradora que la hacía pade¬cer noche y día, y era que su corazón sen¬tíase constantemente transportado al objeto de su amor. Sin embargo, Dios permitió que sus apremiantes súplicas no fuesen siem¬pre escuchadas; y lo permitió a fin de hacer más heroico el amor de su sierva, o más bien para hacerla mártir del amor, pues, a mi juicio, esto fue lo que abrevió los días de su vida, de lo cual es una prueba evidente la carta que me escribió estando ya mori¬bunda. Lo que hay de cierto es, que si se vio privada de la frecuente Comunión sacra-mental, no por eso perdió el mérito; porque aquellos

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