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Reflexiones De Un Hombre Cansado

185821 de Abril de 2015

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Reflexiones de un hombre cansado Salmo 39

La misionera Elizabeth Elliott, viuda de uno de los cinco hombres que dieron su vida en un esfuerzo por alcanzar a una tribu aislada en el Ecuador de los años 50, cuenta de una de sus experiencias como misionera joven. Antes de casarse, había trabajado con otra tribu en la traducción de la Biblia a su idioma.

Durante dos años de esfuerzo, ella recopiló una gran cantidad de apuntes del idioma, y empezó la labor de traducción. Llegó el día de trasladar sus apuntes a un lugar donde se podrían imprimir, y ella cargó la obra de dos años en una canoa para hacer el viaje por río a la ciudad.

En el trayecto, la canoa se volteó. Sus cajas de papeles se hundieron arruinados en el fondo del río, y ella vio desaparecer ante sus ojos el trabajo de dos años de su vida. ¿Por qué permitiría Dios que sucediera algo tan trágico? No lo sé. Cualquier respuesta que podríamos dar sería mera especulación; quizás quería enseñarle algo a través de la experiencia, o quizás había alguna falla en los apuntes. No lo sé.

Sin embargo, me imagino que todos hemos tenido una experiencia tan inexplicable como la suya. Para mí fue la muerte de mi madre a los 42 años de edad. Yo con 13 años ¿Por qué no la dejó Dios unos cuantos años más? No lo sé. Frente a ello, podríamos concluir que esta vida no tiene sentido. Nacemos, vivimos y morimos; todos vamos al mismo hoyo. Todo es un absurdo.

¿Será ésta la realidad? Un hombre muy sabio observó el mundo a su alrededor, y sacó esta conclusión. Sin embargo, no se quedó allí. Vio más allá para darse cuenta que esta vida sí puede tener sentido. En el proceso, examinó los diferentes lugares en los que la humanidad busca sentido para la vida, y los encontró incompletos.

Abramos la Biblia al libro de Eclesiastés, para leer del capítulo 1 los primeros 11 versículos:

1:1 Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén.

1:2 Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad.

1:3 ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?

1:4 Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece.

1:5 Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta.

1:6 El viento tira hacia el sur, y rodea al norte; va girando de continuo, y a sus giros vuelve el viento de nuevo.

1:7 Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo.

1:8 Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír.

1:9 ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol.

1:10 ¿Hay algo de que se puede decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido.

1:11 No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después.

El autor del libro se presenta como Salomón, hijo de David, rey en Jerusalén. Probablemente escribió hacia el final de su vida, después de haber vivido muchas cosas y después de haber probado muchas cosas. Había cometido muchos errores; ahora es un hombre cansado, compartiendo sabiduría que le ha costado mucho conseguir.

Aquí encontramos cuatro aspectos absurdos de la vida que muestran lo absurdo que es afanarse. Para empezar, aunque las generaciones cambian, la tierra sigue igual. En otras palabras, por más cambios que cada generación trata de hacer, mueren y pasan al olvido, y la tierra sigue.

Pero la tierra misma también es absurda. Todo es un ciclo repetitivo; el sol sale, se pone, y vuelve a salir. ¡Todo se repite! ¿Cuál es el sentido de todo esto? Igualmente, el viento sopla de un lado a otro, y nunca deja de dar vueltas. El agua se evapora del mar, cae como lluvia sobre la tierra y vuelve a correr al mar.

¡Todo corre en ciclos! ¡Nada tiene sentido! Aun en la vida humana, vemos que todo se repite. Como dice el verso 9, "lo que ya ha acontecido volverá a acontecer". Si estudiamos la historia, vemos que lo que nos parece nuevo ya se ha hecho y dicho. Aun las modas vuelven; el otro día veía un programa de los años 70 y me maravillaba de que todos parecían estar de moda, porque esas mismas modas han vuelto a estar de moda ahora.

Pensamos que estamos progresando, pero en realidad, ¿a qué vamos? ¿Qué sentido tiene todo esto? Se inventan nuevas tecnologías, pero la naturaleza humana sigue igual. Cada generación cree que va a resolver los problemas de la enfermedad y la pobreza y la guerra, pero ¡todo sigue igual!

Seamos honestos. ¿Es verdad, o no es verdad? Tenemos que reconocer que lo que escribió Salomón hace casi 3.000 años sigue siendo la realidad del mundo. No hemos logrado construir un paraíso aquí en la tierra. Nada ha cambiado, en realidad; los problemas del hombre siguen siendo los mismos. ¿Cuál es la lección que podemos sacar de aquí? Es ésta: sí vivimos sólo para este mundo, todo es vanidad.

Es hora de dejar de creer en el mito del progreso, en esta idea de que cada día el mundo se está poniendo mejor. Es hora de reconocer la realidad de las cosas. Hay mucha gente que vive hoy en un mundo de fantasía, pero tú y yo tenemos la oportunidad de conocer la verdad.

Si esto fuera todo, sería algo deprimente. Salomón, entonces, empezó a buscar sentido en la vida. Buscó en diferentes lugares; en la riqueza, en los proyectos de construcción, en la filosofía, y encontró verdades parciales. Es muy importante entender esto si vamos a comprender el libro de Eclesiastés - y les animo a leerlo en sus casas.

Entre el primer capítulo y el último, Salomón prueba diferentes cosas y descubre verdades parciales - verdades que incluso nos pueden ayudar a vivir mejor. Sin embargo, no llega a ver la verdad completa hasta el final del libro. Vamos a considerar una de esas verdades parciales ahora.

Leamos el capítulo 2, versos 24 al 26:

2:24 No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios.

2:25 Porque ¿quién comerá, y quién se cuidará, mejor que yo?

2:26 Porque al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría, ciencia y gozo; mas al pecador da el trabajo de recoger y amontonar, para darlo al que agrada a Dios. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.

Frente al aparente absurdo de la vida, a su falta de sentido, ¿qué debemos de hacer? ¿Suicidarnos? ¿Drogarnos? ¿Entregarnos al desenfreno? No, dice Salomón. Dios nos ha dado las cosas que tenemos para disfrutarlos, y lo debemos de hacer.

El enemigo quiere robarnos el gozo de las cosas que Dios nos ha dado haciéndonos desear siempre lo que no tenemos. Nuestro sistema económico está basado en esto. Los comerciales nos inculcan un anhelo por lo que no poseemos. Desde la niñez, la televisión nos hace desear juguetes, cereales, ropa y otras cosas diciéndonos que, sin esas cosas, no podemos ser felices.

Se nos escapa de la mente la realidad de que vivimos perfectamente bien sin esas cosas durante mucho tiempo. No; ya creemos que nuestra vida será una miseria si no podemos conseguir lo que vimos en el anuncio. Sin embargo, esto también es parte del absurdo de la vida sin Dios. Si nos entregamos al comercialismo, entramos en un ciclo sin fin. Nunca podremos estar satisfechos.

Mas bien, debemos de trabajar y descansar, comer y beber, disfrutando de la vida diaria con todo lo que Dios pone en nuestro camino. ¿Está bien superarnos? Claro que sí. Pero Dios nos está llamando a ser felices ahora, no en algún futuro cuando hayamos comprado una casa o pagado nuestras deudas o conseguido un trabajo mejor.

Esta falta de contentamiento es la raíz de muchos conflictos en el hogar también. Cuando no estamos contentos con lo que Dios nos ha dado, muchas veces proyectamos nuestra frustración sobre los que nos rodean. Ellos no tienen la culpa; pero nos volvemos impacientes con ellos, porque en el fondo de nuestro corazón hay una frustración por no haber logrado lo que pensamos que merecemos.

Jesús dijo algo similar cuando nos aconsejó que no nos preocupáramos por el mañana, porque Dios se encargará de nosotros. Si El cuida de las aves, cuidará también de nosotros. No dejemos que el mundo y la preocupación nos roben el gozo de lo que Dios nos ha dado ahora. Salomón llega a una conclusión similar en el capítulo 9, versos 8 al 10:

9:8 En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza.

9:9 Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol.

9:10 Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.

No andes de luto todo el tiempo, dice él. Si la vida parece un absurdo, si te das cuenta de que se va rápido, ¡disfrútala! Vístete bien, disfruta tu matrimonio, y haz lo que tengas que hacer con ánimo y de todo corazón.

No vivas a medias; aprovéchalo todo. No trabajes a medias; trabaja con todas tus ganas. No aguantes a tu familia; ¡ámala! Es lo mejor que puedes hacer con tus días bajo el sol. Vive al máximo cada una de tus horas. Sin embargo, esto no es todo lo que hay. En realidad, hay algo más que le da

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