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San juan


Enviado por   •  13 de Agosto de 2015  •  Ensayos  •  57.102 Palabras (229 Páginas)  •  145 Visitas

Página 1 de 229

UNIVERSIDAD MESOAMERICANA

Departamento de Teología

INSTITUTO TEOLÓGICO SALESIANO

— GUATEMALA —

BASE DE DATOS

para el 

EVANGELIO

de 

JUAN

(para uso de los estudiantes)

Guatemala, 2008


A MODO DE PRESENTACIÓN

del

CUARTO EVANGELIO

El cuarto evangelio no se presenta en absoluto como un texto literario.  

Ni huella de esmero artístico, ni esfuerzo alguno por engalanar la expresión.  

Ese borboteo de imágenes que sitúa a tantos otros textos bíblicos -los del Antiguo Testamento sobre todo- en un puesto muy apreciado de la literatura universal, se reduce aquí a una monótona colección de figuras desprovistas de originalidad: vida, luz, agua, etcétera.  

La redacción utiliza la lengua popular del mundo helenístico contemporáneo, la koiné (diálektos) o el griego popular o universal.

A falta de estilo artístico, ¿podemos esperar encontrarnos -como en innumerables escritos populares- con expresiones sabrosas y pintorescas y giros aptos para traducir la vida?

No, tampoco… porque el autor de este escrito, como se comprueba rápidamente, no domina ni el griego literario ni el lenguaje común y popular: debe haber sido un semita, demasiado grande en edad (por añadidura) para expresarse con soltura en una lengua aprendida ya tarde.  

Incansablemente recurre a las mismas palabras, a las mismas expresiones.

Entre los evangelistas es el escritor de vocabulario más reducido, y ni siquiera se sirve de palabras compuestas. Ignora cómo variar la construcción de las frases. El paralelismo, que frecuentemente en la literatura hebrea suscita una sensación de opulencia y de viveza, en él subraya todavía más la indigencia del vocabulario y la monotonía de las construcciones.

En lugar de un período felizmente dispuesto, no se encuentra más que una inepta yuxtaposición de proposiciones vinculadas como sea, por conjunciones insignificantes e incoloras: “y ... y, luego, después...".

La decepción se acentúa, si se considera cómo se disponen las ideas.  

Siempre y sin cesar, el evangelista vuelve al mismo punto: su pensamiento evoluciona en espiral.  

Aferrado a ciertos temas centrales, su espíritu parece dar vueltas en torno a ellos para penetrarlos más a fondo y hasta la médula.  

No hay que buscar allí la variedad de las sentencias lapidarias, las parábolas de vivo colorido ni el relato animado y vívido de algún milagro; los diálogos se transforman en discursos prolijos, en discusiones sin fin, en el curso de los cuales una misma idea y una misma palabra se impone sin descanso y hasta la obsesión.  

Refiere la tradición que al final de su vida, el anciano evangelista repetía hasta la saciedad: "Hijitos, ámense los unos a los otros", hasta fatigar a su auditorio.

Si el redactor del evangelio no llega todavía a esa insistencia excesiva, ninguno de los lectores de su texto (o de la primera epístola) se extrañará de verle actuar así en su vejez.  

Le gusta muy poco relatar, para ser un buen narrador.

Es un pensador que se contenta con esbozar una situación; demasiado impaciente, corre al desenlace, incapaz de abstenerse en el transcurso de la narración de revelar a sus lectores cómo concluirá la historia. El interés se relaja, porque el escritor ni siquiera intenta ocultar su juego.

Ateniéndonos a los relatos, el cuarto evangelio no aporta nada que sea muy nuevo, pocos elementos nuevos, una documentación biográfica o histórica muy reducida.

"Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos, que no están escritas en este libro" (20,30): con esta ‘confesión de carencia’ se despide el evangelista de sus lectores…

LIBRO MISTERIOSO

No obstante, todo el que ha leído este libro vuelve sobre él.  

Lo que atrae es, más que el encanto de un texto sabroso o rico en datos históricos, la impresión de misterio, si no ya de hechizo, que emana de él.  

No persigue otro fin que el de penetrar hasta la médula del cristianismo; y, sin embargo, Cristo no cesa de manifestarse en él como inaccesible.  

Un indecible sentimiento de misterio se impone, proveniente, no hay duda alguna, menos de las torpes insuficiencias del léxico que del tema que trata.  

Del balbuceo de las palabras se desprende lentamente, cual una estatua antigua, majestuosa en su desnudez y sobriedad, la figura viva de la Palabra, tallada y fijada con una nítida precisión por el discípulo amado.  

La intensidad de una inteligencia sensible confiere a la indigencia de la expresión el vigor de un torso antiguo.  

Monótona, la lengua es hierática, lo que intenta expresar pertenece a otro mundo. Se hurta a toda palabrería inconsistente, a todo deleite narrativo, en su afán de respetar con el silencio el mensaje único que transmite.

A propósito de los faraones han evocado los escultores egipcios, con la misma uniformidad de su plástica, como la irradiación de otro mundo.

Así el evangelista, con la sobriedad de su vocabulario y la uniformidad de su estilo, está a tono con la "gravedad", con la dignidad sacra del libro santo y único.

“Estilo de santidad”, se siente uno tentado a decir, sin pretender sugerir con ello nada pesado, inflexible o anticuado.

En esta prosa serena se percibe la pulsación de una vida tumultuosa.  

El hombre que así se expresa no está marcado por una senilidad aletargada. Es un anciano, sin duda; pero cuán ávido de comunicarnos, con toda la transparencia de un temperamento violento, una convicción que le asedia, y cuya expresión quiere permanecer sobria.

Esta convicción no es libresca; nace de la experiencia de una vida entera consagrada a ese mensaje.

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