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TEOLOGIA DOGMATICA


Enviado por   •  28 de Septiembre de 2021  •  Resúmenes  •  34.036 Palabras (137 Páginas)  •  149 Visitas

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Bolilla I: Dios Hijo, Redentor.

1. ​El Misterio de la Encarnación. Anunciación, texto bíblico. Errores y defensa de los Concilios. Unión Hipostática, Noción y consecuencias.

Introducción:

Tras el pecado, Dios decide perdonar al hombre, pero no sin una reparación. Este acto reparador debía realizarlo el mismo Dios para que fuera condigno de la divinidad; es así, que el Hijo, Dios verdadero, asume naturaleza humana, encarnándose en las entrañas purísimas de María por obra y gracia del Espíritu Santo. Desde ese momento Cristo tiene también naturaleza humana por lo que podemos decir con certeza que es verdadero Dios y verdadero Hombre. A este Misterio por el que Cristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad  ve unidas a su Persona dos naturalezas le llamamos Unión Hipostática.

Al asumir Cristo una naturaleza nueva, se hace posible la realización de la obra redentora mediante la entrega obediente de su vida. Otras consecuencias derivadas de aquella unión que podemos analizar son: la humanidad de Cristo merece adoración, el valor infinito de sus actos y la comunicación de propiedades, por la que podemos atribuir a Cristo Dios acciones propias de un hombre (fatigarse, sentir hambre) y a Cristo hombre lo que es propio de Dios (obrar milagros, salvar al género humano).

Por qué el Verbo se hizo carne:

Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre" (DS 150). El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "Él se manifestó para quitar los pecados" (1 Jn 3, 5):

“Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera”. 

El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9). 

El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí". Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). 

El Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza divina": "Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios.

La Encarnación:

La Iglesia llama "Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. 

La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: "Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4, 2). 

Cómo es hombre el Hijo de Dios:

Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida", la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella proviene de "uno de la Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad.

El alma y el conocimiento humano de Cristo:

La Iglesia confesó que el Hijo eterno asumió también un alma racional humana. Esta alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría, en estatura y en gracia" e igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental. Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona por eso El Hijo de Dios conocía todas las cosas, incluso las divinas, y manifestaba en sí todo lo que conviene a Dios. 

La voluntad humana de Cristo:

La Iglesia confesó en el sexto Concilio Ecuménico que Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación. La voluntad humana de Cristo "sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo contrario, estando subordinada a esta voluntad omnipotente".

El verdadero cuerpo de Cristo:

Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado. En el séptimo Concilio ecuménico, la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas. Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha admitido que, en el cuerpo de Jesús, Dios "que era invisible en su naturaleza se hace visible". En efecto, las particularidades individuales del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. 

El Corazón del Verbo encarnado:

Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros. Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación, "es considerado como el principal indicador y símbolo [...] de aquel amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres".

2.

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