Teología Y Vida
hedysalvarez26 de Septiembre de 2013
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Pontificia Universidad Católica de Chile
El desarrollo del movimiento ecuménico ha hecho patente que los esfuerzos por conseguir la unidad de los cristianos no puede avanzar sin recurrir a la historia. Ante la nueva situación que se da para las mutuas relaciones entre la Iglesia católica y la Iglesia evangélico-luterana, resulta de particular relevancia, en especial por su conexión a la historia, el detenerse en Martín Lutero. Es importante conocer la manera como se ha interpretado la figura de Martín Lutero desde la perspectiva católica y señalar los cambios que ha experimentado. Su análisis histórico hace necesario detenerse en primer lugar en la historiografía católica, para después pasar a tratarlo en la Iglesia católica actual.
Como antecedente previo conviene formular algunos elementos básicos. De partida se debe afirmar que es necesario descubrir al verdadero Lutero para poder estudiar en profundidad la Reforma. De ahí el interés que manifiestan historiadores, teólogos, psicólogos, ensayistas por su persona, por descubrir su identidad. A esto hay que añadir que Lutero es polifacético. Significa que cada autor dedicado a su estudio descubre y aporta algo nuevo sobre él, pero no lo agota. Manifiesta una personalidad muy compleja.
En el mismo Lutero descansa la raíz de la dificultad para comprender y presentar su carácter y su obra, de un modo conforme a la verdad y a la historia. Desde luego no nos ha dejado en una obra sistemática, una exposición de toda su teología; esta se encuentra dispersa por todas sus obras, que son escritos ocasionales, lecciones, controversias, sermones, conversaciones.
Además, Martín Lutero sufrió una profunda transformación en el paso de fraile agustino a reformador y fundador de una Iglesia. Por su carácter marcadamente vivencial, fue incapaz de juzgar sin prejuicios la fase primera de su evolución, los años de vida conventual, cada vez que les dio una mirada retrospectiva. La personalidad polifacética y compleja de Lutero implica la posibilidad y el peligro que el investigador destaque y aísle una línea o un tema de su pensamiento teológico y por lo tanto lo interprete de forma parcial (2).
Entre los católicos de estos últimos decenios el interés por la figura del reformador ha ido creciendo; sin embargo, hay que reconocerlo, el estudio serio sobre Martín Lutero por parte de los teólogos e historiadores católicos es reciente; se ha realizado solo desde comienzos del siglo XX. Por lo tanto, en poco tiempo se ha recorrido un largo camino que va desde la total descalificación hasta una actitud más comprensiva, de valoración y de aceptación. Estos cambios referidos a Martín Lutero no han sido fáciles ni superficiales, pero sí necesarios para entender mejor quién era el reformador (3).
La investigación historiográfica y la teológico-sistemática sobre Lutero, que han sido realizadas en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y especialmente durante y después del Concilio Vaticano II, han dado lugar tanto por parte de los católicos como de los luteranos a acercamientos y revisiones importantes y valiosas frente a sus posturas tradicionales.
LA IMAGEN DE LUTERO ENTRE LOS CATÓLICOS, SIGLOS XVI A XX
La historiografía católica sobre Martín Lutero se abre en la época misma del reformador. Cuando recién habían pasado tres años de su muerte, en 1549 aparece el libro en latín "Comentarios acerca de los hechos y escritos de Martín Lutero", de Johannes Cochlaeus, de apellido alemán Dobeneck, 1479-1552 y que se publicó en Mainz (4). El autor era sacerdote y humanista, pero sobre todo teólogo polemista que desde 1521 está presente en controversias y polémicas con Lutero; fue canónigo de la catedral de Mainz (desde 1526) y después de la catedral de Breslau (desde 1539).
En su obra Cochlaeus promete apoyarse de continuo en las fuentes, es decir, en el mismo Lutero, exponiendo su vida y escritos desde 1517 hasta su muerte en 1546; su información es vasta y acuciosa; utiliza todos los escritos conocidos de Lutero, pero extracta una antología muy parcial. Además, con habilidad de polemista, recoge y aprovecha los escritos antiluteranos especialmente de Jerónimo Emser (1478-1527) (5).
Al mismo tiempo asume los rumores e historietas que corrían sobre Martín Lutero; fuera de no ser verdaderas, muchas son invenciones apropiadas para un repertorio que avive la polémica y otras llegan a la calumnia más infamante. En el prefacio se hace eco de una habladuría maledicente según la cual Lutero sería hijo del diablo y también asevera que los frailes agustinos veían ciertas actitudes de Lutero como extrañas o raras y que procedían del trato íntimo que tendría con el demonio.
También para Cochlaeus la rebelión de Lutero contra las indulgencias se explica por una triste rivalidad entre frailes, entre los agustinos y los dominicos, entre el agustino Lutero, que combate las indulgencias y el dominico Tetzel, encargado de predicar las indulgencias en Alemania.
Pero ciertamente donde Cochlaeus más carga las tintas negras sobre Lutero es en el aspecto moral; lo retrata como una figura abominable. Aparece dominado por el orgullo, la soberbia y la ambición; tiene un carácter hipócrita e iracundo, que se deja llevar por las blasfemias y las insolencias; sobresale también por su gran astucia, por ser mentiroso y por inventar calumnias. En suma, la explicación de la crisis y rebeldía del fraile Lutero le resulta muy sencilla; se debió a la envidia, a la vanidad, a la soberbia, a la desobediencia, al desprecio de la autoridad, a su carácter desenfrenado. De este fondo pasional brotó su sublevación y para la justificación doctrinal interpretó de una determinada manera algunos textos de San Pablo (6).
La imagen de Lutero expuesta en la obra de Cochlaeus se perpetuó en la historiografía católica hasta principios del siglo XX; los teólogos e historiadores católicos han repetido durante cuatro siglos los argumentos llenos de prejuicio y hostilidad de Cochlaeus, que creó así un muro de incomprensión hacia Lutero por parte de los católico (7).
Llegó el siglo XX y la Alemania del segundo imperio, la del emperador Guillermo II, vivía un clima de reflorecimiento del luteranismo, originado con motivo de la celebración del cuarto centenario del nacimiento de Lutero en 1883. Cuando, de pronto, a fines de 1903 en Mainz, aparece el libro del dominico Enrique Susón Denifle (1844-1905). Se trata de una obra erudita, fundada en un estudio acucioso de fuentes documentales, que por su juicio global negativo sobre Martín Lutero cae como una bomba en el mundo académico y luterano alemanes. Titulada la obra "Lutero y el luteranismo en su primer desarrollo", constituye un grueso volumen de 860 páginas, que agotado en un mes, tuvo inmediatamente una segunda edición a comienzos de 1904 (8).
El revuelo que provocó este libro se debió en gran medida porque su autor era un sabio destacado, el mejor conocedor de la Edad Media en su aspecto teológico e histórico-literario, investigador prominente de la historia de la teología escolástica y de las universidades medievales, uno de los primeros especialistas en el estudio de la mística renana o alemana de los siglos XIV y XV, como asimismo de la historia religiosa de la misma época. Denifle era además subdirector de Archivo Vaticano, miembro de las Academias de Ciencias de Viena, Berlín, Goettingen y Praga y de la Academia des Belles-Lettres de París como también doctor honoris causa de las universidades de Innsbruck, de Münster y de Cambridge (9). Además, efectivamente el autor se propuso derribar a Martín Lutero del pedestal y de la glorificación en que los protestantes alemanes lo tenían, convertido en héroe nacional del pangermanismo. Por su parte, en los medios luteranos se entendió este ataque como un producto del revanchismo católico romano. El libro no se presentaba como una biografía, sino que lo integran una serie de doctas disertaciones de carácter histórico-teológico; estas discuten y examinan críticamente la doctrina de Lutero en torno a una doble problemática: La evolución de Lutero hacia la Reforma y Lutero y la escolástica.
Con el aporte de Denifle, queda asentada definitivamente la relación del pensamiento teológico de Lutero con la escolástica medieval decadente y en especial con el nominalismo. Señala las dependencias de Lutero respecto de la teología nominalista, de la mística renana o alemana y de otras corrientes del pensamiento medieval.
También Denifle fue el primero en comprender el valor histórico-teológico del comentario a la Carta a los Romanos de Martín Lutero, que fue descubierto en una copia auténtica manuscrita en la Biblioteca Vaticana en 1899. Este comentario corresponde al periodo lectivo de los años 1515-1516, y cronológicamente es muy importante para conocer la evolución del pensamiento teológico de Lutero. Denifle, en su obra, publica y comenta numerosos fragmentos de este comentario (10).
Pese a la importancia científica indiscutible de la obra de Denifle, contribuyó enormemente a su rechazo el lenguaje incontrolado que utiliza y la tendenciosa hostilidad que demuestra contra el reformador. Con respecto a la persona de Lutero, al fraile apóstata y rebelde de Cochlaeus le añade el religioso moralmente corrompido desde su juventud; la figura que presenta de Lutero es la de un depravado moral. Por otra parte, su teología la interpreta como el empeño que realiza el reformador por justificar su bancarrota moral. Por lo mismo aun en los círculos académicos católicos esta interpretación de la figura de Lutero fue dejada de lado (11).
Sin embargo, en lo que se refiere a los primeros pasos de la evolución de Lutero obligó
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