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Ensayo soy el ultimo


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2016  •  Ensayos  •  23.378 Palabras (94 Páginas)  •  180 Visitas

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CURTIS GALAND

SOY… EL ÚLTIMO

LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.° 115

Publicación semanal.

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EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS – MEXICO


Depósito Legal B. 35.087 – 1972

Impreso en España - Printed in Spain

1.a edición: OCTUBRE, 1972

© CURTIS GARLAND - 1972 

texto

© ANGEL BADIA - 1972

cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favor

de EDITORIAL BRUGUERA. S. A.

Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S.A.

Mora la Nueva, 2 — Barcelona —


«El día séptimo le examinará y si el mal no parece haber cundido ni haberse extendido sobre la piel, le recluirá por segunda vez otros siete días. Y al séptimo día je examinaré nuevamente...»

«...Y, si, en efecto, cubre todo su cuerpo, el sacerdote declarará puro al enfermo: pues se ha puesto todo blanco, será puro... Si la mancha está más hundida que .el resto de la piel, y el pelo se ha vuelto blanco, le declarará impuro...

...Llevará rasgadas sus vestiduras, desnuda la cabeza, y cubrirá su barba, e irá clamando: «¡Inmundo, inmundo!»

Levítico, XIII, 5-6-13-20-45.»

.«...Es holocausto, ofrenda encendida de suave olor para Yavé.»

Levítico, I-13.

 «Yo soy él Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin... Bienaventurados los que lavan sus túnicas para tener derecho al árbol de la vida y a entrar por los puertas que dan acceso a la ciudad.»

Apocalipsis, XXII, 13-14.»

Libro Primero

EL SÉPTIMO DÍA

CAPITULO PRIMERO

No pude evitarlo.

Regresé.

No hubiese querido regresar. Nunca como entonces me hubiera gustado tener autonomía, independencia total de acción...

No era posible. Los mecanismos estaban programados así. Cuando nadie me manipulase a distancia, cuando, yo no .fuera capaz de manejar la nave... lo haría la computadora. La fiel y obediente computadora. La que jamás fallaba. No podía fallar. Hombres minuciosos, técnicas infalibles, circuitos perfectos, ajustados con precisión milimétrica, se ocupaban de eso.

Y no hubo fallos. Ni uno solo.

No los hubo, aunque yo los deseaba. Intenté incluso descomponer la computadora. Era un suicidio, claro, porque me quedaría perdido para siempre en el vacío.


Aun así, lo intenté. Un hombre, en ciertos momentos, cree tener derecho incluso al suicidio. Quizá esté equivocado. Pero uno no piensa en errores en ese instante. Pero sólo piensa en morir.

Morir, a veces, es lo mejor que puede sucederle a uno.

Pero la computadora estaba demasiado bien instruida para dejarme cometer el suicidio mismo.

Me rechazó, con una fuerte descarga. Me dejó aturdido, pero no vencido. Insistí, y la descarga eléctrica fue mayor. Me avisó con aquellas frías e impersonales letras suyas, impresas en una pantalla fluorescente de la computadora:

«Cuidado. La próxima vez puedo paralizar toda acción suya con una descarga mayor. Este es un último aviso.»

La pantalla me ofreció entonces su roja luz de emergencia, porque para eso la habían programado también, Luego, varió al verde opalescente y helado de siempre. Las letras se borraron, sustituidas con fría mecánica por los sistemas electrónicos del ingenio cibernético de a bordo:

«No hay nada que temer. Todo correcto. Funcionamiento perfecto. Regresamos a la Tierra. Sin novedad.»

—¡Oh, no, no! —gemí—. ¡A la Tierra... no! ¡Nunca...! Pero la maldita no entendía. No entendía nada. No sabía nada, salvo lo que le habían programado los malditos científicos y cibernéticos de tumo. Lo que los expertos en vuelos espaciales decidieron previamente en mi propio beneficio, a bordo del satélite meteorológico, de observación SPACE CLIMAX 1022. O«SC-1022», como se decía abreviadamente.

 No intenté más. Era inútil. Tan inútil como hacer entender a una endiablada máquina, a un puñado de circuitos programados por sólo Dios sabía quién.

Sencillamente, me senté dentro de la cabina. Contemplé los datos técnicos en las pantallas indicadoras. Me dejé llevar. Regresé a la Tierra, que era lo que tenía previsto la máquina, lo que le habían programado para una situación así.

Respiré hondo. Estrujé mis manos, clavando las uñas en el blando material esponjoso de los brazos de mi asiento. Traté de no pensar. Pero era difícil hacerlo. Pulsé algunos resortes, con una vana, remota esperanza que ya, realmente, ni siquiera era esperanza.

Obtuve el mismo resultado de siempre silencio. Silencio en los auriculares, silencio en el transmisor receptor. Silencio en las pantallas de contacto a distancia. Silencio en el radioteléfono especial de emergencia. Silencio, con la salvedad de aquel zumbido prolongado, aquel parásito incansable, que zumbaba en alguna parte, llegando hasta los sistemas de comunicación de la cabina...

Silencio. Siempre silencio.

Pulsé otro botón. Se encendió el cuadro luminoso del mapamundi mural. Sobre él, un destello leve, trazando una trayectoria concreta: mi nave SC-1022. En descenso hacia la Tierra...

Contemplé aquel mural luminoso con ojos graves, profundos. Sentía una honda amargura y una sensación depresiva, amoladora, dentro de mí. Traté de olvidar. Vi que el punto luminoso flotaba indeciso sobre Europa y África. Su trayectoria parecía rumbo al Mediterráneo. Algo así estaba previsto entonces, lo recordaba bien. Conforme a las coordenadas en el momento del descenso, ya sabía yo eso de antemano: el Mediterráneo era mi destino. Lejos, muy lejos de mi país, de mi ciudad, de mi gente...

Mi país... Mi ciudad... Mi gente...

...

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