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El Ultimo Ensayo


Enviado por   •  7 de Septiembre de 2012  •  2.073 Palabras (9 Páginas)  •  343 Visitas

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LA ÚLTIMA LECCIÓN

Randy Pausch

1

Un león herido todavía quiere rugir

uchos profesores dan charlas tituladas «La última lección». Tal vez hayáis presenciado alguna.

Se ha convertido en un ejercicio habitual en los campus universitarios. Se les pide a los profesores que se enfrenten a su desaparición y mediten acerca de lo que consideran más importante. Y mientras hablan, el público no puede evitar plantearse siempre la misma pregunta: ¿Qué le enseñaríamos nosotros al mundo si supiéramos que es nuestra última oportunidad de hacerlo? Si tuviéramos que desaparecer mañana, ¿qué querríamos dejar como legado?

Durante años Carnegie Mellon organizó un «Ciclo de últimas lecciones». Pero cuando los organizadores me propusieron participar, habían rebautizado el ciclo con el nombre de «Viajes» y pedían a los profesores seleccionados que «reflexionaran acerca de su trayectoria personal y profesional». No me pareció la más apasionante de las descripciones, pero acepté la propuesta. Me hicieron hueco para septiembre.

Por entonces ya me habían diagnosticado un cáncer de páncreas, pero era optimista. Quizá me encontrara entre los pocos afortunados que logran sobrevivir.

Mientras yo recibía tratamiento, los encargados del ciclo de conferencias no paraban de enviarme correos electrónicos. Me preguntaban de qué pensaba hablar o me pedían que les mandara un resumen. El mundo académico implica ciertas formalidades imposibles de eludir, ni siquiera si uno está ocupado en otros asuntos como, por ejemplo, intentar no morirse. A mediados de agosto me informaron de que había que imprimir un cartel de la conferencia y que, por tanto, debía elegir el tema.

Sin embargo, esa misma semana recibía la noticia de que el último tratamiento no había funcionado. Solo me quedaban unos meses de vida.

Sabía que podía cancelar la charla. Todos lo entenderían. De pronto, tenía que ocuparme de otras muchas cosas. Tenía que enfrentarme a mi dolor y la tristeza de los que me querían. Tenía que dedicarme a poner en orden los asuntos de la familia. Y no obstante, pese a todo, no me quitaba de encima la idea de dar la conferencia. Pensar en dar una última lección que de verdad fuera la última me llenaba de energía. ¿Qué podía decir? ¿Cómo sería recibida? ¿Sería capaz de soportarla?

Le conté a mi mujer, Jai, que podía echarme atrás, pero que quería seguir adelante.

Jai (pronunciado Yei ) siempre había sido mi animadora particular. Cuando yo me entusiasmaba por algo, ella también se entusiasmaba. Pero esta idea de la última lección

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le despertaba cierto recelo. Acabábamos de mudarnos de Pittsburgh al sureste de Virginia para que a mi muerte Jai y los niños estuvieran cerca de la familia de mi mujer. Jai consideraba que yo debía pasar el poco tiempo que me quedaba con los niños o arreglando la

Logan, Chloe, Jai, yo y Dylan.

casa nueva en lugar de dedicar mis horas a preparar la conferencia y volver luego a Pittsburgh para dar la charla.

«Llámame egoísta —me dijo—, pero lo quiero todo de ti. Cualquier rato que pases trabajando en esa conferencia será tiempo perdido, porque será un tiempo que pasarás lejos de los niños y de mí.»

Comprendí lo que se proponía mi mujer. Desde que había enfermado, me había prometido a mí mismo respetar los deseos

de Jai. Consideraba mi misión hacer cuanto estuviera en mi mano por aliviar el peso que mi enfermedad había traído a su vida. Por eso pasaba gran parte de las horas del día poniendo en orden el futuro de la familia sin mí. Con todo, no lograba quitarme el gusanillo de dar esa última conferencia.

A lo largo de mi carrera académica he dado algunas conferencias bastante buenas. Pero que te consideren el mejor conferenciante de un departamento de ciencias informáticas es como alcanzar la fama por ser el más alto de los Siete Enanitos. Y por entonces sentía que todavía me quedaban muchas cosas dentro, que si ponía todo mi empeño, tal vez fuera capaz de ofrecerle a la gente algo especial. «Sabiduría» es una palabra demasiado fuerte, pero se acerca a la que busco.

A Jai seguía sin gustarle la idea. Al final planteamos la cuestión a Michele Reiss, la psicoterapeuta a la que acudíamos desde hacía unos meses. Está especializada en ayudar a familias en que uno de los miembros se enfrenta a una enfermedad terminal.

«Conozco a Randy —le dijo Jai a la doctora Reiss—. Es un adicto al trabajo. Sé exactamente cómo se comportará en cuanto empiece a preparar la conferencia. Le consumirá todo su tiempo.» Para Jai la conferencia significaría una distracción innecesaria ante la abrumadora cantidad de asuntos con los que teníamos que lidiar.

Otra cuestión que preocupaba a Jai: para dar la charla tal como estaba programada, me vería obligado a volar a Pittsburgh el día antes, día en el que mi mujer cumplía cuarenta y un años. «Es el último cumpleaños que celebraremos juntos —me dijo Jai—. ¿De verdad piensas dejarme sola el día de mi cumpleaños?»

Ciertamente la perspectiva de dejarla sola ese día me resultaba dolorosa. Y sin embargo, no me sacaba la conferencia de la cabeza. La consideraba el último eslabón de mi carrera, una forma de despedirme de mi «familia laboral». También me descubrí fantaseando acerca de una última lección que fuera el equivalente en oratoria al lanzamiento de un bateador antes de retirarse que dispara la bola a las gradas más altas. Siempre me había gustado la escena final de El mejor, cuando Roy Hobbs, un jugador de béisbol maduro y ensangrentado, consigue un milagroso home run.

La doctora Reiss nos escuchó a los dos. En Jai, aseguró ver a una mujer fuerte y afectuosa que había soñado con pasar décadas construyendo una vida plena junto a su marido y criando a los hijos hasta que fueran adultos. Ahora nuestras vidas habían

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quedado reducidas a unos pocos meses. En mí, la doctora Reiss vio a un hombre que todavía no estaba preparado para retirarse del todo a una vida familiar ni, desde

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