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Gestion De Residuos


Enviado por   •  19 de Marzo de 2014  •  19.897 Palabras (80 Páginas)  •  486 Visitas

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Introducción

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), define “residuos” como “aquellas materias generadas en las actividades de producción y consumo que no han alcanzado un valor económico en el contexto en que son producidas, o sea, aquello que su propietario desecha por no serle útil, comprendiendo en el ámbito de la utilidad, una posible cesión rentable del material”.

Otra definición más simple para la palabra residuo es la de la Ley 22/2011, de residuos y suelos contaminados, “cualquier sustancia u objeto que su poseedor deseche o tenga la intención o la obligación de desechar”. En cualquier caso se puede decir que los residuos son todas aquellas sustancias que, generadas durante cualquier proceso o actividad productiva, carecen de valor para su propietario, el cual, decide desecharlas.

La falta de valor para el propietario de los residuos puede tener diversos motivos:

1.- Por la imposibilidad de ser reutilizados.

2- Por la inexistencia de la tecnología necesaria para la reincorporación de los materiales desechados al ciclo productivo.

3.- Por el escaso valor económico de los materiales.

4.- Por los elevados costes de gestión (transporte, tratamiento, almacenamiento…).

El incremento en los mercados de los productos de “usar y tirar”, unido a tendencias sociales en los llamados países desarrollados, conocidas como “modas” y, por supuesto, el consumismo inherente a la sociedad occidental, ha hecho que en la actualidad la generación de residuos sea un problema global cada vez más acuciante, pues conforme pasan los años, más difícil es encontrar espacios disponibles para su vertido y que ello no repercuta en la salud pública o en la calidad ambiental del entorno.

El ecosistema está preparado para absorber los desechos producidos de manera natural, es más, la producción de estos materiales forma parte intrínseca de los ciclos terrestres de materia y energía, ya que los rechazos de algunos organismos sirven de sustento a otros y viceversa. Sin embargo, los procesos industriales del hombre dan origen a residuos que el medio no puede asimilar de manera natural en periodos de tiempo razonables, por lo que se rompe el equilibrio natural.

Como consecuencia de esta situación, se buscan modelos de gestión de residuos que consigan devolver el equilibrio al sistema cerrando los ciclos de materia y energía existentes, esto ha hecho que actualmente se imponga en esta materia la “teoría de las 3 erres”:

1º. Reducir: Consiste en evitar que el residuo llegue a producirse.

2º. Reutilizar: Aprovechar el residuo sin necesidad de transformarlo.

3º. Reciclar: Transformar el residuo para usarlo de nuevo.

Y tiene que ser en ese orden, de tal manera que el reciclaje sea la tercera opción y sólo se opte por reutilizar un residuo si no se ha podido evitar que se produzca.

Según la misma Ley 22/2011, de residuos y suelos contaminados, cuando de un proceso de productivo resulte una sustancia diferente a la que originalmente se perseguía producir, podrá ser considerada como subproducto siempre:

a) “Que se tenga la seguridad de que la sustancia u objeto va a ser utilizado ulteriormente,

b) que la sustancia u objeto se pueda utilizar directamente sin tener que someterse a una transformación ulterior distinta de la práctica industrial habitual,

c) que la sustancia u objeto se produzca como parte integrante de un proceso de producción, y

d) que el uso ulterior cumpla todos los requisitos pertinentes relativos a los productos así como a la protección de la salud humana y del medio ambiente, sin que produzca impactos generales adversos para la salud humana o el medio ambiente”.

La nueva filosofía de gestión de residuos entiende que todos los rechazos procedentes del sector agrario, industrial, servicios o doméstico, deben ser considerados como subproductos hasta que, tras aplicar todas las operaciones de gestión oportunas, se reduzca a una fracción muy pequeña que si se pueda desechar como residuo.

Para ello es necesario establecer modelos de gestión adecuados a las necesidades del territorio donde se implanten, y para ello se han desarrollado hasta la fecha, una amplia variedad de métodos y tecnologías que atienden a los diferentes fines (reciclaje, restauración o eliminación), a la naturaleza de los materiales, a las necesidades de las poblaciones, etc.

Por último, es muy importante conocer los agentes que intervienen el ciclo de los residuos desde que se generan hasta que son valorizados o eliminados. Según la complejidad del proceso pueden aparecer más o menos eslabones en la cadena de gestión de los desechos, pero se puede decir que existen tres figuras básicas, la del:

1. Productor: es cualquiera que genere directamente los residuos o que efectúe mezclas o transformaciones sustanciales de los mismos, de tal manera que modifique su naturaleza o composición hasta convertirlos en un residuo diferente.

2. Poseedor: puede ser el productor de residuos u otro que esté en posesión de los desechos.

3. Gestor: es cualquiera que realice operaciones de gestión sobre los residuos, sea o no el productor de los mismos.

El gestor de residuos puede ser a su vez productor y poseedor, véase por ejemplo el caso de las industrias que gestionan sus residuos en la propia planta, incluso aprovechándolos para sus propios procesos (el orujillo, residuo de las aceitunas, sirve de combustible a las propias almazaras).

Lo importante de cualquier modelo de gestión es la capacidad que otorgue al sistema, para que los gestores consigan devolver a los productores el mayor número de residuos en forma de materias primas, reduciendo así la producción de desechos al mínimo.

En el apartado correspondiente, se verá que la gestión de residuos no incluye tan sólo la puesta en valor o la eliminación de los materiales que componen los desechos.

Tipos de residuos

Atendiendo a su naturaleza existen diferentes clasificaciones de residuos, a continuación se van a estudiar una de las más extendidas, la que distingue entre urbanos, especiales y peligrosos.

1. Residuos Urbanos: Actualmente todavía hay quien habla de residuos sólidos urbanos (RSU), pero este término está cayendo en desuso porque los residuos líquidos se conocen como vertidos y los gaseosos como emisiones, y han sido objeto de estudio independiente. Hay casos en los que estos productos gaseosos o líquidos se encuentran envasados, en los que ni el vertido ni la emisión llega a producirse, en tal caso se gestionan como residuos pero es porque se encuentran en el interior de un continente sólido. También se usa a menudo la expresión residuos domésticos.

En cualquier caso se pueden considerar como expresiones equivalentes y son aquellos desechos sólidos que se originan en las viviendas como consecuencia de las actividades domésticas o en comercios e industrias, asimilables por su naturaleza a los anteriores, así como los procedentes de la limpieza de la vía pública. Según su composición los tipos principales de residuos urbanos son de papel y cartón, vidrio, envases (metálicos y plásticos) y materia orgánica. Tras ellos existen otros residuos de menor importancia, en cuanto a cantidades producidas se refiere, como los procedentes de medicamentos, consumibles de impresoras y fotocopiadoras, o de ropa usada, que sin embargo no dejan de exigir un control sobre su producción y gestión.

En aquellas localidades donde existen instalaciones de clasificación y tratamiento de residuos urbanos, es básico para el buen funcionamiento de estas, implantar sistemas de recogida selectiva que posibiliten que los residuos lleguen separados a las plantas que los gestionan y esto pude hacerse de varias formas. En Europa por ejemplo el sistema más extendido consiste en identificar con colores los contenedores según el tipo de residuo que vayan a acoger:

Por ejemplo en Sevilla el contenedor verde es para el vidrio, el amarillo para envases, el gris para materia orgánica y el azul para papel y cartón.

En Japón sin embargo la recogida se realiza separada en el tiempo, por ejemplo en Tokyo se retiran los desechos de materia orgánica tres días en semana, y los residuos de plástico, papel y vidrio dos días en semana, y cuidado con no respetar el calendario porque acarrea sanción.

2. Residuos Especiales: Es una categoría que abarca todos aquellos residuos que no presentan características para ser considerados peligrosos, pero que sin embargo su naturaleza no aconseja su tratamiento como urbanos. Normalmente se crean normas específicas que establecen como deben ser gestionados y los más importantes son:

a. Residuos de construcción y demolición (RCD).

b. Residuos clínicos o sanitarios.

c. Vehículos y neumáticos fuera de uso.

d. Lodos de depuradoras.

e. Residuos agrarios.

f. Residuos forestales.

g. Residuos mineros.

h. Otros residuos industriales no peligrosos.

La experiencia demuestra, que para cada tipo de residuos especiales es necesario establecer sistemas de gestión independientes y autosuficientes, pues las características de los desechos exigen que se deba procurar el mejor tratamiento posible para ellos (que debe comenzar con una clasificación diferenciada de los materiales), a objeto de recuperar la mayor parte o de garantizar su eliminación en condiciones de seguridad.

3. Residuos Peligrosos: Son aquellos desechos cuya naturaleza puede provocar daños graves sobre el medio ambiente o sobre la salud de las personas a ellos expuestos. Según la Directiva Europea de Residuos del año 2008, se considera que son peligrosos aquellos residuos que sean explosivos, oxidantes, inflamables, nocivos, irritantes, tóxicos, cancerígenos, mutagénicos, sensibilizantes o ecotóxicos.

Son muchas las actividades que generan este tipo de residuos, y van desde las industriales (por ejemplo las taladrinas usadas como refrigerante o lubricante de las cuchillas de corte de metales) hasta las domésticas (como el filtro de aceite de un vehículo). Por eso es importante identificar a los productores, a los gestores intermedios y a los gestores finales de estos desechos, para repartir responsabilidades a lo largo del proceso y asegurar un correcto tratamiento de los residuos peligrosos.

Bajo un principio fundamental del derecho internacional “quién contamina paga” la legislación vigente en la materia responsabiliza al productor de la correcta gestión de los residuos peligrosos y para ello se establece, con diferentes criterios según el país, registros de gestores autorizados a los que el ciudadano o la empresa productora puede acudir para la cesión los mismos. Una vez en manos del gestor debidamente autorizado, y ya sea este intermedio (abarca desde un simple transportista hasta uno que lleve a cabo una transformación no definitiva de los materiales) o final (responsable del tratamiento último), el ciudadano queda libre de su responsabilidad que pasa ahora a aquellos que aceptan los residuos.

Es fundamental que los gobiernos adopten políticas para la reducción en origen de este tipo de residuos y para ello son deseables medidas que minimicen la puesta en el mercado de productos que contengan sustancias peligrosas, especialmente si tienen una vida útil muy corta.

Volviendo sobre el principio del tema, es importante no perder de vista la regla de las tres erres, ningún sistema de reciclaje de residuos por muy específico que sea o aunque use la mejor tecnología disponible, va a ser tan efectivo como las medidas de prevención en la generación de los desechos. Evitar el problema siempre es mejor que tener que solucionarlo.

Residuos urbanos

En las grandes ciudades de nuestro planeta se consumen cantidades ingentes de materias primas, debido a la alta concentración de habitantes y a las actividades que estos desarrollan, lo que da lugar a una producción de desechos proporcional. Por este motivo, la gestión de los residuos es prioritaria para la práctica totalidad de los ayuntamientos y corporaciones locales de las grandes urbes, ya que de ello depende la salubridad y habitabilidad de su entorno.

El problema de los residuos urbanos aparece a la vez que las ciudades, e inicialmente se resolvía reutilizando o reciclando lo que se podía a nivel particular, y arrojando el resto a la vía pública o, en el mejor de los casos, poniéndolo a disposición de los servicios públicos de limpieza que, de forma incontrolada, depositaban los desechos en las afueras de las poblaciones.

Este modelo de gestión originaba frecuentes problemas de higiene urbana, favorecía la propagación de plagas y enfermedades, obligaba a ocupar nuevos territorios una vez que los espacios donde se producían los vertidos se encontraban colmatados (lo cual transformaba el medio perceptual originando paisajes repugnantes), contaminaba el aire, el agua y el suelo, aumentaba el riesgo de incendio y otros accidentes, hacía perder valor a grandes extensiones de terreno y, en definitiva, causaba numerosos impactos ambientales.

Hasta finales del siglo XIX no aparecen las primeras medidas de higiene, una vez que la generación de residuos en las grandes concentraciones urbanas, originadas con la revolución Industrial, empieza a preocupar a sus habitantes.

A mediados del siglo XX, con la aparición de los vertederos como depósitos controlados de residuos, se abre el camino hacia la gestión inteligente de los residuos urbanos en las ciudades; y a partir de la segunda mitad de dicho siglo, es cuando la gestión de los residuos empieza a concebirse de forma integral.

Las tareas de limpieza viaria y recogida de basuras (realizadas por servicios municipales o empresas concesionarias) van ahora acompañadas de técnicas como la separación selectiva, la reutilización en origen, el reciclaje en instalaciones tecnológicamente equipadas para ello… que han venido a sustituir a los sistemas de eliminación de residuos más perjudiciales para el medio ambiente (vertederos incontrolados, escombreras, etc.).

Según la ciudad de la que se trate, la importancia en cuanto a cantidad producida de cada tipo de desecho, sobre el total de residuos urbanos generados, puede variar. Sin embargo, en casi todas las grandes ciudades se puede observar la siguiente clasificación:

1º. Materia orgánica (fundamentalmente restos de alimentos): supone el porcentaje mayoritario de las basuras domiciliarias.

2º. El papel y el cartón: aunque dependerá del tipo de embalaje predominante y de otros factores como la correspondencia, la publicidad, etc.

3º. Los plásticos y vidrios: que un tipo supere al otro dependerá de las embotelladoras y envasadoras que abastezcan de productos consumibles a la ciudad en cuestión.

4º. Oros residuos: como metales, restos textiles y otros, que cierran la lista de componentes de la basura domiciliaria.

En relación a esta última categoría, cabe mencionar algunos residuos que dentro de los urbanos merecen un tratamiento singular debido a sus características. Así tenemos:

a) Aceites vegetales usados: El elevado potencial contaminante de estas sustancias hace que sean varios los municipios que ya han prohibido su vertido al alcantarillado e implantado su recogida selectiva en contenedores.

b) Baterías agotadas (pilas usadas): Las baterías producen energía eléctrica a partir de ciertas reacciones químicas que ocurren en su interior, por lo que pueden contener cadmio, plomo, zinc, mercurio, litio… elementos que deben ser adecuadamente gestionados.

c) Medicamentos usados: El amplio espectro de medicinas que se acumulan en los hogares de los países con sistemas de salud avanzados, hace que se produzcan residuos con composiciones químicas singulares que requieren de un tratamiento especial.

d) Calzado y ropa usada: Son el tipo de residuos donde la reutilización es posiblemente más fácil y por eso es también la práctica más asentada (por las familias, por las organizaciones benéficas, por las órdenes religiosas, etc.).

e) Residuos voluminosos: Son los residuos de muebles, colchones, electrodomésticos, aparatos electrónicos, escombros de pequeñas obras domésticas… que debido a sus dimensiones necesitan una gestión diferenciada.

Pueden ser considerados también residuos especiales, por los motivos que se van a ver en el siguiente apartado.

Así, una particularidad que define a los residuos urbanos es su heterogeneidad, debido a esta característica es más complejo establecer un sistema de gestión eficiente para los residuos domésticos y asimilables, que para los industriales, agrícolas o ganaderos. Esta afirmación no es difícil de entender si se considera el ejemplo de una fábrica en la que, durante el proceso de fabricación, se producen diferentes tipos de rechazos.

La empresa debe conocer que cantidad de cada tipo de residuo se genera para un periodo determinado, simplemente por motivos económicos, y no le costará integrar en su modelo operativo un proceso para la gestión de los desechos que produce (otra cosa es que la dirección de la organización decida no hacerlo). Sin embargo, la composición y la cantidad de los residuos urbanos, varían en función de la estación del año, el día de la semana y la hora, el barrio de la ciudad en el que nos encontremos, el tipo de viviendas que haya en una determinada zona (no produce lo mismo un bloque de pisos que un chalé con jardín y piscina), etc.

Residuos especiales

Son residuos que requieren la adopción de medidas de prevención especiales durante la recogida, el almacenamiento, el transporte, el tratamiento y la deposición del rechazo, tanto dentro como fuera del centro generador, ya que (sin llegar a ser considerados como residuos peligrosos) pueden presentar un riesgo para la salud laboral y pública.

1. Residuos de construcción y demolición (RCD): hay que diferenciarlos de los residuos urbanos procedentes de obras menores de construcción y reparación pues aunque tienen la misma naturaleza, la diferencia de escala hace que merezcan un tratamiento a parte. Esta clase de residuos se caracterizan porque tienen la ventaja de que son inertes, por lo que no producen lixiviados, pero una mala gestión de los mismos produciría problemas como:

a. Alta ocupación: son residuos muy voluminosos y de mucho peso.

b. Degradación paisajística: producen un importante impacto visual.

c. Degradación de suelos: eliminan la cubierta vegetal y la materia orgánica disponible para las plantas.

d. Degradación de cauces.

e. Impacto sobre la hidrología.

f. Rechazo social y disminución de la calidad de vida del entorno.

g. Consumo en exceso de recursos naturales.

h. Efectos relacionados con el tráfico pesado: ruido, vibraciones, contaminación del aire.

Como se mencionó anteriormente, la mayoría son inertes, pero cabe resaltar que hay una pequeña fracción de ellos que son peligrosos, como el amianto, las fibras minerales, las pinturas y disolventes…

Una gran parte de los RCD es reciclable y aprovechable, lo que los hace un poco menos perjudiciales pera el medio.

Se generan principalmente en las ciudades, especialmente en aquellas que están experimentado un elevado crecimiento demográfico, lo cual frecuentemente lleva aparejado su correspondiente proceso urbanizador (ciudades emergentes, ciudades dormitorio, ciudades turísticas o de vacaciones, etc.).

2. Residuos clínicos o sanitarios: son aquellos desechos generados en un centro sanitario (instalación donde se desarrollan actividades de atención a la salud), se presentan en cualquier estado y con variada composición, por lo que plantean una especial dificultad para el diseño de un modelo eficiente de gestión. Además, dentro de la regulación comunitaria europea se trata de un sector huérfano, del cual no existe una normativa específica. Se pueden clasificar en las siguientes categorías:

a. Cadáveres y restos humanos.

b. Residuos químicos.

c. Residuos citotóxicos.

d. Residuos radiactivos.

3. Vehículos y neumáticos fuera de uso: la eliminación de la contaminación derivada del uso del automóvil es una tarea difícil y costosa. Para hacernos una idea de la magnitud de esta cuestión, se presentan los datos siguientes:

a) En el ámbito mundial existe un parque aproximado de 600 millones de vehículos y anualmente entran en servicio unos 50 millones nuevos anualmente, retirándose de la circulación 40 millones de vehículos al año.

b) En la UE circulan más de 150 millones de vehículos, aproximadamente, 600 vehículos por cada 1.000 habitantes.

Surge así la Directiva 2000/53 relativa a vehículos al final de su vida útil, con el objeto de minimizar la generación de residuos y fomentar la reutilización y reciclado.

En cuanto a los neumáticos fuera de uso (NFU), cabe decir que el aumento del transporte rodado por carretera en todo el mudo, ha llevado aparejado un incremento en la demanda de neumáticos de todos los calibres. Como consecuencia del desgaste por rozamiento que sufren los materiales que los componen, los neumáticos son residuos importantes (en cuanto a volumen) especialmente en los países desarrollados donde, hasta hace poco terminaban frecuentemente en vertederos, muchas veces incontrolados.

Hoy en día la legislación de muchos Estados obliga a gestionarlos de manera separada y se han creado plantas de reciclaje específicas para ellos, donde se aprovecha el caucho para mezclas bituminosas que luego se van a emplear en asfaltos de carreteras, pistas de deporte, céspedes artificiales, suelas de goma…

4. Lodos de depuradoras: son la materia sólida contenida en las aguas residuales, que se separa de la fracción líquida en los sistemas de depuración, y que debe gestionarse de manera independiente.

La materia orgánica es la mayor fracción de las que componen los fangos provenientes de las aguas residuales urbanas, esto hace posible que los lodos puedan ser utilizados en numerosos procesos de compostaje para la obtención de abonos (que podrán usarse para aquellos fines permitidos por la ley) o en sistemas de valorización energética (por gasificación, biometanización, incineración…), pero que también deban ser estabilizados y tratados antes de su eliminación definitiva (por medio de sistemas de secado solar, secado térmico, deshidratación mecánica, incineración…).

5. Residuos agrarios: son aquellos desechos resultantes de la actividad agrícola y ganadera, una fracción muy importante de los cuales está caracterizada por poseer grandes concentraciones de materia orgánica. Son los residuos abundantes, dispersos y difíciles de controlar, constituyendo uno de los principales focos de contaminación de las aguas superficiales, los acuíferos y los suelos. Al aumentar la concentración de explotaciones agrícolas y ganaderas intensivas en un determinado lugar, también se agranda el riesgo de contaminación y, por tanto, se hacen necesario sistemas de gestión de residuos adecuados a esas circunstancias.

Mención especial merecen los residuos plásticos agrícolas, procedentes de los materiales que componen las cubiertas de los cultivos bajo invernadero y otros revestimientos. Estos generan a la postre un residuo difícil de gestionar, especialmente por los lugares donde se producen (alejados de núcleos de población importantes y entre ellos). En muchas zonas los agricultores se suelen deshacer de ellos mediante el vertido o la quema incontrolada. Esta última resulta especialmente peligrosa ya que se lanzan a la atmósfera elevadas cantidades de CO y compuestos tóxicos procedentes de los aditivos que se emplean en su fabricación.

6. Residuos forestales: son los procedentes de las siguientes actividades:

a. Limpieza de zonas verdes y actividades de jardinería.

b. Muebles usados y otros enseres de madera generados en los hogares.

c. Actividades silvícolas (clareos, podas, limpieza de matorrales…)

d. Fabricación de productos de madera….

Secularmente el hombre, en muchas zonas forestales del planeta, ha llevado a cabo la explotación equilibrada de los recursos madereros de los bosques, esto permitía a las poblaciones locales vivir del mismo sin perjudicarlo. Pero es que incluso estas actividades de aprovechamiento beneficiaban la perpetuación de la masa forestal en ese lugar, por ejemplo, la retirada por el hombre de árboles caídos evitaba que esa madera pudiera secarse allí produciendo un incendio en épocas estivales.

Actualmente esta tarea la realizan los gestores de ciertos espacios naturales protegidos, con el fin último de evitar incendios, y se denomina “gestión del combustible”. Esta tarea es, al fin y al cabo, la de gestión de un tipo de residuo, los forestales.

Cabe decir que muchos de estos residuos son reciclables y también se aprovechan para la obtención de energía a partir de la biomasa, pues según la Directiva Europea de Energías Renovables 2001/77/CE se deben promover nuevas fuentes energéticas ecológicas, que no generen residuos.

7. Residuos mineros: para obtener minerales valiosos es comúnmente necesario extraer una gran cantidad de materiales de poco valor económico a los que se encuentran unidos. Tras la separación oportuna, estos rechazos se acumulan en las explotaciones mineras a la espera de que se les de una ubicación definitiva. Además, para alcanzar la pureza o concentración requeridas por el mercado, es preciso someter al mineral a una serie de procesos de tratamiento durante los que también se generan residuos como escorias, cenizas, lodos, etc.

8. Otros residuos industriales no peligrosos: A menudo, en las fabricas se producen residuos que, sin ser peligrosos, requieren ser tratados de una manera especial por no poder ser tampoco asimilables a los residuos urbanos. Puede tratarse de residuos de equipos eléctricos y electrónicos (y sus componentes), de material contaminado (envases, absorbentes, tejidos…), de fungibles que se han consumido (cartuchos, lámparas, cuchillas…), etc.

Para este caso las cantidades generadas o la naturaleza de los residuos, no permiten que sean gestionados como si fueran de origen domiciliario, y exigen de un acuerdo con la administración competente para el tratamiento de estos residuos o, incluso, del establecimiento de un sistema de gestión propio cuya implantación y mantenimiento asume la propia organización.

Residuos peligrosos

La integración normativa del concepto de “residuo peligroso” es necesaria, en cuanto que el derecho positivo no ofrece más que definiciones generales. Por ello existen tres enfoques para la clasificación de los residuos peligrosos (Yakowitz, 1988):

a. A través de una descripción cualitativa, por medio de listas que indican el tipo, origen y componentes del residuo.

b. Según la aparición de ciertas características, que se manifiestan tras la aplicación de pruebas normalizadas.

c. Mediante el establecimiento de unos límites de concentración, para determinadas sustancias peligrosas, dentro del mismo residuo.

Cada una de estas tres alternativas tiene sus ventajas y desventajas. Mientras que la primera es más fácil de administrar, las otras dos presentan una descripción más clara y precisa de los residuos.

En general, hasta la Convención de Basilea de 1989, no se encuentran más que definiciones parciales en las que se incluye a los residuos peligrosos en los textos reglamentarios de carácter amplio, o bien definiciones, como la elaborada en el seno de la OMS, literales e inoperantes a falta de un método de designación científico apropiado.

Cabe resaltar, que hasta ahora el Derecho Internacional no se ha preocupado más que por esta clase de residuos pues son los que más amenazas presentan para el medio ambiente y el ser humano. Las Directrices y Principios de El Cairo, sobre la gestión ambientalmente racional de los desechos peligrosos (Decisión 14/30 del 17 de junio de 1987, PNUMA), define los residuos peligrosos como “todos aquellos que a causa de su reactividad química, de sus características tóxicas, explosivas, corrosivas o de otro tipo que constituyen o pueden constituir un peligro para la salud o para el medio ambiente por sí solos en contacto con otros” y “son jurídicamente definidos por el Estado en el que se producen” (por lo que traspasa al derecho interno de los Estados la decisión de lo que es un residuo peligroso y lo que no).

En el marco de la Unión Europea, la Directiva 2008/98/CE define residuo peligroso como todo aquel “residuo que presenta una o varias de las características peligrosas enumeradas en el anexo III”. Estas son, que sea: explosivo, oxidante, fácilmente inflamable, inflamable, irritante, nocivo, tóxico, cancerígeno, corrosivo, infeccioso, tóxico para la reproducción, mutagénico, sensibilizante o ecotóxico (definiendo cada una de estas categorías por separado).

Queda patente, que la Unión Europea se ha basado en la definición del PNUMA, para establecer de una manera más precisa que considera como residuo peligroso y que clasificación le merece cada tipo dentro de esa categoría. Aunque no exista uniformidad terminológica a nivel mundial, en todos los Estados donde existe regulación al respecto, se tiene una idea parecida de lo que es (o puede llegar a ser) un desecho peligroso.

La elevada generación de residuos peligrosos tiene su origen principal, en la ineficiencia de determinados procesos industriales que no aprovechan adecuadamente las materias primas y la energía que los alimentan. Hay que conocer pues los flujos de residuos que se producen en esas actividades, dado el peligro que presentan para la salud humana y el medio ambiente.

El problema principal deriva de que el volumen de residuos a eliminar aumenta cada año. Los países disponen cada vez de menos terreno apto para su depósito controlado. El último recurso es su vertido al mar o incineración, y lo más probable es que se produzca al final el depósito incontrolado de tales desechos a las corrientes de agua o su confinamiento en países en vías de desarrollo, donde las condiciones de eliminación son casi inexistentes.

Dentro del ciclo de la contaminación, los residuos peligrosos vienen a ser concentrados activos de sustancias contaminantes, cuyo mayor peligro reside en su capacidad de introducirse en el medio dañando los recursos de forma aguda o crónica, volviéndose éstos inaprovechables debido a la muerte de sus componentes bióticos, lo que causa a su vez la degradación de los componentes abióticos.

Los residuos peligrosos generan problemas fundamentalmente a la hora de su depósito o eliminación (la incineración es una práctica muy agresiva para determinados factores ambientales), pero también pueden causar daños en el entorno durante las fases de transporte y almacenamiento.

La contaminación no sólo se produce por una mala gestión, abandono o vertido incontrolado, también puede aparecer incluso con la implantación de buenas prácticas. Un ejemplo ilustrativo es el caso de Estados Unidos de América, donde se estima que existen 75.000 vertederos industriales en funcionamiento, junto con más de 200 instalaciones especiales de eliminación de residuos líquidos y sólidos, además de varios miles de lagunas de deposición de residuos de todo tipo, que sin embargo han contaminado el 2% de los acuíferos subterráneos de la nación. En el ámbito europeo también existen casos dramáticos de contaminación del suelo y aguas subterráneas por vertido o deposición de residuos peligrosos.

Raramente estos residuos presentan un estado físico-químico estable por lo que es necesario concretar una definición científica apropiada y operativa para luego agregarle el calificativo de peligrosidad, que ha de distinguirse del de riesgo. El riesgo se define como la probabilidad de causar un daño al hombre o al medio causada por un agente físico, químico o biológico, expresado mediante la ecuación:

R = f(I) x f(P) – f(D)

Donde:

- f(I) es el “factor intrínseco del riesgo” según las características propias del contaminante.

- f(P) es el “factor presencia” en función de la cantidad introducida en el medio, los parámetros físico-químicos del residuo y los propios del medio.

- f(D) es el “factor defensa” en función de las acciones que se pueden realizar para contrarrestar los efectos perjudiciales.

Así, definidos los residuos peligrosos como concentrados de sustancias peligrosas, basta con agrupar en una lista las sustancias peligrosas o productos en los que existe una evidencia científica sobre su peligrosidad.

En cuanto a la generación de residuos peligrosos, se puede recurrir a su origen a partir de tres fuentes:

a. Residuos de producción: son los generados en la extracción de materias primas y los que se producen a lo largo del proceso de fabricación.

b. Residuos de consumo: habitualmente de productos químicos domésticos que contribuyen a la difusión de contaminantes peligrosos desde el momento en que son depositados en los vertederos.

c. Residuos de la gestión de la contaminación: esta actividad en sí también genera desechos agresivos para la salud y el medio ambiente pues todo filtro de canalización capta materiales residuales peligrosos reforzando la toxicidad de sus sustancias.

Resulta imposible decir a ciencia cierta la cantidad total de residuos peligrosos generados en el mundo. Hay estimaciones que oscilan entre las 325-375 MTn/año, el 90% de los cuales procede de países industrializados los cuales monopolizan casi la totalidad del sector de producción de contaminantes.

En función de los diferentes sectores económicos, cabe resaltar la producción de residuos agrícolas en el sector primario, así como la diversidad de desechos peligrosos en el sector terciario (limpieza, hospitales, imprentas…). El sector secundario es el más importante en la generación de materiales peligrosos, siendo la industria química, metalúrgica y la de tratamiento en superficie las que van a la cabeza. Dentro de la industria química destaca la petroquímica, la del cloro, la fabricación de productos oleosos, etc.

En cuanto a los tipos de residuos peligrosos, los grupos más importantes serían:

a. Residuos procedentes de la preparación y tratamientos de superficies: que tienen su origen en operaciones de deposición de metal sobre las piezas a tratar para conferirles propiedades como resistencia a la corrosión, acabado estético o aptitud para la pintura.

b. Disolventes y residuos que contengan disolventes: destacar los halogenados por su alta toxicidad y estabilización en el medio.

c. Residuos líquidos oleosos: producidos por el sector metalúrgico, eléctrico, automoción y electrodomésticos de la línea blanca.

d. Residuos de pinturas, barnices, tintas: que se encuentran en forma de lodos y que son generados con la fabricación de recubrimientos, barnices, lacas, tintas y colorantes.

e. Fangos de apresto y de trabajos con metales.

f. Residuos minerales sólidos de tratamientos metálicos y térmicos.

g. Residuos de cocción, fusión e incineración cuyo origen se encuentra en diversos procesos térmicos.

h. Residuos de síntesis orgánica, minerales líquidos y fangos de tratamiento líquidos, residuos minerales sólidos de tratamiento químico, procedente de múltiples procesos de producción.

i. Residuos de preparación de aguas y de procesos diversos de descontaminación que se originan en la depuración cuyo objeto es la concentración de productos que se desea eliminar de los efluentes iniciales.

j. Materiales sucios, básicamente fangos de perforación resultado de este tipo de operaciones absorbentes y materiales sucios de productos orgánicos e inorgánicos, así como tierras, embalajes y otras escorias.

Por otro lado al tratarse de concentrado de sustancias y, por tanto, mezcla heterogénea de las mismas es necesario el conocimiento de ciertos datos para obtener la caracterización precisa del residuo. Esta investigación responde básicamente a dos objetivos principales:

1º. Evaluar los riesgos para el medio ambiente, en función de la naturaleza de las sustancias que contienen residuos, con lo que se pretende identificar el peligro que éstos presentan.

2º. Prevenir problemas en relación con las operaciones efectuadas, para lo que es necesario determinar previamente el objetivo de toda caracterización. Se deberán examinar los siguientes parámetros:

i. Estado físico del residuo.

ii. Composición química y mineralógica: naturaleza y contenido de elementos naturales.

iii. Propiedades termodinámicas y físico-químicas: se refiere a propiedades energéticas de los residuos como inflamabilidad, punto de ebullición, tensión de vapor, pH.

iv. Propiedades mineralógicas, físicas y mecánicas: sobretodo en residuos sólidos como densidad aparente, granulometría, superficie específica, propiedades eléctricas, magnéticas, reológicas, mecánicas, índice de plasticidad, compactibilidad.

v. Otras características como radiactividad, evolución en el tiempo, envejecimiento, permeabilidad, aptitud de lixiviación, características biológicas y bacteriológicas, contenido energético, corrosividad.

El control sobre la producción de residuos peligrosos (desde el lado de la prevención y la minimización) y sobre todo el proceso subsiguiente de clasificación, almacenamiento, transporte y tratamiento, hasta su eliminación definitiva, es prioritario, por encima de la gestión de cualquier otro tipo de residuos. Pues la naturaleza y características de estos desechos hace que, la falta de previsión de medidas preventivas y correctoras sobre su generación, pueda desencadenar en auténticos desastres para la salud y el medio ambiente.

Operaciones de gestión

Según la Ley 22/2011, de residuos y suelos contaminados, se entiende por gestión de residuos, “la recogida, el transporte y tratamiento de los residuos”. Esto significa que cualquiera de estas operaciones se considera incluida dentro del concepto de gestión, como fases de un único proceso.

Dice esta misma Ley que la recogida comprende “el acopio de residuos, incluida la clasificación y almacenamiento iniciales para su transporte a una instalación de tratamiento”. Esto plantea la cuestión de si debe considerarse gestión cualquier almacenamiento de residuos diferente del inicial al que claramente se refiere la norma.

La respuesta es obvia, cualquier etapa intermedia que se inserte dentro del proceso de gestión de residuos, debe ser considerada parte integrante del mismo ya que, en este caso, el modo en que se realicen los almacenamientos intermedios va a condicionar las sucesivas operaciones de gestión (de nada servirá disponer de unos magníficos contenedores en la vía pública, si luego los residuos están sometidos a todo tipo de inclemencias en sus almacenes temporales de las propias plantas de tratamiento).

Mención aparte merece la clasificación, que debe estar siempre lo más cercana posible al origen, a la generación de los desechos. Por un motivo fundamental, cuanto menos se mezclen los residuos mayores posibilidades tendrán de ser recuperados y más sencillo será el proceso de gestión de los mismos. Para ello se imponen sobre todo las medidas preventivas encaminadas a evitar que, desde el productor hasta el gestor final, nadie facilite la confusión de desechos de diferente tipología.

Asimismo, el transporte tampoco puede ser considerado como una operación puntual, ya que desde que se producen los residuos hasta que son definitivamente tratados pueden sucederse numerosos traslados entre diferentes instalaciones (almacenes temporales, estaciones de transferencia, gestores intermedios, plantas de tratamiento…) y es bastante común que así sea.

Quizás la más compleja de las etapas de la gestión de residuos sea la última, el tratamiento, pues incluye “las operaciones de valorización o eliminación, incluida la preparación anterior a la valorización o eliminación”. A efectos prácticos, se podría decir que el tratamiento incluye tres operaciones en una:

1º. Preparación.

2º. Valorización.

3º. Eliminación.

Pues cualquiera de ellas tiene sentido por separado, y puede que bajo un determinado modelo de gestión aparezcan todas o sólo alguna.

De este modo, puede decirse que a todos los efectos puede haber hasta seis fases comprendidas dentro de la gestión de residuos, que en resumen serían las siguientes:

1. Clasificación.

2. Almacenamiento.

3. Transporte.

4. Preparación.

5. Valorización.

6. Eliminación.

Recuérdese que estas operaciones pueden estar repetidas, aparecer con un orden diferente al expuesto aquí o, incluso, no estar presentes en un determinado modelo de gestión; sin embargo, cualquier actividad de gestión de residuos que se realice va a estar recogida dentro de alguna de estas fases, las cuales van a ser estudiadas una por una en los próximos temas.

No pueden ordenarse por orden de importancia puesto que todas son fundamentales dentro del proceso de gestión, pero está claro que las operaciones correspondientes al tratamiento (preparación, valorización y eliminación) van a presentar una mayor complejidad que el resto, tanto tecnológica como metodológica, aunque sin perder de vista que el tratamiento será efectivo sólo si también lo fueron las fases precedentes.

Por último, son componentes esenciales de la gestión de residuos, las funciones administrativas, financieras, legales y de planificación llevadas a cabo por los responsables de estas actuaciones, y las tecnologías que intervienen en todo el ciclo de los desechos.

Clasificación

Aquí se entiende por clasificación, la separación de los diferentes residuos según su tipo y naturaleza, para facilitar su tratamiento específico posterior.

Como ya se adelantó, conviene que esta fase se sitúe lo más cercana posible a la producción de los residuos, a objeto de conseguir la máxima pureza de las fracciones y alcanzar así, el máximo porcentaje de valorización de desechos.

Las clasificaciones de residuos pueden ser muy específicas o muy básicas, dependiendo de los desechos a gestionar y de la exhaustividad que necesite su gestión.

Existen multitud de clasificaciones atendiendo a la naturaleza y características de los residuos, algunas de las más extendidas se establecen según:

1. El sector en el que se producen:

a. Mineros

b. Agrícolas

c. Forestales

d. Ganaderos

e. Industriales.

f. Hospitalarios.

g. Domiciliarios y asimilables (la mayoría de los producidos en el sector servicios).

2. Los materiales que los componen:

a. Orgánicos.

b. Metálicos.

c. Papel y cartón.

d. Plásticos.

e. Textiles…

3. El grado de peligrosidad de los desechos:

a. Peligrosos.

b. No peligrosos.

c. Inertes.

Pero además, dentro de cada una de estas categorías es muy recomendable establecer clasificaciones más pormenorizadas a objeto de favorecer una posible recuperación posterior, de los materiales que componen los desechos (por ejemplo separando los metales férricos de los no férricos, el poliuretano del PVC, la cerámica del hormigón…).

La Unión Europea, por poner un ejemplo, publica en el año 2000 su propia Lista Europea de Residuos (LER), a través de la Decisión 2000/532/CE, que ha sufrido modificaciones posteriores.

La LER está dividida en 20 grupos principales, en función de la fuente generadora de los residuos, dentro de los cuales cada residuo está identificado con un código de 6 dígitos. Los dos primeros dígitos corresponden al grupo principal (uno de esos 20), los dos siguientes al subgrupo (no hay un número fijo de subgrupos para todos los grupos), y los dos últimos, al residuo específico, y los residuos peligrosos además, se encuentran marcados por un asterisco al final de cada número. Algunos ejemplos son:

Pero además de los preceptos normativos oportunos, para una buena separación de los residuos son necesarios dos elementos fundamentales: formación y recursos. Porque si el que produce el desecho no conoce mejor manera de gestionarlo que arrojarlo al medio natural, o si, aunque se sepa la teoría, la realidad impide que se gestionen adecuadamente los residuos por falta de medios; va a ser imposible ejecutar la clasificación de los residuos y poder luego aprovechar toda su potencialidad como materiales.

Para educar al productor en la separación preventiva de los residuos se pueden emplear multitud de técnicas que quedan del lado de la formación y sensibilización ambiental. Mencionaremos aquí algunas buenas prácticas para facilitar esta tarea:

- Identificar los productos con colores o iconos que permitan saber que tipo de residuo serán al final de su vida útil.

- Establecer colores o símbolos específicos para cada contenedor, en función de los residuos que vayan a albergar.

- Separar en el tiempo la recogida de los diferentes tipos de residuos, estableciendo un día y un horario concreto para la retirada de cada uno de ellos.

- Penalizar las actitudes irresponsables con medidas positivas para la concienciación y el cambio de hábitos.

Una de las mejores formas de identificar es etiquetar. Si se pueden saber datos como el origen, las características o incluso el productor, con tan sólo poner la vista en un determinado material, es muy difícil que este sea clasificado erróneamente.

Especialmente los residuos peligrosos deben estar identificados con pictogramas que informen sobre el riesgo que supone su manejo, porque además, las mezclas en este tipo de desechos pueden suponer un elevado riesgo para la salud de las personas y el medio ambiente. En España por ejemplo, desde la entrada en vigor del Real Decreto 833/1988, se usan los siguientes pictogramas:

Además, establece esta norma que:

1. “Los recipientes o envases que contengan residuos tóxicos y peligrosos deberán estar etiquetados de forma clara, legible e indeleble, al menos en la lengua española oficial del Estado.

2. En la etiqueta deberá figurar:

a) El código de identificación de los residuos que contiene, según el sistema de identificación que se describe en el anexo I.

b) Nombre, dirección y teléfono del titular de los residuos.

c) Fechas de envasado.

d) La naturaleza de los riesgos que presentan los residuos”.

Y también, que “la etiqueta debe ser firmemente fijada sobre el envase, debiendo ser anuladas, si fuera necesario, indicaciones o etiquetas anteriores de forma que no induzcan a error o desconocimiento del origen y contenido del envase en ninguna operación posterior del residuo”.

“El tamaño de la etiqueta debe tener como mínimo las dimensiones de 10 x 10 cm”, y otras tantas disposiciones todas ellas encaminadas a que los residuos peligrosos se encuentren en todo momento bajo control.

Almacenamiento

Se trata del acopio de residuos que en casi todos los casos antecede al resto de operaciones del proceso de gestión. Según el lugar dónde almacenemos los desechos tendremos tres tipos de instalaciones:

1. En superficie: son las más comunes porque albergan normalmente residuos urbanos o asimilables a ellos por su naturaleza. Pueden ser desde simples acopios sobre ciertas superficies previamente impermeabilizadas, hasta contenedores cerrados y clasificados en el interior de un almacén.

2. A poca profundidad: se usan para residuos que por sus características supongan algún riesgo para las personas o el entorno, y pueden ser desde fosos (para almacenar residuos orgánicos como heces animales que producen malos olores o incluso enfermedades) hasta lagunas (para residuos radioactivos, por el efecto refrigerante del agua y su función como barrera frente a la radiación).

3. Profundas: Normalmente estos tipos de almacenes tienen carácter definitivo, aunque en ocasiones se denominen temporales (por motivos políticos), porque el hecho de que se encuentren situados a cientos de metros de profundidad dificulta mucho su carga y descarga periódica, y porque el confinamiento de los residuos en estos lugares puede durar décadas. Por este motivo, este tipo de instalaciones son consideradas más como depósitos que como almacenes.

Además, es muy importante tener en cuenta los siguientes aspectos a la hora de almacenar residuos:

a. Aislamiento: el nivel de hermetismo exigible para el almacenamiento de cada tipo de residuos, no es el mismo para todos los casos y las precauciones a adoptar vienen normalmente impuestas por la normativa vigente en cada Estado (un ejemplo claro son los residuos nucleares, cuyo confinamiento es técnicamente complejo y socialmente polémico).

b. Identificación: cada almacén de residuos debe estar convenientemente identificado, a objeto de que cualquiera pueda conocer su contenido. Además, si en el interior se acopian diferentes tipos de desechos, deberá acotarse y señalizarse cada zona, para evitar mezclas indeseables que dificulten el tratamiento posterior.

c. Accesibilidad: Hay que procurar que los almacenes de residuos faciliten al máximo su llenado y vaciado, instalando para ello desde rampas de acceso hasta sistemas automatizados de carga y descarga. Una accesibilidad adecuada, evitará accidentes que pueden traducirse en pérdidas de materiales y efectos nocivos sobre las personas y el medio ambiente.

d. Seguridad: Es necesario tener en cuenta que todo acopio de residuos puede entrañar riesgos para el entorno y la salud, por lo que habrá que prever mecanismos que, en la medida de lo posible, eviten o minimicen estos posibles impactos (sistemas de extinción de incendios, extractores de humos, teléfonos de emergencia, etc.). Dependiendo de la peligrosidad de los desechos almacenados serán exigibles medidas de control más severas.

Pero igualmente, no hay que perder se vista que lo que aquí se entiende por almacenamiento no es lo mismo que el depósito definitivo de los residuos para su eliminación (por ejemplo en un vertedero), sino que se trata de acopios intermedios cuyos límites temporales deben quedar definidos en base a las características de los desechos almacenados (peligrosidad, volumen, degradabilidad, etc.).

Por ese motivo, son muchas las disposiciones normativas que hacen referencia a los periodos máximos de permanencia de determinados residuos en almacenes temporales y obligan a sus poseedores a poner a disposición de un gestor final esos desechos cuando se alcanza el tiempo máximo permitido por la ley. Por ejemplo la Ley 22/2011, de residuos y suelos contaminados, dispone que “la duración del almacenamiento de los residuos no peligrosos en el lugar de producción será inferior a dos años cuando se destinen a valorización y a un año cuando se destinen a eliminación. En el caso de los residuos peligrosos, en ambos supuestos, la duración máxima será de seis meses”, obligando al productor a dar una gestión adecuada a sus desechos antes de que se cumplan los plazos estipulados.

Pero no es posible agotar estos límites temporales superiores si el lugar de almacenamiento se ha llenado con anterioridad al fin del plazo previsto. Esto puede provocar situaciones indeseables como:

- La invasión de los residuos de zonas no destinadas al almacenamiento de desechos, pudiendo incluso mezclarse con productos en venta, lo que puede tener una doble consecuencia: hacer llegar al cliente productos agotados (hecho que si sucede sería nefasto para el negocio) y/o tirar a la basura productos aún sin usar por haber sido confundidos con residuos (igualmente desastroso).

- La ocupación de zonas reservadas a determinados tipos de residuos por otros de diferente naturaleza puede terminar en mezclas indeseables, aumentando los riesgos (de explosión, de incendio, de contaminación…).

- La falta de espacio suficiente en el local o nave donde se desarrolle la actividad, pudiendo llegar a convertirse en un vertedero incontrolado.

- Las sanciones por parte de la administración pública si se infringe alguna norma al respecto.

- Etc.

Transporte

El transporte comprende el conjunto de operaciones de traslado de los residuos, desde el punto en el que se producen o almacenan hasta otro lugar donde se van a depositar, tratar o eliminar. Esta definición hace prever que dentro del esquema de gestión de los desechos, puede haber varias operaciones de transporte (desde donde se produce el residuo hasta un almacén intermedio, desde este a una planta de tratamiento, de esta a un vertedero o una incineradora…). De este modo pude hablarse de transporte primario, secundario, terciario… según cuantos traslados sean necesarios dentro del modelo de gestión.

En esta fase pueden concentrarse los costes más importantes para la gestión de los residuos, que serán mayores o menores dependiendo de factores como:

- El volumen de residuos que haya que mover.

- La cercanía entre los lugares de origen y de destino.

- El medio de transporte empleado.

- El precio de los combustibles.

- Las medidas de seguridad que requiera el residuo trasladado…

Algunas medidas interesantes para minimizar los costes y exprimir al máximo los recursos son:

- Utilizar vehículos con una capacidad de carga adecuada al volumen de residuos a gestionar, y procurar que se acerquen lo máximo posible al límite de su capacidad.

- Aumentar la densidad de los residuos a trasladar mediante operaciones de compactación, desmontaje, trituración, etc. Que permitan aprovechar al máximo el volumen disponible en el habitáculo destinado al transporte de residuos.

- Prever rutas de viaje que permitan prestar el servicio al mayor número de productores posible, estableciendo días concretos para la retirada de un determinado residuo, agrupando a los productores según el tipo de actividad (que suelen producir los mismos tipos de residuos), según los municipios donde habiten (buscando la cercanía entre los puntos de recogida), etc.

- Para poblaciones muy dispersas, prever centros de transferencia comarcales que abastezcan a un único centro de tratamiento final, lo más equidistante posible con respecto a aquellos.

A pesar de lo dicho anteriormente, la cercanía de las instalaciones de tratamiento de residuos a los lugares de producción puede encontrar inconvenientes como malos olores, ruidos, perturbaciones en el paisaje… que afectan negativamente a la habitabilidad de las zonas más pobladas y a determinados negocios relacionados con la hostelería, el turismo y los servicios en general.

Por este motivo, aunque desde el punto de vista del transporte lo ideal es acercar lo máximo posible la producción al tratamiento, habrá que tener en cuenta otros factores como los mencionados anteriormente, a la hora de decidir sobre la ubicación de una determinada planta o estación de residuos ya sea de transferencia o tratamiento.

Así, la experiencia muestra como los centros de tratamiento de residuos urbanos se sitúan cada vez más alejados de los centros urbanos, para no producir molestias sobre sus habitantes.

La solución puede estar en integrar en entornos urbanos pequeñas estaciones de transferencia que den cobertura a fracciones importantes de la población y que, gracias a la implantación de medidas preventivas y correctoras de impacto ambiental, permitan esa proximidad al ciudadano que se persigue para optimizar el transporte. En estos centros de transferencia los residuos se almacenarán hasta su traslado definitivo al centro de tratamiento final, para lo cual se emplearán vehículos de mayor tonelaje.

Este modelo de gestión permite a su vez aumentar la eficiencia en las operaciones de transporte puesto que, sin la presencia de los centros o estaciones de transferencia, se puede condicionar una jornada laboral completa para una sola operación de recogida de residuos, bastará con que la planta o el vertedero se sitúe a más de 30 km del lugar de retirada de los desechos. Sin embargo, pequeños vehículos recolectores funcionando toda la jornada en un entorno cercano a la estación de transferencia y un vaciado de ésta semanal o mensual para el traslado de desechos al centro de tratamiento final, permitirá rentabilizar al máximo la actividad.

Pero todo este análisis ha estado orientado al estudio del transporte de residuos urbanos o asimilables a ellos por sus características, mención a parte merece el transporte de residuos peligrosos, que para volúmenes importantes necesita prever medidas especiales de seguridad, ya que cualquier fuga, derrame o accidente puede traducirse en daños graves sobre el medio ambiente y la salud de las personas.

Para este último caso son muchos los países que cuentan ya con leyes y reglamentos al respecto, y muchos más los que abordan este tema dentro del transporte de mercancías peligrosas (pues se entiende que estos residuos también lo son). Casi todos coinciden en que es necesario un control documental de estas operaciones que especifique “quién”, “qué” y “cuánto” se produce, “quién” y “cómo” se transporta y “dónde” se dirigen finalmente los residuos. Para ello se establecen todo tipo de registros (de productores, de gestores, de transportistas…) y se utilizan multitud de justificantes con formatos establecidos (albaranes, recibís, hojas de pedido…).

Además, para el transporte de residuos peligrosos es necesario generalmente el uso de vehículos especiales, que estén equipados para garantizar el máximo aislamiento de los residuos que transportan e impedir así cualquier contacto con el medio exterior. Un caso extremo sería el transporte de residuos nucleares, cuya radioactividad exige medidas excepcionales de prevención.

Así, tenemos el ejemplo del famoso convoy “Castor” que transporta residuos nucleares entre Alemania y Francia, y que recibe ese nombre por el tipo de contenedores que van en ese tren. Se elige así el transporte ferroviario, para reducir al mínimo el riesgo de accidentes, aunque ello no tranquiliza a la multitud de colectivos ecologistas (como Greenpeace) que año a año intentan impedir que este convoy complete su recorrido.

Pero el futuro pasa por el transporte de residuos en el que no media ningún tipo de vehículo, lo cual tiene ventajas muy apreciables como el aumento de la programabilidad del sistema (se sabe cuando se van a recibir los residuos y se puede modular la cantidad máxima admitida de los mismos), la supresión de numerosos impactos ambientales (olores, emisiones, vertidos…), la mejora de la salubridad en la vía pública (impide que aparezcan ratas, cucarachas, mosquitos…) y muchas más. El más famoso de estos sistemas es la recogida neumática de residuos, que se describirá más adelante.

Tratamiento

Como ya se dijo, el tratamiento incluye las operaciones de preparación de los residuos, valorización y eliminación, independientemente de que en un determinado modelo de gestión aparezcan todas ellas o sólo alguna. Ya sea para cualificar a los desechos, obtener un aprovechamiento de ellos o hacerlos desaparecer, las operaciones de tratamiento culminan la gestión de los residuos y dan sentido a las etapas anteriores al devolver los materiales, en condiciones ambientalmente aceptables, a los ciclos productivos o al medio natural.

Esta última fase para la gestión de los residuos, se produce en instalaciones de muy diferente tipo, según la operación a la que se de mayor importancia y la finalidad perseguida (puede tratarse de plantas de reciclaje o de compostaje, pero también de un vertedero o de una incineradora). Aunque el modelo de gestión ideal es aquel que sigue “la regla de las tres erres” (reducir, reutilizar y reciclar), y por tanto la eliminación es la última operación de tratamiento a la que debe recurrir el buen gestor de residuos, que sólo debe aplicar a la fracción de residuos que no a sido valorizada. Por este motivo, los vertederos modernos llevan siempre asociada una planta de tratamiento y valorización, para intentar aprovechar al máximo los materiales contenidos en los residuos antes de su eliminación definitiva.

Cuando durante la fabricación o en el transcurso de la vida útil de un producto, aparecen rechazos, la diferencia entre considerar a estos como residuos o como subproductos la marcan las operaciones de tratamiento que se les puedan aplicar. Conforme a ellas, el material disponible podrá sustituir funcionalmente a otro producto, formar parte de algún proceso o no tener utilidad alguna.

Los subproductos son considerados en muchas actividades productivas como materias primas secundarias, ya que no se pueden utilizar directamente para el fin previsto pero pueden sustituir a las materias primas en ciertos procesos productivos tras haber sido convenientemente preparados a tales efectos.

Enlazando con lo anterior, la preparación de los residuos es quizá la etapa más confusa de la gestión, puesto que generalmente se entiende como un pretratamiento que se da a ciertos residuos antes de que sean valorizados o eliminados (por ejemplo secar y compactar los restos vegetales antes de quemarlos en una caldera de biomasa o estabilizar los lodos de una depuradora antes de depositarlos en un vertedero). Pero también puede dar “valor” por sí sola a algo que antes no lo tenía (el desecho), si lo habilita para ser nuevamente útil.

Según la Ley 22/2011, de residuos y suelos contaminados, la “preparación para la reutilización” es “la operación de valorización consistente en la comprobación, limpieza o reparación” de los residuos para “que puedan reutilizarse sin ninguna otra transformación previa”.

Reutilizar consiste en volver a utilizar el residuo como producto, con la misma finalidad que tenía originalmente, pero sin transformarlo (sólo comprobando que aún pueda usarse, limpiándolo de impurezas o con un pequeño ajuste o reparación poco relevante). Esta puesta en valor, hace que este tipo de preparación sea entendida por la Ley como una operación de valorización que sin embargo, bajo nuestro punto de vista, merece una mención a parte pues cae casi del lado de la prevención, al evitar que esos materiales se pierdan o sean tratados, con el consecuente gasto de energía y recursos.

Cabe considerar en este momento, aquellos elementos que tienen valor con la forma y estado que presentan al aparecer como residuos, aquellos que sólo lavándolos y almacenándolos en condiciones adecuadas ya vuelven a ser útiles para el uso que tenían en su etapa anterior.

Un ejemplo muy recurrente de preparación para la reutilización, es el de los envases, una práctica que se ha perdido en muchos países dónde décadas atrás estaba bastante implantada, debido a la generalización de los productos de “usar y tirar”. Los mismos distribuidores del producto recogían los envases a sus clientes devolviéndoles parte del importe del precio de venta, y aquellos a su vez, devolvían los envases al fabricante, el cual, compensaba económicamente a estos distribuidores por no tener que invertir de nuevo en la fabricación de recipientes. Tras pasar por una fase de higienización, ya estaban listos para contener de nuevo el producto del que se tratase.

La preparación para la reutilización será beneficiosa desde el punto de vista ecológico, siempre y cuando los residuos:

- No deban ser transportados a gran distancia para poder prepararlos y reutilizarlos.

- Estén hechos de materiales lo suficientemente resistentes, valiosos y/o cuantiosos como para que merezca la pena.

Los envases de vidrio, metálicos y ciertos plásticos, presentan grandes posibilidades de reutilización, ya que con sencillas operaciones de lavado pueden volver a contener una bebida, un detergente o cualquier otro líquido, como ya hicieron durante su primer uso. Las botellas metálicas que contienen gases útiles en automoción, refrigeración, calefacción, etc., pueden ser rellenadas directamente con el mismo gas que contuviesen y volver a ser distribuidas siempre que la legislación vigente lo permita

Valorización

La valorización de los residuos es básicamente “cualquier operación cuyo resultado principal sea que el residuo sirva a una finalidad útil al sustituir a otros materiales” (Ley 22/2011, de residuos y suelos contaminados).

Además de la preparación para la reutilización, se puede decir que existen dos tipos de actuaciones para la valorización de los residuos:

1. Reciclaje.

Según la Ley 22/2011, de residuos y suelos contaminados, es “toda operación de valorización mediante la cual los materiales de residuos son transformados de nuevo en productos, materiales o sustancias, tanto si es con la finalidad original como con cualquier otra finalidad”.

La clave aquí es la transformación, que diferencia al reciclaje de la simple reutilización. Sin embargo, según la propia Ley, quedan excluidas aquellas transformaciones destinadas a cualquier valorización energética, ya sea para uso directo o para la preparación de combustibles.

El fin es aquí indiferente, puede ser que el resultado de la transformación sea un producto al que se le de el mismo uso que al original (por ejemplo el papel reciclado) u otro diferente (con la goma resultante del reciclaje de los neumáticos se hacen actualmente pistas deportivas).

La calidad de los productos reciclados dependerá de la pureza de la fracción del residuo original, la cual viene condicionada a su vez por la separación y clasificación que se haya hecho de los residuos durante las operaciones de recogida, transporte y almacenamiento de los mismos.

Veamos a continuación, las operaciones de reciclaje más comunes para algunos de los residuos más conocidos:

a. Vidrio: tras su recogida, se procede normalmente a su limpieza y trituración hasta que se transforma en calcín, que presenta una menor temperatura de fusión que las materias primas originales del vidrio (arena, sosa y caliza), por lo que en el proceso de fabricación de nuevos materiales vítreos se consumirá menos energía si se utiliza calcín.

b. Papel: el papel usado se transforma en pasta de papel, lo que produce la rotura de las fibras originales, por lo que debe combinarse con pasta nueva procedente de la madera, para mantener la calidad del producto. El nivel de purificación exigible para la pasta de papel, dependerá del uso previsto para el producto reciclado.

c. Envases: Los plásticos pueden reciclarse de forma conjunta o separada, en el primer caso, se mezclan todos los plásticos recogidos, se limpian, se trituran y se moldean por empuje a través de una sección transversal (extrusión), para obtener diferentes perfiles que sean adecuados a su uso final. En el segundo caso, se separan los plásticos en función de su composición (PVC, PET, etc.), se lavan y por último se comprimen en balas para su venta, o se funden y se convierten en granzas (pequeñas esferas de aproximadamente 1 cm de diámetro).

Los envases de metal se separan del resto de residuos por medio del uso de electroimanes, presentes en la cadena de triaje de las plantas de clasificación y tratamiento, diferenciándose además entre metales férricos y los de aluminio. Una vez separados, se funden para formar parte de productos metálicos reciclados.

2. Valorización energética

Otra posibilidad de tratamiento para ciertos residuos es la valorización energética, que puede ser directa (por combustión) o indirecta (obteniendo productos de alto valor energético). Se suele utilizar de modo complementario a otras operaciones de tratamiento, para aquellos desechos que sin ser reutilizables ni reciclables, presentan un elevado potencial energético.

La valorización energética de los residuos presenta numerosas ventajas, las más destacadas son:

- Se reduce de manera importante el volumen de residuos a gestionar.

- Se obtiene energía de materiales “inservibles”.

- Se alarga la vida útil de los vertederos, evitando tener que ocupar nuevos territorios.

- Se reducen e incluso eliminan impactos ambientales como malos olores, proliferación de enfermedades, contaminación del medio físico…

A pesar de ello, también tiene sus contras como sistema de tratamiento de residuos, como puede ser la:

- Baja disponibilidad de residuos de alto valor energético junto a las instalaciones de valorización y tratamiento, cuyas propiedades deben permitir además estimar de manera fiable la energía que van a producir (se necesita cierta homogeneidad).

- Dificultad para ubicar instalaciones de valorización energética, ya que necesitan de medidas especiales de control sobre los vapores que pueden producirse.

- Incierta viabilidad económica de estas instalaciones, que dependen fuertemente del precio de la energía en el país en que se ubique, y de las ayudas y subvenciones que existan a este respecto.

- Mala imagen ante la opinión pública, las basuras están mal consideradas como fuente de energía.

La incineración convencional, la termolisis, la pirólisis, la gasificación (biometanización) o la coincineración en hornos industriales, son los métodos de valorización energética más comunes para los residuos en la actualidad, y los más probados en la práctica desde un punto de vista tecnológico, por lo que pueden contribuir de manera crucial sobre la diversificación energética. No en vano, según la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA), la producción media de basura por parte de una familia europea tipo, equivale al 20% de su consumo energético.

Considerando que la escasez de suelo para albergar nuevos vertederos es cada vez más importante en los países desarrollados y que, al mismo tiempo, los criterios de admisión de residuos en estas instalaciones son cada vez más restrictivos debido a la abundante y creciente legislación reguladora de la materia, es de prever que el porcentaje de residuos valorizados energéticamente crecerá durante los próximos años. Si bien, no todos los métodos de valorización van a verse favorecidos, ya que especialmente la incineración tradicional ha sufrido durante los últimos años una fuerte oposición por parte de la opinión pública, debido a la posibilidad de que estas instalaciones emitan dioxinas y furanos.

Eliminación

Se trata de la última etapa de la gestión de residuos, que sólo debe aplicarse sobre la parte no aprovechable de los desechos, la cual será mayor o menor dependiendo del nivel de eficiencia del modelo de gestión de residuos implantado (a mayor eficiencia, menor será la fracción de desechos a eliminar).

Según la Ley 22/2011, de residuos y suelos contaminados, se entiende por eliminación “cualquier operación que no sea la valorización, incluso cuando la operación tenga como consecuencia secundaria el aprovechamiento de sustancias o energía”. Se refiere aquí la ley, a aquellas actuaciones cuyo fin último sea la eliminación del residuo, aunque de manera accesoria se produzca alguna materia o energía utilizable (por ejemplo, la incineración de residuos peligrosos genera gases a elevada temperatura que pueden utilizarse en procesos térmicos, pero la operación principal es de eliminación aunque lleve asociada cierta valorización energética).

Algunos de los supuestos más comunes de eliminación de residuos son:

- Depósito sobre el suelo o en su interior.

- Inyección en profundidad (en pozos, minas abandonadas, fallas geológicas naturales, etc.).

- Vertido en el medio acuático.

- Biodegradación de residuos orgánicos.

- Tratamiento fisicoquímico (evaporación, secado, calcinación, etc.).

- Incineración.

Mayoritariamente la eliminación de residuos se ha llevado a cabo en los vertederos, que son depósitos controlados de desechos con carácter definitivo. En ellos habrá que prever, implantar y revisar toda una serie de medidas ambientales protectoras y compensatorias, que protejan el entorno de los posibles impactos que puedan surgir del almacenamiento de estas sustancias, potencialmente dañinas (se verá más adelante).

Uno de los principales requisitos que deben cumplir los residuos a eliminar, es el de haber sido tratados previamente a su vertido. La regla de las tres erres (reducir, reutilizar y reciclar) exige que antes de eliminar los residuos se aprovechen todas aquellas fracciones de los mismos que puedan ser destinadas a un nuevo uso (ya sea el mismo u otro diferente al original), pero es que además, la parte inservible de los residuos debe ser “inertizada” antes de su depósito final en el vertedero, de tal manera que se asegure que esos desechos no van a reaccionar en el medio produciendo diferentes formas de contaminación.

Existen multitud de residuos que tienen la consideración de inertes desde su origen, por este motivo no necesitan someterse a ningún tratamiento de manera previa a su eliminación, son aquellos desechos no peligrosos que no experimentan transformaciones físicas, químicas o biológicas relevantes, es decir, aquellos que no son solubles, ni combustibles, ni biodegradables, ni reaccionan física ni químicamente, ni afectan a la naturaleza o características de otras materias con las que puedan entrar en contacto (algunos ejemplos son los restos de vidrio, cerámica, ladrillos, hormigón fraguado, etc.).

Sin embargo, hay que tener cuidado a la hora de caracterizar los residuos, pues si no se hace de manera estricta se puede estar catalogando como inertes desechos que realmente no lo son. Es el caso de los residuos de construcción y demolición, que pueden contener gran cantidad de residuos peligrosos como PCB, amianto, materiales contaminados… además de otros residuos no inertes (plásticos, madera, papel y cartón, etc.).

Por este motivo es necesario que a cualquier operación de eliminación, la anteceda una de separación, clasificación y selección, para garantizar que el desecho a eliminar no tiene otro uso posible y que, además, no va a reaccionar poniendo en peligro la salubridad del entorno o el medio natural.

En el lado opuesto están los residuos de la materia orgánica, que al ser biodegradables muestran una elevada dificultad para su eliminación pero que a la vez presentan grandes posibilidades para su aprovechamiento (compostaje, gasificación, incineración…).

Los residuos de animales muertos y otros desperdicios de origen animal, son especialmente relevantes desde el punto de vista de la salud pública, por ser foco de enfermedades bacteriológicas si no son tratados de una forma adecuada. Esto hace que hayan sido muchos los países que han legislado sobre el modo de proceder en esta materia (en Europa a raíz de la Directiva 90/667/CEE, que regula la eliminación y transformación de desperdicios animales), estableciendo condiciones específicas para la eliminación de estos residuos, que van en la línea de:

- Evitar en la medida de lo posible el contacto de los residuos de origen animal con las personas y el medio natural adyacente.

- Evitar la manipulación directa de estos residuos por los operarios de la planta de tratamiento, que deberá estar lo más automatizada posible.

- Garantizar siempre la disponibilidad de espacio en la planta de tratamiento para los residuos recibidos, evitando en todo caso el almacenamiento fuera de los lugares destinados a ese fin.

- Asegurar que las condiciones físicas y/o químicas a las que han sido sometidos los restos animales en la planta de tratamiento, garantizan su inertización total, y que los gases y efluentes producidos durante dichas operaciones son eficazmente depurados antes de ser devueltos al medio natural.

Otro caso especialmente reseñable es el de los lodos procedentes de las estaciones depuradoras de aguas residuales (EDAR), que previamente a su eliminación deben ser inertizados, normalmente mediante un largo proceso de estabilización con cal, tratamiento térmico, deshidratación mecánica, secado y reducción térmica.

Un tratamiento de eliminación de lodos que está teniendo bastante aceptación, sobre todo en las zonas con abundantes horas de sol anuales, es el secado solar bajo plásticos o en invernadero. Este sistema consiste en la deposición de los lodos bajo una estructura de plástico translúcido, a modo de invernadero, con ventilación natural y/o forzada y con agitación del biosólido.

Estos sistemas no necesitan del apoyo de captadores solares, si se quiere acelerar el proceso de evaporación únicamente se deben remover los lodos con mayor periodicidad y/o aumentar el caudal del aire. Para esto último se han desarrollado todo tipo de soluciones tecnológicas, entre ellas destaca la aparición en el mercado de un equipo removedor (conocido como “topo eléctrico”) que voltea los lodos ventilándolos y removiéndolos, asegurando a su vez una distribución uniforme del lodo en la cámara de secado y facilitando su llenado progresivo.

La existencia de numerosas instalaciones, fundamentalmente en Europa Central, dan fe de una tecnología técnica y económica viable en la actualidad.

Plantas de tratamiento

Las plantas de tratamiento son las instalaciones más importantes dentro de cualquier modelo de gestión, ya que en ellas es dónde se realizan las actividades necesarias para la valorización de los residuos.

Actualmente existen instalaciones de tratamiento tanto fijas como móviles. Las fijas son por lo general más completas que las móviles, pero estas últimas presentan la ventaja de poder cambiar de lugar según la demanda que haya (en el caso de los residuos voluminosos pueden ser muy útiles, pues supongamos que una estación de transferencia se encuentra colmatada, puede ser interesante entonces desplazar la planta a ese lugar en vez de transportar todos esos desechos a varios km).

En cuanto al nivel de equipamiento necesario para una determinada planta de tratamiento, dependerá de si las fases de separación y clasificación de los residuos que ahora se van a valorar, han sido las adecuadas y han tenido efecto o no. Se habla entonces de residuos sucios y limpios, existiendo entre los extremos toda una gama de estados intermedios en los que las fracciones (metales, plásticos, vidrio, papel…) se encuentran más o menos mezcladas.

Supongamos que los residuos entran en la planta de tratamiento lo más sucios posible, en tal caso habrá que someterlos a una separación y clasificación exhaustiva antes de ejecutar sobre ellos cualquier operación de valorización. Para ello pueden utilizarse equipos que separen los residuos por tamaños (como el trommel, un conocido tipo de criba rotatoria), por pesos (el soplante separa los materiales más ligeros mediante corrientes de aire) e incluso según su naturaleza (el overband o electroimán separa la fracción metálica).

A pesar de lo que se ha avanzado en tecnología, es casi imprescindible que toda cadena de separación y clasificación de residuos termine con un triaje manual más exhaustivo, que separe los pequeños elementos que las máquinas no hayan conseguido diferenciar (muy importante para el caso de los residuos peligrosos).

Una vez que se obtiene la fracción separada del residuo que realmente se quiere aprovechar, la siguiente fase dependerá del destino que se le quiera dar:

a. Reutilización.

El ejemplo más claro de reutilización es quizá el de los envases, que tras haber sido separados y clasificados conforme a su naturaleza y características, pasan a la fase de lavado y limpieza, donde son acondicionados para ser utilizados de nuevo como continentes de multitud de productos.

Tras el vaciado de los envases, estos pasan por diferentes fases de limpieza que van desde una etapa inicial de lavado somero, a una final donde se deja el producto listo para ser utilizado de nuevo. Una práctica cada vez más habitual es utilizar agua reciclada a alta presión al principio, para desincrustar la suciedad que pueda llevar el recipiente, dejando para el final el lavado a baja presión con agua limpia.

En muchos países, la legislación no permite que envases que han contenido sustancias peligrosas puedan, después de haber sido lavados, contener determinados productos alimenticios o sanitarios. Para estos casos, los envases a reutilizar, deberán ser marcados de manera indeleble al final de la fase de limpieza, con algún código que identifique la procedencia del recipiente y el tipo de producto que podrá contener.

b. Reciclaje.

Hay multitud de ejemplos en los que un material limpio procedente la separación y clasificación de los residuos, es tratado a objeto de otorgarle un nuevo uso. Por ejemplo, los residuos de construcción y demolición, que una vez separados por fracciones suelen introducirse en molinos, que trituran la fracción pétrea hasta dar lugar a elementos de distinto tamaño, que podrán ser usados posteriormente como material de relleno, grava, arena o áridos.

También cabe destacar el reciclaje de los residuos plásticos por extrusión. El tipo de extrusión que se usa para el reciclaje de plásticos es la extrusión de polímeros, que consiste básicamente en introducir el material reciclable por la tolva receptora del extrusor hasta una cámara llamada “cañón”, que se mantiene a una altísima temperatura haciendo que el polímero se funda. Dentro del cañón, y con una separación de tan sólo milímetros con respecto a las paredes de dicha cámara, se encuentra girando concéntricamente un tornillo de Arquímedes o “husillo”, cuyo empuje hace pasar el polímero fundido a través de una boquilla o “dado” que da la forma deseada al producto plástico resultante.

Al final del proceso se obtiene la granza de plástico, que vienen a ser pequeños gránulos del mismo tamaño (rondando los 10 mm de diámetro). Estos se almacenan en sacos de diferentes volúmenes según el tipo de salida comercial que se les pretenda dar posteriormente.

c. Valorización energética.

Lo más común es utilizar las diferentes formas de materia orgánica animal o vegetal contenidas en los residuos para obtener otros tipos de energía directamente aprovechables (restos de poda como combustible de calderas de biomasa) o indirectamente, para la obtención de combustibles de nueva generación (biodiesel y bioetanol a partir de restos agrícolas o forestales).

Sin embargo, ciertos materiales sintéticos también pueden tener un potencial energético considerable como para ser usados en estos procesos de valorización, un ejemplo claro son los neumáticos fuera de uso (NFU). Una de las técnicas más empleadas en este sentido es la pirólisis, que consiste en un proceso anaerobio en el que se eleva la temperatura de los neumáticos hasta descomponerlos en sus materiales originales.

Los líquidos resultantes de este proceso constituyen una mezcla compleja de productos orgánicos que pueden sustituir a algunas fracciones derivadas del petróleo por su alto valor energético, constituyendo una alternativa real a los combustibles fósiles. Por ejemplo, pueden sustituir al fuelóleo en algunos casos, aunque su alto contenido en nitrógeno y azufre y el elevado poder calorífico del líquido obtenido, prohíben su uso directo a nivel comercial. Sin embargo, pueden ser utilizados como componentes de la gasolina o el gasóleo comercial de automoción y calefacción, en menores dosis (mezclados con otras sustancias) y tras ser sometidos a los tratamientos que le sean exigibles según la legislación vigente.

d. Eliminación.

Para la eliminación segura de los residuos que no son aprovechables, es necesario (en la mayoría de los casos) antes de su depósito final en el vaso de vertido, convertirlos en inocuos para el medio ambiente, esto es, incapaces de reaccionar con ninguno de los elementos naturales del entorno. A este proceso se le conoce como inertización, y consiste en desactivar los residuos o reducir su poder contaminante hasta mínimos despreciables, haciendo uso para ello de una serie de procesos de transformación que pueden ser de tipo físico, químico o biológico. Es especialmente importante la inertización de los residuos peligrosos, que como ya se sabe implican riesgos especiales al poder ser nocivos, explosivos, inflamables...

Las técnicas que pueden emplearse en una planta de tratamiento son muy diversas, y dependen fundamentalmente de los residuos que lleguen a ella. Lo ideal, es que la inertización sea la última fase de una serie de procesos que permitan el aprovechamiento de la mayor parte de los residuos tratados, quedando tan sólo una mínima parte que ha de quedar inactiva, en cuyo caso entran en juego los sistemas de inertización (dónde destacan especialmente métodos físico-químicos como la descomposición pirolítica).

Por ejemplo, los policlorobifenilos (PCB) son aceites muy peligrosos (de hecho son agentes cancerígenos) que contienen los transformadores eléctricos. Existen multitud de técnicas para su tratamiento, la más extendida era la incineración (en grandes hornos industriales de altísima temperatura), pero actualmente se han desarrollado otras que prescinden de la combustión del residuo, la más frecuente es la descloración con sodio (basada en el uso de sodio metálico para desclorar las moléculas de PCB y producir un aceite que puede utilizarse nuevamente). Si para uno de los contaminantes más peligrosos del planeta existe ya la posibilidad de valorización, está claro que la eliminación de cualquier residuo debe ser siempre la última opción.

Tecnologías

El avance tecnológico experimentado por la humanidad en las últimas décadas, no ha sido ajeno a la necesidad del ser humano de gestionar los residuos que produce y que debe valorar como uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el hombre moderno.

Son muy numerosos los aparatos, equipos y sistemas eléctricos y electrónicos que actualmente contribuyen a la buena gestión de los desechos que produce nuestra sociedad. Hasta tal punto que es imposible tratarlos todos en una obra como ésta, por tal motivo se han seleccionado algunas de las tecnologías más interesantes de las que existen actualmente y se van a estudiar a continuación:

a. Recogida neumática de residuos.

Se trata de un invento sueco que se implantó por primera vez a gran escala en 1967 en Sundbyberg, un suburbio de Estocolmo, y que consiste básicamente en transportar los desechos a través de tuberías por donde fluyen corrientes de aire, desde el lugar donde se producen hasta un centro de gestión.

La novedad es que no hay contenedores en el origen, sino unas trampillas (o buzones) colocadas en los lugares donde se generan los residuos (viviendas, oficinas, establecimientos…) y que están conectadas a esa red de tuberías subterráneas, por las que el aire empuja a los residuos hasta la central de recogida. Este sistema suele estar controlado por un equipo informático, que acciona los ventiladores o turboextractores, y abre y cierra las válvulas para el paso de las corrientes de aire que transportan la basura. Estas válvulas se encuentran normalmente en los sótanos de los edificios, en recintos habilitados para el fácil acceso desde el exterior, o en la misma vía pública.

Una vez en las instalaciones de destino, los residuos caen en grandes contenedores dónde se almacenan hasta que son vaciados para pasar a la siguiente fase (que puede ser el transporte a un centro mayor, el reciclaje, la valorización energética, la eliminación…).

Actualmente, en un mismo punto de vertido suele disponerse de varios buzones, según el tipo de residuo que se vaya a desechar (envases, papel, vidrio…). La instalación general es común, pero el sistema es capaz de derivar las basuras a contenedores diferentes ya en el centro de recepción, según por la trampilla que hayan entrado y por medio de un ciclón separador. Por último, un compactador los empuja al interior de sus respectivos contenedores para su traslado a un centro de tratamiento si este no se encuentra en la misma instalación.

- Consejo: Poner en el buscador de vídeos “recogida neumática de basuras Valdespartera”.

Tiene entre otras ventajas la de sustituir al sistema de recogida convencional de basura (mediante vehículos) por lo que evita los ruidos que se producen durante las maniobras de vaciado de contenedores, ocupa menos espacio, reduce los malos olores, suprime la presencia de focos de enfermedades, etc.

b. Plantas de compostaje y gasificación.

El compostaje al que nos referimos aquí, es el proceso de descomposición biológica aerobia (en presencia de oxígeno) de la fracción orgánica de los residuos, por el cual se obtiene un producto final utilizable como abono orgánico. El uso de este producto puede estar limitado a determinados fines, por la legislación vigente en cada país, normalmente conforme al origen de los residuos desde los que se ha extraído (por ejemplo la prohibición del uso de compost procedente de residuos urbanos para uso agrícola). Pero estas limitaciones van cayendo conforme avanza la tecnología y los análisis demuestran que se pueden obtener abonos orgánicos de calidad a partir de residuos como los restos de poda y jardinería, los forestales, los animales, etc.

Son ya numerosos los sistemas mecanizados que se emplean en el compostaje de la materia orgánica contenida en los residuos:

- Compostaje en pilas dotados con cargadores o máquinas de mezcla/ revuelta.

- Compostaje en contenedores que se pueden levantar y mover con la ayuda de grúas.

- Compostaje en túneles con equipo automático de mezcla/ revuelta, que compensa la perdida de volumen durante la fermentación.

- Etc.

Además ha irrumpido con fuerza el llamado vermicompostaje, que consiste básicamente en la digestión de la materia orgánica biodegradable por parte de ciertos tipos de lombrices (entre ellas la lombriz roja californiana), de lo que resulta un producto (el vermicompuesto o lombricompuesto) que puede ser usado como fertilizante y regenerador del suelo. Apenas cuenta con algunas plantas experimentales en el conjunto de la Unión Europea, pero la sencillez tecnológica de esta práctica (se trata de compostar a la manera tradicional, en pilas o en lechos) y sus buenos resultados (las lombrices llegan a consumir consume hasta el 90% de su peso diariamente, excretando hasta el 60% en forma de vermicompuesto), hacen prever un incremento exitoso de estas instalaciones en cuestión de años.

Otra alternativa es la gasificación de esa fracción orgánica. Se trata de un proceso termoquímico que, en presencia de un agente gasificante (aire, oxígeno y/o vapor de agua), transforma la materia orgánica en un gas combustible de bajo poder calorífico pero de calidad aceptable, que puede emplearse como combustible (en el caso de emplear hidrógeno se obtiene un gas rico en metano que puede llegar a sustituir al gas natural).

El proceso tiene lugar en una cámara cerrada y a una presión algo inferior a la atmosférica. Estos reactores tienen que ser resistentes a gases inflamables (como el hidrógeno) y tóxicos (como el monóxido de carbono), por lo que se necesitan equipos muy complejos y caros, además de un personal altamente cualificado para su manejo.

Frente a la gasificación termoquímica se encuentra la biometanización que es un proceso de descomposición biológico y anaerobio (en ausencia de oxígeno), producido por determinados microorganismos y bacterias sobre la materia orgánica contenida en los residuos, y por el que se obtiene un compuesto rico en metano.

Este proceso tiene lugar en digestores, recipientes estancos dotados de un sistema de recogida del biogás. El principal problema que presenta este tratamiento es que no es definitivo, sino que como resultado se obtiene un residuo sólido (digestato) a partir del cual se puede obtenerse compost.

c. Incineradoras.

Se trata de instalaciones industriales donde se lleva a cabo la oxidación térmica controlada de los desechos, en áreas cerradas y a temperaturas que normalmente oscilan entre los 850º C y los 1100º C.

Es la fracción orgánica de los residuos la que se incinera, reduciéndose el volumen de residuos a gestionar (que quedan reducidos a cenizas y escorias inorgánicas) y obteniéndose energía (en su caso). Es fundamental valorar la instalación de dispositivos de control de oxígeno, cámaras de postcombustión (para evitar la emisión al ambiente de productos orgánicos no quemados), equipos de depuración de gases, etc.; en previsión de los impactos que podrían llegar a producirse si no se instalaran.

El proceso en una planta incineradora comienza con la llegada de los residuos a la misma, tras depositarlos sobre la zona de recepción son separados y clasificados (si no lo han sido antes), y llevados (por medios automáticos o manuales) a la caldera de combustión.

Si la incineración es el método de valorización energética elegido para estos residuos, la caldera estará comunicada con un intercambiador de calor, dónde los gases generados a elevada temperatura entrarán en contacto con un fluido térmico hasta calentarlo (si lo que se quiere conseguir es agua caliente) o incluso evaporarlo. Éste vapor, puede ser utilizado directamente como energía térmica (para fines industriales, en alimentación, climatización…) o abastecer a unas turbinas de vapor que conectadas a un generador producirán energía eléctrica.

Por último, los gases procedentes de la incineración pasan a través de una serie de filtros que retienen las partículas y sustancias que lleven asociadas, antes de ser expulsados por las chimeneas.

Las cenizas resultantes de la combustión deben ser retenidas durante las diferentes fases de limpieza y filtración, y acumuladas en depósitos controlados para su gestión posterior, normalmente fuera de la planta incineradora.

Para la combustión en las incineradoras, los hornos más empleados son los:

1. De parrilla: Se llaman así porque incluyen parrillas que pueden ser de barras fijas o móviles, de rodillos o de cintas, y que mueven los residuos en el interior de la cámara de combustión, lo cual favorece la mezcla de los residuos y mejora las condiciones para la quema. Son los más utilizados para residuos de origen urbano.

En el interior de estos hornos se desarrolla el proceso de combustión en dos etapas. Primeramente los residuos se introducen en una cámara primaria y son incinerados en ausencia de oxígeno (pirólisis). Tras esta etapa viene una segunda fase en la que los humos y productos resultantes de la pirólisis (hidrocarburos y monóxido de carbono fundamentalmente), pasan a la cámara de postcombustión donde se mantienen a temperaturas más elevadas que en la primera fase, gracias al aporte de combustible auxiliar en la mayoría de los casos. Gracias a las altas temperaturas y a la atmósfera oxidante en la que se desarrolla el proceso, puede completarse la oxidación térmica de la fracción orgánica entrante.

2. Rotativos: Son capaces de quemar residuos en cualquier estado físico y con amplios márgenes de funcionamiento. La primera cámara de estos hornos consiste en un cilindro de eje horizontal dotado de cierta inclinación. A ésta acceden los residuos por su extremo superior y la rotación transporta los residuos por gravedad a lo largo de toda la cámara, proporcionando además las condiciones deseables de mezcla y exposición al calor de combustión, incrementando así la eficacia de la destrucción. El cilindro se acopla a su vez a una cámara de postcombustión provista de quemadores, donde se terminan de destruir los componentes orgánicos volátiles. Son los más usados a escala industrial para la incineración de residuos peligrosos.

3. De lecho fluidizado: Se llaman así por presentar un lecho de arena o alúmina, en el fondo de la cámara de combustión. El lecho es precalentado por medio de quemadores de combustible auxiliar, que se encuentran en la parte inferior. Tras esta fase viene la de arranque, en la cual los gases calientes pasan a través del lecho de arena a alta velocidad, de forma que la mezcla turbulenta de los gases y el aire de combustión hacen que la arena entre en suspensión, adquiriendo la consistencia de un medio fluido. El residuo se introduce dentro de este medio y comienza a oxidarse.

Al final la mayor parte de las cenizas quedan en el lecho, si bien algunas pueden ser arrastradas hasta el sistema de depuración de emisiones, y el calor generado es suficiente para quemar los contaminantes que salen arrastrados del lecho. Este horno es el único de los estudiados que tiene una sola etapa de combustión (el resto poseen dos) y se utiliza principalmente para la quema de residuos urbanos (en pequeños volúmenes).

En las incineradoras actuales, la recuperación de la energía calorífica de los gases de combustión para la producción de vapor es muchas veces determinante para la viabilidad económica de las instalaciones.

Producir vapor, agua caliente o (incluso) energía eléctrica, para el consumo propio de la planta, para otras instalaciones industriales o (en el último caso) para la venta a la red eléctrica, abaratará considerablemente los gastos de explotación de la instalación.

Vertederos

Un vertedero es básicamente un espacio acotado (definido por un cerramiento perimetral) que incluye uno o más vasos de vertido, compactados e impermeabilizados en su base y paredes, destinados al depósito controlado de residuos. En el interior de estos vasos, la basura se acumula disponiéndose en capas, se compacta y finalmente se cubre con varias tongadas de tierra para facilitar la restauración posterior del espacio afectado.

Aunque el proceso de inertización de los residuos que se vayan a eliminar haya sido un éxito, como medida de prevención, habrá que acondicionar y dotar al vertedero (como depósito definitivo y permanente), con aquellas instalaciones que impidan la interacción indeseada de los residuos con su entorno inmediato, a objeto de hacerlo lo más hermético posible. Algunas de las actuaciones más recomendables en este sentido, son:

1. La impermeabilización del vaso de vertido.

A objeto de proteger las aguas subterráneas de posibles filtraciones, es necesario cubrir el vaso de vertido con un material impermeable antes de depositar ningún desecho en su interior. Esta impermeabilización se consigue tanto con revestimientos bituminosos (por ejemplo alquitrán), como por medio de materiales sintéticos (por ejemplo polietileno de alta densidad), que se disponen sobre el fondo y las paredes de los vasos.

Este paso es fundamental, ya que en muchas ocasiones existen bajo los vasos de vertido, corrientes o depósitos de agua subterránea (acuíferos) que tienen una elevada capacidad de asimilación de los lixiviados procedentes de los vertederos, y pueden quedar contaminadas e inservibles grandes masas de agua que antes abastecían importantes consumos (agricultura, industria, sanidad, servicios…).

2. El control y tratamiento de lixiviados.

Los lixiviados de los residuos, son aquellos vertidos líquidos que adquieren ciertas propiedades contaminantes características de los desechos que los produjeron, y son uno de los mayores problemas para la correcta gestión de los depósitos controlados. Pueden producirse por la fermentación de los residuos, la disolución de ciertas sustancias en el agua de lluvia, o el arrastre de algunos contaminantes presentes en el vertedero. Normalmente, el principal riesgo proviene de su alto contenido en materia orgánica y/o metales pesados.

Para recoger estos lixiviados que inevitablemente se producen en todos los vertederos, suele preverse un sistema de drenaje que los canaliza hasta una balsa de evaporación o una planta de tratamiento (para los más contaminantes). Este se sitúa sobre la capa impermeable y normalmente se compone de una serie de tuberías de drenaje cubiertas de material filtrante (grava) sobre el que ahora sí, se colocan los residuos.

3. El sellado de los vasos colmatados.

Cada vez que un vaso de vertido se ha llenado de residuos procede su clausura, sellado y restauración, para su integración definitiva en el entorno.

El sellado consiste en cubrir los residuos con materiales aislantes, para impedir que el agua de lluvia filtre (percole) a través de ellos produciendo lixiviados. Primeramente suele disponerse sobre los residuos una capa de tierra inerte (subbase), para impedir que cualquier material presente en el vaso pueda dañar la capa impermeabilizante que se coloca a continuación. Ésta consiste en una capa de arcilla compacta sobre la que se dispone otra capa llamada “de drenaje” y que está conformada por arena y grava, para facilitar la circulación de los líquidos a favor de pendiente fuera de la superficie del vertedero. Por último se sitúan una capa protectora (de material inerte fino, generalmente tierra) y la de revegetación, que está compuesta de tierra vegetal y sobre la que se plantarán especies vegetales para la restauración definitiva del espacio de vertido.

4. Control y mantenimiento posclausura.

Tras el sellado y clausura definitiva del vertedero, el explotador de esta instalación será responsable de su mantenimiento, vigilancia, análisis y control durante lo que le quede de vida activa, es decir, en el plazo de tiempo durante el cual el vertedero pueda entrañar un riesgo significativo para la salud de las personas y el medio ambiente (principalmente los lixiviados, los gases generados y el régimen de aguas subterráneas en las inmediaciones del mismo). En España, el Real Decreto 1481/2001, por el que se regula la eliminación de residuos mediante depósito en vertedero, dice que “la fase de posclausura” “en ningún caso” podrá durar menos de 30 años.

Por otra parte, los vertederos durante su fase de funcionamiento suelen albergar un conjunto bastante amplio de instalaciones auxiliares que facilitan o incluso permiten, que la actividad de depósito controlado de residuos llegue a producirse. Algunas de las más importantes son:

a. Vallado perimetral: Para evitar que se produzca la entrada incontrolada tanto de animales como de personas ajenas a la propiedad. Los límites de los vertederos quedan definidos por un cerramiento exterior de altura suficiente para asegurar el cumplimiento de su cometido. Además, suelen ir acompañados de numerosa señalización y carteles indicativos de su función como depósito de residuos, para evitar cualquier equívoco o distracción.

b. Báscula: Es fundamental que a la entrada de los vertederos, se encuentre siempre disponible una báscula para el pesaje de los camiones que a él accedan. Pues para saber cuanto habrá que cobrar al productor por permitirle depositar allí sus residuos, es necesario primeramente saber de que cantidad de residuos pretende deshacerse para (una vez sabido esto) aplicarle la tarifa correspondiente.

c. Caseta de control y vigilancia: Normalmente también en la entrada, se encuentra una caseta que puede cumplir una doble función, albergar la oficina para el control de entrada de residuos al vertedero (generalmente es donde se controla el peso que trae cada vehículo, donde se realizan los cobros y donde se llevan a cabo el resto de tareas administrativas) y servir de refugio al vigilante nocturno del recinto (esto es especialmente útil en el caso de vertederos dónde pueden encontrarse residuos que van a ser aprovechados, especialmente muchos de los metálicos).

d. Maquinaria y vehículos: Además, en el vertedero puede haber todo tipo de maquinaria que facilite la tarea de eliminación de residuos. Como por ejemplo, retroexcavadoras (que recoloquen los residuos en el interior del vaso de vertido), apisonadoras (que compacten los desechos para aumentar el volumen disponible y alargar la vida útil del vertedero), camiones de carga (para operaciones de traslado interior de basuras), grúas, cintas transportadoras, cribas, etc.

Depósitos incontrolados

Los hitos mencionados anteriormente para un vertedero tipo (impermeabilización, drenaje, sellado, control y mantenimiento posclausura) no siempre se cumplen, es más, el concepto de vertedero controlado es relativamente reciente en el tiempo y suele estar asentado en países ricos donde el consumo de materias primas es elevado y, como consecuencia, también la generación de residuos.

Esta afirmación tiene una consecuencia lógica, la existencia en muchos lugares del mundo de multitud de depósitos incontrolados de residuos que suponen un riesgo para la salud de las personas y el medio ambiente, más aún si se trata de desechos peligrosos. Un ejemplo claro son los vertederos de “basura digital” de la India, dónde se amontonan residuos electrónicos de todo el mundo debido a una falsa donación de productos que a efectos prácticos están inservibles.

Estos equipos contienen mercurio, bromo, cadmio, plomo, cromo, silicio, selenio, cobre e incluso pequeñas cantidades de oro. Las personas se exponen continuamente a esta contaminación al extraer, con medios rudimentarios, los metales valiosos presentes en estos aparatos, y se liberan al entorno multitud de sustancias nocivas.

Pero los depósitos incontrolados de residuos, constituyen hoy en día uno de los principales problemas ambientales también en muchos de los países donde ya existen instalaciones y modelos de gestión innovadores. Esto es debido a multitud de motivos, pero los más importantes pueden ser:

1. Falta de sensibilización y conciencia ambiental de los productores de residuos.

2. Precios elevados para la adecuada gestión de los residuos.

3. Lejanía a los centros de tratamiento o eliminación controlada.

4. Ausencia o ineficacia de los servicios de limpieza para la retirada ciertos desechos.

5. Infraestructura deficiente o insuficiente para la gestión de residuos.

6. Carencia de mecanismos de regulación, control o vigilancia.

7. Permisividad de las administraciones públicas…

De este modo, se dice que existen dos tipos de depósitos incontrolados:

1. Los vertederos legales incumplidores: que transgreden las condiciones ambientales establecidas en su autorización.

2. Los vertederos ilegales: que carecen de cualquier tipo de autorización.

Estos últimos pueden tener una superficie variable. Evidentemente, a mayor superficie ocupada y mayor número de residuos (sobre todo si presentan una alta heterogeneidad que incluya residuos peligrosos), mayor será el impacto producido sobre el medio ambiente; pero no debe perderse de vista que los pequeños depósitos ilegales, si llegan a ser muy numerosos pueden afectar gravemente a la salud de las poblaciones que se sitúen junto a ellos ya que, los de este tipo, suelen encontrarse en el entorno de grandes aglomeraciones urbanas o incluso en su interior.

Por su parte, los grandes depósitos ilegales del mundo desarrollado suelen tener su origen en el incumplimiento reiterado de la legislación vigente por parte de industrias más contaminantes, que depositan todo tipo de residuos en lugares normalmente poco visibles (canteras abandonadas, zonas desérticas, precipicios…) que, por lo general, suelen tener cierta o, incluso, bastante peligrosidad.

Los vertederos legales incumplidores, pueden serlo por varios motivos:

1. Acoger residuos diferentes de los que pueden recibir: Si un vertedero está autorizado para el depósito de residuos limpios de construcción y demolición, no pueden verterse en sus vasos materiales como plásticos, metales o maderas, y esto sucede hoy en día.

2. Acumular un volumen de residuos mayor al disponible: Rebasando el límite superior del vaso de vertido, se forman montículos para los que no está previsto un sellado eficaz, y pueden originarse graves problemas ambientales y de salud pública.

3. Aislar inadecuadamente el lugar de vertido: Si los vasos no han sido impermeabilizados conforme al proyecto original o el sistema de drenaje es insuficiente para el volumen de lixiviados producido, pueden aparecer episodios graves de contaminación.

4. Exceder el límite temporal de la autorización: Cuando una vez finalizado el periodo de explotación el vertedero sigue funcionando, pueden producirse situaciones de mucho riesgo si tras el supuesto cese de la actividad se siguen vertiendo residuos sobre una instalación supuestamente abandonada.

Los impactos ambientales y sanitarios asociados a los depósitos incontrolados de residuos pueden ser muy diversos, sobre:

1. Los suelos: El vertido de residuos no inertes (que incluso pueden ser peligrosos) sobre el suelo desnudo, puede alterar su estructura y composición química, dejándolo mermado o inservible para otros usos.

2. Las aguas superficiales y subterráneas: El contacto de los residuos con el agua de lluvia, puede producir lixiviados que terminen en los cauces hídricos superficiales o que percolen hasta alcanzar acuíferos subterráneos.

3. La atmósfera: La descomposición de la materia orgánica presente en los residuos, favorece la emisión de gases de efecto invernadero, como el metano (CH4), el dióxido de carbono (CO2) y algunos otros vapores contaminantes. Se producen también malos olores que perjudican a las poblaciones colindantes, y partículas en suspensión cuando se queman ilegalmente ciertos residuos (práctica bastante común para disminuir el volumen de desechos y recuperar los metales).

4. El paisaje: El acopio incontrolado de residuos puede producir impactos severos sobre el medio perceptual, más aún si se encuentra en una zona de especial valor ecológico. Por desgracia, no son pocos los casos en los que estos vertederos ilegales afectan a espacios naturales protegidos (especialmente los que no poseen una figura de protección muy restrictiva y albergan espacios como acantilados o grandes lagunas en los que es fácil ocultar los residuos).

5. La flora y la fauna: En concreto por los riesgos de incendio que se generan en estos vertidos ilegales. La acumulación incontrolada de una multitud de residuos con características heterogéneas, representa un riesgo elevado de combustión especialmente si se sitúa junto a zonas donde el combustible es muy abundante (masas forestales, pastos, cultivos, etc.). La destrucción de hábitats hace desaparecer a las especies de animales y plantas que lo conforman y, a su vez, dependen de ellos.

6. La salud pública: Para las personas que viven junto a estos depósitos, el riesgo de sufrir enfermedades y otros trastornos ocasionados por los efectos físicos y químicos que producen los residuos, es enorme. En algunos casos pueden producirse por la propia exposición a estos residuos, en otros sin embargo, se transmiten con la ayuda de vectores como ratas, mosquitos, cucarachas… especies favorecidas por las condiciones que adquiere la zona de vertido

Prevención y minimización

La generación de residuos puede tener diversos orígenes, pueden ser de tipo domiciliario o asimilables (por ejemplo los generados en el sector servicios), agrícola, ganadero, forestal, minero, industrial, etc. La prevención y minimización de los residuos generados en los hogares se puede conseguir por diversas vías (campañas de sensibilización, promoviendo la venta de productos reutilizables, individualizando las tasas de vertido…), pero es a nivel de empresa dónde más se puede hacer de un modo directo, para reducir al máximo la producción de desechos.

Dependiendo de las circunstancias de funcionamiento de la actividad en la que se generen, se distinguen tres fuentes de producción:

1. En condiciones normales: Se habla de ellas cuando las acciones generadoras de residuos forman parte intrínseca del plan de producción de la empresa y la dirección controla la frecuencia con que se producen, asumiendo que van a generar desechos que posteriormente habrá que gestionar. Son previsibles y por tanto más sencillas de corregir y mejorar. Se trataría por ejemplo de los retales de tela sobrantes en una empresa de corte y confección, las virutas de madera en una carpintería o el papel sucio en una oficina.

2. En condiciones excepcionales: Al igual que las anteriores son también consecuencia del desarrollo lógico de la actividad, lo que sucede es que es relativamente difícil determinar la periodicidad con que se producen porque dependerá de una serie de factores que no son los propios de la cadena productiva, sino que tienen más que ver con momentos puntuales de la vida de un negocio. Por ejemplo se trataría de los embalajes donde vienen envueltos los equipos que van a sustituir a los que se han quedado anticuados en una determinada fábrica, y los equipos a desechar en sí.

3. En condiciones accidentales: Estas últimas sin embargo, hacen referencia a incidentes no planificados que la organización no ha podido prever, como inundaciones, incendios o robos con violencia. Los lodos, los muebles quemados o los cristales rotos que se produzcan deben ser gestionados adecuadamente por la empresa pero el control de su producción es más complejo y debe caer del lado de la prevención.

Una vez que se conocen los orígenes, el productor de residuos debe guiar sus actuaciones según la “regla de las tres erres” (reducir, reutilizar y reciclar) que, como ya se ha visto, significa que es mejor evitar que un residuo se produzca (reducir) a que pueda usarse de nuevo sin necesidad de transformarlo (reutilizar), y esto último a tener que tratarlo para poderlo utilizar nuevamente (reciclar).

Por orden de prioridad en base a lo expuesto en el párrafo anterior, a continuación se van a citar una serie de medidas útiles para la reducción, la reutilización y el reciclaje adecuados, de los desechos que se producen en el desarrollo de una actividad:

1. Gestión de compras: A la hora de elegir los materiales y consumibles que la organización tiene que incorporar en su producción, es importante introducir criterios que vayan encaminados a minimizar la producción de residuos. Algunos de ellos pueden ser:

a. A igualdad de condiciones elegir siempre el producto menos embalado, es decir, si existen en el mercado dos productos con características muy similares, cabe optar siempre por el que lleve menos envase.

b. Reducir el consumo de productos de un solo uso, esto sirve igualmente para reducir el consumo de materias primas.

c. Elegir productos reciclados, siempre que sea posible, sólo se transformará así en residuo algo que originalmente ya lo era.

d. Optar siempre por la alternativa menos tóxica, es decir, utilizar productos equivalentes que no sean peligrosos para la salud y el medio ambiente.

2. Reflexionar antes de desechar: En muchas ocasiones se envían a la basura, materiales y consumibles que aún pueden utilizarse, porque el individuo no se ha parado a pensar si aún podían ser útiles. Veamos algunos ejemplos:

a. Materiales parcialmente utilizados: En ocasiones se eliminan algunos consumibles antes de llegar a agotarse, por ejemplo en las impresoras de un solo cartucho, el color negro se consigue mezclando todos los colores del cartucho y cuando algún color se agota puede ser que ya no imprima adecuadamente documentos en blanco y negro pero si puede hacerlo en otros colores. La impresión de documentos a una sola cara es otra mala práctica pues generalmente son para uso interno, si esto se produce se recomienda acumular el papel usado para su uso por la otra cara o mejor, predeterminar la impresión a doble cara en el software de la empresa.

b. Materiales capaces de repetir uso: Aunque no vayan a desempeñar exactamente la función original, muchos elementos si pueden repetir en el mismo tipo de función. Merecen especial mención en esta categoría los recipientes donde vienen determinados productos, que pueden utilizarse posteriormente para almacenar los residuos en que se convierten estos (por ejemplo los bidones que contienen aceites industriales), para contener otros materiales (clavos, tornillos, etc.) o para muchas otras funciones de almacenaje imaginativas (como recoger agua de lluvia o servir de macetones para transplantar vegetación).

c. Materiales con más de un uso: Muchas veces no somos capaces de ver la multitud de usos que puede tener un elemento que vamos a desechar, y es muy posible que un objeto tenga más de una función incluso sin que el fabricante haya llegado a preverlo. Algunos ejemplos son las cajas de cartón que tras vaciar su contenido y ser desmontadas, se usan en determinadas industrias para cubrir superficies deslizantes evitando así posibles accidentes; o las latas vacías que se utilizan para conformar pantallas visuales o marcar senderos; incluso hay una nueva arquitectura en torno a los contenedores de carga que ahora se utilizan para hacer viviendas, oficinas u otras construcciones. Si antes contenían el grano, ahora alojan a las personas.

3. Reintroducir en la cadena de producción: Es probable que la actividad desarrollada permita volver a utilizar rechazos procedentes de la propia producción, de tal manera que se reincorporen al proceso elementos que ya se tenían por residuos. Un ejemplo en este campo podría ser el de las almazaras de aceite de oliva, que devuelven al principio de la cadena las aceitunas ya exprimidas para extraer todo el jugo posible.

4. Residuos como matrerías primas: Ciertos residuos tienen la ventaja de ser materias primas para otras industrias, se trata de que el gestor averigüe si los desechos producidos por su organización pueden servirle a otras empresas con las que se pueda llegar a un acuerdo. Tal es el caso de los restos de poda, los residuos agrícolas y los residuos forestales, que pueden ser aprovechados por algunas empresas energéticas como combustible para sus calderas de biomasa, o incluso podrían usarse en la propia planta para calefacción o en las líneas de secado.

También puede ser un nuevo producto para ofertar en el mercado, siguiendo con el ejemplo, las empresas de jardinería podrían pelletizar los restos de poda, envasarlos y venderlos como combustible en el mercado. De esta manera no sólo conseguirían nuevos ingresos sino que se ahorrarán la contratación de un gestor autorizado para tratar estos residuos.

Las medidas aquí expuestas son también aplicables en los domicilios particulares de las personas, pues todos podemos elegir el producto menos embalado cuando acudimos al supermercado, o el producto reutilizable frente al de un solo uso, o aquel que nos permita su utilización para otros fines una vez agotado. Pero sin duda cae del lado de la administración pública promover la adquisición de los llamados “productos ecológicos” entre la ciudadanía, para que aumenten las ventas y las empresas, que al final son las que los producen, puedan introducir sus bienes y servicios ambientalmente sostenibles en el mercado, sin que ello les suponga ser poco competitivas en precio.

Planes y programas

La gestión de los residuos es, actualmente, uno de los principales problemas ambientales a los que han de enfrentarse los gobiernos de los diferentes países, regiones y localidades, lo que ha dado lugar a una amplia intervención administrativa en este sentido, a objeto de establecer un modelo que regule la producción, la recogida, el almacenamiento, el transporte y el tratamiento de los residuos, para una adecuada valorización y eliminación definitiva de los mismos en el territorio afectado.

En el ámbito de la Unión Europea, es muy amplio el espectro legal desarrollado hasta la fecha, con multitud de normas que descienden desde el nivel comunitario hasta el municipal, y que regulan específicamente una amplia tipología de residuos (aceites usados, lodos de depuradora, pilas y acumuladores, etc.).

Pero en materia de gestión de residuos las leyes, por sí solas, pueden carecer de sentido si no obedecen a una estrategia global que justifique su entrada en vigor. Es el momento ahora de hablar del papel fundamental que juegan en esta materia los planes y programas.

En términos generales, un plan de gestión de residuos (ya sea general o para un tipo concreto de desecho) debe ocuparse de analizar la situación existente y, en base a ella, establecer una serie de líneas de actuación encaminadas a su mejora. Asimismo, ha de fijar algún sistema para evaluar en qué medida se ha contribuido al perfeccionamiento de la gestión tras finalizar el periodo de vigencia definido para el propio plan.

Por lo general, los planes suelen ser poco concretos y marcan líneas de actuación muy generales, basadas en carencias y necesidades observadas sobre un modelo de gestión. Normalmente, para que los planes puedan cumplirse es necesario prever, a un nivel más pormenorizado, las acciones específicas que son necesarias para lograr lo que en el plan se propone, y estas se reflejan en los programas.

Por poner algún ejemplo, estos podrían ser algunos de los fines que podrían aparecer en un plan de gestión de residuos común:

1. Fomentar la reducción en la generación de residuos mediante programas de formación y sensibilización, y con incentivos o penalizaciones económicas.

2. Favorecer las iniciativas de reutilización y reciclaje a nivel doméstico e industrial, poniendo a disposición de los usuarios los medios necesarios para ello.

3. Dotar a los servicios de limpieza de los equipos necesarios para llevar a cabo una recogida separada de residuos en todo el ámbito territorial.

4. Optimizar el transporte de los residuos hasta las plantas de tratamiento para todas las fracciones de residuos.

El programa sin embargo se compone de objetivos, que se traducen en las acciones necesarias a llevar a cabo para alcanzar los fines estratégicos. Estos aparecen ordenados de manera secuencial conforme al cronograma de actuación, que debe quedar definido dentro del periodo de vigencia del propio programa. Algunos objetivos pueden ser:

1. Reducir en un 20% el consumo de combustible en el transporte de residuos.

2. Reducir la distancia entre centros de gestión a menos de 30 km.

3. Aumentar hasta el 50% el volumen de residuos orgánicos destinados a compostaje.

4. Valorizar energéticamente el 10% de todos los rechazos que por sus características lo permitan.

Que a su vez se traducen en medidas concretas dirigidas al cumplimiento de los objetivos propuestos anteriormente:

1. Implantar la recogida neumática de residuos en toda la mitad norte del territorio.

2. Sustituir los vehículos de los servicios de limpieza que superen los 15 años de antigüedad durante el periodo de vigencia de este programa.

3. Instalar una estación de transferencia de residuos en la comarca sur.

4. Diseñar una planta de aprovechamiento energético para la valorización de los rechazos.

Pero la línea que separa al plan del programa, en ocasiones es tan delgada que el plan ya recoge objetivos concretos, incluso previendo medidas singulares y partidas presupuestarias para su financiación, cerrando las puertas a un desarrollo programático posterior.

Independientemente del nombre que reciba el documento normativo estratégico, las medidas y actuaciones previstas deben estar dotadas de presupuesto, para garantizar que puedan realizarse. Un ejemplo de presupuesto para un hipotético plan integral de gestión de residuos sería el siguiente:

Una vez que el plan ha definido los límites presupuestarios para cada área de gestión, es el momento de elaborar planes para cada una de ellas o directamente programas.

Un hipotético presupuesto para un programa de gestión de residuos de construcción y demolición (teniendo como referencia el límite económico fijado por el plan anterior) podría ser:

Como puede verse en esta tabla, los conceptos quedan aquí definidos y se establecen las previsiones económicas parciales para los proyectos técnicos que concreten y ejecuten finalmente las previsiones del programa (por ejemplo, el proyecto constructivo de la planta de tratamiento, el programa de formación del personal técnico y administrativo, la memoria de remodelación de las vías de comunicación, etc.).

Modelos y actitudes ejemplares

En cuanto a las denominadas “buenas prácticas”, existen multitud de ejemplos en todo el mundo, especialmente destacan por su buena gestión ciudades como Freiburg (Alemania), Curitiba (Brasil), Ontario (Canadá), etc.

De todas las medidas que se están aplicando, existen algunas que están siendo especialmente positivas, y se mencionan a continuación:

- Contenedores de recogida selectiva a pie de calle: es la primera medida que mencionamos porque son muchas las ciudades que ya cuentan con estos contenedores, identificados con colores según el tipo de residuo que vayan a albergar (vidrio, papel, envases…) facilitan al ciudadano la tarea que le corresponde dentro del sistema de gestión.

- Consejo: Poner en el buscador de vídeos “primeros contenedores inteligentes”.

- Pequeños contenedores en el pequeño comercio: Permiten la separación en origen de los residuos y facilitan a los productores la tarea de segregar los desechos según sus características.

- Implantación de contenedores específicos en los lugares de gran consumo: Por ejemplo, en cada bar debería haber varios contenedores para el vidrio, en cada oficina varios contenedores para el papel, en cada imprenta varios contenedores para los cartuchos de tinta, etc.

- Recogida “puerta a puerta” cuando sea posible: en pequeñas localidades y para determinados residuos (como los de aceite, pilas o medicinas usadas) se pueden hacer campañas periódicas de retirada domiciliaria de estos desechos. También es posible para determinadas actividades (kioscos de prensa, restaurantes, supermercados…).

- Pequeños compartimentos junto al contenedor principal: Ubicados en sus laterales o sobre ellos, para la recogida selectiva de otros materiales como colillas, pilas, botones, grapas, etc.

- Contenedores en origen: Es lógico que los contenedores para determinados residuos se encuentren a las puertas o en el interior del mismo comercio que los distribuyó cuando eran productos. Así el consumidor podrá depositar el objeto desechado cuando vaya a comprar uno nuevo.

- Puntos limpios: En muchas ciudades existen lugares habilitados por las empresas que llevan la gestión municipal de los residuos, para que los ciudadanos puedan depositar sus desechos en contenedores de todo tipo (casi para cada cosa). Es especialmente útil en el caso de residuos voluminosos (muebles, escombros, vehículos…) y facilita mucho el tratamiento posterior.

- Colaboración con ONGs: Para que puedan recoger todos aquellos bienes que aún puedan ser útiles y lo pongan a disposición de personas que lo necesiten (especialmente ropa usada, gafas, aparatos eléctricos y electrónicos…).

- Uso como materia prima: el aceite usado puede utilizarse para producir desde biodiesel hasta jabón, los restos de poda y jardinería (tras ser tratados) sirven como combustible a las calderas de biomasa, el vidrio se tritura y se mezcla con el asfalto para hacer carreteras…

- Formación y sensibilización: Muchas veces es el desconocimiento de la población el que dificulta las tareas de gestión de residuos tras el vertido, porque no siempre queda claro a los ciudadanos dónde deben arrojar un determinado desecho (tijeras, discos compactos, envases de polietileno o poliuretano…). La firma de convenios entre las corporaciones locales y las empresas del sector, para poner en marcha campañas de concienciación y divulgación son muy útiles para corregir estas deficiencias.

Para que todas estas actitudes lleguen a desarrollarse en un país, fábrica, oficina u hogar, es fundamental que todos los agentes sociales se encuentren implicados en el cambio de modelo, desde la administración pública hasta los particulares, pasando por el resto de organismos, asociaciones y empresas.

Perspectivas de futuro

La gestión de residuos, como actividad económica y productiva, presenta actualmente un gran potencial de crecimiento para los próximos años. Por motivos que ya se han visto a lo largo del temario, pero que se van a resumir a continuación:

1. La creciente escasez de materias primas debido al incremento de la población mundial y a los productos con obsolescencia programada (de usar y tirar) y percibida (sujetos a la moda).

2. El aumento progresivo de la dificultad para encontrar nuevos espacios de vertido para depositar residuos, especialmente en el entorno metropolitano de las grandes ciudades.

3. Las mejoras tecnológicas en el sector que posibilitan una mejor gestión a un menor coste, lo que se traduce en un aumento continuado de la eficiencia de los modelos a implantar.

4. El incremento continuo y generalizado de los objetivos mínimos obligatorios para el tratamiento de residuos, por parte de las administraciones públicas.

5. La continua producción normativa de leyes y reglamentos que obligan a empresas y particulares, a gestionar de una manera cada vez más eficiente los residuos que producen, previendo sanciones cada vez más duras para los incumplidores.

6. La consolidación de la concienciación ambiental en gran parte de la población y el cambio de hábitos de consumo que favorecen la buena gestión (productos reciclados y reutilizables, alimentos ecológicos, etc.).

De este modo, esos modelos de gestión eficiente que se van a instaurar en los próximos años tendrán que adaptarse a las condiciones concretas de la ciudad, industria o explotación en que se vayan a implantar. Pero casi todos previsiblemente van a tener las siguientes notas comunes:

1. Se tratará de sistemas integrados de gestión, que harán de las operaciones que componen el proceso (clasificación, almacenamiento, transporte, preparación, valorización y eliminación) un todo único, en el que un ente organizador (ya sea la propia administración pública o la empresa privada) controlará que no haya desajustes entre una fase y la siguiente.

2. Estarán apoyados en equipos y aparatos cada vez más sofisticados, por el avance imparable de la tecnología, lo cual hará que las operaciones de gestión estén cada vez más automatizadas y sean, a la par, más controlables (recogida neumática de residuos, sistemas de cribas eléctricas, hornos de incineración autoalimentables…).

3. Prevalecerá cada vez más la reducción en la generación de residuos sobre cualquier otra práctica, las organizaciones y administraciones públicas redoblarán esfuerzos para implantar modelos de gestión que minimicen la producción de residuos, estableciendo sistemas de recogida e intercambio de bienes y materiales entre los diferentes agentes sociales (subasta de medicamentos, recogida de ropa usada, fomento de la producción de envases retornables…).

4. La búsqueda de fuentes de energía alternativas a los combustibles fósiles, hará de la valorización energética de residuos una actividad económica con grandes posibilidades de desarrollo, siempre que la legislación local de cada país favorezca esta práctica con exenciones fiscales o algún sistema de incentivos viable.

5. La eliminación por depósito en vertedero se verá continuamente reducida en cuanto a volumen y cantidad, por la falta de suelo disponible (que obligará a restaurar incluso espacios denostados por vertidos realizados en épocas anteriores) y por el creciente valor que alcanzarán ciertos materiales en el mercado debido a su escasez progresiva. Antes de desechar definitivamente cualquier residuo, los sistemas de gestión se encargarán de sacar provecho a la mayor parte posible de los mismos, pues las circunstancias así lo van a exigir.

De cualquier modo, las previsiones realizadas en este tema son tan sólo proyecciones a futuro basadas en la situación actual, el ciclo de materias y energía que conforman las actividades productivas de nuestra sociedad, las cuales pueden sufrir cambios sustanciales en los próximos años debido a los avances metodológicos, técnicos, tecnológicos, laborales… que están por venir, motivados probablemente, y entre otros factores (económicos, sociales, culturales…), por las grandes modificaciones que va a sufrir nuestro medio ambiente (especialmente en el urbano) en las próximas décadas.

En cualquier caso, no parece que a corto plazo se vaya a descubrir ningún método para transformar los residuos en materias primas simplemente disolviéndolos o exponiéndolos a algún tipo de radiación (esto queda para la ciencia ficción), con lo que es de suponer que la actividad de gestionar los desechos para aprovechar lo que se pueda y eliminar la fracción restante en condiciones de seguridad, será un sector en auge durante los próximos años.

Antonio Martín Velázquez

Director Técnico de Medio Ambiente

alfil@alfilformacion.com

www.alfilformacion.com

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