“Solo son supersticiones de gente que nunca ha vivido en la ciudad”
Manuel FloresDocumentos de Investigación18 de Octubre de 2016
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23 de Julio, 2005
“Solo son supersticiones de gente que nunca ha vivido en la ciudad”
Era medio día cuando Daniel y Mauricio llegaron al “Cerro del Castillo”. Mientras seguían ascendiendo, se encontraron con una anciana. “¿A dónde van muchachos?”, preguntó la anciana; ―Al Cerro ― contestó uno de ellos. Con cara de asombro y preocupación, doña Mari, les advirtió que era peligroso; “algunos de los que han subido a ese cerro se han vuelto locos; otros no han regresado”. ― ¿O sea que desaparecieron?, preguntó Daniel. “Si, se los llevaron las brujas”. ― Como en los cuentos, señora― Dijo uno de ellos sonriendo burlonamente. “¿Creen que les miento? Yo vengo a dejarles ofrendas de comida, se las pongo en una gran piedra donde se sientas a silbar por las noches. Gracias a eso, ellas no me molestan”. ― ¿Usted cree en las brujas señora? ―Preguntó incrédulo Daniel. “!De veras existen!, los que vivimos cerca de este cerro las escuchamos pasar y reírse… y ya están muertas” contestó doña Mari.
“Cuando era niña, mi bisabuela me contó que en tiempos de la inquisición fueron sorprendidas un grupo de brujas en un aquelarre por estos lugares. Danzaban frenéticas para el demonio. Ninguna se arrepintió; las torturaron y quemaron. Ciertas noches vienen. A los que no les llevan comida les lanzan piedras desde el cerro. A mí no me perturban porque les dejo su canasta preparada”. ― Mejor vámonos Daniel. ―No seas miedoso. Solo estaremos un rato en el monte. “Yo les recomendaría no ir. Pero si no quieren hacerme caso, tengan cuidado, que la noche no los sorprenda allá. Dios esté con ustedes”. Mientras la anciana se retiraba a paso lento, los dos se miraron entre si y encogieron los hombros, mientras se disponían a seguir su camino.
Después de un rato subiendo el cerro, se encontraron con el lugar que había descrito doña Mari; ― ¡Mira Mauricio! La piedra de la que nos habló la anciana. ¡Y ahí está la canasta de comida, que suerte! ― No te atrevas a tocarla Daniel. ― Ya tengo hambre. Acuérdate que las brujas bajan hasta la noche y tal vez hoy ni se aparezcan. ― Traemos tortas, recuérdalo. ― Ah sí, esas guárdalas para el descenso. Con la canasta casi vacía, ya bien comidos siguieron avanzando hacia la cima del cerro. ― Debemos regresar ahora. Daniel, no olvides lo que nos contó la anciana. ― No te preocupes hombre, solo son supersticiones de gente que nunca ha vivido en la ciudad. Quiero acampar aquí, lejos de la contaminación y el ruido. Mauricio preocupado pregunta ― Oye, ¿Y si aparecen las brujas? ― Los dos rieron divertidos.
Al anochecer, los dos chavos cantaban y hablaban de sus amores pasados. Era hora de dormir y cuando se disponían a hacerlo, escucharon un silbido. ― ¿Qué es eso? ― se inquietó Mauricio. ― Tus nervios seguramente ― contestó Daniel. De la nada la extraña voz de una mujer los aterrorizó. “¿Por qué se comieron nuestra ofrenda?”. Algo pasó frente a ellos velozmente, a una distancia de cinco metros observaban luces. ― ¡Quizás sea alguien que nos pueda ayudar! ― dijo Daniel. Pero tétricos lamentos les cortaron la respiración. Mauricio comienza a enloquecer y mientras gritaba, una piedra salida de quién sabe dónde, le golpeó la cabeza. Daniel se le acercó rápidamente, tomándolo de la cabeza para ver como estaba su amigo, retrocedió espantado al mancharse los dedos con sangre. Armado de valor: ― ¡Salga quien sea!, ¡Malditas brujas no pueden, nunca pudieron con los hombres! Por toda respuesta se oyeron carcajadas burlonas. “Danieeeeeeeel… Danieeeeel” lo llamaban. Las lagrimas resbalaban por las mejillas de Daniel cuando algo voló sobre él, las carcajadas no paraban. Daniel sintió que era elevado, intentaba rezar sin éxito. Una piedra le golpeó la espalda, a su alrededor bailaban espectros de mujeres. Se cubrió el rostro con ambas manos: ― solo es un sueño, estoy soñando. Una enérgica voz le dijo: “¿Aún crees que solo existimos en cuentos? Largo de aquí”. Nuevamente elevaron a Daniel y lo estrellaron en el tronco de un árbol mientras exclamaba gritos de dolor. En una de las casas cercanas al cerro doña Mari se dijo a si misma mientras atrancaba la puerta: “se oyen los silbidos y risas de brujas, ojalá hayan regresado esos muchachos”.
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