Tecnologia Para Adolecentes
edgarcsc28 de Enero de 2013
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El Trabajo Colaborativo como herramienta de los docentes y para los docentes
Ma. Eugenia Walss Aurioles, IEC, MSCA Uriel Valdés Perezgasga, Biol., Ed. M., MQPIE ITESM Campus Laguna
Introducción
Pareciera repetir el viejo cliché, o volver al lugar común, el decir que el mundo está cambiando a una velocidad vertiginosa. Pero detrás de ese lugar común, se esconden grandes verdades. Baste considerar el proceso de globalización al que están sujetas nuestras sociedades, la interdependencia de las economías, el movimiento constante de productos, mercancías, capitales y personas, la nunca acabada búsqueda y afianzamiento de la democracia, o la impetuosa revolución científica y tecnológica, especialmente referida ahora a los campos de las comunicaciones y de la biotecnología. En estos y en otros ámbitos los cambios han sido tan rápidos y profundos, que no es exagerado decir que vivimos en un mundo radicalmente diferente al de hace apenas tres lustros. Y lo que es más, todo apunta a que los cambios vertiginosos serán una constante en los años por venir. Pareciera, paradójicamente, que en el futuro mediato, la mayor de las constantes será el cambio.
Inmersa en esta situación cambiante está la escuela, una institución que no puede permanecer ajena a esa realidad. Si el mundo está cambiando, la escuela no puede permanecer estática; también está llamada a cambiar. ¿Qué ha de cambiar en la escuela? Es una pregunta amplísima, a la par que difícil de contestar. Pero quisiéramos poner en la mesa de discusión la idea que la escuela debe pasar de ser una entidad rígida, preocupada por la mera transmisión de hechos y conceptos y por la formación de estudiantes competentes en unas áreas del saber, a una entidad flexible, preocupada por la formación de personas que además de saber hechos, sepan, como lo apunta la Comisión Delors, saber ser, saber hacer y saber vivir en comunidad. Como lo expresa Hargreaves, la llamada es pues a ampliar el horizonte, y a apostar por una escuela más participativa, más versátil y más ambiciosa:
. . .[actualmente opera una lucha frontal entre el mundo] postindustrial y postmoderno, caracterizado por el cambio acelerado, una intensa compresión del tiempo y del espacio, la diversidad cultural, la complejidad tecnológica, la inseguridad nacional y la incertidumbre científica. . . [y por otra parte] el sistema escolar modernista, monolítico, que sigue pretendiendo obtener unos fines profundamente anacrónicos, en el seno de estructuras opacas e inflexibles. . . (Hargreaves, 1999, p.30).
Esta es una consideración muy amplia y general sobre hacia dónde debe moverse la escuela en esta realidad cambiante. Más específicamente, consideramos que la escuela en los albores del siglo XXI debe replantear sus concepciones, sus valores y sus acciones, entre otras, en las siguientes áreas: -reducir la preeminencia de la enseñanza y del maestro como transmisor de conocimientos, para centrarse más en los alumnos y su aprendizaje. En este sentido, resaltamos lo apuntado por
Feixas (2004) en el sentido que no es necesario solamente cambiar el estilo docente, sino también las “concepciones de los profesores sobre qué y cómo han de aprender los estudiantes.” -romper con el aislamiento, el individualismo y la competencia tan característicos entre los docentes, y apostar por el intercambio, la compartición (de ideas, de recursos) y la crítica constructiva. -valorar, tanto la búsqueda de soluciones y la certidumbre como el planteamiento y asunción de problemas, junto con la incertidumbre. En esta vena, Michael Fullan y Andy Hargreaves han resaltado como necesario el que las escuelas incorporen las siguientes acciones a su quehacer: [Reflexionar] en la acción, sobre la acción y en relación con la acción. Desarrollar una forma de pensar que contemple el asumir riesgos. Confiar en los procesos y en las personas. Al trabajar con otros, apreciar a la persona total. Comprometerse a trabajar con colegas. Buscar la variedad y evitar la balcanización. Redefinir la propia función [docente] para extenderla más allá del aula. Equilibrar vida y trabajo. Impulsar y apoyar a los directivos y demás administradores para que desarrollen una profesionalidad interactiva. Comprometerse con el perfeccionamiento continuo y con el aprendizaje perpetuo. Supervisar y fortalecer la conexión entre el propio desarrollo y el de los alumnos. (Fullan y Hargreaves, 1997)
Cómo lograr realizar esos cambios en la escuela es ciertamente algo arduo y de largo plazo. Pero hay estrategias que intentan precisamente hacer realidad algunos de estos cambios en las escuelas. Entre otras, se pueden mencionar: -apostar por el establecimiento del trabajo colaborativo entre los docentes, que permita la reflexión conjunta, la discusión, la identificación de problemas, la experimentación de alternativas de solución, y la evaluación de las mismas. - el formar comunidades de aprendizaje docente en las que “los maestros nuevos y experimentados se reúnan con el fin de adquirir nuevas informaciones, reconsiderar sus conocimientos y creencias previas; basarse en sus ideas y en las ideas de otros con el fin de mejorar la práctica e impulsar el aprendizaje de los estudiantes” (Cochran-Smith y Lytle 2003 p. 2462) -el promover la reflexión mediante técnicas como las lecturas, los debates, el análisis de casos. -incorporar programas de mentorización o de coaching en los que profesores con experiencia colaboran con profesores recién ingresados o noveles para que satisfagan sus necesidades emocionales (seguridad, autoestima, confianza), sociales (compañerismo, relaciones, interacciones) e intelectuales (nuevos conocimientos) al incorporarse a la profesión (Cano, 2003).
Todas estas ideas están directamente ligadas al ámbito del trabajo colaborativo. Y esto no es gratuito: trabajar en equipo es algo más que una moda pasajera e impuesta; es una necesidad que asumen cada vez más las organizaciones actuales. Desde los grandes conglomerados industriales hasta las empresas más modestas, pasando por las organizaciones
proveedoras de servicios, se ha hecho cada día más evidente que una de las mejores maneras de enfrentar una realidad cambiante e impredecible es poner en práctica el trabajo colaborativo. Una forma de trabajo en la que las fortalezas (intelectuales, físicas, emocionales) de muchos pueden sumarse para afrontar con mayor eficiencia los retos a los que se ve sometida la organización. A esta realidad también se enfrenta la escuela. No es casualidad que diversos autores propugnen por hacer realidad el trabajo colaborativo en las aulas y en los centros educativos. Pero queremos resaltar que en la frase „en las aulas y en los centros educativos‟ se encierra la doble necesidad de hacerlo para, con y entre los alumnos y también para, con y entre los profesores. Es precisamente en esta área en la que queremos enmarcar el presente trabajo: en la acuciante necesidad de hacer realidad el trabajo colaborativo entre los docentes. Como ya lo ha apuntado Lieberman (1996) Las redes, los mecanismos de colaboración y las asociaciones de educadores ofrecen a los profesores comunidades profesionales de aprendizaje que ayudan al cambio de prácticas educativas en sus salones y en sus escuelas…[Además] el desarrollo profesional es un arma potente para mejorar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Ejemplos serían: el aprendizaje común que surge cuando trabajan juntos profesores noveles y experimentados [y] la creación de espacios y tiempos comunes para planear y hacer conexiones curriculares…
La cooperación se da cuando se tiene una meta común y se trabaja en conjunto para obtener esta meta. En el corazón del trabajo colaborativo está la interdependencia positiva, que significa realizar esfuerzos para que el equipo resulte beneficiado en su totalidad. La esencia de este esfuerzo colaborativo consiste en lograr que se perciba que uno puede alcanzar sus metas, si solo si, los otros integrantes del grupo colaborativo también alcanzan sus metas. Ningún miembro del equipo posee toda la información, las habilidades, o los recursos necesarios para conseguir por si solo la meta. Desafortunadamente, aunque los docentes definitivamente tenemos una meta común, se observa que es difícil que trabajemos en conjunto; tendemos a ser individualistas, a creer que nuestros métodos son los mejores y a ofendernos si alguien se atreve a proponernos un cambio o una mejora. Ninguno de nosotros puede alcanzar la misión de formar ciudadanos íntegros, éticos y con una visión humanística por cuenta propia; formamos un grupo colaborativo interdependiente y sin embargo son muy pocos los foros de participación conjunta. ¿En qué momento llevamos a cabo el procesamiento de grupo? Este elemento indispensable del trabajo colaborativo, en el cual el grupo se reúne para celebrar sus éxitos y analizar sus áreas de oportunidad para proponer acciones de mejora, pasa casi siempre a segundo plano, no hay tiempo para reflexionar. El esfuerzo colaborativo es inherentemente más complejo que el esfuerzo individual o competitivo, se requieren habilidades sociales que no aparecen mágicamente y que es necesario fomentar y cultivar. Los cambios vertiginosos a los que nos enfrentamos, nos obligan a los docentes a buscar actualizarnos constantemente, no sólo en nuestra área de especialidad y en técnicas didácticas, sino en la manera de interactuar efectivamente con nuestros colegas, para beneficiarnos en conjunto y lograr el propósito final del trabajo colaborativo: aprender juntos para crecer en nuestra competencia individual.
El objetivo de este trabajo es presentar una experiencia docente que tuvo lugar en el verano del año 2007, en la cual
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