Análisis De Los 4 Acuerdos
shiramirez11 de Marzo de 2013
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Análisis del libro
Los cuatro acuerdos. Un libro de sabiduría tolteca.
Dr. Miguel Ángel Ruiz
Introducción
El pensamiento del doctor Miguel Ángel Ruiz plasmado en este libro sobre “Los cuatro acuerdos…”, sin duda es una invitación para analizar detenidamente una serie de aspectos que envuelven la cotidianidad de todo ser humano desde la más temprana edad hasta alcanzar la vida adulta, a través de términos con cierto matiz de fantasía, como: domesticación, magia, chisme, sueño del infierno, la víctima, el guerrero y el Juez, entre otros; pero que finalmente ofrecen una visión optimista sobre cómo alcanzar una vida plena.
Efectivamente, no existe un tiempo límite para que el ser humano sueñe, realice sus metas, cambie sus hábitos, costumbres y establezca nuevos acuerdos. Aunque también es claro, que personas significativa en nuestra vida, previamente han creado un sueño para nosotros, como el sueño de la sociedad o sueño colectivo.
Por ejemplo, el sueño que cada familia ha creado para sus hijos e hijas y que incluye mandatos, creencias, reglas, expectativas, roles, formas de comunicarse y una dinámica particular, que pueden ser transmitidos de una generación a otra y marcar los parámetros que los hijos e hijas deben seguir en su forma de pensar y comportarse en las distintos ámbitos de su vida: familiar, laboral, académica y relaciones interpersonales; para obtener la atención y aceptación de los padres, especialmente durante la niñez, pero puede extenderse hasta la adultez.
Así, vamos construyendo nuestra personalidad bajo un sistema de creencias que ha sido forjado por nuestros adultos inmediatos y que sin ser conscientes de ello se convierten en mandatos y “verdades absolutas” que controlan la mayoría de nuestras decisiones porque los hemos “naturalizado” y actuamos de conformidad con los sueños de nuestros padres o de otras personas para evitar castigos y recibir recompensas.
Desde esta perspectiva, para muchas personas la vida consiste en castigos y recompensas, de manera que si hago mi trabajo me pagan y no importa si lo disfruto o no, si hago lo que mi pareja quiere siempre tendré su amor, aunque no esté de acuerdo con lo que me pide, si cumplo con lo que mis padres esperan de mí siempre tendré su aceptación, si le demuestro a mi amigo(a) que soy lo bastante bueno(a) siempre tendré su atención; son las recompensas que se basan en ser lo suficientemente “buenos”, “obedientes” y “perfectos” para los demás.
Entonces, nos enfrentamos con un dilema existencial ¿qué tan bueno soy para mí mismo?, ¿soy suficientemente bueno para mí mismo?, es difícil de responder cuando las personas se han pasado toda una vida centrados en ser “buenos” y “perfectos” para los demás. Quizás porque no se consideran lo suficientemente valiosos y prefieren dejar esta respuesta en manos de los demás.
En caso de que no nos consideremos lo suficientemente “buenos” para nosotros, jamás lo seremos para los otros, quizás no lleguemos a satisfacer sus expectativas, porque no hemos logrado alcanzar siquiera las propias. ¿Entonces cómo es que esperamos tanto de los demás cuando no podemos esperar nada de nosotros mismos? Y todo nuestro sueño es depositado en la aprobación de los demás.
Lo anterior, podría explicar porque algunas personas pasan gran parte de su vida autocastigándose, culpándose de todo lo que no ha salido bien en sus proyectos, en su familia, en el trabajo, en sus relaciones. Así, surge uno de los sentimientos más invalidantes en la vida de los seres humanos: la culpa, porque nos paraliza, genera inseguridad, temor y vergüenza, nos mantiene en una posición de víctima, atrapados mentalmente en el “error o la falta” cometida.
Ciertamente, la sociedad y la familia son dos protagonistas en la trasmisión del sentimiento de culpa que interiorizamos en los primeros años de vida y que vamos aceptando como “normal” porque nos han enseñado que se trata de un sentimiento propio de las personas que son buenas, conscientes de sus equivocaciones, que muestran arrepentimiento y que están dispuestas a adoptar una postura de sacrificio para compensar la falta.
Sin duda, esta dinámica puede llegar a afectar nuestras decisiones como adultos, si esperamos recompensas que quizás no lleguen, si nos aferramos al temor de ser castigados o la idea del logro de la perfección, si nos mantenemos viviendo en la culpa, es posible que nuestra capacidad para elegir se vea paralizada y optemos por mantenernos en una zona de confort que consiste en complacer a otros para no correr el riesgo de ser rechazados, pero manteniéndonos en una posición de víctimas por mucho tiempo.
El Primer Acuerdo: Sé impecable con tus palabras
“Alcanzar el nivel de existencia denominado: El Cielo en la Tierra”. (Ruiz, 1998, p. 10).
Las palabras tienen un poder innegable sobre las personas, en los diferentes espacios de diálogo y en nuestras relaciones interpersonales, y por lo tanto se hace cada vez más necesario comprender la fuerza con que las mismas pueden operar en la vida del ser humano, porque pueden mover masas y en la misma medida en que permiten crear tienen el poder de destruir, tal como se ha evidenciado en diferentes momentos históricos con la obra de líderes positivos como Mahatma Gandhi, Nelson Mandela y en líderes negativos pero de gran carisma como Adolfo Hittler.
Desde los primeros años en el seno del hogar aprendemos a comunicarnos, le vamos dando significado a las palabras, a las acciones, elaboramos e integramos en nuestro pensamiento ideas y creencias que más tarde hacen que muchas cosas en nuestra vida adulta funcionen como “verdades absolutas” que no podemos cambiar.
De tal manera, hemos “naturalizado” palabras e ideas que si funcionan bien para mí, tendemos a creer que también son funcionales para los demás, que no nos han afectado a nosotros porque nos hemos acostumbrado a mantener una interacción hostil con la familia, los amigos o la pareja, sin percatarnos del componente de agresividad que pueden tener las palabras que intercambiamos.
Así, la palabra es un instrumento que moviliza las acciones de las personas y también es un espejo en el que se reflejan sus sentimientos, pensamientos y la esencia de cada ser humano. Por tanto, gran parte de nuestras experiencias de vida tienen impresa la huella de las palabras, que almacenamos en nuestra memoria y posteriormente podemos recordar en otros momentos de la vida.
Por otra parte, este apartado rescata el impacto no solo de las palabras que le decimos a los demás, sino las que dirigimos a nosotros mismos, que se van interiorizando en un proceso de aprendizaje que se teje en el espacio familiar y que puede favorecer nuestra autoestima o por el contrario convertirnos en nuestros propios verdugos cuando utilizamos palabras para agredirnos, subestimarnos, invalidar nuestros sentimientos y autosabotearnos.
Entonces cabe preguntarse ¿cómo sería posible generar una comunicación eficaz con los demás, cuando no puedo hacerlo con mi persona? Pero la calidad de nuestras relaciones con los demás dependerá de que logremos una buena comunicación con nosotros mismos para contar con recursos suficientes para proveer a otros con palabras de amor y actuar con empatía, porque cuando somos felices con nosotros mismos, estamos en capacidad de comunicarles a los demás cosas positivas.
El Segundo Acuerdo: No te tomes nada personalmente
“Te encuentras atrapado en el sueño del Infierno”. (Ruiz, 1998, p. 15).
La importancia que damos a lo que los demás piensan y dicen de nosotros, nos enfrasca en sentimientos confusos que nos quitan el control de nuestra vida para cedérselo a los demás, nos atribuimos la responsabilidad de todo, asumimos las responsabilidades de otras personas e interiorizamos sus ideas, creencias y mandatos.
Precisamente, en ese proceso de “domesticación” es que hemos aprendido desde la infancia algunos “deberías” que pueden afectar nuestras elecciones como adultos, por ejemplo que “debemos atender a lo que otras personas nos digan porque es falta de educación no hacerlo”, nos han educado en gran medida para responder y vivir según las necesidades de los demás y en cierta forma adoptar una posición de sacrificio de mis necesidades por las de los “otros”.
Pero si bien comprender esta dinámica y reprogramar estos aprendizajes puede tomar tiempo, puesto que hay una influencia sociocultural y mandatos familiares heredados en nuestra educación y arraigados en nuestro interior, como adultos podemos cambiar o sustituir estos “deberías” por pensamientos más asertivos. Por ejemplo, podemos escuchar con atención a una persona que apreciamos, pero no tenemos que ser el recipiente de sus acuerdos o sus creencias.
Cabe rescatar un aspecto interesante en este tema ¿Son las cosas que nos dicen las otras personas, lo que nos causa dolor y nos produce la herida, o acaso ya existía esa herida?
Es posible que las palabras nos generen malestar, pero podríamos estar ante una situación que tiene su origen en aspectos del pasado que no han sido resueltos, en heridas que no hemos sanado y por lo tanto, si bien las palabras pueden
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