Breve revisión del sentido de Educación

La educación como práctica constante y siempre presente en la historia del género humano para permitir «la renovación de la vida» —entiéndasela no solo en el sentido físico, aunque empiece por este, sino también en el social y en relación con la experiencia—, y el desarrollo de los ideales del hombre y la plena realización de este, ha sido definida en gran manera, generando todo un espectro de concepciones en torno a esta.

Si bien es cierto que definir el término educación demanda una entrañable revisión histórico-comparativa, podría tomarse de forma didáctica y sintetizada a esta como acción, práctica, posibilitadora, actividad, medio, proceso e intencionalidad polivalentes que permiten el desarrollo individual, social y trascendental del hombre en su medio natural, la sociedad. El objetivo de este ensayo es explicitar la idea la humanidad como potencia y destino en el hombre a partir de la idea del perfeccionamiento como constante en las concepciones de educación, presentando algunas consideraciones del pedagogo Walter Peñaloza Ramella para la realización de dicho propósito.

El ser inmaduro, como denominaba Dewey (1967) al miembro recién nacido en un cierto grupo social, es un ser inculto, carente de un instinto —que provee de todo a los animales—, que no solo ha de ser conservado físicamente, sino también ser educado con el fin de llegar a su destino entendido como la humanidad, llega a ser hombre. De esto se desprende la idea de que los seres humanos jóvenes no puede ser guía de sí mismos, por lo que es necesario que los otros (los maduros) los eduquen y permitan el desenvolvimiento de sus capacidades, pues “son tan inmaduros que si se les dejara entregados a sí mismos […] no podrían ni aun adquirir las destrezas rudimentarias necesarias para la mera existencia física” (Dewey, 1967). Lo que se abordará son las capacidades presentes en el ser humano y el papel que tiene el educar en la eclosión de estas.

Educar es, en parte, presentar las motivaciones que hagan posible el desarrollo de estas capacidades y su adecuado empleo. No hacerlo o hacerlo mal pueden generar el debilitamiento, la desviación, el enfriamiento y aun el bloqueo de estas capacidades. […] La educación no puede inventar capacidades inexistentes, sino incentivarlas. (Peñaloza, 1995, p. 57)

El hombre como individuo inmaduro, posee en sí todo un conjunto de capacidades y dotes naturales que deben ser desarrollados, por lo que es un ser en potencia, es decir, que mediante una serie de incentivos podrá exteriorizar aquellos rasgos distintivos que lo hacen parte del género humano. Además, es necesario resaltar que la educación como actividad y formadora, no crea capacidades. Por otro lado, motivar capacidades es referir aquellas que están comprendidas desde lo psíquico hasta la virtud del espíritu que ha sido instruido.

Una de las capacidades inherentes al ser humano es la del lenguaje. Aunque en principio el hombre no tenía una expresión verbal, esto no niega la existencia de otras modalidades de expresión mediante las cuales comunicaba algo. Sin embargo, nos centraremos en el lenguaje-palabra. En todo grupo social, la educación cumple la función de formar a los individuos nacidos acorde al ideal social o las exigencias sociales, esto es, la transmisión de hábitos de formas de pensar y actuar (conjunto de símbolos), la cultura en sí. Esta renovación de la experiencia y la cultura en los nuevos integrantes, es posible mediante el lenguaje, por lo que el hombre ha tenido que forjar el lenguaje “extrayéndola de su naturaleza, donde yacía latente”. Pues la esencia del hombre radica en su carácter simbólico y en el hecho de poseer un lenguaje que hable de sí mismo, a saber, nos referimos al binomio lenguaje-palabra.

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